Entrevista

Delphine de Vigan

«Hoy se quiere tener poco a los padres y abuelos en casa»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 8 minutos
delphine vigan
Delphine de Vigan (Nancy, 2011) | CC Ji-Elle

Cádiz | Febrero 2021

Discreta, casi sigilosamente, novela a novela, Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, Francia, 1966) ha ido convirtiéndose en un curioso fenómeno editorial. Su obra, ubicada en los territorios de la no ficción —cuando no directamente autobiográfica— se inició con Días sin hambre, donde abordaba sus problemas de anorexia. Pero fue con No y yo —llevada al cine por Zabou Breitman y recientemente reeditada por Anagrama en bolsillo— y sobre todo con Nada se opone a la noche, en la que trataba el trastorno bipolar de su madre, cuando se le abrieron las puertas del mercado internacional.

A estos títulos le siguieron Basada en hechos reales y Las lealtades, obra con la que anunció una serie que ahora continúa con Las gratitudes, todas en la misma editorial. “Con Las lealtades quise hacer un ciclo interesado en lo humano, en lo que nos hace humanos. Y que desde el punto de vista formal explorara formas minimalistas. Tenía ganas de probar una forma sencilla para contar algo grande y potente”, explica.

La autora habla a la pantalla en un concurrido encuentro digital con periodistas españoles. MSur no ha querido faltar a la cita. De Vigan sonríe con naturalidad mientras explica el eje de esta última obra. “Los libros suelen intentar responder a preguntas que los escritores se plantean. En mi caso, me había dado cuenta de que a menudo en la vida es complicado decir gracias. Sí, lo decimos como veinte veces al día, pero de forma trillada. Expresar la gratitud es complicado, y a veces las personas desaparecen antes de que podamos mostrársela. Otras veces es incómodo, incluso para quien recibe el agradecimiento. Le di vueltas a esto y rápidamente surgió la idea de algo que podía acercarse al teatro: basar el libro en los diálogos y monólogos, pero conservando un aire de novela”.

«La gratitud, en el fondo, no es más que reconocer que tenemos una deuda con los demás»

La protagonista es Michka Seld, una anciana en sus últimos años de vida que forma un curioso triángulo afectivo con su vecina, Marie, y con Jérôme, el logopeda que intenta que la anciana, que acaba de ser ingresada en un geriátrico, recupere aunque sea parcialmente el habla, que va perdiendo por culpa de una afasia. “Es una historia de gratitud cruzada: habla de las últimas semanas o meses de una mujer anciana que pierde la facultad del lenguaje, pero hay un ‘gracias’ que no ha pronunciado. Y no puede irse sin saldar esa deuda. Lo importante es expresar la gratitud, pero también ser capaz de recibirla”, comenta De Vigan.

“Michka está más o menos inspirada en una persona muy importante en mi vida, y por quien sentía una profunda gratitud: una tía mía que compensó muchas carencias familiares”, confiesa la autora. “Falleció a los 99 años en una residencia, y para mí era muy importante devolverle lo que había recibido de ella. Había sufrido tuberculosis en su juventud, perdió también el lenguaje, pero de forma diferente a lo que cuento en la novela. Recuerdo que no encontraba las palabras, y pude observar el sufrimiento que significaba para ella no poder comunicarse”.

La expresión dulce de Delphine de Vigan y el tratamiento amable de esta historia han hecho que los más críticos la hayan tachado de sentimentalista o blandengue. Ella se defiende: “Lo que me interesa como novelista es explorar los sentimientos de manera general, tanto si son buenos como malos. En algunas novelas he explorado los negativos, no sé por qué debería prohibirme escribir sobre los buenos. No me planteo las cosas así. Y la gratitud, en el fondo, no es más que reconocer que tenemos una deuda con los demás”, dice. “Me molestaría que se dijera que el libro cae en el sentimentalismo. Yo creo que no estoy en eso. A la novela la cruzan temas ásperos, la soledad, el encierro, el envejecimiento… Todo eso también sucede”.

