Entrevista

Sandro Veronesi

«El hombre del futuro será una mujer»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 18 minutos
Sandro Veronesi | © Marco Delogu / Cedida

 

Cádiz | Noviembre 2020

En la pantalla, el rostro de Sandro Veronesi (Florencia, 1959) refleja cierto cansancio que se vuelve elocuencia desbordante y pasión cuando se abordan temas de su interés. El escritor que se dio a conocer en España en 2005 con su novela Caos calmo, y que el año pasado adquirió protagonismo en la polémica sobre la inmigración en su país con el breve ensayo Salvar vidas en el Mediterráneo, todos en Anagrama, está de vuelta con su obra más exitosa, El Colibrí, que no ha podido presentar en nuestro país debido a la pandemia. Una novela sobre el dolor y el amor que se ha convertido en un fenómeno de ventas en Italia y que ha consagrado a Veronesi como uno de los escritores con voz propia de su generación.

El Colibrí habla de dolor. El pasado mes de marzo, cuando vi el libro en las librerías de Roma, no podíamos imaginar que sería un año tan doloroso. ¿Podemos hablar de una novela, en ese sentido al menos, profética?

Desgraciadamente, cuando suceden estas cosas epocales, que vienen por suerte una o dos veces en un siglo, muchos libros resultan proféticos. En tiempos normales, un poeta, un artista, rebusca en su propio dolor, en ese dolor íntimo que no pasa a la Historia. Pero cuando este dolor se comparte, se consolida en la Historia de un pueblo, o de la Humanidad como en este caso, su trabajo se vuelve profético. No podía imaginarme que este libro se leería en un momento de aflicción. Podía imaginarme cualquier otra cosa, pero nunca un virus: me rondaban las cuestiones relacionadas con el clima, la degeneración de la vida política, con las últimas salidas de tono de Trump, Bolsonaro, Boris Johnson o de nuestras derechas españolas, italianas y francesas… Todo aparece metaforizado en mi novela. Pero no me imaginaba que pudiéramos llegar a esta situación, con la boca cubierta por una mascarilla.

¿Cómo le ha afectado personalmente?

Ahora estoy esperando el resultado de un PCR, porque el test serológico parece haber salido positivo. Nada de contacto con los niños pues, estoy metido en mi cuarto como un apestado… con una novela que habla del dolor, de afrontar ese dolor que estaba demonizado en nuestra sociedad. Soy el primero en estar impresionado con todo esto. Y por otra parte, en el año 2020 he sido muy afortunado. Han muerto amigos míos, ha sido muy duro, y sin embargo he publicado el libro que mejor ha ido de crítica y ventas de cuantos he escrito.

¿Se siente un poco culpable por haber tenido un buen año en el peor año para la mayoría?

«La lectura ha aumentado en Italia: es un bien-refugio, como se dice del oro en la economía»

Sí, porque algo bonito cuando llega la suerte es compartirla. Y compartir es lo primero que se pierde en estas circunstancias. Estoy escribiendo un artículo sobre las cárceles italianas, donde hay una emergencia sanitaria, masificación y alto riesgo de contagio. Pero la aflicción de los presos ha aumentado porque ha acabado el tiempo de compartir. No es posible el distanciamiento físico, porque en una celda conviven el doble de presos de lo normal, pero el distanciamiento emotivo es un hecho. No se puede recibir el paquete de alimentos de la familia, que era cuando con los compañeros de celda compartían los spaghetti, el atún… Hay realmente un momento de distancia sentimental. En mi caso, no puedo compartir lo más bonito que me ha pasado. Claro que no puedo compararlo con otras penas, con las 830 muertes que hubo ayer en Italia…

¿Se siente culpable al comparar?

Es algo más que sentirse culpable, es no saber dónde mirar. Si miras la aflicción, reconoces en tus ojos una sombra de satisfacción sobre lo que le está ocurriendo a tu libro. Si miras con satisfacción, viene el sentido de solidaridad hacia todos los que sufren. Es muy difícil mantener el equilibrio. Pero me consuela que la lectura sea una práctica muy benéfica, te permite observar las cosas desde otro punto de vista. El riesgo es cuando nuestro punto de vista se vuelve tan pesado que no podemos salir de él. La lectura rompe eso, y en Italia ha aumentado seguramente por eso. Es un bien-refugio, como se dice del oro en la economía.

Se ha hablado también de El Colibrí como una novela sobre la vida burguesa. ¿Se había olvidado la literatura de ésta?

