Artes

Sargon Boulus

Otro hueso para el perro de la tribu

M'Sur
M'Sur
· 6 minutos

Un asirio universal

Sargon Boulus | © Ed. Oriente y Mediterráneo

Todo país es el centro del mundo, pero Iraq lo es un poco más que otros. Aquí se cruzan caminos de la historia, conquistas, lenguas, religiones. Y todas ellas están en los versos de Sargon Boulus, iraquí cristiano, asirio, escritor en Líbano, poeta en San Francisco. Emigrado a América a los 25 años, pasó la mayor parte de su vida en Estados Unidos, aunque también vivió cierto tiempo en Grecia y murió en Berlín. Por entonces, su país, al que apenas había vuelto, ya estaba destrozado por una ocupación militar y una cruel guerra civil.

Pero esta vida lejos del Tigris no le impidió a Sargon Boulus (1944 -2007) convertirse en uno de los grandes nombres de la poesía árabe moderna, con cinco poemarios: Llegar a la ciudad de ninguna parte (1985), La vida junto a la Acrópolis (1988); Lo primero y lo que viene después (1992); El que lleva la linterna en la noche de los lobos (1996) y Si estuvieras dormido en el arca de Noé (1998). Otro hueso para el perro de la tribu es su última colección lírica, publicada un año después de su muerte y ahora vertida al castellano por la arabista Luz Gómez para Ediciones del Oriente y el Mediterráneo, que ha cedido un avance a MSur.

Sargon Boulus, asirio de habla aramea, criado en Kirkuk donde ya se habla kurdo y turco, maestro del idioma árabe, llevo a gran altura el verso libre, la capacidad de moldear un idioma clásico, rígido, para contar el aquí y ahora. Que es el todas partes y todo tiempo: en esta poesía, mesopotámica en el mejor sentido de la palabra, las referencias del poeta son universales: de Bagdad a Berkeley, de Atenas a Montmartre; hacen cameos desde Gilgamesh y Humbaba a Hulagu, desde Quijote y Gargantúa a Billie Holiday. Para algo, Iraq es el centro del mundo.

[Ilya U. Topper]

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Meknés

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boulos meknes

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Meknés para el que llega

de lejos

parece cuatro cántaros

puestos boca abajo a secar

y que los dore la mañana.

Soñolienta, a las puertas de su recia muralla

dormitan las caravanas

a la espera de no se sabe qué

y bajo las bóvedas de sus arcos

a la sombra

un caballo sin montura

descansa

y mujeres bereberes

venden al que pasa

collares, brazaletes y alfombras voladoras…

El día de Meknés es una tierra de nadie

entre dos fronteras nocturnas

y su noche pabilo

que la luna de ramadán prende

para que tenga fiesta segura cada noche

el que ayuna y dormita en las azoteas…

Las risas de Meknés sobrevuelan el hoyo profundo

de su tristeza, y el nido de la cigüeña

es más grande que la oficina de correos.

 

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*              *           *

El rostro

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boulos rostro
El rostro

con que te cruzaste

en el puente

sobre el blanco cementerio de Montmartre

enterrado bajo la nieve con sus muertos

era el de una mujer que lloraba

mordiéndose el puño sin saber

adónde iba

ajena

al viento

que le levantaba la falda sobre la rodilla

a los coches y los transeúntes.

Desde entonces eres su prisionero

y casi lo ves

cada vez que cruzas un

puente.

 

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*            *           *

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Estudiante en Berkeley

boulos berkeley

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Enfilaba el pequeño puente

de madera en dirección a la torre de la universidad

con su reloj iluminado entre los árboles, a la cafetería nocturna,

y después de dar una vuelta, a su asfixiante habitación: en la ventana

un sujetador colgado, unas medias temblorosas al más mínimo
soplo…

Se quitaba las horquillas y se soltaba el pelo dorado por la espalda,

dejaba la ropa tirada por el suelo o la lanzaba a un rincón

junto con las bragas negras, bandera pirata rasgando el mar del aire.

En la escuela nocturna estudiaba informática y se había comprado

un loro

al que llamó Simbad.

Bajo la cama tenía libros abiertos llenos de polvo.

Mientras metía sus cosas en una lavadora

a reventar las tuberías engullían un óxido espumoso, como de
esmeraldas falsas, o de algún tipo de coral, estaba desnuda, inclinada,

y el corazón como si fuera un árbol me temblaba, por ella y
por la esmeralda: en ese instante unos pájaros, o tal vez una feria
ambulante, empezó a removerse entre las ramas.

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*              *           *

Mañana a las tres

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boulus mañana
En la calma de la siesta

con todos mis vecinos griegos dormidos

sus golpecitos en la puerta, las pisadas temerosas

sus ojos anhelantes…

y su cara

una carita de paloma

(bajo las plumas, ¡leona!)

un día tras otro, después de comer casi siempre

aquel verano parecía el paraíso: se quedaba

hasta que se veía la primera estrella

sobre los tejados de Atenas y entonces se escabullía de mis brazos

hacia su otra vida, un regalo

enviado por no sé qué dios

que pensó que yo me merecía

esa fortuna.

Pero un día, un día

los golpecitos familiares a la puerta

y sus pisadas, piedras que caían en el pozo de mi espera

trajeron una cara pálida como la leche

aún más azules las ojeras, y asustadas.

«Voy a abortar, mi hermana conoce un médico. Mañana a las tres.

No vengas si no quieres.

Iré sola».

Partimos en dos mitades el sueño

con la cuchilla del destino, una mitad para nosotros

y el resto para los demás, aquel verano que parecía

el paraíso… o mañana, mañana a las tres.

 

···

*              *           *

Frontera

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Donde el sol bailaba en las ventanas de la aldea,

en el agua de los huertos,

solo hay hoy una rambla traicionera

como un laberinto, a su orilla solo medra

el tiempo, aquí

a este lado de la frontera.

Las rodadas en la arena desaparecen

según se sube, luego vuelven

al otro lado de la frontera, entre dos paredones

que tocan el cielo. Un buitre solitario,

como un monje en un templo olvidado,

sobrevuela la cabeza del hombre que atraviesa

dunas escalonadas,

que pasa bajo puentes de ilusiones sin inaugurar.

Planea sobre una lagartija

que se mueve a la sombra de sus alas,

los palos de una tienda de campaña,

latas agujereadas, herrumbrosas,

con huesos de contrabandistas, algún bicho.

Una víbora duerme enroscada

bajo un trapo pinchado

en unos espinos como bandera.

Hay saltamontes

en los pozos resecos.

Es por la tarde y un viento áspero

campa a sus anchas.

A la hora, desnuda, le pesa la separación.

Al fin el hombre deja atrás al buitre.

 

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*            *           *·

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© Herederos Sargon Boulus  | Otro hueso para el perro de la tribu (2008) · Traducción del árabe: © Luz Gómez  2021 |  Cedido por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo