Entrevista

Yolanda Castaño

«La costa de Croacia y las Rias Baixas son la misma cosa»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 9 minutos
Yolanda Castaño  |   ©  Laura Rosal
Yolanda Castaño | © Laura Rosal

Desde que debutara en 1995 con el poemario Elevar as pálpebras, Yolanda Castaño (Santiago de Compostela, 1977) se reveló como una voz fresca y renovadora de la poesía española, pero también como una firme militante de la lengua gallega. El hondo erotismo de títulos posteriores como Delicia (1998) y Vivimos no ciclo das erofanías (1998) fue condiciéndola hacia un registro más maduro y también desgarrado, el de O libro da egoísta (2005), y más recientemente el de Profundidade de campo (2007).

Poseedora del premio de la Crítica gallega, el premio Espiral Maior y el Ojo Crítico de RNE, entre otros, Yolanda Castaño colabora en el programa diario Cifras e Letras de TVG.

El catalán parece experimentar un buen momento, el euskera se anotó incluso el premio Nacional de Narrativa del año pasado. ¿Cuál es la situación actual del gallego?
Pues estamos muy afanados en dar pasos hacia atrás. Hemos vuelto a la situación de los años 80, la lengua sigue viviendo mucho del autoodio, del complejo de inferioridad… El hecho de no ser la lengua que se adscribe al poder, al progreso, al medrar, hace que los niños no la aprendan, ‘porque con eso no se va a ningún lado’. La paradoja en la que vivimos es que el gallego vive una situación terrible, está perdiendo hablantes, frente a la situación de su literatura, que goza de muy buena salud. ¿Cómo se come eso?

El último libro de Lipovetsky habla de otra paradoja, la de la globalización que no sólo no homogeniza a la sociedad, sino que está relanzando las particularidades culturales…
En parte tiene razón, parecía que las telecomunicaciones iban a acercar realidades muy alejadas, pero están sirviendo más para reforzar los vínculos cercanos.Podrías contactar con poetas serbios o guatemaltecos, pero te pone en comunicación con tu vecino de dos calles más abajo.

¿Qué traerá eso de bueno y de malo?
En el fondo es una tendencia bastante humana. Hace tiempo asistí a un encuentro de literaturas pequeñísimas, como la eslovena, y gigantescas, como la china, y te dabas cuenta de que todos los autores acabamos teniendo problemas parecidos. Al final la pregunta es saber a qué lectores llegamos, y cómo podemos ir más allá. Eso nos cuesta a todos. Pero las meras posibilidades que brinda la red, en cualquier caso, son algo importante, y están ahí, a nuestro alcance.

Hay quien piensa que los gallegos perdieron la oportunidad histórica del bilingüismo por no asimilarse al portugués. ¿Es una barbaridad, o merece consideración la idea?
La verdad es que nosotros no escogimos nada, fue un avatar político e histórico que nos llevó hasta donde estamos.Es cierto que hay gente que sigue soñando con eso, pero también es el sueño de adscribirse a una lengua de poder. Es pasarse la vida aspirando a lenguas que se cuentan por  número, y no me gusta regirme por ese argumento. Cualquier lengua puede tener la potencia para para que su contenido llegue a todo el mundo. Debemos sentirnos el centro del mundo escribiendo croata o en maltés. O al menos no sentirnos subsidiarios de otra lengua mayor.

Pero usted ha tenido un acceso natural a la literatura portuguesa, ¿no?
Desde luego. También los portugueses nos leen a los gallegos naturalmente. Lo que sucede es que hay cuestiones políticas y económicas que hacen que la distribución de libros gallegos al otro lado del Miño sea tres veces más difícil, y lo mismo a la inversa.

¿El cambio político en Galicia ha repercutido en la lengua?
Se ha sentido enormemente. De hecho, el paso atrás del que te hablaba viene de entonces. Ahora vamos a llevar al Parlamento firmas de ciudadanos contra el decretazo que ha apartado el gallego de los programas educativos, cuando antes eran al 50 por ciento con el castellano. El nuevo gobierno aboga porque los niños castellanoparlantes no tengan que hacer ningún esfuerzo, y evitar que sean perfectamente competentes en los dos idiomas.

Hace poco ha habido un asomo de reivindicación, por parte de algunas editoriales españolas, de un gran escritor gallego como Álvaro Cunqueiro, inexplicablemente olvidado. ¿Qué podemos hacer para evitar estos casos?
Aparejar redes, circuitos de traducciones: en los dos vertidos, pero desde luego promover traducciones al castellano de clásicos y contemporáneos gallegos. Como eso hasta ahora viene siendo imposible, las poquísimas traducciones que se publican son azarosas y parten de sensibilidades individuales, no forman parte de un programa. Y creo que hace falta una línea definida.