Creo que la concepción burguesa de la novela como instrumento, desde su nacimiento hasta su desarrollo en el siglo pasado, viene ligada a las vanguardias y su pulsión antiburguesa, que sacaba a la novela fuera de las cosas importantes de hacer y de leer. La novela no es culpable de ser burguesa: nació con la burguesía francesa, inglesa, alemana… que se alfabetizaba y encontraba placer en Dickens y Victor Hugo. Quiero decir que nace burguesa, pero se ocupa en seguida de asuntos no burgueses: basta pensar en obras maestras como las del propio Dickens o en Los miserables. La necesidad que lo creó como forma moderna de disfrute era burguesa, como confrontación a la aristocracia. Era un paisaje democrático, que ampliaba el público de un arte nuevo, pero interpretada de manera sublime por grandísimos escritores. Esto, en mi opinión, no es una culpa. Por otra parte, yo no veo otra cosa que burguesía a mi alrededor.

¿Todos somos burgueses?

«No creo que una novela tenga que ser un instrumento de lucha política, y menos contra la burguesía»

Aparte el bajo proletariado, que es el de los inmigrantes clandestinos, yo no veo más que una gran burguesía de varios niveles. No hay más que gustos burgueses compartidos, vulgares para la aristocracia, pero que son una conquista de lo que alguna vez llamamos clases subalternas. El proletariado no tenía tiempo de dedicarse a todos los divertimentos que nos rodean hoy. Que una novela deba hablar solo de cosas extremas, y no de este mainstream en que vivimos, resulta absurdo, porque los sueños, esperanzas, destino, sufrimientos y dolores de la burguesía pueden ser los de todos. Y no creo que una novela tenga que ser un instrumento de lucha política, y menos contra la burguesía que lo ha generado. Sería una especie de parricidio.

Por ahí iba mi próxima pregunta: su elección de dejar fuera de la novela a la política, ¿no implica dejarla fuera de la vida, como si ésta, y los políticos especialmente, no formaran parte de ella?

Creo que la novela, que tiene 200 años de Historia, pierde mucha de su fuerza si se consagra a la lucha política. Los grandes que han combatido por un mundo más justo, cuando han escrito novelas, lo han hecho de un modo bastante decepcionante. Hablo de Orwell, hablo de aquellos que han mirado a larga distancia, pero no lo han hecho con las novelas, porque la novela de tesis política es muy débil. Las novelas de Vargas Llosa cuando habla de la dictadura, La ciudad y los perros, Conversación en la Catedral, van más allá de la política. Puede hablar de un colegio militar, pero lo hace también de la vida burguesa, de la relación entre padres e hijos. Viendo la situación actual, la política es muy aburrida. Yo el año pasado quise publicar un pamphlet para elevar una protesta frente al cierre de los puertos y la criminalización de las ONGs. No es una novela, es un pequeño ensayo, pero la novela en mi opinión habla de política si es necesario, si la historia lo pide.

¿No lo pedía El Colibrí?

«Cuando se llega a la paridad se alcanzará automáticamente la primacía de la mujer sobre el hombre»

Los años 70 en los que vive en Florencia mi personaje Marco Carrera, El Colibrí, no son necesariamente los Años de Plomo. Fuera de las dos metrópolis de Roma y Milán, o en las ciudades industriales como Nápoles o Turín, no eran tiempos tan políticos. Por no hablar de la exterminada vida de provincias italiana, donde no se sentía nada de eso. Es pues normal que Marco Carrera venga investido de las grandes conquistas culturales de ese tiempo, la música, etc, y no venga investido de política. No hay ninguna falta de sensibilidad en ello, crece con lo que hay a su alrededor. En resumen, la novela no es el instrumento para transmitir mensajes políticos; puede transmitir el testimonio, pero ni siquiera está obligada a ello. La novela es un lugar de absoluta libertad, no debes sentir la obligación de hacer nada que no quieras hacer.

Para acabar con El Colibrí, no quiero olvidarme de un detalle, sin querer destripar la novela: el “hombre del futuro” es una mujer. No podía ser de otro modo, ¿no?

Sí, estamos convencidos todos los que formamos parte de una cierta cultura. Porque todavía hay una que para nada lo está: esa gente que, por ejemplo, ante una mujer que ha sido violada se preguntan si ha provocado ese acto violento con una minifalda. Por un lado asumo que es algo banal decir que el hombre del futuro será una mujer, y por otro sería una conquista si efectivamente se concediera a las mujeres la posibilidad de ocupar ciertos espacios, porque hay todo un sistema que tiende a limitar la paridad. Un sistema construido durante siglos por los varones que aspira a preservar sus privilegios, obviamente. Sin embargo, llegará antes o después esa paridad. Y en mi opinión, cuando se llega a la paridad se alcanza automáticamente la primacía de la mujer sobre el hombre. Si se libera la opresión, la energía acumulada durante todo ese tiempo por las mujeres, los hombres no la tendrán.

Su polémica con el político derechista Matteo Salvini, ¿llegó a su fin?

