Crítica

La pérdida de la inocencia

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 4 minutos

Jan Dost

Un autobús verde sale de Alepo

Género: Novela
Editorial: Oriente y Mediterráneo
Páginas: 168
ISBN: 978-84-1216-620-0
Precio: 14 €
Año: 2020
Idioma original: árabe
Traducción: Naomí Ramírez Díaz.

¿En qué momento dejamos de creer en la épica de la guerra? No en Vietnam, que todavía habría de inspirar alguna aventura de los rambos de turno. Ni si quiera en Iraq, que también ha prestado al cine el escenario de alguna que otra hazaña bélica. Lo cierto es que, a día de hoy, hace falta ser muy inocente para creer que un conflicto armado sea otra cosa que un juego de intereses oculto tras una bandera, y una trituradora de vidas humanas.

No habrá, desde luego, quien le encuentre gracia alguna en este sentido a la guerra de Siria, que lleva una década sumida en una guerra devastadora, que a la vez ha servido para que el dictador Bashar Al Asad se afiance en el poder y que las potencias internacionales libren su particular partida de ajedrez en tablero ajeno. Y no se la encuentra Jan Dost, escritor kurdo sirio, que ha querido mostrar su visión del tema en esta novela, Un autobús verde sale de Alepo.

Lo mejor que se puede decir de esta obra, de entrada, es que es una novela-novela. Esto, que pudiera parecer una obviedad, no lo es tanto si consideramos que la función del género no es tanto explicarnos la realidad, que para eso ya está el sufrido periodismo, sino ir un paso más allá, llegar hasta donde las crónicas y los reportajes no alcanzan. Hasta esa verdad que solo la ficción puede revelar.

A través del personaje central de Abu Leila y su familia, nos trasladan al contexto de ese destripamiento del país. Articula la historia un curioso fenómeno, los autobuses verdes del gobierno que, en los barrios orientales de Alepo, transportaban a los soldados con armamento ligero y a algunos civiles, y que según explica Dost, acabaron convirtiéndose en un símbolo de la victoria de las fuerzas del régimen. En particular, después de que el acuerdo entre Rusia y Turquía permitiera salir a esas personas con garantías, siempre bajo la premisa de que Alepo “rendía pleitesía”.

De algún modo, la novela nos recuerda que sufrir una guerra es la más eficaz forma de perder la inocencia. Hasta ese momento, uno quiere creer –y el bueno de Abu Leila lo hacía– que las cosas, por muy mal que fueran, podrían reconducirse siempre gracias a un orden superior e inmutable que vela por el equilibrio universal. Hasta que los escombros te rodean y te das cuenta de que todos los discursos, las promesas, las alianzas y los organismos internacionales han desaparecido sin dejar rastro.

La víctima de una guerra no es, en efecto, un ser clarividente que entiende perfectamente la jugada en la que está inmerso. Por el contrario, se trata esencialmente de un hombre (o una mujer) alucinados, sumidos en la perplejidad. La nieta Maysún, que juega en la calle ajena a los bombardeos, su madre Leila, la abuela Nazli, el joven Omar, enrolado en el Ejército Sirio Libre, Asem empujado al mar para huir del caos, Abdel Naser a los campamentos palestinos… Todos componen una metáfora coral del absurdo de la guerra, de su demoledora capacidad para abolir el sentido de la realidad.

Porque sí, sabemos que en el principio hubo protestas legítimas, guiadas de construir un futuro diferente para el mundo árabe, desde Rabat hasta Mascate. Que un gobernante sin escrúpulos usó todos los medios legales e ilegales contra su propio pueblo. Y que a partir de ahí, el país que conocíamos como Siria se fue al diablo. Esos son los hechos analizables, sí, pero el día a día de la gente bajo las balas es otra cosa. Es la lógica estallando en mil pedazos.

Confieso que el final de esta novela –que naturalmente no desvelaré– me decepcionó un poco, por lo que tiene de cliché, de solución demasiado clásica. Y sin embargo, me parece muy importante que se escriban, y se traduzcan en nuestro país, obras como Un autobús verde sale de Alepo, miradas y voces que perduren cuando las noticias de hoy solo sirvan para acumular polvo en las hemerotecas o envolver el pescado del día siguiente.   

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