Crítica

Camilleri, el trapecista

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 4 minutos
Andrea Camilleri: el maestro sin reglas
Dirección: Claudio Canepari, Paolo Santolini

Género: Documental
Participantes: Andrea Camilleri, Emma Dante, Teresa Mannino, Alessandra Mortelliti, Luca Zingaretti
Guion: Michele Astori, Claudio Canepari, Teresa Mannino
Produccción: RAI
Duración: 50 minutos
Estreno: 2014
País: Italia
Idioma: italiano
Título original: Montalbano and Me

 

Cuando van a cumplirse dos veranos de la muerte de Andrea Camilleri, llega a las pantallas españolas, con algunos años de retraso y vía Netflix, un documental sobre el escritor siciliano. Un trabajo que no pretende ser exhaustivo, que tiene como base fundamental una entrevista intermitente que le hizo al maestro la actriz Teresa Mannino en su casa de Roma.

¿Para qué más? Da gusto oír hablar a Camilleri con ese tono ronco de fumador inveterado, pero sobre todo con esa ironía isleña, absolutamente despojada de vanidad: la voz de un hombre al que el éxito, el dinero, la fama, toda esa bisutería capaz de arruinar cualquier vida, le llegó cuando ya tenía edad y experiencia suficientes para saber qué es lo que de verdad importa.

Esa forma de entender el mundo está presente en cada comentario del padre de Montalbano, cuando habla de su juventud agrigentina, de sus años de escuela, de su relación con su familia o de su vasta, inabarcable obra narrativa. Conviene no olvidar que se trata de un hombre de teatro; pero donde otros se colocan la máscara o se dejan poseer por el personaje, él interpreta a Andrea Camilleri de una forma tan convincente que no es posible distinguirlo de la persona. Todo en él es verdad.

Claro que a llegar a esta conclusión ayuda, y mucho, haber leído sus libros, tanto los superventas como los más eruditos –aquella memorable Biografía del hijo cambiado– o los más comprometidos, los que abordan el fenómeno de la mafia con inteligencia y valentía, como Vosotros no sabéis.

Estamos ante un rarísimo caso de talento mezclado con fenómeno comercial

No es menos cierto que el filme se escora por momentos hacia el registro más popular, tanto que el espectador poco avisado podría pensar que Camilleri es el autor de una serie televisiva. Las entrevistas al actor Luca Zingaretti, que encarna a Montalbano —aunque confieso que yo nunca lo imaginé así, tiendo a ver en el comisario la cara del escritor, como en Carvalho la cara de Vázquez Montalbán—, o el director Fabrizio Gifuni son concesiones al gran público, pero no aportan demasiado al retrato de Camilleri.

Habrá que insistir en que estamos ante un rarísimo caso de talento mezclado con fenómeno comercial, y que probablemente uno no se entiende sin el otro. En cualquier caso, el visionado de Camilleri, il maestro senza regole vale la pena aunque solo sea por los pocos minutos en los que el escritor explica su vocación última: “Siempre he dicho que mi ideal es la mujer trapecista. Está preciosa, siempre sonriendo, ¿verdad? Hace un triple salto mortal sin perder la sonrisa, con ligereza. Pero no muestra la inmensa fatiga del entrenamiento. Porque si lo hiciese, te estropearía tu diversión como espectador. Conmigo ocurre lo mismo. Quisiera ser trapecista”.

Lo logró. Camilleri consiguió hacer cosas dificilísimas sin perder aquella sonrisa de abuelo socarrón, tiznada por la nicotina. También es cierto que hizo cosas ligeras, a sabiendas quizá de que se le perdonaba todo. Pero fue un trabajador durísimo, incansable hasta pasados los 80 años, que nos ahorró siempre el monto de su esfuerzo, la medida y la dureza del camino recorrido.

Cómo negarse, pues, a servirse un vaso de vino siciliano o un chupito de grappa y compartir un último rato con él. ¿Último, he dicho? Todavía queda mucho inédito por ver la luz. Y cuando hayamos llegado al final, bien se puede volver al principio. Camilleri, el gran trapecista, siempre dice más de lo que cuenta.

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