Entrevista

Oscar Tusquets

«La manualidad se ha marginado completamente en el arte»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 22 minutos
Oscar Tusquets (Barcelona, Feb 2020) | © Alejandro Luque / M’Sur

Barcelona  | Febrero 2020

Su estudio, en la zona de Pedralbes, tiene una óptima perspectiva sobre Barcelona, la ciudad que le vio nacer hace 78 años. Oscar Tusquets Blanca, sin tilde en la o por expreso deseo, arquitecto, pintor, uno de los nombres capitales de la llamada Gauche Divine, implicado en algunos de los mayores proyectos editoriales españoles, mantiene una vitalidad y una frescura que impiden considerarlo en ningún momento un anciano. Sí, en cambio, alguien que ha vivido intensamente y que, de forma indisimulable, se lo ha pasado muy bien. En su último libro, Pasando a limpio (Acantilado), toca muchos y diversos temas relacionados con su trabajo y sus pasiones.

¿En qué momento decidió prescindir de su segundo apellido, Blanca?

Ah, esto no lo decido yo. Llegó la cubierta del libro, habían sacado el “Blanca”, y dije: bueno, comprendo que con el uso la gente va reduciendo los nombres, no lo voy a discutir. Llevamos la propuesta con el Blanca, y cuando el editor hizo la contrapropuesta, el “Blanca” ya no estaba. Con estas cosas soy muy poco conflictivo. Las demás cosas sigo firmándolas con los dos apellidos.

Siempre me he preguntado cómo fue aquello de que en Barcelona, los hijos de quienes habían ganado a la guerra –por usar un título de su hermana– fueran los abanderados de lo progre.

Nunca hago análisis sociológicos, ¿eh? Algunos de aquellos cuyos padres habían ganado la guerra se sentían incómodos en aquella dictadura, otros no… Es verdad que lo que se llamó la gauche divine había más gente de buena familia que en la movida madrileña. Pero estas cosas no me han interesado nunca [risas]. Nos decían que éramos hijos de papá. Y es verdad que en este ambiente no había muchos obreros, pero entre arquitectos y directores de cine era normal que no hubiera muchos, ¿no?

Bien mirado, la Gauche Divine solo podía ser minoritaria, o elitista. Nadie podría imaginar algo así masivo, ¿no?

Tampoco creo que haya habido una movida madrileña de masas, ni un movimiento surrealista de masas. Estas cosas son poco populares por esencia, duran lo que duran.

El hecho de que gozaran de una libertad mayor, ¿se debe a que era Barcelona, a que eran de buena familia?

«Los últimos años del Franquismo en Barcelona se volvieron culturalmente apasionantes»

De momento todas las preguntas están siendo sociológicas, ¿eh? Yo creo que Barcelona tuvo un momento mágico en los años 70, es verdad, por unas coyunturas que pasan en la Historia. Creo que una visión, sobre todo francesa, de que todo era un páramo hasta el día que murió Franco, es un desconocimiento del país total. Como el Mayo del 68, que todo el mundo dice que estuvo y evidentemente es verdad, los últimos años del Franquismo en Barcelona se volvieron culturalmente apasionantes. Un momento editorial, cinematográfico, arquitectónico interesantísimo.

¿Eran ustedes el equivalente actual de los influencers, o algo parecido?

¿Qué hubiera sido de aquellos años si hubiéramos tenido internet? Es utópico, imposible saberlo. Tampoco había ningún deseo de irradiar. Colita lo ha dicho muchas veces: éramos un grupo que se lo pasaba muy bien. Y no se puede decir que Carlos Barral fuera simplemente esto, pero retrospectivamente… Yo acabé la carrera en el 64. En una carrera de arquitectura en Barcelona, alumnos franquistas no había ninguno. Ninguno. ¿Qué había? Gente del PSUC, el sindicato de estudiantes y todo esto, eran comunistas. Las asambleas que hacíamos los delegados de curso… eran todos del PSUC. Imagínate hasta el 75. No los metían en la cárcel, tampoco era que los mimasen, pero había huelgas, conciertos del Raimon, antes de que se muriera Franco.

¿Se ha exagerado la represión?

