Opinión

Hablar con el taxista

Alberto Arricruz
Alberto Arricruz
· 11 minutos

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Gente que ha trabajado en equipos ministeriales te lo cuenta: bien sea en gabinete de gobierno, en sedes de empresas, instituciones o partidos, trabajas rodeado de gente que vive y piensa como tú, acomodados en despachos o bajo los “oros de la República” de algún ministerio… aislado de la realidad y de la opinión de la gente. Y puedes llevarte sorpresas.

En una época muy muy remota, cuando el partido comunista francés era el más importante de Francia, su secretario general Waldeck Rochet (con acento borgoñón) se desplazaba en taxi para, dejando hablar al chofer, captar el sentir de la gente, fuera del entorno militante e institucional. Había sido campesino, estuvo en la cárcel, el exilio, la resistencia al invasor nazi. Así curtido, sabía entender el sentir popular (denunció la invasión de Checoslovaquia, negándose a secundar la propaganda del politburó que veía nazis y yanquis en Praga, luego enfermó de gravedad en un viaje a Moscú en 1969, muriendo tras 14 años en coma: del poder ruso hay cosas que no cambian).

Era otro siglo. Hoy, la mayoría de los candidatos a las elecciones presidenciales francesas son políticos profesionales, incluido el comunista Fabien Roussel y más aún el principal candidato de izquierdas, Jean-Luc Mélenchon. En 2017, el entonces candidato Emmanuel Macron hizo gala de su identidad profesional de banquero del business, prometiendo romper con los políticos de siempre y hacer de Francia una “start-up nation”.

¿Pensar? No da tiempo. Pues se llama a alguna empresa consultora, que dispone de ideas listas para vendértelas

Lo de romper con los políticos profesionales era, por supuesto, un cuento, y lo que llaman “experiencia profesional” no es otra cosa que puertas giratorias, como las que usaba Macron, y supeditación del gobierno a los intereses del mundo financiero. Así están, pues, los gabinetes ministeriales, copados por gente de la misma convicción neoliberal que los de la Comisión Europea, de la misma formación y extracción social, todos saturados de comunicaciones y reuniones, hasta el cuello de tener que producir notas y mails, y sin tiempo para sentarse a pensar.

¿Pensar? No da tiempo. Pues se llama a alguna empresa consultora, que dispone de ideas listas para vendértelas. Las consultoras, compuestas por clérigos criados en las madrazas del Capital que son las ‘business schools’, tienen un nombre que suena americano, te dicen “resiliencia”, “agilidad”, “icónico”, “bullet points”, “deseable” … y proponen recortes, recortes y más recortes en lo publico y el escudo social. Olé con la “start-up nation”.

En esa recta final antes del voto este domingo 10 de abril, ha estallado una polémica sobre las relaciones de Macron y su gobierno con la empresa consultora Mc Kinsey, que ha facturado millones en asesoramiento del gobierno sobre reforma del Estado, leyes, lucha contra la pandemia… Macron, de pronto, ha perdido su halo de jefe de Estado en guerra, y recae en la pésima imagen de “presidente de los ricos”.

Culpa suya: ha hecho el ridículo sacándose fotos en sudadera y sin afeitar, como si estuviera recluido en Kiev asediado él también. Y cuando, al inicio de la guerra de Ucrania, las encuestas lo han subido a 30% de intenciones de voto, no ha sabido quedarse callado. Se ha escenificado anunciando dos medidas mayores para después de su reelección: subir la edad de jubilación de 62 a 65 años, y condicionar los subsidios de desempleo a que los parados presten trabajo comunitario 20 horas por semana. También ha cargado contra los profesores de las escuelas, y ha hablado de poner a los jóvenes de aprendices a partir de los 12 años.

Ahora, sus portavoces están explicando que Macron no ha querido decir lo que ha dicho, y el presidente-candidato acaba de prometer subir las pensiones … Mira que lo tenía todo cuadrado.

