Opinión

A los palestinos solo les queda odiar

Amira Hass
Amira Hass
· 5 minutos

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Hace cierto tiempo una israelí que vive en Estados Unidos y rueda documentales contactó conmigo para pedirme un consejo acerca de una nueva serie que está preparando. El tema era el odio. Quería que le diera alguna sugerencia sobre el odio que los palestinos sienten hacia los israelíes. Inmediatamente le dije que no. Intentó explicarme que el documental abarcará también el tema de la ocupación, sin embargo yo le dije que, si el eje y argumento de la serie es el odio, independientemente de sus intenciones, se correrá el riesgo de malinterpretar el mensaje: no se vería al Gobierno israelí como la causa de un sentimiento tan cruel. Las personan que odian se convertirían en los culpables, aunque no se les definiera así. Y si no parecieran culpables serían por lo menos inconscientes o violentas.

Durante años he trabajado entre palestinos. Hasta hoy, el odio no tenía una connotación personal. Mis interlocutores, y no solo mis amigos, sabían diferenciar entre el odio natural hacia el gobierno extranjero que arruina sus vidas y el sentimiento hacia los individuos de carne y hueso a los que les ha tocado ser ciudadanos de ese país. Había unas excepciones pero no hacían más que confirmar la regla.

Unas chicas me pidieron que me alejase de la manifestación y que me fuera de Palestina

Sin embargo, durante los últimos años, he notado un cambio. Sobre todo los jóvenes, en general exponentes laicos de clase medio alta de Ramalá, han empezado a ver en mí la representación de la cosa que más detestan en el mundo, y entonces han empezado a odiarme a mí también. No les voy a aburrir describiendo todas las fases de este cambio, que se ha manifestado tanto en Facebook como en la vida real. Me limitaré contándoles un acontecimiento durante una protesta contra las sanciones impuestas por el presidente palestino Abu Mazen contra la Franja de Gaza. Ese día unas chicas me pidieron que me alejase de la manifestación y que me fuera de Palestina, porque esta no es mi casa. Sus ojos echaban hostilidad y repugnancia. Un amigo mío, poco mayor que ellas, que pasó años en la cárcel por su pertenencia al Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), intentó hablarles pero fue víctima de un montón de publicaciones en Facebook que lo acusaban de ser un traidor.

Este es el motivo por el que, durante las últimas dos semanas, me he mantenido apartada de las manifestaciones que han tenido lugar en Ramalá y en los alrededores de un puesto control militar para protestar contra el uso de la tortura durante el interrogatorio de Samir Arbid, activista del FPLP que acabó ingresado en el hospital por los golpes que había sufrido. A Arbid se le acusa de haber fabricado un explosivo que ha matado a una joven excursionista israelí cerca de una fuente de agua en el oeste de Ramalá, uno de los manantiales utilizados durante centenares de años por los campesinos palestinos y ahora bajo el control de los colonos que los han convertido en sitios solo para judíos.

Samer Arbid no fue el único al que torturaron durante los interrogatorios del Shin Bet, los servicios secretos israelís, y es difícil imaginar hasta qué punto llegaron esa vez. Mientras tanto, parece que se haya recuperado, pero su familia no puede verlo, ni él puede hablar con su abogado. Además, se prohíbe difundir detalles de la investigación. Mientras se temía por su vida, he preferido no ser el chivo expiatorio con el que los manifestantes habrían descargado su rabia.

Llevo bastante tiempo viviendo en Cisjordania como para entender el odio y el rechazo de los palestinos, que adopta rasgos cada vez más personales a medida de que se aleja la esperanza de obtener la libertad.

El mundo permite le a Israel actuar como si estuviera por encima de la ley

En los últimos veinticinco años, Israel ha hecho todo lo que estaba a su alcance para demostrar sus propias ambiciones coloniales, aprovechando de la manera más astuta el proceso de negociación para quitarles más territorios a los palestinos y para desmembrar cada vez más sus colectividades. Se tomaron todas las medidas posibles para contrarrestar esta política: manifestaciones individuales y de grupo, publicaciones en Facebook y vídeos, lanzamientos de piedras, bombas y mísiles desde Gaza, llamamientos a los personajes famosos de la música estadounidense para que no actuasen en Israel, peticiones en los periódicos, conciertos para recaudar dinero y votaciones en la ONU.

Pese a las medidas, ha sido un fracaso. El Estado israelí sigue por su camino. El mundo le permite actuar como si estuviera por encima de la ley, mientras que a los palestinos se les analiza cuidadosamente por cada palabra y cada eslogan que pronuncian, por cada tiro que disparan. Por este motivo entiendo la necesidad de los palestinos de desahogar su rabia y su odio hacia una de las pocas judías israelíes, tal vez la única, que andan por su jaula. Echarme de su espacio público es una manifestación de fuerza y de victoria inmediata. No me toca a mí decírselo, pero actuando de esta forma, estos jóvenes demuestran cómo de profunda es su debilidad, frustración e impotencia.

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© Amira Hass  | Primero publicado en Internazionale | 8 Nov 2018 | Traducido a partir de la versión italiana de Federica Giardini por Carolina Pisanti

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