Opinión

La carga del Convenio de Estambul

Hürrem Sönmez
Hürrem Sönmez
· 9 minutos

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Cayen los primeros rayos del sol, termina marzo, y con la primavera al alcance de la mano nos despertamos esta semana con la nieve sobre Estambul. Pensé en aquel verano en el que dije: “No podrán prohibir la llegada de la primavera hasta nueva orden”. Hemos quemado tantas etapas, pandemia incluida, con la realidad adelantándose a la ficción que empecé a dudar de mi propia frase.

Respecto a lo de prohibir la primavera o no, todavía no nos han llegado noticias, pero ya hemos pasado a la democracia del “Firmamos los convenios que queremos y nos salimos de los convenios que queremos”. Así llegó la cancelación del Convenio de Estambul. Algún respetable señor ha dicho incluso “Si quisiéramos, también anularíamos el Convenio de Montreux”. Debe de ser que lo que entienden por ser fuerte es no tener que sujetarse a ninguna regla jurídica nacional ni universal y poder tomar decisiones a su gusto…

Pese a que tiene importancia vital, en el sentido literal de la palabra, hasta que no empezaran los ataques desde el sector islamista, la sociedad en general no tenía mucho conocimiento sobre el Convenio de Estambul o, para llamarlo con su nombre completo, el Convenio del Consejo de Europa sobre prevención y lucha contra la violencia contra las mujeres y la violencia doméstica, aunque es uno de los documentos jurídicos internacionales más conocidos y más adoptados. No puede ser equivocado decir que el Gobierno y sus simpatizantes han contribuido de forma considerable a que la sociedad se haya dado cuenta de la importancia del Convenio de Estambul.

Salirse de este tratado internacional mediante una decisión del Ejecutivo vulnera la Constitución

Pero en un decreto publicado en la noche del viernes, se anunció que Turquía se ha salido del convenio apoyándose en la capacidad de cancelación unilateral del Decreto Presidencial número 9. Es útil repetir aquí una vez más que por mucho que el decreto publicado con nocturnidad y alevosía utilice la palabra “cancelar”, por supuesto no se trata de una cancelación sino de una retirada. Porque desde luego, Turquía no puede cancelar un acuerdo firmado por 45 países.

Bajo el rodillo del “Nuestras tradiciones, nuestra cultura”, el debate de “Toda persona deberá vivir como nosotros queremos y según las reglas que ponemos” puede sobrepasar los límites, pero decir “Hemos preparado en casa algo mucho más bonito que el Convenio de Estambul: ¡aquí viene el Convenio de Ankara!” no corresponde exactamente al derecho internacional.

Algunos juristas han publicado ensayos que ilustran muy bien el asunto evaluándolo desde un punto de vista jurídico. Aquí se pueden leer dos (en turco): La vigencia del Convenio de Estambul, de Turgut Tarhanlı y La autoridad de ‘cancelación’ del presidente de Kemal Gözler.

Como señalan los dos artículos citados, en un Estado de derecho en el que todo se hace acorde a la ley, existen procedimientos claros para retirarse de un tratado internacional. Y salirse de un tratado internacional referido a los derechos y libertades fundamentales mediante una decisión del Ejecutivo vulnera la Constitución. El Convenio de Estambul es un documento de derechos humanos fundamentales, y el campo que cae bajo su protección solo puede modificarse mediante una ley. Se aplica lo que ya han expresado antes muchos juristas: “Se desanuda como se anudó”, es decir es válido el “principio de autoridad y método paralelos”.

Los asesinatos de mujeres son política: la responsabilidad no es únicamente de los asesinos

Mucho se ha escrito y subrayado estos días. El principal partido de la oposición, los Colegios de abogados y las organizaciones de mujeres han recurrido por la vía judicial esta vulneración de la Constitución. No estamos con quienes dicen “Ah, pero ¿quedan jueces?” al defender que no se debe renunciar a utilizar los procedimientos judiciales en una situación en la que se pisotean los principios fundamentales del derecho. Pero a la señora del Ministerio de la Familia que tras cada asesinato de una mujer coloca la frase “Hacemos seguimiento al juicio” ya le hemos dicho que “la tarea del Gobierno no es hacer seguimiento a los juicios por mujeres muertas, para eso están los abogados; la tarea del Gobierno es poner fin a las muertes”. Y lo voy a expresar así: La tarea de la oposición no consiste en abrir juicios. Pueden abrir juicio los Colegios de abogados o cualquier ciudadano, pero si hoy por hoy hay mujeres en la calle que si les ofreces un micrófono, dicen: “No sé qué contiene el Convenio de Estambul, pero me gusta que lo hayan anulado”… eso no podemos declararlo únicamente resultado de la capacidad de manipulación del Gobierno; también es necesario ver la incapacidad del principal partido de la oposición de explicar a la sociedad lo que ocurre.