La candidata de la derecha clásica, Valérie Pécresse, va en el mismo sentido: recortes, recortes, recortes

En una situación de crisis gravísima, con la reaparición de la inflación, el litro de gasoil rondando los dos euros y la electricidad y el gas pasando a costar caro en un país donde la energía era barata… con la sociedad dañada por la crisis de la pandemia a pesar del escudo social, donde se ha visto nítidamente la degradación inaceptable de la sanidad publica… después de la crisis de los chalecos amarillos expresando la desesperación de la Francia vaciada… lo único que Macron se plantea, es anunciar más recortes para las categorías populares. Y lo expone con orgullo, convencido de que no hay alternativa.

Desde el partido socialista al partido de derechas clásico, pasando por los macronistas —esa forma francesa de gran coalición entre socialistas, centristas y derechistas—, desde la Comisión Europea hasta la oligarquía capitalista, todos acatan las políticas de recortes desde hace veinte años. Y consideran que fuera de eso, solo hay populismo extremista. Sigue dominando Margaret Thatcher: there is no alternative.

La candidata de la derecha clásica, Valérie Pécresse, va en el mismo sentido: recortes, recortes, recortes. No consigue, pues, diferenciarse de Macron, y por eso no encuentra dinámica electoral. No ha sabido recuperar la corriente social y de independencia nacional de su derecha: la tendencia gaullista. Ha dejado ese espacio vacío.

El teletertuliano Éric Zemmour lo ha apostado todo en la batalla cultural, defendiendo la Francia de toda la vida —y la tradición política fascista, reivindicando a Pétain— frente a la inmigración y la progresía cosmopolita. Pero en lo que a economía se refiere: recortes. Ha sido propulsado en la contienda electoral para restarle fuerza a Marine Le Pen, por gente que interpreta como de extrema derecha toda resistencia a las políticas de recorte y al mix ideológico liberal. El tiro les está saliendo por la culata, simplemente porque la oposición a los recortes y al liberalismo no es fascismo, no es extremismo, no es marginal.

Marine Le Pen, heredera de su padre Jean-Marie en la dirección del partido de extrema derecha que este montó hace sesenta años, lleva tiempo intentando esconder la herencia fascista y antigaullista del partido de papá, y reivindicar el espacio dejado vacío del gaullismo. Parece estar a punto de conseguirlo, después de cinco años de presidencia Macron.

Los dirigentes del Partido Socialista, al seleccionar Anne Hidalgo, han mostrado que no hablan con el taxista

Que Le Pen hija ganara como heredera del gaullismo sería una gran ironía de la Historia. Porque la derecha francesa construida por De Gaulle es históricamente antifascista, y De Gaulle ha combatido los movimientos fascistas incluso en una guerra secreta para acabar con su vertiente terrorista en los años sesenta… algo que inspiró la invención de los GAL contra ETA.

Entonces ¿por qué la izquierda parece no capitalizar la oposición a los recortes y al liberalismo?

Contestar a tal pregunta excede la ambición de esta modesta columna de comentario electoral. Pero lo que está claro es que la izquierda se encamina, en sus diferentes componentes, hacia uno de sus peores resultados históricos.

En la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2017, los candidatos reivindicándose de la izquierda totalizaron un 28% de los votos. Macron salió ganador con un 24 %, gracias a llevarse la mayoría del voto socialista. Para este domingo, las encuestas apuntan a que el total de los candidatos reivindicándose de izquierdas —incluyendo al candidato “verde”— podría acabar más bajo que en 2017.

A la candidata oficial del Partido Socialista, la gaditana Anne Hidalgo, las encuestas le vaticinan el peor resultado jamás cosechado por el partido en su historia. Los dirigentes del Partido Socialista, al seleccionar Anne Hidalgo, han mostrado que no hablan con el taxista y viven aislados de la realidad.

