Opinión

Enfermar en una cárcel israelí

Amira Hass
Amira Hass
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De repente los medios de comunicación israelíes han informado que en apenas dos días se han diagnosticado 66 nuevos casos de covid-19 entre los palestinos detenidos en la cárcel de Gilboa. Me pregunto si la noticia habrá estimulado la memoria de los jueces de la Corte Suprema, Ofer Grosskopf, David Mintz e Isaac Amit. A finales de julio, los tres magistrados habían rechazado una petición que subrayaba el riesgo de que la covid-19 se difundiera en aquel establecimiento, ubicado en el norte de Israel.

Grosskopf, Mintz y Amit habían aceptado la opinión del fiscal, según el que el servicio penitenciario de Israel estaba haciendo lo posible para evitar el contagio de los detenidos en todas las estructuras del país. En junio, el mismo tribunal había rechazado otra petición que solicitaba la excarcelación anticipada por causa de la pandemia para algunos detenidos en las prisiones de alta seguridad.

Las nuevas reglas del servicio penitenciario en la era de la pandemia aceptan la excarcelación de los presos que hayan sido condenados a no más de cuatro años de prisión y a los que les queda por cumplir menos de un mes entre rejas. La normativa ha motivado la puesta en libertad vigilada de un millar de personas y permite también excarcelaciones en prisiones al límite de su capacidad. Pero se ha hecho una excepción con los prisioneros palestinos en las cárceles de alta seguridad. La Corte Suprema ha quedado imperturbable ante esta enésima discriminación y ha rechazado la petición.

El tamaño medio de una celda en Gilboa es de 22 metros cuadrados y en ella viven seis personas

Desde el inicio de la pandemia, la mayor parte de los detenidos (árabes e israelíes) han vivido en el miedo al contagio. Las condiciones de las cárceles israelíes son pésimas, con un enorme hacinamiento. No sorprende que el fenómeno sea especialmente grave en las estructuras que albergan a palestinos. El tamaño medio de una celda en Gilboa es de 22 metros cuadrados, de los que hay que restar cerca de seis metros cuadrados por ducha, baño y minicocina. En cada una de estas celdas viven seis personas, con menos de tres metros cuadrados por cabeza.

Hasta la semana pasada, la situación en las cárceles parecía estar bajo control. El número de detenidos contagios era relativamente bajo, y los enfermos estaban repartidos en diversos establecimientos. En julio había siete contagiados, solo dos de ellos en las prisiones de alta seguridad. Ninguno en Gilboa. Pero el 3 de noviembre llegó la noticia de que 66 palestinos detenidos en Gilboa habían dado positivo. El 5 de noviembre, el número subió a 87: son 21 contagios en dos días en una población carcelaria de 450 presos. En menos de una semana, el virus ha alcanzado el 20 por ciento de los detenidos.

Israel y sus instituciones son hoy día adictos al desprecio por la vida de los palestinos

¿Han reflexionado los jueces de la Corte Suprema sobre esta subida de los contagios? ¿Han pensado que los promotores de la petición sabían bien de qué estaban hablando, cuando subrayaban el riesgo de un foco de infecciones en Gilboa? ¿Han pensado que quizás las autoridades carcelarias no se están empleando a fondo para evitar un foco de contagio precisamente en la estructura indicada en la petición? ¿Recuerdan qué han afirmado los abogados del Centro legal por los derechos de la minoría árabe en Israel? En aquella ocasión, los magistrados han repetido la opinión del Gobierno, es decir que el “distanciamiento físico” para dificultar el contagio no se aplica a los presos, porque a ellos se les debe considerar como componentes de una unidad familiar que vive en un único espacio compartido. También en Gilboa.

Los abogados del Centro legal por los derechos de la minoría árabe han subrayado que los guardias de la cárcel entran en todas las celdas unas cinco veces al día. “No es como una casa privada donde se puede impedir la entrada del guardia para estar a salvo”, explicaron. “Los guardias entran y salen, luego regresan a casa y al dia siguiente vuelven a trabajar”.

Israel y sus instituciones son hoy día adictos al desprecio por la vida de los palestinos. Es por eso que han rechazado dos peticiones que pedían adoptar medidas fácilmente aplicables, que habrían podido reducir el riesgo de contagio entre los presos palestinos.

El tres de noviembre le pedí al portavoz del servicio penitenciario los datos sobre el contagio entre todos los presos, hombres y mujeres, israelíes y palestinos. Quería saber el número de los que habían dado positivo desde el inicio de la pandemia, el número de las personas actualmente infectadas y el de las personas gravemente enfermas. Pregunté si en otros establecimientos, que no fuesen Gilboa, se había registrado un aumento tan importante de casos. Pensaba que estos datos serían accesibles de forma inmediata en el sistema informático. Pero el portavoz del departamento ha tratado mi solicitud como si se tratara de una compleja investigación.

Tras un segundo intento, recibí los datos enseguida: En los últimos nueve meses se infectaron 23 presos. Otros 87 se contagiaron en esta última semana. Todos en la cárcel de Gilboa. Hasta el 5 de noviembre.

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© Amira Hass  | Primero publicado en Internazionale | 22 Nov 2020 | Traducción: Ilya U. Topper a partir de la versión italiana de Andrea Sparacino.

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