Como he dicho arriba, la forma en la que se ha llevado a cabo la retirada del Convenio vulnera la Constitución. “La forma se antepone al fondo”, decimos, es decir, las formas vienen antes que la esencia. Pero incluso si todo se hubiese hecho acorde a las formas y leyes, ¿se puede legitimar un resultado que vulnera los derechos y libertades fundamentales de una sociedad democrática? Si el Parlamento aprobase una norma que, con todas las de la ley, considera que la tortura se ajusta a derecho ¿eso la convertiría en legal? Cuando en el campo jurídico podemos meter cualquier cosa, la legitimidad acaba basándose en leyes que reflejan la voluntad de una sola persona.

En las 20 horas que siguieron a la retirada del Convenio de Estambul, seis mujeres fueron asesinadas en este país. Seis mujeres… y el contador sigue corriendo, día tras día.

El orden familiar que se quiere proteger mediante la retirada del Convenio es un orden tiránico

“Los asesinatos de mujeres son política”, decimos; con razones y resultados. Si los asesinatos de mujeres son política, se entiende que la responsabilidad no es únicamente de los asesinos; indica que es una responsabilidad de toda la sociedad, empezando con el Gobierno y la oposición. Cuando un Gobierno nos recuerda todos los días que con el poder que tiene puede hacer cualquier cosa que quiere, ¿sorprende que luego los ciudadanos hagan los mismo cada uno en su casa? ¿Es casualidad que tantos asesinos de mujeres aparecen en fotografías con la bandera turca, haciendo el signo de los lobos grises, cuando el partido ultranacionalista, socio de coalición en el Gobierno, no tiene ningún problema en mostrar su amistad con alguien que ha matado a su mujer?

En el congreso que se celebró ayer, el presidente destacó el rol de la familia con las palabras “La familia es el fundamento de la sociedad”. Pero el orden familiar que se quiere proteger mediante la retirada del Convenio de Estambul es un orden tiránico en el que nunca jamás se menciona la palabra divorcio, en el que se asume el riesgo de morir, en el que se saca pecho diciendo que la ropa sucia se lava en casa. Y entonces, por supuesto, el orden de toda la sociedad será también este.

Cuando decimos que “el Convenio de Estambul es un texto fundamental para prevenir la discriminación por razón de sexo y defender la igualdad”, y hay quien se molesta y responde: “Perdone, eso es una referencia de fuera, son principios de imposición europea”, habrá que responder: “Mire a su alrededor y escuche las historias de mujeres”.

Así, una ‘periodista’ cercana al Gobierno considera el Convenio una carga. “Nos hemos salvado de una carga que no tiene ninguna relación con nuestra religión, nuestra cultura, nuestras tradiciones ni nuestros hábitos”, dijo alegremente, sin sonrojarse.

Hay una carga, sí: la carga de conciencia que nos dejan las noticias sobre mujeres asesinadas

Hay una carga, sí, pero es la carga de conciencia que nos dejan todos los días las noticias que leemos sobre mujeres asesinadas. La carga de las historias que se nos graban profundamente en la piel y en la mente desde el momento en que llegamos a este mundo, las que nos ponen delante llamándolas “nuestra cultura” y “nuestras tradiciones”; las madres que dicen: “Yo no pude estudiar; mi hija que estudie para no depender de un hombre”, el dolor de corazón que nos han dejado en herencia nuestras abuelas, que esperaban toda su vida a un marido que se fue y nunca volvió o a las que les apagaron la vida al casarlas por la fuerza con un hombre de la edad de su abuelo. La carga de una memoria aumentada una y otra vez con la discriminación que hemos sufrido, despreciadas, aplastadas, con el corazón roto.

Sí, llevamos algo dentro de tantas mujeres que pasaron por este mundo y se fueron de él sin haber tenido ni un día de vida de verdad, siempre echando de menos lo que no vivieron. Pero existen mujeres que son cien por cien de esta tierra, forzadas a vivir el destino que se les ha dibujado, el que se considera apropiado para ellas sobre esta tierra y debajo de ella, y que luchan por cambiar este destino. Tenemos una deuda con ellas y con las que vendrán después de nosotras.

Nuestras mayores no pudieron tener una vida feliz, tampoco se puede decir que nosotras mismas llevemos una vida totalmente feliz. Pero ¿para qué vive el ser humano? Para llevar una vida feliz y dejar una aún mejor a quienes vienen después. Si aquí hay una carga es esta. La voluntad de romper el silencio frente a quienes dicen “Nuestra tradición… nuestra cultura…” en su propio beneficio, instalados en la hipocresía, sin avergonzarse siquiera de las muertes.

Firmar un decreto, decir “He anulado el convenio” no es ni voluntad de cambiar el futuro ni deja atrás las historias del pasado. Hemos dicho que queremos una vida feliz y libre; eso es una carga, en peso y en valor.

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© Hürrem Sönmez  |  Primero publicado en Diken · 25 Mar 2021 |  Traducción del turco: Ilya U. Topper

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