Nápoles es mía

por Victoria Herranz

Bajo el volcán

 

Devoción. Ni miedo, ni cautela, ni siquiera respeto. Lo que siente el napolitano es devoción. Pero no por San Jenaro, al cual se le reza y agradece por su martirio, por parar aquella lava que habría puesto punto, pero no final, porque no sería la primera vez ni la última que Nápoles se salvaba de la desaparición. Una vez más, una de tantas, porque es bajo tierra donde se decide la suerte de quien la habita. Como Pompeya, que en cuestión de horas se cubrió de cenizas.

Pero antes de echarse a dormir en el lecho de la Historia, los pompeyanos disfrutaron (y, al parecer, mucho, viendo los testimonios de sus paredes…) Y como bajo tierra, ni el pompeyano en particular ni el napolitano en general alcanza a gobernar, se relaja en su devoción. Porque devoción es que después de Pompeya donde había una cumbre ahora haya dos y tú sigas tranquilo porque sabes que él te lo da y él te lo quita. Y es justo. Porque él es Nápoles y Nápoles es suya. Porque sea bajo el sol o en la oscuridad, en la calle como en la intimidad de tu casa, el horizonte no cambia y tú lo miras con devoción porque sabes que nunca te abandona, él, eternamente él, su majestad el Vesubio.

[Victoria Herranz]