Evidentemente, el Franquismo se debilitó. Y se permitieron muchas cosas en las universidades que algunos años antes no se hubiesen permitido. Por cosas así mucha gente había ido a la cárcel. Creo que por todo ellos los finales de los 60 y principios de los 70 fueron apasionantes, a pesar de Franco.

¿Y cree que ante la necesidad de un poco de alegría y frivolidad, fue cuando empezó a desactivarse la lucha de clases? ¿La fiesta desalojó a los ideales?

Recuerdo aquella frase de Vázquez Montalbán, “Contra Franco vivíamos mejor”, que tenía su parte de verdad. Había una unidad contra Franco entre todos nosotros, que era bastante atractiva. De la movida madrileña se podrá decir más que arrinconó al cantautor comprometido, y empezó a hacer unas letras deliberadamente frívolas. A mí me parecía divertido.

En todas las entrevistas que le he leído, en casi ninguna se menciona su faceta de editor, que no fue pequeña. ¿Usted la reivindica?

«He ido a muy pocas reuniones de arquitectos, menos aún de pintores; tengo más amigos fotógrafos»

Sí, no es culpa mía. Tuve una relación corta pero intensa, primero con Lumen, la editorial de mi hermana, y luego con Beatriz de Moura, con quien decidimos hacer nuestra propia editorial, que se llamó Tusquets… Debería haberse llamado De Moura-Tusquets, pero bueno, son las cosas que el tiempo, ya sabes… Me impliqué mucho. Gráficamente, y no solo gráficamente. Con Beatriz conocí a todos los autores, íbamos cada año a Frankfurt, fui muy amigo de Carlos Barral y de todos los escritores latinoamericanos en Barcelona. Publicamos los libros de Dalí por expreso deseo de él. Evidentemente, esto vino de la afición editorial de mi hermana. Yo colaboraba, iba a las reuniones de Lumen, pero Beatriz venía de Gustavo Gili, de un mundo de editores, y estaba ya en la corriente.

Y un arquitecto entre escritores, ¿era un bicho raro?

Quizás sí, pero bueno. Uno de los accionistas de Tusquets Editores fue Ricardo Bofill, por ejemplo. Yo he sido muy poco gremialista toda mi vida, me he aburrido mucho en las reuniones de cada una de las facetas que he ejercido. He ido a muy pocas reuniones de arquitectos, menos aún de pintores. He tenido más amigos fotógrafos. La fotografía nunca la afronté personalmente, pero fui muy amigo de Oriol Maspons, de Leopoldo Pomés, y gran admirador de Catalá Roca… Teníamos una mesa que si hubiera sido en Francia, tendríamos grandes libros de fotografía. Era la mesa trasera de un restaurante que llamábamos La Mariona porque la hija del dueño se llamaba así, pero su verdadero nombre era Ca L´Estevet. Allí me llevó Oriol Maspons cuando yo empezaba arquitectura, y era una gozada. La primera vez me quedé deslumbrado, estaba el escritor Corberó, Catalá Roca siempre, escritores, modelos… Yo era el más joven.

¿Y Masats?

También. Lo considero un genio, ¿eh? Hicimos juntos ese libro, Neutral corner, con cosas muy atrevidas, aquello de rellenar una fotografía con negro por encima, ponerlas en negativo… Y él estuvo absolutamente abierto a todo. Le tengo una admiración tremenda, yo creo que fue el mejor. A ver, en arte decir quién es el mejor no tiene mucho sentido, pero es un grandísimo fotógrafo. Un artistazo.

Lo habrá contado ya muchas veces, pero se lo vuelvo a pedir: ¿Su amistad con Dalí surgió de aquella exposición que hizo con él?

«Yo era más bien antidaliniano, como todos los progres, pero Dalí era cultísimo y divertido»

Hice un libro sobre eso para una editorial fracasada, Erre que Erre, que se llama Dalí y otros amigos, y allí lo explico con detalle. A Dalí lo conocí en casa de Federico Correa en Cadaqués. Federico celebraba su cumpleaños el 18 de julio, le hacía gracia por las connotaciones, y daba una fiesta loca en su casa. La gente guapa que encontraba por la calle, la metía. Invitó a Dalí y vino, puntualísimo, con Amanda. Me lo presentaron, me dijo que le interesaba mucho lo que hacía, lo cual me dejó de piedra, porque yo había hecho apenas una casa y media en Cadaqués. Pero la arquitectura le apasionaba. Yo era en aquella época más bien antidaliniano, como todos los progres. Me preguntó si me apetecía ir a su casa al día siguiente, y le dije que sí, claro. Y con Beatriz de Moura, a las siete, fuimos.