«Las residencias tienen ánimo de lucro y la lógica que prevalece es contraria al bienestar de los ancianos»

Con todo, De Vigan cree que las emociones de la novela van más allá de las palabras, y vuelve a referirse a ese extraño desafío en que consiste agradecer: “Lo difícil no es decir ‘gracias’, sino encarnar esa gratitud. Puede parecer solemne, sentimental, enfático”.

La escritora es consciente de que la pandemia lo ha cambiado todo, influyendo incluso en nuestra forma de leer. Parece que ya no podemos asomarnos a una historia como la de Las gratitudes sin pensar en los cuidados de los mayores y en la tragedia que se ha vivido en muchas residencias de ancianos. “En España, como en Francia, se ha puesto el foco en el trabajo de los asistentes sanitarios. Se ha puesto la lupa en ese trabajo, la gente aplaudía a las ocho de la tarde en los balcones, tenía en mente esa gratitud hacia quienes están en primera línea”, recuerda. “Y, por otra parte, también se ha puesto el foco en las residencias. En Francia se ha abordado ese tema muchísimo, se trataba incluso en los meses anteriores a la pandemia, cuestionándose cómo se trata a las personas mayores en esos centros y sobre la soledad profunda en que a veces se encuentran”.

Y añade a renglón seguido: “No quiero hacer un mensaje moralizador. Como escritora, intento abordar las situaciones de manera general. La realidad varía según las familias, algunas olvidan a sus mayores, en otras están muy presentes. No me corresponde juzgar a unos u otros. En Francia hay mucho trabajo por hacer, las residencias son lugares que gestionan empresas con ánimo de lucro y la lógica que prevalece es contraria al bienestar de los residentes. En cambio, los centros donde están mejor tratados carecen de ánimo de lucro. Se están estudiando leyes para mejorar la situación. Vivimos en un mundo en que se quiere tener poco a los padres y abuelos en casa, incluso por una cuestión de espacio, de comodidad”.

«Espero vivir en un mundo en el que todavía necesitemos de los demás»

En cuanto a la figura del logopeda, cree que no fue difícil construir el personaje porque se trata de una profesión afín a la escritura. “Como novelista, cuando me meto en la piel de un personaje intento imaginar cómo se siente, cómo se despierta, cómo trabaja. Y aunque yo no soy logopeda, también trabajo con palabras, silencios, remordimientos, ausencias… El lenguaje puede ayudar a transmitir lo no decible, lo intransmisible. Por eso este personaje resiste, se aferra a la vida y lucha”.

Delphine de Vigan tiene, en su listado íntimo de gratitudes, los nombres de algunos escritores que la han hecho crecer. “Todas nuestras lecturas nos constituyen. Hay autores de los que me siento más cerca que otros, que me han abierto puentes, vías. Una de ellas es Annie Ernaux, que abrió una puerta a las mujeres escritoras. También Emmanuel Carrère, que explora lo real de una manera muy especial. Creo que en Francia contamos con una gran libertad para narrar”.

Las lealtades, Las gratitudes… ¿Qué es lo próximo? Delphine de Vigan pide un poco de paciencia a quienes quieren tener pronto el cierre del ciclo. “La tercera parte de la trilogía iban a ser las ambiciones, explorar cómo se traduce la ambición hoy. Y por el camino, se impuso otro libro distinto, que no entraba en el marco de mi ciclo. Hablaba de la ambición, pero también de otras cosas. Me lancé a escribir esa otra novela, que saldrá en breve. Se titulará en francés Les enfants sont rois [Los niños son reyes]”.

Preguntada por MSur sobre si creer que uno no debe nada a nadie puede llegar a ser una posición política, algo así como una forma de individualismo radical, la escritora se lo piensa: “Expresar la gratitud es reconocer que no seríamos quienes somos sin esto o aquello. Es reconocer cierta vulnerabilidad. Me parece fundamental reconocer que uno no avanza solo, y es una falacia creer que no se debe nada a nadie. No sé si es una posición política, pero espero vivir en un mundo en el que todavía necesitemos de los demás”.

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© Alejandro Luque | Especial para M’Sur  Febrero 2021

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