Entrevista

Carmen Vilela

«Grecia estuvo condenada desde su nacimiento a ser una marioneta»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 9 minutos
Carmen Vilela (Sevilla, 2010) |  ©  Javier Cuesta
Carmen Vilela (Sevilla, 2010) | © Javier Cuesta

Con la recentísima publicación de Relatos de Siros (Universidad de Sevilla), la profesora Carmen Vilela acaba de culminar una importante tarea de rescate y traducción de la figura de Emmanuil Roídis (Ermoupoli, 1836-Atenas, 1904), nombre capital del siglo XIX griego.

Dicha labor comenzó con una edición de su novela La papisa Juana —que obtuvo el premio de las Editoriales Universitarias y el Premio Andaluz a la mejor traducción en 2007—, prosiguió con los ensayos reunidos en el volumen Paseos por Atenas —finalista en 2009 del Premio Nacional de Traducción de Grecia— y concluye con esta generosa colección de relatos breves, en la que el escritor saca a relucir su estilo punzante, a ratos corrosivo y sorprendentemente moderno, de una asombrosa vigencia.

Leyendo a Roídis, a menudo uno tiene la tentación de asegurarse de las fechas. Muchos de sus textos parecen escritos ayer…
Sí, Roídis se plantea la escritura como un acto de denuncia, es un crítico feroz. Pretende ser un espejo de la sociedad, de los políticos, para que la gente vea la distancia que hay entre la imagen real y la que tienen de sí mismos… Arremete contra todo lo que se mueve, pero sobre todo contra lo que no se mueve: el clientelismo político, la corrupción… Él observa que en Europa los partidos son distintos porque responden a concepciones diferentes del mundo, pero en Grecia todos tienen una cosa en común: llenarse la panza a costa del erario. Él desafía a todo eso, pero también a las pobres gentes que se dejan embaucar.

¿Hasta dónde llega la similitud con la Grecia actual?
Bueno, no creo que quien conozca Grecia pueda sorprenderse de lo que ha pasado. Cuando lees a Roídis y reflexionas sobre los vicios que él describe, llegas a la conclusión de que todo era previsible. Sin embargo, a menos que creamos que cada uno tiene lo que se busca, no creo que el pueblo griego merezca la dramática situación en que se encuentra. El ciudadano tendrá su parte correspondiente, quizá, pero no olvidemos que Grecia es un país condenado desde su nacimiento a ser una marioneta de las potencias europeas. Con la última crisis he llegado a leer algo terrible, dicho en Alemania: “Que vendan una isla, que tienen muchas”. ¿Y por qué no se llevan también el Partenón entero? Total, si se llevaron sus mármoles, y la puerta del mercado de Mileto, o el altar de Pérgamo… Grecia es un país dominado, a causa de su debilidad económica, por las grandes potencias. Ellos se dejaron querer, y lo están pagando. Por otro lado, allí no se pagaba el impuesto de transacciones económicas por venta de inmuebles, se defraudaba a Hacienda, el enchufismo era de lo más frecuente… Y todo eso está, por cierto, en Roídis. Los griegos lo consideran un puntal fundamental de su cultura, pero en el fondo de su corazón les duele. Y más de uno, si pudiera, lo eliminaría.

¿No hubo, de hecho, algún intento de silenciarlo?
Sí, Roídis fue un proscrito en su época. Su novela La papisa Juana fue condenada por el sínodo ortodoxo, y él calificado de malévolo, perverso, blasfemo, lucianesco, voltaireano, positivista, mal escritor… La iglesia ortodoxa calificó la novela de “nociva para el cuerpo y el alma”. Y no contenta con excomulgar el libro de Roídis, pretendieron que los tribunales de Justicia dictaran también sentencia contra él. Lo gracioso es que los jueces no pudieron hacerlo. Dijeron: “¡No podemos leer ese libro, ustedes mismos han dicho que es nocivo

¿Cree que Roídis habría visto en la Iglesia una parte de culpa en la crisis griega actual?
No conozco la situación de la Iglesia ortodoxa desde el punto de vista económico, pero me da la impresión de que no llega hasta los extremos de la católica… Lo que Roídis ataca es la línea de flotación, porque en aquel momento la Iglesia se ve como una de las piedras angulares sobre las que se va a edificar el nuevo Estado griego. La otra piedra fue la Antigüedad, el pasado griego. Y fue un escándalo monumental. Pero ojo, Roídis es demasiado culto como para atacar a la religión en sí: lo que combate es la superstición y la ignorancia, y el afán de hundir a todo aquél que no esté de acuerdo con el planteamiento oficial.