El exsocialista y candidato de izquierda “radical” Mélenchon apuesta firmemente por hacer de Trump de izquierdas: ataques violentos e insultantes a toda competencia en la izquierda, guiños descarados para ganarse un supuesto voto “musulmán”, renunciando a defender la laicidad, apoyo a las campañas contra la vacuna del covid hasta validar bulos que en España se limitan a Miguel Bosé y algún loco más… Su antioccidentalismo y su apoyo a Rusia los tiene totalmente borrados, con la complicidad de los medios, hasta saludar la resistencia ucraniana en su mitin de París y apoyar la adhesión de Georgia y Moldavia a la UE.

Ese oportunismo descarado y falta de principios tiene como objetivo alcanzar la segunda vuelta y esperar ser presidente. La dinámica del “voto útil” —ser el único candidato de izquierda con posibilidad de pasar a la segunda vuelta— parece funcionar según las encuestas.

Mientras en 2012 y 2017, Mélenchon contó con el apoyo del Partido Comunista, este año los comunistas presentan a Fabien Roussel. Roussel ha surgido con propuestas novedosas en cuestiones económicas (defendiendo la energía nuclear al contrario de todos los demás candidatos de izquierda), y es el único en la izquierda que no niega la importancia del islamismo —lo denuncia como una corriente fascista— tanto en su vertiente terrorista como en sus consecuencias sobre la sociedad francesa.

En 2017 hubo gente que dudaba entre votar a Macron o a Mélenchon: los dos aparecían como una alternativa al viejo sistema

Pero el comunismo está muerto, pertenece al pasado. Al ser del PC y reivindicarse del programa de la resistencia (“los días felices”) implementado entre 1944 y 1948, no se saca los pies del barro del pasado. En eso, Mélenchon le gana porqué parece libre de tal pasado.

Se vota el domingo para cualificar los dos candidatos que pasarán a la segunda vuelta. No se vota a partidos, se vota a personas, por lo que la percepción que se tiene de las personas cuenta.

Al contrario de las campañas electorales anteriores, no se ha organizado un debate entre los candidatos. Ese debate, que se daba tradicionalmente un mes antes del voto, marcaba tendencias. Con los medios invitando ahora los candidatos por separado, a veces con algún debate entre dos de ellos, se ha perdido interés y audiencia. Los “pequeños” candidatos han perdido la posibilidad de salir del agujero mediático, construido en la fase anterior a la campaña oficial (a dos semanas de los comicios).

En 2017 hubo mucha gente que dudaba entre votar a Macron o a Mélenchon, lo que parece increíble viendo las diferencias programáticas entre esos candidatos. Pero los dos aparecían entonces como una alternativa al viejo sistema de partidos. En el momento de votar, buena parte de esos indecisos eligió a Macron por ser más joven y parecer más novedoso.

Han pasado cinco años con Macron como presidente. Su figura se ha desgastado bastante. Y ha exhibido varias veces su desprecio a la gente del pueblo, prefiriendo las elites “start-up” que tanto le gustan. Puede pagarlo.

Pécresse parece hundida. Pero el voto de derechas “tradicional” ha mostrado hasta ahora ser fiel a su candidato; veremos si eso sigue así. Zemmour parece desnortado desde que empezó la guerra de Ucrania, y además su campaña padece amateurismo y se ha visto.

Mélenchon, a pesar del gran lavado de cara que le hacen los medios para promoverlo como alternativa a Le Pen, ha mostrado rasgos de carácter que inspiran rechazo a mucha gente, y eso podrá influir en el momento de votar. Mientras, Le Pen se mueve lo mínimo, y muestra una solidez que no se le veía en 2017, cuando Macron aparecía nuevo y ofensivo. Con esa táctica de pasos medidos y comunicación mínima, puede que al final sea ella el Trump francés.

Las encuestas predicen una fuerte abstención, sabiendo que la abstención es esencialmente voto popular. Pero en Francia hay mucha gente que solo vota en las elecciones presidenciales, y este domingo también lo veremos. Por lo que hay que esperarse unos resultados que no sean los que las encuestas predicen. Habrá oleaje.

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© Alberto Arricruz |  Abril 2022 · Especial para M’Sur

 

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