Sylvain Cypel

«Los israelíes, en su mente, también están atrapados por un muro»

Carmen Rengel
Carmen Rengel
· 10 minutos
Sylvain Cypel |  |  © Desconocido
Sylvain Cypel | | © Desconocido

Sevilla | Julio 2007 

Sylvain Cypel nació en Burdeos (Francia) hace 60 años, hijo de padre ucraniano y madre polaca que emigraron al país galo en los años 30. El periodista, de origen judío, residió en Israel durante 12 años. Allí, además de tener a sus cuatro hijos, se licenció en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales, estudios que amplió más tarde con otro título universitario en Sociología y una maestría en Historia Contemporánea. Comenzó su carrera en la prensa escrita en 1978, cuando ingresó en el rotativo Le Matin de Paris, donde fue responsable del equipo de reporteros en Oriente Próximo hasta 1985.

Más tarde trabajó como freelance en el canal público de televisión France 2 y en el diario Liberation, fue redactor jefe adjunto del noticiario económico Les Echos e impulsó el nacimiento de la revista mensual Capital.

Su regreso a la política internacional le llegó con el cargo de redactor jefe adjunto y director de redacción en el Courier Internacional. Actualmente, desde 1988, es redactor jefe del diario Le Monde, el periódico de referencia en Francia. Acaba de publicar Entre muros. La sociedad israelí en vía muerta (Galaxia Gutenberg – Círculo de Lectores) y este año ha recibido el premio Francisco Cerecedo 2006 que otorga la Asociación de Periodistas Europeos en Madrid.

Dice que la sociedad israelí vive entre muros. ¿No era la palestina la que estaba rodeada de hormigón? 
Un muro siempre tiene dos caras. Los palestinos están encerrados por el muro pero los israelíes también lo están, en su mente, atrapados por un muro que les impide relacionarse con el otro, entenderlo. Están encerrados porque su mirada no traspasa el hormigón, encerrados en la ignorancia que se construyen para pensar que el sufrimiento del de enfrente es irreal. El muro para ellos es un símbolo de seguridad, pero creo que en absoluto es una garantía de una vida en común.

«Los palestinos están encerrados por el muro pero los israelíes también lo están»

Están atrapados en un muro de miedo, entonces…
Sí, de miedo y rabia, y la única forma de acabar con esa situación es enfrentándose a la verdad. La solución al famoso conflicto palestino-israelí no vendrá del intelecto ni de la reflexión, sino de la realidad. De darse cuenta de que se asfixia al vecino. El muro convierte en imposible la vida en los territorios palestinos, pero con el contexto de Irán e Iraq, los israelíes lo ven como algo justificado. Sin embargo, hay cosas que están cambiando y eso me hace ser moderadamente optimista.

¿Qué es lo que está cambiando? 
Mire, hace 35 años Golda Meir afirmaba que los palestinos no existían y la OLP decía a su vez que Israel y los israelíes no existían. Hoy, tras muchas víctimas, ambos se reconocen, salvo excepciones. En los últimos años, desde Oslo, hemos visto una involución, todos los intentos de acercamiento han fracasado, pero ya ha calado en la gente la idea de que el otro existe. Por ejemplo, los colonos judíos hablan de “los palestinos” y hasta Hamás, que no reconoce el Estado, lo reconoce como pueblo. Esa realidad ya ha entrado en su mente, aunque se quieran expulsar entre ellos. Hay un final de la retórica, ya no hay negación total, y de ahí mi optimismo. Hasta los historiadores israelíes están enfrentados entre los que asumen que hubo una expulsión feroz de los árabes y los que siguen ciegos. Los palestinos, además, respetan mucho a los judíos como religión del libro, como la primera, pero creen ilegítimo que tengan una nación propia. No son pocos los palestinos que, por eso, afirman que no les importa vivir bajo el mismo estado y trabajar con los israelíes. Creo que hemos vivido una guerra eterna, pero nada es eterno.

«La solución pasa por desocupar de forma inmediata y total los territorios palestinos»

¿Y por dónde pasa la solución? 
Sin duda, por aplicar una mirada racional al tema y desocupar de forma inmediata y total los territorios palestinos.

Los israelíes verían en ese paso una claudicación, ¿no?

Es lo justo, están sometidos a castigos y humillaciones constantes. Les quitan sus casas, les arrancan los olivos, Gaza es un zoológico cerrado a cal y canto desde hace seis años… Los habitantes de Cisjordania, que se pueden mover limitadamente, a veces no tienen permiso para ir a trabajar, a clase, al médico; dependen de lo que se le antoje al soldado del checkpoint. Dependen de su buena voluntad o su enfado. Puede que tardes 20 horas en ir al peluquero del pueblo de al lado. Existen, incluso, las famosas barreras de seguridad, un eufemismo para las vallas que separan en Cisjordania a 400.000 palestinos. Si con este escenario no se les da lo que merecen, nunca se calmará su sed de justicia, es evidente. No les valen más negociaciones vanas, sino la marcha urgente de las tropas de ocupación.

¿Cuál es el principal reparo para que esa devolución se lleve a cabo? 

El de la frontera mental, de nuevo. Técnicamente es posible hacerlo, pero no hay voluntad política. Están las minorías nacionalistas que ayudan al gobierno israelí a sacar las votaciones adelante, y los colonos, que tienen mucha predicación entre la población de a pie. Es imposible moverse contra ellos, dicen los partidos tradicionales, y aunque todos saben que la única solución con los palestinos pasa por ahí, no cederán fácilmente.