Además de Cunqueiro, ¿qué autores considera de inexcusable lectura?
Hay gente que me parece grandiosa en gallego, pero que no funcionan igual en la traducción. Se ha visto en Ferrín, un poeta del copón que ha sido traducido por Hiperión, pero no con el resultado esperado. Pero una María Mariño, un Lois Pereiro, nuestro poeta maldito y contracultural, una Xohana Torres… Hay tantos que lo difícil sería por dónde empezar.

Me pregunto si el hecho de tener a Rosalía de Castro como gran patrona es una vacuna contra el machismo para las letras gallegas…
Para los autores, desde luego no. Pero es un hecho tan llamativo que tiene que marcarnos, tal vez de una manera menos consciente de lo que pensamos. Rosalía abrió un camino que permite que haya salido de Galicia un número alto de autoras. En los noventa hubo tal eclosión que llegamos incluso a ser mayoría en algunas antologías.A la hora de darnos a conocer, creo que hemos sido beneficiadas por ella. Pero la vacuna contra el machismo en la sociedad y en el mercado editorial creo que aún no la hemos encontrado.

Recuerdo que cuando leí sus primeros poemas, me llamó la atención el descarado erotismo que destilaban. Eso ya estaba en autoras de generaciones anteriores como Ana Rosetti, Blanca Andreu o Mercedes Escolano, pero sentí que ahí había un paso más, una nueva generación más libre para hablar de sexo.  
En realidad yo no lo pensaba mucho, era todo muy visceral y muy poco programático. Mis tres primeros libros tiraban en efecto por aquella línea, pero porque sólo puedo escribir sobre lo que me toca, y esos poemas están conectados con el momento que yo estaba viviendo. Para mí la poesía, sin llegar a ser confesional, exige ser auténtico cuando se escribe, y no ponerse máscaras que el lector detecta a la primera. Me apetecía poner voz a cosas silenciadas y ser muy libre. No había plan premeditado, pero es cierto que coincidieron en esa línea autoras como Olga Novo o Lupe Gómez.

Sus últimos libros, en cambio, son más reflexivos, o menos desaforados.
Efectivamente, después de esa efervescencia posadolescente cambiamos un poco, somos algo mayores y exploramos otros territorios.

¿Recuerda si escandalizó en sus recitales a la Galicia profunda?
No fue para tanto, pero sí creo que en cierto modo fue un revulsivo. Pero tampoco es que descubriéramos la pólvora. Piensa que la propia Rosalía tuvo que ser la leche en su época, como María Mariño a principios del XX, igual… No estábamos descubriendo nada.

Y ahora, ¿hacia dónde se dirige su escritura?
Estoy un poco en un impás, escribiendo para varios proyectos, pero ninguno es un poemario individual para lectores adultos. Después de terminar Profundidad de campo, lo que me apetecía era tratar más a fondo el tema de la identidad.

¿Podría llegar a ser para usted la identidad una bandera por la que matar o morir?
No, no, a mí me interesa como un terreno de exploración, un ejercicio de ensayo y error. En Profundidad de campo se presentaba como un laberinto de espejos, lo que nuestra indentidad revela de nosotros y también lo que esconde, lo que falsea, y el yo que ven los otros. Esas son las cosas que busco.

Los gallegos se levantan cada mañana con el Atlántico frente a la ventana, pero viven en un país que presume de mediterráneo, que incluso llama a su gastronomía dieta mediterránea…
No creas, ¡ya se empieza a reivindicar la dieta atlántica!

Lo que quería preguntarle es si hay una extrañeza en eso. Si se sienten más cerca, por ejemplo, de Dublín que de Tánger o El Cairo…
Es verdad que se ha estudiado mucho el atlantismo, y que a veces podemos vernos más cerca de Irlanda o Escocia, que de cualquier otro país más próximo. Pero lo mediterráneo nos resulta muy familiar, como un primo hermano al que visitamos todos los sábados. A lo mejor no estamos tan cerca de El Cairo, que está más vinculado a vosotros los andaluces, pero la costa de Croacia, Montenegro, nos recuerda a las Rias Baixas como no te puedes ni imaginar. El Mediterráneo es suficientemente rico y diverso como para que todos encontremos nuestros pares.

Algún malintencionado podría entender que simpatiza con la llamada balcanización, la fiebre separatista…
Nada de eso. Pero te juro que todo aquello, con sus pajares, sus plásticos con pimientos debajo, su galpón sin recebar… para mí es como decir Las Rías Baixas II. Son la misma cosa.