¿Y qué se encontró

Había muy poca gente. Él estuvo encantador y brillantísimo. Y al cabo de dos horas salimos convencidos de que teníamos que cambiar de opinión. Era cultísimo, divertido, nunca me aburrí con él. Empezamos a ir cada fin de semana a verlo, luego a París, por Navidades, cuando estaba en el hotel Le Meurice, y nos llevaba a comer con sus amigos. Lo fuimos a ver por Pascua a Nueva York, en el St. Regis, fuimos juntos a ver el misterio de Elche, una experiencia inolvidable. Creo que yo era de la poca gente que le rodeaba que no iba a buscar nada, que nunca le pidió un original. Yo era joven, más o menos guapo, lo que le importaba mucho, iba con mujeres que estaban más o menos bien, y hablaba de arquitectura. Y a Dalí, encontrar a alguien con quien poder discutir de Borromini, le resultaba difícil.

¿Y cómo vivió su creatividad?

Él estaba haciendo el museo en Figueras. Si nos hubiéramos conocido cinco años antes, habría podido influir más en el museo. Mi procedencia de la Bauhaus, para entendernos, y su forma de proyectar surrealista hubiera dado juego. Nos divertimos mucho, si tenía una pega yo se la explicaba, y salía de aquella manera fantástica que tenía. Recuerdo que le propuse proyectar en el salón los ojos de Mae West transformados en vistas de París, pero necesitábamos unas reproducciones como de un metro cuarenta, y era inviable imaginarlo por ordenador. Lo hicimos con Oriol Maspons y aquello tenía, claro, un grano tremendo. En su original eso hacía un centímetro y medio. “¡Fantástico, parece un cuadro puntillista de Seurat, déjame que lo acabo!”. Aprendí de él que los problemas los transformaba en posibilidades.

Otro gran amigo suyo es Antonio López, que tiene fama de ser muy atormentado: sufre por la imposibilidad de captar el instante, sufre por haber vendido toda su obra… ¿es así el que usted conoce?

«La moda, que parece tan frívola, tiene un compromiso con la artesanía que en el arte actual, en ARCO, ha desaparecido»

Él es muy mesetario, y yo soy más mediterráneo. También sufre Rafael Moneo, o hace ver que sufre. No veo a Casas y Rusiñol sufriendo. Con Antonio tenemos muy buen rollo. Hace un año, decidí que me iba a esta especie de workshop que él imparte cada verano en la universidad de Navarra. Y nos pasamos la semana discutiendo, la gente ya dejaba de pintar. Pero claro, es la discusión de dos personas a las que les encanta la pintura. Yo le tengo una admiración absoluta, estoy demasiado influenciado por él. Tengo un carácter muy diferente del suyo, pero cuando estoy pintando me pregunto constantemente cómo lo resolvería Antonio. Hizo un texto muy bonito sobre mí, y lo que escribí de él, Dios lo ve, a él le encanta. En este libro digo que en uno de sus cuadros se equivoca en la perspectiva, se lo envié pero no me ha contestado aún. Antonio no tiene mail, no tiene nada, hay que telefonearle… Nos queremos, pero discutimos [risas].

En su libro también se discute qué es arte y qué no. Pensando en los Hirst, los Koons, los Cattelan y los Takashi Murakami ¿no será un error designar con la misma palabra dos cosas muy distintas, la obra de arte clásica y el objeto de especulación de mercado?