Ya hay importantes colectivos civiles que sí apoyan la devolución y los acuerdos de paz. ¿No es un colectivo aún tan fuerte como el de los que se oponen a ello? 
Nadie se quiere arriesgar a llevar semejante medida en su programa de gobierno porque se entendería, en una lectura de urgencia, como una derrota de los judíos. Habría ganado el enemigo, se cedería al enemigo. Ahora que están en horas bajas, tras la derrota real que Hizbollah les infringió el pasado verano, nadie se atreverá, tienen un miedo atroz a que se entienda como una actitud blanda. Es el debate entre dominar o ser dominado, entre permanecer firme o aparecer como humillado. El coste político es atroz. Y hay un grupo no pequeño de gente que además azuza el miedo a la hipotética desaparición de los israelíes como pueblo si eso sucede. Adiós a la promesa divina del Gran Israel, dicen otros. Quedarían los muertos de tantos años como algo inservible.

«Si EE UU obligase a Israel a abandonar Gaza y Cisjordania, lo harían en 48 horas»

¿Pero hay verdadera conciencia en la calle de que son una potencia invasora? 
Ya existe un pensamiento crítico muy potente y no sólo en círculos universitarios o intelectuales. Muchos saben ya que es verdad innegable que hace 60 años expulsaron a los palestinos, que nadie se fue voluntariamente. Y ya han pagado un precio suficiente. Ahora son otros los que deben mover ficha.

La mediación internacional en el conflicto fue fructífera en los años noventa, pero hoy es casi inexistente. ¿Tampoco aquí hay voluntad política?
Evidentemente, cada uno mira a sus problemas internos y quien siempre estuvo ahí, que fue EE UU, también. Además, tiene sus preferencias.

Israel, claramente…
Sí, tienen la misma visión del mundo, y más ahora con George W. Bush. De ahí su cooperación militar, el veto estadounidense a todo lo que en la ONU afecte a Israel, la influencia política y económica de los lobbys judíos… Sin la muleta estadounidense esto hubiese terminado mucho antes.

«Muchos israelíes saben ya que es verdad que hace 60 años expulsaron a los palestinos»

¿Habría hoy paz, dice?
Si EE UU obligase a Israel a dar un paso atrás y abandonar Gaza y Cisjordania, lo harían en 48 horas. Desde Tel Aviv siempre, siempre, siempre se ha escuchado de inmediato lo que dicen en Washington. Podría ser, permítame la exageración. Creo que EE UU debe examinar bien su papel allá, teniendo como tiene un infierno en Irak alimentado en parte por la falta de independencia palestina.

Usted es judío, francés, mediterráneo y centroeuropeo… ¿No cree que todo surge de la falta de conocimiento del otro?
Le contesto con la frase célebre de Edward Said: “No existe un choque de civilizaciones, sino de ignorancias”. Si hay un lugar de riesgo para que choquen culturas es el Mediterráneo, donde viven las viejas civilizaciones y también las emergentes. Todo en un rincón. Estoy convencido de que la ignorancia mutua entre esos dos polos puede ser una notable fuente de rechazo, aunque creo que aún no tenemos un choque de civilizaciones, sino una falta de entendimiento clara. Unos países siguiendo la política militar y defensiva de EE UU, otros con un islamismo en alza… El riesgo del Islam político, en una evolución nefasta, no es probable sino lamentablemente posible. Para impedir los choques de hoy hay que superar el desconocimiento del otro, claramente.

¿Le cuesta a Europa asumir al otro?
En el oeste hemos visto que existen sociedades pluriétnicas y pluriculturales, pero no es lo mismo que integrar el componente árabe, tan diferente. La sociedad no se acostumbra a ser tolerantes con ellos y hay quien en el Islam refuerza esa intolerancia. No somos orillas pluriculturales porque la oposición real es muy fuerte. De ahí que si no se supera la brecha de desconocimiento surjan problemas.

Como los que se han dado en su país, Francia…
Sí y no, lo sucedido en Francia tiene un componente de choque por guetos y por reivindicaciones postcoloniales que se mezclan con un problema de paro que afecta a los propios franceses de origen; no hace falta que salten los chavales de la segunda o tercera generación de familias de Marruecos o Mali. Si el gobierno no actúa con urgencia, no sólo con medidas policiales sino sociales, puede repetirse otro crudo invierno en los suburbios.

¿Qué política de inmigración plantea como la más correcta?
Hay que empezar por sacar a Europa de su enmurallamiento: los ricos piensan que pueden encerrarse y todo lo demás que funcione como pueda. No es así, los que no tienen nada que perder no van a parar ante ninguna barrera, ante ningún muro. Hay que dotarse de medios y afrontar el problema, aceptarlo y no negarlo. Primero hay que racionalizar el flujo de los que llegan y no caer en la expulsión fácil y, por supuesto, ayudarlos en los países de origen para que se desarrollen y no tengan necesidad de venir a Europa. No es que venga un barrendero, es que viene un médico que prefiere estar aquí de camarero que en su país con su título. No basta sólo con una política de seguridad, sino que hay que invertir en el origen del problema, cuidando qué se hace con los fondos, porque se trata desgraciadamente de países muy pobres, tremendamente corrompidos.