Entrevista

Luis Gordillo

«Eso de pintar, hoy, es conservador»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 12 minutos
Luis Gordillo | Foto cedida por el artista

 

Sevilla | Enero 2021

La entrevista empieza a la inversa, con el entrevistado preguntando al entrevistador: para qué medio será, de dónde eres, y la que más curiosidad parece provocarle: “¿Y de qué comes?”. Luis Gordillo (Sevilla, 1934) nunca ha perdido su genuino humor andaluz, a pesar de ser un hombre serio, en la expresión y sobre todo en el trabajo. Se percibe muy bien en la muestra que acaba de inaugurar en el Museo de la Universidad de Navarra (MUN) de Pamplona, una de las mayores que se le han dedicado desde la gran retrospectiva del Reina Sofía, y donde pueden verse obras de los años 60 hasta de anteayer, como quien dice.

En la distancia telefónica por exigencias de la covid-19, el artista conversa sobre esta producción última y también se aviene a echar la vista atrás para evaluar aspectos del largo camino que lleva recorrido como uno de los grandes de la plástica contemporánea española.

La exposición ‘Memorándum’ incluye obras fechadas incluso este año. ¿Cómo se las apañó para no parar de trabajar, mientras la mayoría sufría el bloqueo de la pandemia y el confinamiento?

Yo lo que he hecho ha sido seguir mi vida normal, a veintitantos kilómetros de Madrid. Me meto todos los días en el estudio, con pandemia y sin pandemia. He trabajado como siempre, todo lo que puedo. Por otro lado, los artistas siempre estamos bastante confinados. Yo tengo a mi mujer, Pilar Linares, que me ayuda mucho, se encarga de organizarlo todo. También colaboran conmigo algunos ayudantes para las tareas más tediosas del taller.

Y usted, que tan atraído se ha sentido siempre por las caras, ¿cómo vive eso de que todas lleven ahora mascarilla?

«Con las mascarillas no nos comunicamos igual. Los ojos dicen, pero no son suficientes, se quedan pobres»

Pues es algo extraño, porque la fisonomía de la cara nos ayuda a comunicarnos. Un pequeño gesto con la boca indica alegría o cercanía o desconfianza. Ahora, con las mascarillas no nos comunicamos igual. Los ojos dicen, pero no son suficientes, se quedan pobres. Al principio ha sido raro e incómodo lo de usar las mascarillas, nos resistíamos… Pero ya nos vamos acostumbrando. En el estudio no me las pongo, claro, salvo que tenga visitas, pero imagino que quien trabaje en una tienda no tendrá más remedio que hacerse a ellas. Es una situación rara y sobrevenida, recordaremos este tiempo con perplejidad en unos años.

Ya que hablamos de caras y de máscaras, hace poco leí una entrevista con Miquel Barceló donde hablaba de que su pintura era cada vez más primitiva. ¿Cree que el recurso de la máscara, presente en esta exposición, encierra también cierto primitivismo?

En mi caso, cuando empecé a hacer caras en los años 60 no tenían nada que ver con el primitivismo, eran por el contrario algo muy pop, copiadas de la prensa: caras pop de oficina, de personas neutras, de personas-tipo. Pero a lo largo de mi obra han seguido apareciendo cabezas de todo tipo. Y cuando me siento más expresionista sí que pueden salir máscaras más primitivas, más directas e instintivas. He trabajado tanto el tema, que las tengo de todas clases. Mi obsesión por la cabeza viene del psicoanálisis. Es el órgano que nos define.

Va a exponer en un museo universitario. ¿Le estimula especialmente la posibilidad del diálogo con el público joven?

«Hay un mundo digital cada día más fuerte, como el bichito ese con el que se habla, el móvil»

Yo tengo mucha comunicación con los pintores jóvenes. Primero la tuve con los Esquizos de Madrid a principios de los setenta, con Alcolea, Chema Cobo, Pérez Villalta, Alfredo Alcaín… Y eso se ha ido repitiendo, hay algo que parece atraer a esos nombres nuevos hacia mi obra. Pero en lo que respecta al público, yo creo que está en otras cosas. Coges un periódico como El País, como yo hago todos los días, y ves que ahora hay un interés enorme por la cocina, y por la música progre, el pop, la música popular española, de la que se habla cada día. Y la televisión, las series, eso sí interesa mucho, como esos juegos de ordenador de los que yo ignoro todo. Hay un mundo digital cada día más fuerte y más grande, como el bichito ese con el que se habla, el móvil… Esas cosas sí son protagonistas, esos contactos rápidos que empobrecen la comunicación. En cambio, la pintura atrae poco. La pintura digamos contemporánea, seria –no sé llamarla de otra manera– no se acerca a los jóvenes. Está en su sitio y la gente tiene que acercarse a ella. No habla, está. Hay que meterse en ella. Y por tanto, es minoritaria.