Mira, ayer vi en La 2 un reportaje maravilloso de Alexander McQueen, el diseñador. Yo fui a Londres solo para ver su exposición en el Victoria …, absolutamente deslumbrante. Su obra, y la exposición en sí. Y es que la moda, para gente como McQueen o Balenciaga, era artesanía. Esta distinción entre la obra y la mano, que tiene que ver con Murakami y estos, que como todos sabemos no tocan la obra, les dicen a su taller: hágame un perro, hágame no sé qué. En la moda, al menos hasta hace poco, los veías de rodillas, cosiendo, poniendo alfileres, encima de la modelo. La moda, que parece tan frívola, tiene un compromiso con la artesanía que en el arte actual, lo que se expone en ARCO, ha desaparecido.

¿Cuando empezó a desaperecer?

Desde el momento en que Marcel Duchamp, personaje por otra parte apasionante, hace un siglo –¡un siglo!–, puso un urinario encima de una peana y dijo “Esto es arte”…. Eso, repetido durante un siglo, se ha convertido en la academia, en lo peor de la academia. Y hemos llegado a la parida de un plátano pegado a la pared con un esparadrapo. Ahora resulta que el italiano ese dice que va a haber tres originales. De acuerdo, pero a mí los plátanos se me pudren. ¿Estarán tratados químicamente, les habrá inyectado algo? Es un fraude total. Son los rescoldos del arte conceptual, evidentemente. Esto viene del Dadá, ¡pero el Dadá es de 1905!

¿Qué reivindica usted?

La relación mágica entre el cerebro y la mano. Yo, que trabajo con ordenador, cuando tengo que empezar a poner medidas, nunca he dejado de hacer los bocetos a mano. Hay un libro muy interesante sobre esto, The thinking hand. La manualidad se ha marginado completamente. Antes mandaba el Faraón, el Papa, el Rey. Luego la burguesía holandesa, vale, los directores de museo. Ahora manda el Saatchi, veinte personas en el mundo, que mueven todo.

Su libro Contra la desnudez causó cierto revuelo: dijo que las gordas y las feas habían empezado a desnudarse como las sílfides, rompiendo la armonía estética de las playas. Pero las fotografías de Pérez Siquier, por ejemplo, basadas en la adiposidad, la arruga, etc, ¿no exaltan eso precisamente?

«Me parece perfecto que haya chicas haciendo topless. Otra cosa es que ir a una playa nudista me agrade»

A ver, a ver, ha habido un arte no desdeñable apoyado en la fealdad. Pero esto viene de antiguo, ¿eh? Una cosa es que yo esté en contra de que la gente se desnude, y otra que un artista saque partido de esto. A Rubens lo encontraba bonito, pero otros pintores de la época ya remitían a la fealdad. Y hasta Leonardo hizo una serie de dibujos de gente deforme. Prefiero a Helmut Newton, pero respeto que se haga arte con la fealdad.

Un amigo mío suele calibrar los niveles de libertad de los países según la cantidad de topless que se haga. ¿Cree que quienes no lo hacen son más conservadores?

Es evidente que en Estados Unidos está muchísimo menos difundido. Y quizá ha habido un cierto control en los últimos años. Hay algún hotel de categoría que no lo permite, y eso hace 20 años no pasaba. El sitio donde nació esto y es más permisivo es Francia, sin discusión. Pero yo no soy partidario de prohibir nada. Me parece perfecto que haya chicas en las costas españolas haciendo topless. Otra cosa es que ir a una playa nudista me agrade. Esa naturalidad la pongo en cuestión. Ver en un cámping nudista a una fila haciendo cola para el desayuno es Auschwitz con gordos.

Lo cual, supongo, no significa que simpatice con los defensores del burkini…

De esos ni hablemos, ese mundo ya sí que me cae lejos. Pero vaya, nunca he estado en contra del topless, muchas parejas mías lo han hecho y se han censurado más ellas que yo. Para mí desnudarme simpáticamente no tiene nada de malo. Con arena y rocas es más digerible. Cuando te metes en un mundo diseñado, un yate, un banco de poliéster, un tío ahí con los huevos, más chocante es la cuestión. Los aborígenes en Australia están muy bien, y las chicas morenas por las rocas de Formentera. Eso es bonito.

Me interesa también su idea sobre la conexión entre la Semana Santa y el erotismo, sobre la que he escrito alguna vez. ¿Por qué seguirá provocando escándalo?

