Opinión

Estrecho de doble filo

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 11 minutos

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Empiezo con un minuto de silencio. En memoria por la parte de humanidad que ha muerto en las personas que estos últimos días han inundado de insultos y comentarios hirientes a una enfermera española por dar un abrazo a un inmigrante senegalés que acababa de salvarse del mar, donde se ahogó un compañero suyo. Un abrazo es un acto de humanidad.

He dicho más de una vez que es urgente sacar el debate sobre la inmigración del contexto de humanidad, caridad, compasión, pena, obligación ética, todo lo que conforma el síndrome salvavidas que desde hace dos décadas domina totalmente el discurso sobre inmigración de la izquierda española y europea (el discurso de la derecha lo domina el racismo, que es todavía mucho más irracional). Pero hoy no es el día para este debate, porque tener una política de inmigración inteligente no impide dar un abrazo.

Por supuesto es urgente entender que la migración es un fenómeno económico en primer lugar basado en la necesidad de Europa de importar una mano de obra que falta en el continente: el coronavirus lo demostró a quienes no quisieron verlo. También es un negocio: emigrar tiene un precio, y no lo paga Europa: lo pagan los migrantes con el trabajo de sus manos y se lo embolsa una comunidad de traficantes sin vergüenza que vende mentiras. También es un fenómeno de psicología social: un círculo vicioso de estafas y engaños alimentado por los propios migrantes y sostenido por las políticas europeas que se llaman antimigratorias. Pero hoy no es el día para este debate.

Reunir a miles de personas en solo unas horas para lanzarse al mar no es un acto espontáneo

Podría ser momento para debatir sobre cómo ciertos países, esencialmente Turquía y, como hemos visto ahora, también Marruecos, utilizan el miedo europeo a la migración como herramienta política de presión. Pero también de esto hemos hablado ya. Y además, la avalancha, podemos llamarla así, de personas en la frontera de Ceuta esta semana pasada, no se inscribía siquiera en la presencia de un colectivo de migrantes a la espera de pasar a Europa: no se han facilitado cifras, pero es obvio que una importante parte de las 8.000 personas que entraban en Ceuta en 24 horas entre el lunes y el martes pasados, quizás la mayoría, eran ciudadanos marroquíes, no personas en ruta migratoria desde otros países. Y aunque los sondeos dicen que la mayoría de los marroquíes sueñan con emigrar, reunir a miles de personas, familias incluidas, en solo unas horas para lanzarse al mar no tiene mucha pinta de un acto espontáneo. Menos aún cuando consta que una vez llegados, muchos de ellos se presentaron voluntarios en Ceuta para ser repatriados.

Es evidente que la gran mayoría de los 1.500 menores de edad contabilizados eran marroquíes. Y no todos, ni mucho menos, eran niños sin hogar cuyo único futuro está en dejar atrás todo lo que les rodea: cientos de familias ya han reclamado y recogido a sus hijos en la frontera. También un día tendremos que hablar del elemento aventurero en el fenómeno de la migración; a veces bastaría con leer una biografía de Joseph Conrad para entenderlo, pero también este debate quedará para otro día.

Porque esto era un incidente puramente político. No hay dudas —la prensa marroquí no las tiene— de que se trata de un acto premeditado por parte del Gobierno marroquí para ejercer presión contra España por el hecho de que Brahim Ghali, jefe del Frente Polisario, se halla bajo nombre falso en un hospital de La Rioja para ser tratado de coronavirus. Una especie de farol político para avanzar fichas en un momento doblemente favorable para Rabat. Por una parte está el respaldo de Estados Unidos: Donald Trump reconoció en diciembre pasado el Sáhara Occidental como parte de Marruecos a cambio de que Rabat reconociera Israel, una decisión que Joe Biden no parece querer revertir. Por otra parte, un conflicto fronterizo en estos momentos no perjudica una fuente de ingresos esencial del país: el turismo. Simplemente porque en pandemia no hay turismo de todas formas.

España es para Marruecos tanto el primer cliente como el principal proveedor comercial

Si esta política de presión es inteligente es otra pregunta. Porque el Estrecho es un punto de pasaje vital de mercancías en ambas direcciones y la relación económica entre España y Marruecos es muchísimo más densa de lo que algunos parecen creer: Fuera de la UE, solo China, Reino Unido y Estados Unidos superan a Marruecos como origen de los bienes que importa España. Y para Rabat, el vecino del norte es vital: España es para Marruecos tanto el primer cliente (6000 millones de euros en 2020) como el principal proveedor (7.000 millones). Las importaciones desde España suponen el 35% de todo lo que Rabat compra a la UE, muy por delante de Francia, con un 18%. Y sobre todo, España es el destino del 40% de las exportaciones marroquíes a la UE, también por delante de Francia, con un 28%.

A esto se suma que la mayor parte de las exportaciones marroquíes a otros países europeos, así como muchos bienes de África occidental, también pasan por el Estrecho en la caja de los camiones de largo recorrido (principalmente a través del puerto de Tánger). Sin olvidar las caravanas de coches de marroquíes residentes en Francia, Bélgica y Holanda que atraviesan cada año este ojo de aguja. Cuando no hay pandemia, claro.

