Crítica

Escape del paraíso

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 8 minutos

Margo Rejmer

Barro más dulce que la miel

Género: Ensayo
Editorial: La Caja Books
Páginas: 320
ISBN: 978-84-1749-629-6
Precio: 20,90 €
Año: 2018 (2020 en España)
Idioma original: polaco
Título original: Błoto słodsze niż miód
Traducción: Ernesto Rubio · Agata Orzeszek

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Seguro que usted ha visto la foto. Puede que incluso la haya compartido en sus redes sociales, con el bienintencionado rubro “inmigrantes españoles llegando a Argentina” o similar. Sí, esa imagen impactante de un buque atestado de pasajeros que se arraciman sobre cubierta y se encaraman a cualquier saliente, una barandilla, una escalera, una chimenea. Sin embargo, si reparamos en el nombre del barco, Vlora, y de su procedencia, Durrës, entenderemos que se trata de una nave de pabellón albanés. Y albaneses fueron, en efecto, los desesperados, entre 10.000 y 20.000, que en agosto de 1990 lo abordaron con el legítimo y acuciante deseo de escapar del paraíso.

Aunque este suceso ha sido objeto de reportajes y documentales, la dictadura comunista en Albania, su fundamento dogmático y su aparato represor son relativamente misteriosas para el ciudadano de a pie, en comparación con la ingente información que tenemos de los gulags soviéticos, la revolución cultural china o los jemeres rojos. Es cierto que teníamos las novelas del gran Ismail Kadaré, de Fatos Kongoli o de Bashkim Shehu, pero la literatura periodística, sociológica e histórica parecía hacerse rogar, o estaba confinada a circuitos minoritarios.

El libro que nos ocupa no es, vale decirlo de antemano, un documento imparcial, pues quienes en él prestan sus testimonios son las víctimas de aquel sistema, los inconsolables sobrinos a los que el “tío Enver” –como era conocido el dictador Hoxha recordando aquel otro parentesco devastador, el del “padrecito Stalin”– arruinó la vida.

Daría para un análisis detallado, siempre que la óptica fuera la psiquiatría más que el Derecho

La periodista polaca Margo Rejmer, conocida por ese Bucarest, polvo y sangre que podemos encontrar en la misma editorial, apuesta por dejar que los protagonistas hagan lo que no pudieron hacer en aquellos años terribles, expresarse libremente. A la manera de la maestra Svetlana Alexievich, la mano de la autora parece mínima, hasta el punto de hacerse invisible, lo cual no significa que no haya un meritorísimo trabajo de reunión, edición y ordenamiento del material.

Todos los paraísos se parecen, pero todos poseen sus peculiaridades. El albanés prometido por Hoxha tuvo entre sus características principales un progresivo aislamiento de sus socios ideológicos en todo el mundo (tomó distancia hasta de Pekín, cuando todavía estaba muy lejos la asunción por parte del comunismo chino del capitalismo salvaje), su demencial proyecto autárquico y la mano de hierro con la que se aplastaba no solo cualquier disidencia, sino el más tímido intento de alejarse del edén. “No teníamos campos de concentración donde se hiciera jabón de las personas”, evoca un entrevistado, “pero teníamos las fronteras mejor vigiladas del mundo”.

En efecto, el código penal y penitenciario albanés de los tiempos de la dictadura daría para un análisis largo y detallado, siempre que la óptica fuera la psiquiatría más que el Derecho. Uno no puede sino preguntarse cuán vulnerable debía de sentirse el aparato del Estado para repartir condenas por las cuestiones más absurdas: siete años de cárcel por decir que las bicicletas yugoslavas eran mejores que las patrias, cinco por quejarse de la calidad del pan. Dos años de cárcel por exclamar, durante un partido entre Albania y la RFA, “¡Qué bueno es ese Beckenbauer!”