«En Italia se han concebido menos de 400.000 niños: abramos a quien quiera venir, porque sitio hay»

Salvini ya no es ministro del Interior, y yo esto lo tomo como un éxito. Se ha quedado solo con una posición política absolutamente desquiciada. De otro modo, no habría caído por el empuje que oponíamos nosotros. Ya no está ahí, pero eso tampoco ha solucionado el problema del Mediterráneo; la actitud tartufesca de nuestro país sigue, pero no la propaganda política con el argumento que le ha hecho ganar tanta popularidad y tanto consenso a Salvini: la criminalización de las ONG y el insulto al inmigrante. No solo el rechazo, sino el insulto de sello racista. Esto ha provocado, lamentablemente, un redoble del consenso político en torno a su figura tras las elecciones. En las elecciones tuvo un 18 por ciento, y en agosto, mientras la Liga insultaba a la gente, el consenso subía al 35. Ahora no puede hacerlo.

¿Ha quedado Salvini, pues, fuera de combate?

Según mi opinión, el objetivo no es ya Salvini. Claro que la acción política debe tener en cuenta a Salvini y el salvinismo como peligro inminente, listo para volver en cualquier momento. Pero ahora yo me concentro en la circunstancia de las cárceles italianas, hay una emergencia covid que está esparciendo de manera preocupante el virus a causa de la masificación. Se trata de convencer al gobierno de adoptar soluciones que no son populares: la amnistía, el indulto, la excarcelación anticipada… Pero es la única manera, porque hablando solo no se reducen los casos. Y están muriendo personas. Es necesario ocuparse de todos, no se puede dejar a nadie atrás.

Es evidente que evitar las muertes en el Mediterráneo es una cuestión básica de Derechos Humanos. Pero sabemos también que la mafia de las pateras utiliza la presencia de barcos como el Open Arms para seguir el negocio. ¿Se puede dejar todo en un problema humanitaria o debemos recordar que los empresarios italianos necesitan mano de obra?

«Esa energía de los inmigrantes, si no la disfrutamos nosotros como Estado, la disfrutan las mafias»

Los datos dicen que en los últimos años en Italia se han concebido menos de 400.000 niños, lo que significa el punto más bajo de nuestra Historia. Esto es ya una buena razón para decir: abramos a quien quiera venir, porque sitio hay. Estamos esperando a 10.000 médicos de Rumanía, porque no tenemos aquí. Si no hay niños, no hay estudiantes, si no hay estudiantes no hay licenciados en Medicina. Hay que hacer algo mejor que cerrar y volver clandestina a toda esa gente, antes de regalársela a las mafias, porque quienes vienen ilegalmente son tratados por organizaciones criminales. La idea de que esta sea una invasión está equivocada: no lo es. Pero poco a poco, huyendo de condiciones adversas, climáticas, políticas, toda esa gente se está acumulando en una zona orientada hacia un lugar, Europa, considerado desde su punto de vista más vivible. Están dispuestos a todo porque creen que intentarlo es mejor que morir de sed, porque el pozo está seco, la cabra está muerta y no hay nada que hacer…

Entonces la solución es…

Acojamos a esa gente. Pero no la acojamos y ya está. Invirtamos para que ese pacto histórico produzca riqueza para todos. Porque nos hacen falta. Porque a nosotros nos faltan los niños. Tenemos aulas en números muy superiores a los niños que hay, hay escuelas vacías o medio vacías. Cuando yo iba a la escuela éramos 30 por clase, ahora mis hijos tienen clases de 20, se ha perdido un tercio. Acojámosles y pensemos cómo podemos útilmente gestionar la transición. No nos limitemos a meterlos en centros de acogida masificados, peores que nuestras cárceles. Ocupémonos de ellos para que al cabo de ocho o diez meses puedan trabajar, puedan empezar a hacer cosas que nosotros no queremos hacer ya. Y que se repueblen nuestras escuelas. Si no hay niños, no hay futuro. Esta es una buena razón para ser valientes y aceptarlos.

El discurso xenófobo apela a la alta criminalidad de la población migrante. ¿Es así en Italia?

Quizá lleguen personas que puedan delinquir. Pero tampoco es que sin migrantes no tendríamos delincuencia. E Italia, en los últimos diez o quince años, es uno de los países más seguros del mundo. Salvo delitos de estado mafioso, existe solo el feminicidio de padres de familia que enloquecen y matan por celos a la mujer. Hemos conseguido crear esa diferencia en apenas 30 años. Obviamente, no estoy negando el negocio de pequeña delincuencia que hay en todas partes. Pero es una cuestión de orden público, no se le puede achacar a los extracomunitarios, si no fueran ellos serían proletarios, chavales de 17 años que quieren comprarse cosas caras… El problema no lo traen ellos. Esa bolsa de mano de obra, esa energía, si no la disfrutamos nosotros como Estado, como pueblo, la disfrutan las mafias. Basta ir una vez a Níger para ver cuáles son las condiciones de partida de algunos de estos grupos, para entender que no hay ninguna posibilidad de reenviarlos a casa, como pide Salvini.