Volviendo al griego de a pie, hay un lugar común que lo describe como descuidado, improvisador, perezoso, tal y como a menudo se nos dibuja a los andaluces. ¿Hay algo de cierto en ello?
Yo creo que el alma de los pueblos no tiene un perfil determinado, y decir que la gente de tal o cual sitio actúa de esa manera porque es mediterránea, es un sofisma. Lo que hay son unas condiciones políticas, montadas sobre una previa debilidad económica, adobadas además con un sistema que de parlamentarismo sólo tiene el nombre, que acaba conformando una manera de actuar. La revolución griega de 1821 es un movimiento de liberación, pero en el fondo es una revolución burguesa, que acaba con la aristocracia, con aquellos apellidos bizantinos que seguían controlando el poder. La burguesía naviera apuesta muy fuerte por ese cambio, pero el esfuerzo no lleva a crear una clase media poderosa. Lo que se acaba consiguiendo es que una masa de campesinos pase a ser una masa de funcionarios. Curiosamente, Siros —la isla de Roídis— fue una excepción, allí sí hubo una burguesía poderosa…

En Roídis me llama mucho la atención su visión de las mujeres. Ese personaje masculino que prefiere que su mujer coquetee con quien quiera, que incluso la prefiere así porque es libre, es impensable en, por ejemplo, la literatura italiana del momento.        
Roídis puede parecer, de entrada, un machista impresentable. Era un hombre de su tiempo, no se erige en adalid de la mujer, pero a veces da claves profundas de lo que debe ser el verdadero feminismo. Recuerdo cuando traduje un artículo titulado El precio de las mujeres, que al principio me rechinaba por todos lados, hasta que le di vueltas y lo maduré. Viene a decir que las mujeres se ponen un precio, que no es el de las prostitutas, sino que consiste en que solo se entregan a un hombre si las lleva al altar y se compromete a mantenerlas de por vida. Lo fija ese complot tácito entre ellas para conseguir lo que por méritos propios no pueden obtener: subsistencia e independencia de la familia. Si una mujer tuviera manera de mantenerse a sí misma, nos dice Roídis, ese precio se acaba. Luego en la independencia económica ve la clave de la libertad de la mujer.

Uno de los mayores desafíos que Vilela ha tenido que afrontar en este trabajo es el hecho de que Roídis escribiera en katharevousa, es decir, el griego oficial –y artificial– que poco tenía que ver con el que se hablaba en la calle. “Hasta 1976 existían esas dos modalidades de griego”, explica la profesora. “El katharevousa, obligatorio en la Administración pública, los institutos y las universidades, muy encorsetado, de sintaxis complicadísima, siguiendo los parámetros del griego antiguo; y luego estaba la demótica, la del pueblo, mucho más evolucionada. En el siglo XIX, tras la revolución, se plantea delimitar el código lingüístico y surgen las dos tendencias enfrentadas, que responden a dos modelos de Estado y sociedad. La aristocracia antigua defiende el katharevousa y culpa a la lengua ‘vulgarizada’ de que en Grecia no haya literatura. Roídis, que escribe en esta forma de griego, que no sabe escribir literatura en demótico, lo que defiende es la idea de dar calidad literaria a la lengua del pueblo. Y al mismo tiempo, dice: ‘respeto mucho a los muertos, hasta cuando están vivos’, refiriéndose al  katharevousa”.

¿Por qué siempre pensamos en Grecia como tierra de poetas, y no de narradores?
En general, Grecia tiene una hermosísima literatura desconocida. Independientemente de que allí todos quieren ser escritores, un poco como pasa también en España…

Me refiero a que, a la hora de pensar en letras griegas, nos viene a la cabeza Kavafis, Seferis, Elytis, todos poetas. Pero, salvo Kazantzakis, famoso por el cine, y que además está descatalogadísimo…
…Y las traducciones al español que se hicieron de él están desfasadísimas, porque se hicieron del francés, y no del griego. En cuanto a los poetas que mencionabas, hubo un momento en que los ingleses pusieron de moda a Kavafis, sobre todo los que frecuentaban Alejandría y El Cairo. Y debido a ello, hoy conozco a ¡diez! traductores que han vertido a Kavafis al castellano. Que dos o tres está bien, pero tampoco hay que exagerar… La narrativa, en cambio, no ha contado con muchos traductores, sobre todo porque en España todavía hay poca gente que sepa griego moderno. Ello impide que lleguen al lector autores como Korais, el primer gran prosista de la nueva Grecia, o el propio Roídis, o Palamas, la generación de los años 30… O escritores como [Theodor] Kallifatides, que vive en Suecia, y es una maravilla…

De hecho, ahora que lo pienso, tampoco sabemos demasiado del cine o la música de allí.
En esos casos, creo que la Antigüedad ha ensombrecido la realidad presente. Y los filólogos clásicos tenemos nuestra culpa: es como si todo lo que vaya más allá de Alejandro Magno no mereciera la pena. Pero, ¿y el mundo griego actual? Cuando yo empecé a viajar a Grecia, buscaba un Pericles en cada griego —y te puedes imaginar los chascos que me llevaba—, y eso les molestaba. No es que no estén orgullosos de su pasado, es que quieren reivindicar su presente. Los griegos son lo que son por sí mismos, no porque existiera Pericles, y merecen todo el respeto. Hasta que no entiendes eso, no puedes valorarlos en su justa medida. Las claves vienen a veces tergiversadas, necesitas investigar, leer Historia, literatura, para entender cómo son.