Entrevista

Basilio Baltasar

«La guerra de Iraq despertó los demonios familiares de España»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 12 minutos
Basilio Baltasar (Formentor, Sep 2019) | © Cati Cladera


Formentor  |  Septiembre 2019 

 

Secuestrar a Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) un rato antes de la inauguración de las Converses Literàries de Formentor tiene algo de impertinecia, pero el presidente de la cita se presta a ello como un gesto más de hospitalidad hacia la prensa. Conocido primero como editor de la revista Bitzoc, luego como director editorial de Seix Barral, de la fundación Bartolomé March y del periódico El Día del Mundo, entre otros empeños, actualmente esté al frente de la Fundación Formentor, que concede el premio homónimo que en los últimos años han conquistado nombres como Roberto Calasso, Alberto Manguel, Mircea Cartarescu o Annie Ernaux. La entrevista esta vez, en cambio, girará en torno a su única incursión en la novela hasta la fecha, Pastoral iraquí, publicada por Alfaguara en 2013, pero que sigue teniendo una lectura actual. Mientras la noche cae sobre la costa de su isla natal, ocasionalmente interrumpido por el saludo de los invitados del premio que van llegando, Baltasar evoca la inspiración de aquella obra.

¿Recuerda en qué momento decidió debutar como novelista, y además con una novela sobre la guerra de Iraq?

No sé si sabes que un artista mallorquín ha pintado un retablo de 84 metros cuadrados con las imágenes de la Pastoral iraquí. Antonio Socias (con el que en los setenta compartimos piso de estudiantes en Barcelona junto a Miquel Barceló y Pere Joan) ha estado trabajando tres años, y ha realizado un espléndido lienzo, un homenaje a la escuela flamenca del Renacimiento. A través de las imágenes reinterpreta el relato de la Pastoral…. Pero tú me preguntabas por el porqué del tema…

Sí, por favor.

La guerra de Iraq fue la encrucijada de un terrible dilema moral. No sólo fue una guerra en el extranjero, una guerra de ocupación, que nos convertía en cómplices ridículos de una farsa, sino el despertar de los demonios familiares de España. De hecho, si nos detenemos a identificar los momentos críticos de nuestra historia reciente, podremos ver la guerra de Iraq como el fin de los consensos y la apertura de la caja de Pandora. Los truenos y relámpagos que nos han consternado y desbaratado.

De aquellos polvos vienen los lodos que han asolado desde entonces Oriente Medio, pero ¿cómo cree que influyó aquella guerra en España?

«¿Acaso no es Dios el supremo espía, el que todo lo ve?»

Hay una compostura en el ejercicio de la política que obliga a la contención. Cuando la conciencia del límite desaparece, todo se desbarata y se desata el instinto de agresividad. Desde la maldita guerra de Iraq ha surgido una generación de líderes políticos dispuestos a actuar de un modo soez y grosero. Quieren ponerse al frente de una población ferozmente ignorante. Y lo están consiguiendo. Trump es un buen ejemplo.

¿Había tenido algún contacto previo con Iraq, o con iraquíes?

Me documenté mucho, obviamente, pero mi propósito no fue hacer periodismo, sólo literatura. Los dilemas de la condición humana son la materia prima de la ficción. En cada escenario el hombre actúa gobernado por las mismas fuerzas y sin embargo actúa siempre de un modo diferente.

Algo muy de agradecer en la novela es que no haya en ella “orientalismo”, e incluso un personaje como el intérprete se percibe como alguien cercano, no especialmente exótico. ¿Lo buscó deliberadamente así?

El espacio del relato es un cuartel, y en él se reproducen los esquemas costumbristas de nuestra cultura. Un lugar cerrado que reproduce nuestra manera de relacionarnos con el mundo. Respecto a Massoud, el traductor iraquí, el intérprete, el intermediario entre los protagonistas españoles de la acción y ese otro mundo oriental, será el hombre inmolado: Massoud acaba siendo el chivo expiatorio, la víctima sacrificial de esta “comedia trágica”.

¿En qué sentido?

La novela Pastoral iraquí es el juego literario de una parodia. Una comedia trágica representada en el lugar en donde, entre el Tigris y el Éufrates, hubo antes un Paraíso. El protagonista, el que todo lo ve, el que presume de saberlo todo, el que debe conocerlo todo, el capitán de los servicios secretos de información militar, tiene algo de sacrílego: imita al gran Demiurgo, al sabelotodo que le sirve de santo patrón; desea ser tan déspota como el Narrador omnisciente, no dar cuentas a nadie: como el gran Dios mayestático. ¿Acaso no es Dios el supremo espía, el que todo lo ve?