Vamos, que es más fácil que le dediquen a uno una retrospectiva en el Reina Sofía, que meter a veinte chavales en una exposición…

Sí, lo pienso. En este museo donde voy a exponer supongo que habrá una parte dedicada a la Historia del Arte que los estudiantes no tendrán más remedio que visitar, pero a un tío que estudie Economía o Matemáticas… no lo veo, la verdad. Dirán ‘este Gordillo, qué raro es’. O irán a ver mis cuadros como quien va al zoo, a ver los bichos.

Las expectativas bajas, ¿no favorecen que uno se lleve luego gratas sorpresas?

Puede ser. Mi hija Laura ahora está editando pequeñas obras gráficas mías, se ha metido en Instagram y trata de comunicarse con un público joven. A veces da resultado y hasta le compran cosas. Está muy ilusionada con eso, pero ¿qué tanto por ciento de los jóvenes representa ese público? Muy poco, supongo.

Para esta muestra cuenta también con uno de los jóvenes comisarios andaluces, Sema D’Acosta. ¿Buscaba mirar su obra desde otro ángulo?

Fue el museo el que se puso en contacto con Sema para proponerle llevar a cabo este proyecto. No recuerdo con exactitud cuándo nos conocimos Sema y yo, es una relación que se ha ido haciendo poco a poco en la última década. Esta mañana vi un catálogo de hace unos años y no me acordaba de que el texto lo había escrito él, era de 2012. En ese tiempo era para mí un crítico con perspectivas; ahora, ya somos amigos, confío mucho en él. La gente con la que empecé, Francisco Calvo, Simón Marchán Fiz…  eran más teóricos, gente muy densa, con un conocimiento filosófico profundo, su saber enlazaba con otra época. Sema ve las cosas de otra manera, está más atento a cómo se genera la obra en el estudio y su contextualización en el mundo de hoy, le gusta mucho investigar en el taller, saber entender bien el trabajo escuchando al artista. Tiene un lado periodístico que me atrae, cuenta las cosas con cercanía y naturalidad. Y el que sea sevillano también me tira, esa cosa vinculante y cariñosa de mi tierra. Nos complementamos bien, es un comisario serio, profesional y de futuro.

Usted pertenece a una generación que tuvo que marcharse a París para escapar de la grisura cultural española. ¿Dónde estaría hoy el centro del mundo, adónde tendría que irse un joven artista?

«Alemania está muy viva; a un pintor joven puede interesarle ir a Berlín, como a Londres o a Nueva York»

Es verdad que en un momento determinado, hace uno o dos siglos, París fue con Viena el centro del mundo. Había una tradición de ir a París como asignatura obligada, y algunos incluso se quedaban. Te daba una información muy fuerte, ahí estaban todos los maestros, además de los franceses, que eran muy buenos. En mi caso, además, no salí de España, sino de Sevilla. Mi Sevilla de cuando yo era joven era muy atrasadita, y la escuela de Bellas Artes un cementerio. Fui a París por muchas cosas, a explorar, a ver qué había, qué me estaría perdiendo… Mi hermano Ramón ya había estado allí y me abrió camino.

Y le sacó partido…

Me sirvió para mucho. Pero fue justo el momento en que París dejaba de ser París y la cosa se iba a Nueva York, donde estaba surgiendo el Action Painting, Pollock, Rothko… Aquello armó mucho ruido y quitó la preminencia a París, y más cuando llegó Andy Warhol y se concentró allí mucho poder. Londres por su parte siempre ha estado ahí, en primer plano, aunque no tenga el protagonismo de las otras. Y ahora realmente el centro está en todas partes del mundo civilizado. Alemania está muy viva, creo que a un pintor joven puede interesarle ir a Berlín, como a Londres o a Nueva York. A los artistas jóvenes, no solo pintores, sino los que hacen arte conceptual y no se sabe ni que existen, les viene muy bien salir, porque en España seguimos un poco atrasados.