“La culpa colectiva era la esencia del comunismo albanés”, afirma uno de sus supervivientes

Incurrir en alguna de estas gravísimas faltas, no digamos ya huir al otro lado de la frontera, implicaba extender la infamia sobre todos los miembros de una familia, como recordarán los lectores de Una nulidad de hombre de Kongoli, con aquel chaval protagonista aterrado con que se divulgara que su tío era un fugado. “La culpa colectiva era la esencia del comunismo albanés”, afirma uno de sus supervivientes. “Llevabas años sin mantener contacto con tu hermano, pero si era precisamente él quien había tenido la idea de huir del país, te desterraban a una aldea del fin del mundo”. Del fin del mundo albanés, cabe matizar.

La persecución se extendió, cómo no, sobre todas las confesiones, pues era evidente que Hoxha se consideraba un Dios –tenía en su biblioteca un buen número de títulos sobre religión, tantos que podía considerársele un experto– y no podía tolerar que ninguna otra divinidad le hiciera sombra. Torturas y encarcelamientos se cebaron con los ministros de esta y aquella fe, aunque la peor parte parece que se la llevaron los católicos, acusados de “espionaje a favor del Vaticano, actividades contra el Estado y traición a la patria”.

Se trataba, por un lado, de crear un clima de terror que condujera de forma inequívoca hacia la obediencia ciega y las filas sin fisuras, pero para ello los dictadores suelen echar mano de una herramienta de lo más socorrida: el absurdo. Imponer lógicas que a priori no merecerían ese nombre, cambiar sobre la marcha el significado de las cosas, crear, en definitiva, un mundo muy parecido al que el griego Lanthymos retrató en la magistral Canino, eran monedas de uso corriente en la contabilidad del régimen.

Un regalo: envoltorios de dulces arrastrados por las mareas desde las costas de Italia

Así, el Partido elegía la carrera que debías estudiar, y hasta tu pareja, abortando las relaciones “inadecuadas” y fomentando las convenientes, siempre según criterios de interés nacional, fuera lo que fuera dicho interés. Y si había que ayudar a la agricultura para levantar el país, no se dudaba en pedir a todos los albaneses de bien que aportaran sus excrementos en un cubo, debidamente trasladado al punto oficial de recogida, “como ofrenda a la madre tierra”.

La austeridad extrema en la que vivían o malvivían los albaneses se manifiesta en varios reflejos demoledores: el hecho, por ejemplo, de que se obsequiaran entre ellos con envoltorios de dulces arrastrados por las mareas desde las costas de Italia, y que los niños jugaran a adivinar qué ignotas delicias podrían haber albergado en su interior. Escenas que no eran más tristes que aquellas en las que quienes poseían algo hermoso o diferente a lo que tenían los demás, una joya heredada o unos zapatos, solo podían usarlos dentro de casa, para no llamar la atención.

El libro de Rejmer está lleno de anécdotas de las que rompen el corazón, pero de vez en cuando asoma el recurso que salva a tantos, el que acaso más temen los tiranos: el humor. Un botón de muestra es esta conversación entre presos:

—¡Vaya chatarra albanesa de esposas!
—¡Pues mira! A mí no me hacen daño.
—Porque las tuyas son alemanas, ¡de lujo!
—¡Espía soviético el que lleve esposas alemanas!

No quiero concluir esta reseña sin felicitar a la joven editorial, La Caja Books, por la belleza del diseño, la generosidad tipográfica, el cuidado en los detalles y todo lo que hace más agradable la lectura de este volumen.

Agradable a la vista y el tacto, pero de las que te dejan el alma por los suelos, porque aunque alguna voz afirme que nada ha cambiado en el fondo en Albania, salvo el lenguaje de la política –lo cual sea tal vez exagerado– lo cierto es que el resultado final, el desenlace de esta larguísima noche de más de 40 años no está, no puede estar a la altura de tantos y tan crueles sacrificios personales. Una invitación a la crítica, la autocrítica y la reflexión, por si hubiera todavía nostálgicos de las utopías a ese precio. Espía soviético el que no lo lea.

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© Alejandro Luque | Especial para M’Sur

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