En la época del Crazy Horse de París, con Bernardine, que era un genio, me llevaron mis padres a verlo con 16 años. Deslumbrante. No había japoneses, era otra cosa. Y yo digo que las dos cosas más sexys que hay son el Crazy Horse y la Semana Santa andaluza. Yo he acabado gritando “¡guapa!”, cada vez que voy me convierto durante un día. Luego pierdo la fe, pero acabo diciendo “esto a lo mejor es verdad”. [risas] Toda la exaltación de la mujer, el incienso… a un árabe lo pone histérico, seguro [risas].

Más polémicas: dijo que le parecía bien que Barcelona estuviera llena de turistas, justo cuando la gente clama por controlar su afluencia. ¿Puede explicarse?

«Yo soy un fanático de Benidorm: está diseñado para que lleguen 250.000 personas un día de verano»

Barcelona nunca ha estado tan bien como en los Juegos Olímpicos, que había gente de todo el mundo. Creo que la gentrificación ha sido una suerte para Barcelona. Todo tiene su parte negativa. Yo me quejo un poco del low cost: volar a estos precios inauditos está cambiando el urbanismo del mundo, no de Barcelona. Yo soy un fanático de Benidorm: está diseñado para que lleguen 250.000 personas un día de verano, aparcando donde quieres y la playa sin atiborrar. Pero una parte del turismo, sobre todo anglosajón, el jueves consulta en internet qué vuelo es más barato, y hay un vuelo de 20 euros a Malta, a Benidorm o Marruecos… ¡tanto les da! Volar, que era una cosa que había que pensarse muy bien, porque era caro, ahora es simplemente una alternativa a quedarse en casa. Piensa en Venecia, una ciudad muy frágil. Algún alcalde ha sugerido que habría que pagar entrada, como si fuera un museo. “¡Ah, una medida clasista!” No me jodas. Los de allí no tendrán que pagar, pero toda esa gente que invade la ciudad y no compra ni un bocadillo, y a las siete de la tarde se van…

A Benidorm se le elogia también su sostenibilidad. ¿Los dueños de chalets ejercen un egoísmo insostenible?

Y como modelo. Porque las vacaciones pagadas tienen un siglo, empiezan en Francia y crean una manera de viajar totalmente distinta. La ciudad extensible, como Los Ángeles, es ecológicamente un error: el coche, la recogida de basuras… La densidad es un valor. Y como la densidad de Benidorm está controlada… Porque allí hay una ordenanza sencillísima: puedes hacer un metro cuadrado de edificio por metro cuadrado de terreno, y no puedes pasarte de esto. Y libertad absoluta de alturas. Los pueblos limítrofes que han copiado la libertad de altura, pero no la de terreno, allí no hay quien viva.

Como devoto de Sicilia, quería preguntarle por su edificio en Pantelleria. ¿Cómo fue aquel proyecto?

Me encantan las ruinas griegas, y en Sicilia hay más que en Grecia, por eso he estado varias veces, y me lo he pasado pipa leyendo El Gatopardo en italiano. Tuve la suerte de que una prima mía se casara con un italiano, y fue de las primeras personas que descubrieron [la isla de] Pantelleria junto con Armani, cuya casa está a 200 metros. En la costa norte, muy protegida arquitectónicamente, solo se podían ampliar viejos damusi, construcciones agrícolas, y se compró una de estas. Cuando acabamos la carrera con Luis Clotet, nos metimos ahí y ha sido de lo mejor que hemos hecho en la vida. El maestro de obras era el maestro del pueblo, el movimiento de tierras se hacía con un burro, pero pusimos orden en aquel terreno y el gran arquitecto italiano Ignazio Gardella dijo que era un edificio preclásico. Y claro, fuimos bastante, volando de Barcelona a Roma, Roma-Nápoles, Nápoles-Palermo, Palermo-Trapani y Trapani-Pantelleria, para aterrizar en una pista de tierra y te venían a buscar con un burro. Era otro mundo. Fue de aquellas obras gratificantes. Y de todas las que hemos hecho, es quizá la única que continúa siendo de la familia que nos la encargó.