Siempre ha dado la sensación de ser muy receptivo a cualquier nueva corriente o técnica, ¿lo sigue siendo?

Yo ya me siento conservador, ¿eh? Esto de pintar hoy en día, yo diría que es conservador. En esta exposición, por ejemplo, hay mucha obra relacionada con la fotografía, porque yo he hecho fotos toda mi vida, acompañándola con la pintura, jugando con las dos. No hace mucho, en Alicante y Valencia, expuse la muestra Foto-alimentación analizando todo lo que la foto le ha dado a mi pintura, y tengo mucha foto directamente fotográfica…       

Tampoco dudó en servirse del ordenador, a pesar de no ser muy amigo de los aparatos informáticos. ¿Es verdad que ni siquiera tiene móvil?

El ordenador ha sido una revolución para la pintura. No se suele decir mucho, pero lo cierto es que cuando voy a los estudios de los jóvenes pintores, tienen siempre un ordenador a mano. Es algo milagroso a nivel pictórico, te permite analizar mucho, hacer propuestas de color por ejemplo… Aparecen colores extras con la informática, colores muy raros, además de ayudarte en la construcción del cuadro. Sí, sí, es un instrumento tremendamente positivo, y la foto digital es también fantástica, queda muy bien y se puede arreglar luego. Yo no sé manejarlo, pero me ayudan colaboradores, sé lo que les puedo pedir. La informática ha ampliado mi pintura, la ha diversificado. De la fotografía no me interesa tanto la belleza de los paisajes, sino los bichos, las cosas raras que nos rodean.

Y sin embargo nunca ha renunciado al trabajo a mano. Recuerdo haberle oído que le inspiraba mucho hablar por teléfono para dibujar…

«De la fotografía no me interesa tanto la belleza de los paisajes, sino los bichos, las cosas raras»

Ahora con una entrevista no podría, porque me tengo que concentrar en las respuestas, pero cuando hablo a gusto con algún conocido, me salen unos dibujos fantásticos, casi automáticos. Yo creo que se me desconecta una parte del cerebro, no sé qué pasa, pero salen dibujos muy especiales y los integro a la dinámica del estudio. Son trabajos muy inspirados.

¿Cree que un exceso de conciencia en su trabajo puede llegar a ser contraproducente?

Sí, al aumentar la racionalización salen cosas distintas. El dibujo normal es más consciente, mientras que el que hago hablando por teléfono posee un carácter propio. No hace falta complicarme, va solo. Es más intuitivo, está más calentito.

Hay artistas que hablan del drama de venderlo todo y quedarse sin sus criaturas; y otros del drama de no vender nada, claro. ¿Usted cómo se lleva con ese aspecto del mercado?

Lo de venderlo todo no lo he conocido nunca, ojalá. Mi obra se vende, la verdad, pero poco a poco, pero tampoco me quejo, al contrario, me siento afortunado de haberme podido mantener en una carrera tan difícil como ésta, nada recomendable para alguien que empieza. En cuanto a mis piezas, yo necesito tener limpio mi espacio de trabajo, así que lo nuevo saliendo va directo al almacén, a esperar a otra exposición como Memorándum para poder salir a pasear.

A usted, que tantas etiquetas le han colgado a lo largo de su carrera, ¿no le parece que cada vez son menos relevantes, al menos en su producción?

Las etiquetas han cambiado de barrio, ahora se habla de instalaciones, de Minimal-Art, de Over-All-Art, de arte conceptual… En efecto, yo he pasado por etiquetas distintas, pero lo curioso es que, por ejemplo, cuando se habla del Pop-Art de Gordillo, se ponen peros, se dice que son obras no tan pop… que no soy ortodoxo, me pongo en oblicua y paso a otro tipo de pintura, como escapando de que se me meta en un cajón. Al final pienso que yo soy gordillista, nada más. Las etiquetas no encajan bien en mi obra, eso es positivo, la hace perdurar.

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© Alejandro Luque | Especial para M’Sur

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