Crítica

La eternidad más humana

Karlos Zurutuza
Karlos Zurutuza
· 4 minutos

Mikel Ayestarán

Jerusalén, santa y cautiva

Género: Ensayo
Editorial: Península
Páginas:  256
ISBN: 978-84-9942-986-1
Precio: 18,90 €
Año: 2021
Idioma original: castellano

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Es sabido que los corresponsales en el extranjero corren el riesgo de perder el olfato a la hora de buscar historias más allá de las que dicta la actualidad. Dicho de otra manera, a fuerza de escucharlo cada tarde del viernes, a uno le puede dejar de llamar la atención el bocinazo que marca el comienzo del Sabbat, o que esos niños con kipá y caireles se entreguen afanosos a cruzar contenedores para bloquear el tráfico justo entonces. Todo deja de ser exótico.

La buena noticia es que a Mikel Ayestaran (Beasain, 1975) no le pasa en Jerusalén, santa y cautiva. Se ha escrito tanto sobre la ciudad, hay tanto —desde renglones a folletines— que acabamos por echar en falta voces más allá de la del muecín o rostros que no sean los de los santones vivientes. Y luego están los detalles. ¿Vieron esas placas de cerámica blanca con bordes verdes que marcan los nombres de las calles? Las fabrican los armenios. Quédense también con los olores: desde el hummus más secular hasta la fritanga del Arab Fried Chicken.

El guipuzcoano los conoce bien porque reside en Jerusalén desde que se mudó en 2015 con su mujer y sus dos hijos. Atrás quedaban casi dos décadas apagando fuegos entre Túnez y Pakistán como enviado especial que pasaba más tiempo en el aeropuerto de Bilbao que en casa. Tocaba parar.

Así, Ayestaran no nos invita ahora un frenético viaje como el de Oriente Medio, Oriente roto (Península, 2017) sino a un fascinante paseo que arranca en la Puerta de Damasco de la Ciudad Vieja. Es este un relato armónico y ameno que navega fluido entre el imprescindible contexto histórico, la actualidad periodística y lo cotidiano, siempre al paso de alguien que conoce la ciudad: hay piedras y liturgia, claro, pero también una compra diaria en un ultramarinos palestino enclavado en el primer tramo de la ruta Damasco-Jerusalén y luego, quizá, una reunión con los profesores de la escuela anglicana donde estudian los dos hijos de nuestro anfitrión (la lengua oficial en casa de los Ayestaran bascula entre el inglés británico y el euskera de Azpeitia).

Una ciudad la hacen sus gentes y eso es algo muy presente en este libro que patea galerías, callejuelas y criptas

Para descomprimir, nada como una cerveza palestina helada en una terraza en la que pueden sentarse desde orfebres armenios a genetistas judíos; colegas periodistas que llevan ahí desde siempre como Eugeni García Gascón («decano de la prensa en Jerusalén») u otros que se fueron antes de tiempo, como Ana Alba. Ellos también son parte de esta historia.

Y es que, por mucho Jerusalén que sea, una ciudad la hacen sus gentes y eso es algo muy presente en este libro que patea galerías, callejuelas y criptas para llegar hasta ellas. Aunque a uno no se le permita cruzar el umbral de la sinagoga de esos judíos para los que el Muro no es más que un montón de piedras sin sentido («¿Qué es eso de dejar mensajitos o de rezar como si estuvieras bailando? ¿Dónde dice eso la Biblia?»).

Ayestaran también conoce atajos «casi secretos» por azoteas que desembocan en un gran mirador: el Domo de la Roca ante nuestros ojos, las campanas del Santo Sepulcro en nuestros oídos y, bajo nuestros pies, la legión de jasídicos enfilando hacia el Muro tras el bocinazo del Sabbat. Es lo que tiene la eternidad cuando te guía un local, que para cuando te das cuenta ya te has acabado el libro.

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© Karlos Zurutuza | Especial para M’Sur.

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