¿Cómo evitar que las ciudades europeas se llenen de ocurrencias modernas y, al mismo tiempo, impedir que los cascos históricos se fosilicen?

«Una tienda antigua que era un numismático del Paseo de Gracia… ¿cómo la vais a mantener?»

A los poderes públicos hay cosas que les cuesta mucho controlar. Hay muchas buenas intenciones en el mundo, por ejemplo para salvaguardar la trama comercial de las viejas ciudades, pero fracasa en todos los países que yo visito. Viena, una ciudad que tenía un centro con unos comercios maravillosos de la Secesión, ahora es todo Zara y Mango. Barcelona también, por descontado, pero vete a Praga, a París. Mis padres me llevaban a París de muy pequeño, y recuerdo en la rue Rivoli tiendas de un lujo y una calidad, donde el pavimento del pórtico era un mosaico con el nombre de la tienda… He seguido yendo, y ahora hay una tienda de camisetas J’aime París, otra con reproducciones de la torre Eiffel, y luego otra de camisetas…

¿Todo París es así?

En un lugar que Le Corbusier quería derruir, como el Bagaille, ahora se hacen cosas interesantes, sí. Es verdad. París invirtió un montón de millones en salvar los Champs Elysèes con entradas de granito y no sé qué más, pero en mis tiempos era un sitio lleno de señoras guapas y ahora es un sitio de hot dogs. Ahora bien, cuando alguien dice salvar una tienda, ¿se refiere a salvar la arquitectura? Suponiendo que se pueda hacer, una tienda antigua que era un numismático del Paseo de Gracia, en la vía barcelonesa con más presión comercial… ¿cómo lo vais a mantener? ¿Lo va a pagar la comunidad, el Ayuntamiento? ¿Se le va a decir al propietario que no puede pedir más por el alquiler?

¿Batalla perdida?

Si deja de ser un numismático y se vuelve una tienda de moda, aunque se conserve la arquitectura, se pierde el 90 por ciento. Una excepción son las farmacias que siguen siendo farmacias. En Barcelona las hay modernistas, muy bellas. Ahí hay algo de lo que había. Pero de un viejo ebanista a una tienda de ropa…

¿Qué consejo daría a los arquitectos jóvenes que han tenido que reciclarse con la crisis, o marcharse al extranjero?

Nos sé muy bien qué decirles. La carrera que yo hice era una mezcla de ciencia y arte fantástica, que servía para hacer libros, y muebles, y mil cosas en la vida. Pero claro, cuando yo acabé había dos escuelas, una en Madrid y otra Barcelona, en la nuestra éramos 32 y en Madrid 40, con más volumen de construcción. Y ahora hay cinco escuelas, y salen 300… En aquella época, cuando íbamos por Europa o por América, pensábamos que éramos privilegiados. Los jóvenes arquitectos de Holanda o Inglaterra trabajaban como empleados, a nadie se le ocurría que pudieran abrir un despacho propio, cosa que nosotros considerábamos lo más normal nada más terminar. Pero eso dura lo que dura.

¿Conclusión?

No puedo aconsejar nada, creo que no hay que empeñarse en hacer edificios. Con tu aprendizaje puedes hacer otras cosas bien atractivas. Y lo de irse es una medida bastante desesperada, porque la experiencia de despachos que han abierto en China es durísima, muchos han regresado. A la fuerza ahorcan, claro, y no lo digo por perder tu patria, sino porque las condiciones son duras, hay muchos italianos con escuelas buenísimas y sin obra pública que también están allí.

Barcelona, ¿se ha vuelto un poco inhóspita con todo esto del procès?

Yo no me quiero convertir en el portavoz de una tendencia, pero lo que opino lo he escrito y dicho públicamente. En el aspecto cultural, Barcelona y Cataluña se han convertido en algo francamente incómodo. Es un tema que lo ha teñido todo. Cuando tú opinas de una película, te acusan de cualquier cosa. A la gente del resto de España le cuesta entenderlo y aceptar cómo vivimos los que no somos independentistas aquí, y entiendo que le cueste debido a un montón de factores que nos han llevado a esto y ha entristecido mucho la ciudad. Mucho. Mucho.

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© Alejandro Luque  | Especial para M’Sur

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