Suele decirse que la primera víctima de la guerra es la verdad. ¿Quiso subrayarlo en la novela?

El capitán que cuenta lo que sucedió en Iraq es un embustero y su astucia narrativa está al servicio de una venganza personal. Todo lo que dice, lo que omite, lo que esconde o proclama, recuerda y olvida, declara o deja en la sombra, responde a un único propósito: justificar su fracaso y desacreditar al culpable de su desgracia. Su inteligencia y cultura no le libra de padecer las pulsiones ruines y vulgares.

¿De dónde tomó el ambiente de la vida militar?

Desde luego, pertenecer a la generación que hizo el servicio militar fue una gran ayuda. Conservo muy vivos los recuerdos de aquella experiencia.

¿Eso que decían que uno se hacía hombre allí, es cierto?

Cómo decirlo… La mili ha sido en las sociedades contemporáneas un rito de paso arcaico: el fin de la adolescencia y el comienzo de la vida adulta. Desde el punto de vista antropológico el servicio militar te proporciona una ocasión única. Te van a despojar de todo lo que te gusta (la ropa, la barba, te raparán a cero, te separan de la familia, de los amigos y de la novia) … todos tus signos exteriores de “identidad” desaparecen de un día para otro. Por lo tanto, es una de las pocas ocasiones en que podrás intentar saber quién eres.

Pues ahora hay quien pide el regreso de esa vía de autoconocimiento…

Decir que la mili fue una experiencia intensa no significa que la recomiende como terapia.

¿Qué otros modelos le sirvieron de inspiración?

«La política y el periodismo fracasan cada día: no nos ayudan a comprender la complejidad de la existencia»

El ejercicio memorialístico del capitán, el narrador de la acción cuyo nombre no conocemos, imita los informes que se han escrito desde el principio de la Historia. El género que sirve de modelo a Pastoral iraquí es el de las crónicas de Heródoto, Tucídides o Bernal Díez del Castillo y está por ello sometido a una sospecha muy parecida. El capitán utiliza las licencias de los cronistas para contar la historia a su manera, rehabilitar su honor, legitimar su auto exculpación y mancillar el prestigio de los que puedan desmentirle.

¿Por qué la literatura española va tan retrasada a la hora de abordar la guerra de Iraq? Además de la suya y la más reciente de Álvaro Colomer, han sido muy pocos los que se han ocupado de un hecho que nos sacudió tanto. Si solo tuviéramos la literatura, aquello no habría apenas existido.

Una pregunta interesante. ¿Cómo es posible que un acontecimiento traumático, que tuvo efectos tan poderosos sobre la conciencia moral española, haya sido descuidado por la imaginación literaria? Me atrevo a pensar que quizá haya un confuso tabú revoloteando por encima de nuestras cabezas. Recuerda el episodio del avión militar que se estrelló en Turquía: un adefesio envejecido y a punto del desguace, alquilado por su bajo precio para llevar a los soldados que, según la retórica del momento, luchaban por la civilización occidental. Que el gobierno de turno les tratara de un modo tan humillante resulta espeluznante y asombroso. Ni el periodismo ni la vía judicial han agotado ni la comprensión ni el significado de aquella estrepitosa ruina nacional.

Antes ha mencionado a Dios, y me ha hecho recordar al personaje del capellán, que me interesa especialmente. Solemos ver a los musulmanes solo a través del hecho religioso, y a veces olvidamos que también la religión está completamente filtrada en nuestra forma de pensar, a menudo en su aspecto más dogmático, ¿no?

En cierto sentido la política y el periodismo fracasan cada día: no nos ayudan a comprender la complejidad de la existencia. Refuerzan los esquemas maniqueos que dominan la interpretación del mundo y la ceguera vocacional. Creo que si algo puede hacer la literatura es introducirnos en la sutileza y la complejidad de los seres humanos. Esa melange de la que hablas: el punto de encuentro entre religión, filosofía, pereza y prejuicios. Puede excitarnos la dialéctica contemporánea y encontrarnos a gusto en la absurda disputa de todos los días. Pero a fin de cuentas eso es una banalidad. Creo que nos concierne el entender, el comprender. Negarse a eso sería el epitafio de la literatura.

Pero hablábamos del elemento religioso. ¿Hay que liberarse de la parte política de la fe?

En el mundo contemporáneo el dogma materialista está ganando la batalla a la filosofía del espíritu. Las formas fanáticas de la religión son estériles e ignorantes, pero necesitamos recuperar la conciencia de la vida espiritual. Y eso se hará con una idea más inteligente de lo político, claro. En la novela que comentamos hay un sutil sustrato metafísico: la Pastoral esboza una alternativa narrativa a los relatos fundacionales del Génesis. El sueño de Merola (protagonizado por un dios senil) y la fantasía de Massoud (protagonizado por un dios desconocido) señalan el origen mítico de nuestra decadencia, de nuestro ocaso. Es la teología de una Humanidad condenada a masacrarse a sí misma, incapaz de corregir el rumbo de su nefasto destino.

Cuando ahora hay quien critica que los españoles no se echen a la calle por Siria como lo hicieron por Iraq, ¿cómo explicaría que se trata de dos cuestiones distintas?

Una primera razón parece obvia: España no ha enviado sus tropas a combatir en Siria. Y eso hace que la respuesta crítica tenga otra intensidad. De todos modos, creo que el espectáculo repugna del mismo modo. Y nos ofende terriblemente.

Que las Converses de Formentor, que usted dirige, se hagan en este corazón del Mediterráneo no parece una casualidad. ¿Cree que es en el Mare Nostrum donde encontraremos la respuesta a los males que afligen al mundo?

«Hay una ironía natural en el carácter mallorquín que nos permite sonreír de otra manera»

Como cuna de la cultura el Mediterráneo nos ofrece las grandes lecciones del mundo clásico. Conocerlas nos ayudará a organizar el presente y diseñar el futuro. Formentor es una modesta proposición cultural y nace con tres objetivos: recuperar el legendario premio Formentor (del que celebraremos ahora la X edición), ofrecer a los lectores la ocasión de encontrarse con autores lejanos, y situar a Mallorca en el circuito de los festivales literarios europeos. El escenario Mediterráneo es una epifanía poética, su manera de entender la cultura se sustenta en un modo de vida apacible, en donde es posible la conversación. Y conversar significa saber hablar con propiedad, y saber escuchar con discernimiento.

¿Y por qué cree que aún hay tantos intelectuales dando la espalda sistemáticamente a cuanto ocurre en la llamada orilla sur, en el supuesto ‘Mediterráneo pobre’?

La geopolítica configura nuestra visión del mundo sin que nos demos cuenta. Los medios elaboran a diario una jerarquía de valores y categorías acerca de lo urgente, lo necesario o lo importante y con esta mercancía construimos nuestra interpretación del presente. Todos participamos en esta confusión. Es cierto que apenas sabemos nada de los vecinos de la orilla sur, pero si Europa es incapaz de resolver sus conflictos ¿quién puede pensar que ayudaremos a los demás a resolver los suyos? Hay una lección que nos queda por aprender: la impotencia. No sabemos acabar con la indignante pobreza en España y sin embargo imaginamos que podemos hacerlo en los países que nos necesitan. Vivimos en un caos de fuerzas contradictorias y eso nos convierte en súbditos ilusos y enfadados.

Hay quien solo ve guerra y fanatismo, y no a toda la gente que pelea en esos países por las libertades y la cultura…

En efecto. El consumo de la información política deforma nuestra mirada y vicia la conciencia que tenemos sobre el otro. No sabemos elaborar una visión ecuánime de su vida doméstica, cotidiana y cultural. Sobre esta ignorancia brotan los prejuicios supremacistas que tan pérfidamente explotan los líderes desquiciados. Por nuestra parte, intentemos contribuir a un modelo de reconocimiento, respeto, intercambio e intersección: eso es el Mediterráneo. El Mediterráneo es una metáfora inagotable. Cuando el mundo de la cultura se reúne para escuchar, está creando cauces para un modelo civilizado de convivencia.

¿La mallorquinidad imprime carácter?

Supongo que hay rasgos del carácter que hemos heredado. Hay una ironía natural en el carácter mallorquín que nos permite sonreír de otra manera. Y una filosofía escéptica suavemente inscrita en los genes que nos protege de la credulidad contemporánea.

Para terminar, ¿será Pastoral iraquí su primera y última novela, o habrá más entregas?

Estos años han sido tan absorbentes que he postergado las oportunidades de reclusión, tan imprescindibles a la hora de hacer literatura.

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© Alejandro Luque  | Especial para M’Sur

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