Crítica

Una mujer demasiado peligrosa

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 5 minutos

Annie Ernaux
Pura pasión

 

Género: Novela
Editorial: Tusquets Editores
Páginas: 80
ISBN: 978-84-8310-597-9
Precio: 17 €
Año: 1992 (2019 en esta edición)
Idioma original: francés
Título original:
Traducción: Thomas Kauf

A Annie Ernaux difícilmente se le puede decir aquello de “No me cuentes tu vida”: es lo que lleva haciendo desde hace 45 años con su obra literaria, mucho antes de que se pusiera de moda la etiqueta autoficción y demás clasificaciones afines. Una veintena de libros en los que nos ha relatado el ascenso social de sus padres, la pérdida de su virginidad, los celos, su vida de casada, la enfermedad y muerte de su madre, etc., configurando, acaso sin pretenderlo, una radiografía de la clase media francesa de su tiempo, y muy especialmente de las mujeres.

La editorial Tusquets, que ya había editado algunas de sus novelas antes de que Cabaret Voltaire apostara por ella y lograra darla a conocer a nuevos públicos, ha editado recientemente dos libros de Ernaux: El acontecimiento, sobre el aborto que sufrió en su juventud, y Pura pasión, sobre el tiempo en que fue amante de un hombre casado. Ambos textos brevísimos, de menos de 80 páginas con la letra así de grande, pero con la suficiente intensidad y concentración como para hacernos partícipes del dramatismo del momento y dejarnos reflexionando varios días.

Leídos los dos, quería decidirme por uno solo para reseñarlo, y después de pensar que sobre el aborto se ha escrito y hablado bastante, y que es una realidad normalizada por más que pesen todavía sobre ella algunos tabúes, cerrazones e hipocresías, me decanté por Pura pasión. Porque se trata de una cuestión sin resolver, y porque la polémica que levantó en 1992, cuando vio la luz, se reproduciría de nuevo hoy si la gente leyera más y no perdiera el tiempo disparatando en las redes sociales.

En Francia (sí, también), tacharon a su autora de pendón, calentona y expresiones similares

“Este verano he visto por primera vez una película clasificada X en la televisión, por Canal +”. Así comienza esta narración que aspira, según sus palabras, a la “suspensión del juicio moral”. Propósito inútil, toda vez que el público leyó la obra con las gafas de la moral más estricta (sí, también en Francia se las pueden gastar así), y tacharon a su autora, según ella misma me confesó, de pendón, calentona o algunas expresiones similares en la lengua de Molière.

¿Y cuál fue su pecado mortal? Ante todo, hablar de deseo. No es que fuera la primera ni la única en hacerlo, pero sí se empleó en ello de una forma directa y descarnada, que permite suponer una entrega similar en su relación. Y lo vive todo con la perplejidad de quien nunca se había imaginado en ese papel, es más, de quien creía que los amores prohibidos, como decía Borges de la muerte, es algo que siempre le sucede a los otros. “He descubierto de lo que uno puede ser capaz. De deseos sublimes o letales, falta de dignidad, creencias y comportamientos que tildaba de insensatos en los demás, hasta que yo misma recurrí a ellos”.

Ernaux descubre, sí, que es humana por la vía de la “debilidad”, entendida como caída en la tentación y no como flaqueza. Y que es gozosamente débil, sin rastro de contrición ni arrepentimiento. Y eso ya es demasiado para la sociedad biempensante, que educa a las mujeres en la contención, cuando no directamente en la represión del deseo. El deseo, vienen a decir, es solo para los varones, es su mandato biológico y su rol social por excelencia. Nosotras no, princesas, lo nuestro es preservar nuestro tesoro, defenderlo de los saqueadores.

La protagonista de este libro, ¿una amenaza demasiado peligrosa para el orden establecido?

Nuestra autora, en cambio, regala su tesoro con enorme delectación. Y no contenta con eso, lo hace sin pedir nada a cambio; nada más allá de esos momentos de placer y del vínculo secreto que van tejiendo a fuerza de repetirse. Porque el amante de marras (¿atención, spoiler?) es un señor casado y con hijos, y la narradora en primera persona no quiere que abandone a su esposa ni a su prole, no quiere ocupar ningún lugar concreto, no aspira a pasar el resto de la vida con él, ni siquiera un fin de semana. Solo quiere que esos encuentros sigan dándose, el tiempo que tengan que durar. Vive esperando la llamada que anuncie una nueva cita: y ya solo eso da sentido a su vida.

Pura pasión fue leído en su momento como un relato de la ceguera del deseo sexual, y en la nueva edición se sigue hablando en contraportada de “el febril y devastador desvarío que cualquiera puede haber experimentado alguna vez en su vida”. ¿”Febril y devastador”? ¿”Desvarío”? ¿Puede hablarse todavía hoy de una pulsión sexual poderosa como de una patología psíquica? ¿Casi treinta años después del lanzamiento de Pura pasión, casi cien desde Belle de jour? ¿O debemos admitir que la protagonista de este libro es una amenaza demasiado peligrosa para el orden establecido? ¿Una mujer haciendo lo que quiere con su cuerpo, disfrutando de ello y –lo que es peor– haciéndolo público? ¿No es demasiado?

Las novelas de Annie Ernaux, ya lo dijimos, siempre contienen casi más preguntas que páginas.

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