¿Llegará la sociedad a entenderlo?

«Mi nieto dirá algún día, ¿de verdad en los años 20, cuando estaba vivo el bisabuelo, llegaba la gente en barco así?»

Estamos viviendo el tiempo peor. Pero esto no quita que sea sensato decir: hagamos un gran plan de acogida, y esa inversión dará beneficios, incluso económicos. Porque allí hay una gran energía. La energía de quien quiere venir a vivir. Lo que falta en muchos pueblos de nuestros Apeninos, sin ir más lejos, es vida. Hay poquísimos habitantes apoyados en el muro de la casa, se mueren uno tras otro y nadie viene en su lugar. Se necesita el coraje de decir estas cosas cuando eres un político que quiere algo más que votos. Porque con el miedo de perder el consenso no se ha hecho nunca la Historia. La Historia se ha hecho con el coraje, no con el miedo. Con el miedo solo te aferras al sillón. Esto es lo que nos falta, una visión inspirada que diga venid, venid y distribuíos. No es que puedan venir todos a Italia, Italia no es más que un muelle. Somos 500, 600 millones de personas en el territorio europeo, ¿y no podemos acoger a algunos millones más para distribuirlos? Para mí es una locura, y dentro de unos años será vista así, como vemos ahora la esclavitud. Mi nieto dirá algún día, ¿de verdad en los años 20, cuando estaba vivo el bisabuelo, llegaba la gente en barco así? Llegará un día en que eso será inconcebible. Y al respecto confío mucho en el hombre del futuro y la mujer del futuro.

Hay muchos intereses para impedir esa apertura de fronteras. ¿Pero es solo ambición económica?

Estas cosas las he frecuentado mucho tiempo y las he identificado como una matriz racista. Seguramente habría también un rechazo si fueran los americanos los que vinieran, o los ingleses. Y desgraciadamente, ese racismo forma parte de un sector importante de nuestra población, despertada y estimulada por los discursos de Salvini y de Giorgia Meloni. Sin decirlo nunca expresamente, han cerrado los ojos ante ese racismo para usarlo como recogida del consenso político. Desgraciadamente yo mismo he sido insultado por mis acciones, con frases racistas, solo porque era amigo de los negros. Por suerte, son solo maquinarias mediáticas, pero es triste que de los argumentos que uno pueda usar para cerrarse salga siempre a la luz el discurso racial. Esos negros que vienen a violar a nuestras mujeres: racial con trasfondo sexual. Esto puede llegar a romper muchos equilibrios, como la pandemia está haciendo enloquecer poco a poco a muchos.

¿A qué equilibrios se refiere?

«Cuando uno se ha formado en una sociedad no racista, no se vuelve racista»

La lucha contra el racismo no es una cosa retórica, sino necesaria. Los hijos de estas personas que todavía mantienen un germen de racismo pueden heredar esas posturas. Si conseguimos dar un corte generacional, he ahí el hombre del futuro. He ahí donde se va a buscar el coraje, y no el miedo mezquino y racista. Porque yo propuestas serias de gobierno por parte de Salvini o Meloni no recuerdo, pero ese canal de reclutamiento de la protesta de corte fascistoide está muy vivo. Esto me preocupa porque va directa al corazón de la gente, a la psique de la persona. Cuando uno da el paso de manifestar en público esa actitud filorracista, da un paso que al tiempo se revela irreversible. Y debo decir que para mis hijos, sin necesidad de que lo haya enseñado yo, ni en la escuela, todo esto resulta incomprensible. ¿Por qué? Porque ellos están en la calle y en clase con compañeros chinos, africanos, están juntos y saben muy bien que no hay ningún problema. Sus padres no, lo ven como algo de degeneración.

¿Es una cuestión solo de generaciones?

Mira el Brexit: por debajo de los 25 años no había una sola persona que hubiera votado a favor. Estaban indignados, para ellos Europa es Europa, y Gran Bretaña solo una isla. Fue una lucha generacional, ancianos contra jóvenes. Y los primeros han vencido. ¿Qué? ¿Volver a una vida no integrada con los demás países de Europa, con otros pueblos, con otros chavales? Están desconcertados, no creían que pudiera pasar. Dentro de diez años, ellos serán todavía jóvenes, y los otros estarán muertos o fuera de la vida social. Así pues, mira qué fácil es volver atrás. Cuando uno se ha formado en una sociedad no racista, no se vuelve racista. El problema es cuando el racismo está ahí, de manera subterránea, porque se ha infravalorado u olvidado la campaña del antirracismo.

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© Alejandro Luque | Especial para M’Sur

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