Crítica

Algo es algo

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 5 minutos

Michèle Audin
Una vida breve

Género: Ensayo
Editorial: Periférica
Páginas: 168
ISBN: 978-84-1826-468-9
Precio: 16,50 €
Año: 2013 (2020 en España)
Idioma original: francés
Título original: Un vie brève
Traducción: Pablo Moíño Sánchez

Este libro es la crónica de un fracaso: el que nos aguarda a todos los que, en algún momento, hemos intentado plasmar con palabras la vida de alguien que ya no está. Como siempre sucede en estas empresas, se trata de una carrera contra el tiempo, porque nuestras fuentes tienen la mala costumbre de ser muy frágiles. Los testigos se mueren, los papeles se deterioran, los recuerdos se desvanecen o se tergiversan. Y sin embargo, no hay forma de resistirse a esa tentación de hacer de detectives en el tiempo, de salvar a alguien, si no de la muerte que es nuestra suerte común, de esa otra muerte que es el olvido.

Desde luego Michèle Audin, matemática e historiadora, no ha querido resistirla. El objeto de su misión es su padre, Maurice Audin, un nombre de resonancias trágicas en Francia por lo que tiene de símbolo de la brutalidad colonialista. En 1957, con apenas veinticinco años, fue detenido durante la batalla de Argel y torturado hasta la muerte. Su asesino nunca fue identificado, su cadáver nunca apareció. Ni Michèle, que era una niña en aquel momento, ni su familia, pudieron velar el cuerpo ni darle sepultura.

Tal vez por eso, la autora de Una vida breve sintió un buen día la necesidad de erigir un panteón de papel en memoria de su padre. Pero no solo del militante comunista, del mártir, ni siquiera del joven matemático de prometedora trayectoria, aspectos que durante décadas han sido glosados por expertos en varias disciplinas. Michèle Audin quiso reconstruir la personalidad del muchacho y sus fugaces pasos por la Tierra con la mayor exactitud posible. Hablar del hombre, no del caso.

Va dibujando ese mundo que ya no existe pero que sigue flagelando la conciencia de Francia

Un propósito, ya lo he dicho, condenado al fracaso, porque 60 años después de aquel desembarco de paracaidistas franceses en Argelia lo que quedan son teselas, vestigios, esas osamentas dispersas de parque arqueológico que no siempre es fácil ensamblar. Y sin embargo, nos dice la autora, hay que intentarlo. Con la documentación a mano, certificados oficiales y notas domésticas, cartas, libros, con los recuerdos de los supervivientes de aquella época. A veces, en algunos detalles, se logra algo próximo a la nitidez. En otros momentos, la autora, y nosotros con ella, nos resignamos a la conjetura.

¿En qué lugares vivió el joven Audin y su esposa? ¿Sabía nadar? ¿Tenía carné de conducir? ¿Era feminista? ¿En qué momento abrazó la militancia política? Algunas preguntas tienen respuesta, otras no. Y entre unas y otras, se va dibujando ese mundo que ya no existe pero que sigue flagelando la conciencia republicana del país galo, el de la pobreza, el analfabetismo y el apartheid. Y el de los sueños de emancipación y de hermandad de los obreros del mundo, ese que tiempo después iba a ser reemplazado por la hermandad solo entre compañeros de creencias, con todas las pesadillas subsiguientes.

La detective Michèle encuentra consuelo en cualquier pista: en el agujerito de quemadura que descubre en un papel, y que indica que su padre fumaba. O, como buena matemática, en el examen de los cuadernos de gastos de la familia, que le permite saber cómo vivían sus padres… y confirmar, al ver que hay una anotación de compra de gasolina para mechero, que su padre fumaba. Quienes hayan ensayado ese ejercicio alguna vez con un ser querido o cualquier otro personaje sabrán de qué hablo: cualquier detalle escamoteado al olvido es una gran victoria.

Y lo es, sin duda, el resultado final. Ya saben aquello de Beckett, el tamaño del artista también se mide, sobre todo se mide, por su fracaso. Y Michèle Audin, en el suyo, ha logrado mantener viva la llama de la persona y del símbolo.

No haría falta añadir nada más, pero este libro tiene un hermoso epílogo, algo parecido a un final feliz. Vio la luz en 2013, cinco años después de que su autora rechazara la Legión de Honor ofrecida por Nicolas Sarkozy, quien se negó a aclarar la desaparición de Audin. Cinco años después de la edición de Una vida breve, en 2018, el Gobierno francés pedía perdón por primera vez a la familia. Algo es algo.

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