Es un tráfico tan vital para Marruecos que la prensa marroquí informó bajo el titular de “Guerra económica” sobre una medida de los años 90 que Madrid reactivó en octubre pasado: la prohibición, bajo multa de 200 a 700 euros, de que los camiones marroquíes vengan con más de 200 litros de carburante en el depósito (el lleno es de 1.500): obliga a repostar en gasolineras españolas. La guerra hoy día no se hace con cañoneras: se hace con detalles aduaneros. Y por supuesto con el nuevo puerto Tanger Med que Marruecos lleva construyendo desde 2004 —funciona desde 2007— entre Tánger y Ceuta para ir raspándole ganancias a su rival Algeciras, la joya de la corona portuaria española. Pero esto no quita que los camiones tendrán que seguir pasando.

Los ferries del Estrecho son una especie de esposas de acero que encadenan ambos países

Por eso mismo es fútil la idea de que España pudiera romper lazos con Marruecos para forzar una renuncia de Rabat al Sáhara Occidental. Los ferries del Estrecho son una especie de esposas de acero que encadenan ambos países. Quizás alguien se lo recordó a Rabat, cifras a mano, en una llamada telefónica antes de que, el miércoles, la policía marroquí se afanara en poner fin a la avalancha y colaborase en la repatriación exprés de los que habían llegado. No era más que un pulso de fuerza, un puñetazo en la mesa.

En épocas de Hassan II, o incluso en la primera década de Mohamed VI, habría tenido sentido analizar las posibles intenciones, objetivos, consecuencias, pasos próximos. Pero en la última década, los responsables de la política marroquí, tanto de la exterior como, sobre todo, de la interior, parecen estar más bien dando palos de ciego. Es incluso difícil dilucidar quién exactamente está dando los palos, cuando el rey da más que hablar por los rumores sobre su salud y sus largas desapariciones del escenario público que por sus discursos. Pero en Marruecos, el Ejecutivo depende poco del Parlamento y los ministerios clave, especialmente el de Exteriores, son prerrogativa del rey.

Tampoco se sostiene una primera sospecha: que la avalancha tuviera una intención de servir como reminiscencia o amenaza de una nueva “Marcha Verde”, como aquel con la que Hassan II reclamó en 1975 la soberanía sobre el Sáhara Occidental: una inmensa caravana de ciudadanos marroquíes, hombres y mujeres, que marcharon hacia la frontera de la entonces colonia española y que se conmemora aún cada año como un acto de patriotismo voluntario y espontáneo. Por supuesto, de espontáneo tuvo muy poco y de patriota menos: de eso saben los pequeños empresarios de autobuses obligados bajo amenaza de cárcel a poner su flota a disposición de las autoridades —conductor y carburante incluidos— para transportar a quienes se habían afiliado, por decisión propia o no, a esta exhibición nacionalista.

El asunto ya está prácticamente ausente de las portadas de los diarios digitales marroquíes

No parece probable, porque la prensa marroquí no ha mencionado en ningún momento las históricas reclamaciones de Ceuta y Melilla como territorios coloniales que algún día habría que recuperar. Podría haber sido una oportunidad de sacarlas del cajón, y más en un momento en el que se preparan elecciones locales y generales para septiembre y octubre. Pero nadie parece haberlo juzgado oportuno. Se habla de crisis política creada por la acogida de Brahim Ghali, se define como “derapaje del Gobierno de Sánchez” unas declaraciones de la ministra de Defensa, Margarita Robles, respecto a la protección de la integridad territorial española y se concluye que el conflicto no durará porque en materia de inmigración y de lucha antiterrorista —nadie entiende tanto de redes yihadistas como los servicios secretos marroquíes— hay demasiados intereses compartidos. Y por lo demás, aparte alguna fotogalería, este sábado el asunto ya está prácticamente ausente de las portadas de los principales diarios digitales marroquíes. De causa nacional, poco o nada.

Serán palos de ciego, pero no tan desacertados como para mezclar antiguas reivindicaciones históricas, que tranquilamente pueden resolver futuras generaciones, con el tira y afloja político concreto por un contencioso que en términos militares Marruecos tiene más o menos ganado, y donde, gracias a Trump e Israel, la victoria diplomática parece ser cuestión de un par de asaltos más. Asaltos que ante la falta de mejores ideas se pueden hacer con peones humanos en una valla fronteriza: no hay nada que asuste más a Europa.

Los dirigentes marroquíes se olvidaron de que el Estrecho es un arma de doble filo

Rabat, diríase, simplemente probó con copiarle el método al Gobierno turco, tras observar la avalancha creada por Ankara en febrero de 2020, alquiler de autobuses incluido, e incluido cordón policial para prohibir regresar a su hogar a quien se arrepintiese de deambular por la frontera del río Evros. Si le dio resultado a Turquía —o al menos no le parece haber perjudicado— ¿por qué no probar lo mismo? Aunque quien lo propuso, probablemente se olvidó de un detalle: Turquía dirigió sus soldados de plomo desharapados contra la valla griega, pero puso un excelente cuidado en impedirles acercarse a la frontera búlgara, que es por donde pasan los camiones de mercancía al corazón de Europa.

Los dirigentes marroquíes se olvidaron de que el Estrecho es un arma de doble filo. O pensaban que no importa y que bien valía la pena probar: la palabra migración es el flanco débil de Europa. Gracias a la labor racista de los partidos de derechas que agitan el espantapájaros de la “invasión de los pobres”, un muñeco de trapo vestido y adornado por los partidos y organizaciones de izquierdas: solo porque ellos hablan de pobres, los otros pueden hablar de invasiones.

Al final sí va a ser urgente tener ese debate sobre la migración. Así sea para sanear la política exterior de Europa. Eso sí, los abrazos hay que agradecerlos siempre. Gracias, Luna.
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© Ilya U. Topper |  Especial para MSur

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