Crítica

Cecilia Mangini o el documental como necesidad

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 5 minutos
Un viaggio a Lipari
Dirección: Cecilia Mangini, Paolo Pisanelli

Género: Documental
Guion: Cecilia Mangini
Produccción:
Duración: 7 minutos
Estreno: 2017 (1952)
País: Italia
Idioma: italiano (subtitulado)

 

Cecilia Mangini era una inquieta veinteañera oriunda de la Italia meridional cuando decidió viajar un poco más hacia el sur, desde el tacón de la bota hasta la punta, con destino a las islas Eolias. Huía, según recuerda, de las playas de postal, buscando lo que definía como “la Italia verdadera, la antigua”. Que esto lo tuviera tan claro en 1952, cuando todavía el turismo no estaba masificado, habla de la precoz lucidez que asistía a la joven.

El viaje a las islas Lípari y Panarea cambiaría su vida más de lo que podría haber soñado: allí encontró a su compañero, el que sería el conocido director de cine Lino del Fra, y allí sellaría su vocación por la fotografía, que andando el tiempo se extendería al cine documental. La película Un viaje a Lípari (2017) rescata las instantáneas que tomó entonces con su Zeiss Super Ikonta 6×6, especialmente atraída por las canteras de piedra pómez.

Aunque todavía tendría mucho que aprender —y bien que lo haría en los años posteriores—, en esta cinta de apenas siete minutos ya hay una mirada completa, atenta y sensible. El blanco y negro no nos impide disfrutar del contraste entre el color adivinado de ese mar Tirreno, que puede llegar a ser perturbadoramente azul, y la claridad de las cavas y del paisaje rocoso. Lípari, aquella Lípari que había sido colonia penitenciaria —que le pregunten si no al viejo Curzio Malaparte, que cumplió cinco años de condena allí por burlarse de las corbatas del Duce— todavía no era el imán de bañistas ociosos que es hoy, sino esa ínsula subdesarrollada, satélite de otra isla, Sicilia, igualmente dejada de la mano de dios.

Sabe que la crudeza puede atraer la atención sobre un mensaje de denuncia, pero también la belleza

La curiosidad de la antropóloga la guía, pero sin una poética de fondo, que presumimos casi innata, el resultado final no habría sido el mismo. Hay un empeño documental que se adhiere a la belleza sin dejar de denunciar la cuestión social del asunto, la muerte por siliciosis que aguardaba a aquellos mineros a cielo abierto. Pero todo es sutil, equilibrado, servido en su medida justa. Quizá testimonio de un tiempo en que no era tan necesario gritar, disputarse la atención con otros millones de imágenes que desfilan ante nuestros ojos a una mareante velocidad. Ella sabe que la crudeza puede atraer la atención sobre un mensaje de denuncia, pero también la belleza. Es el trabajo de una fotógrafa que se toma su tiempo, y espera lo mismo del espectador. Los que tengan prisa pueden continuar su camino, y que les vaya bien.

Ser fotógrafa era, según sus palabras, “despojarte de todos los prejuicios” y “buscar algo más profundo que la realidad”. ¿Puede haber en este Festival de Cine Europeo de Sevilla, donde se le dedica una retrospectiva, lección más vigente, mejor conservada en el tiempo? También asegura Mangini, a sus noventa y tantos años, que el documental era “la forma más libre de hacer cine”. Estoy convencido de que podría acumular muchos argumentos para reforzar esta idea.

Cecilia Mangini tenía una Zeiss Super Ikonta 6×6 y toda la vida por delante

Pero entonces, a sus veintipico años, todo esto no debía de ser más que una intuición. Tenía una Zeiss Super Ikonta 6×6 y toda la vida por delante. Una vida para ejercer la crítica cinematográfica, para hacer películas junto a su esposo, para colaborar con Pasolini, para invitar a reflexionar sobre el pasado y el presente de su país, viajar por el mundo y enarbolar causas cívicas.

Su cine habla de mujeres trabajadoras y de eutanasia, de Antonio Gramsci y de Stalin, nos muestra a las devotas del Amor Divino y a las plañideras. Y ahí sigue esta señora, pasando los 93 años y sin embargo una de las cineastas más jóvenes que podemos ver en este Seff.

Un simple experimento: ahora que vivimos todos embozados en nuestras mascarillas, prueben a ver un trabajo como Facce, y piensen en toda la humanidad que encierra un rostro, en toda la que es capaz de captar una cámara. “El documental es una necesidad”, concluye Mangini, “porque nos coloca en condiciones de pensar nuestro presente, de conectarlo al pasado y proyectarlo hacia el futuro”.

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