Entrevista

José Carlos Llop

«El fatalismo es Mediterráneo en estado puro»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 6 minutos
José Carlos Llop | © EFE - Cedida a M'Sur por J. C. Llop
José Carlos Llop | © EFE – Cedida a M’Sur por J. C. Llop

Hay un peso metafísico en el hecho de ser insular, pues una isla ya es, de por sí, un destino”. Son palabras de José Carlos Llop (Palma de Mallorca, 1956), poeta, ensayista y narrador, autor de títulos como París:  Suite 1940, La avenida de la luz o la recopilación de sus diarios La escafandra, quien da lo mejor de su prosa en un libro de reciente aparición: En la ciudad sumergida, un volumen que es a la vez una crónica personal y familiar, una mirada histórica sobre la Palma perdida de cuatro décadas atrás, un retrato de la ciudad como cruce de aires occidentales y orientales y una radiografía de la sociedad palmesana, pero sobre todo una lectura apasionante, habitada por personajes tan deslumbrantes como Llorenç Villalonga, Joan Miró, Jean Seberg, Miquel Barceló o Robert Graves.

¿Usted quería escribir un libro sobre su ciudad y le salieron unas memorias, o quería hacer sus memorias y le salió un libro sobre Mallorca?

Una cosa es lo que se pretende escribir y otra el resultado final. Pero al acabar En la ciudad sumergida, el libro que quería escribir y el que había escrito se parecían muchísimo. Y desde luego no quería escribir mis memorias; de haberlo hecho habría sido un libro muy diferente.

En la ciudad sumergida contiene también algo parecido a un tratado de insularidad. ¿Qué define en su opinión al isleño?

«El mar es esencial para un insular: ese carácter de frontera, de alejamiento del mundo»

Lo que es evidente es que un insular no es un continental y que una isla poco tiene que ver con el concepto de isla, ese lugar paradisíaco, que se tiene en los continentes. El mar es esencial y definitorio para un insular; ese carácter de frontera, de alejamiento del mundo y de creación de un mundo autárquico.

¿Son todos los isleños mediterráneos parecidos, o los mallorquines poseen rasgos distintivos claros?

Los mediterráneos, en general, tenemos muchas cosas en común y los insulares más aún, pero a veces disimulamos.

Un escritor mallorquín me previno sobre el uso de la palabra “balear”, asegurando que no existe tal gentilicio.¿Lo confirma usted?

Lo de ‘balear’ es un invento administrativo del que los políticos hacen uso con ignorancia supina y las cadenas de televisión con insistente cursilería. Ni existe lo balear, ni existe un sentimiento de ser balear. Jamás han existido; en fin que ni siquiera los llamados honderos baleares que Aníbal enroló en su ejército sabían lo que era eso. Nadal, por ejemplo, no es un tenista balear, como nos cansamos de oir. Es un tenista mallorquín, como Antoni Marí es un poeta ibicenco y Orfila —el autor del Tratado de los venenos— fue un ilustrado menorquín. Pero tampoco vamos a insistir mucho, ¿verdad?

Hay un rasgo típicamente siciliano, el del fatalismo, que también asoma en algunos pasajes. ¿Eso se lo condiciona el vivir rodeados de mar,o a la Historia?

El fatalismo es Mediterráneo en estado puro, desde la mitología griega a las guerras permanentes. Eso y cierto sentido estético que nace en la contemplación del paisaje.

En más de una ocasión describe Mallorca como una mezcla de Trieste y Marruecos. ¿Ha acabado venciendo lo europeo sobre lo magrebí?

«No hay forastero que sepa captar la esencia de la isla»

Desde el siglo XIII, desde luego: los siglos de Occidente, en Mallorca, se notan y respiran. Pero quedan la luz, ciertos perfumes, el agua de los estanques, el rastro de la indolencia, las palmeras… y la persistencia de la envidia (que no es cristiana; esa persistencia, quiero decir).

En estas páginas hay hechos sorprendentes. Por ejemplo, que sus abuelos se escribieran en aljamiado.¿Ha adivinado por qué?

No he tenido que adivinarlo. Obviamente lo hacían para que nadie pudiera entenderlos. Y sus herederos hemos respetado esa voluntad, como un acto de amor que procede, sospecho, del que se tenían ellos y nosotros pudimos vivir.

También impresiona su descripción del ‘chueta’ como alguien avergonzado de su estirpe. Me pregunto si esa “mancha” perdura hoy de algun modo en los descendientes de aquellos conversos.

No lo describo yo, lo describe un chueta que tiene un cameo en el capítulo correspondiente. Pero esa vergüenza no era original sino una consecuencia de haber sido chivos expiatorios. El sentimiento de culpa de la víctima, esa cabronada de la psicología humana…

Camus, Cela, Graves… ¿qué forastero supo captar mejor la esencia de la isla?

No hay forastero que sepa captar la esencia de la isla. Hay aportaciones curiosas y aproximaciones disparatadas. Y una tozuda vocación etnológica por parte de los que nos visitan para quedarse (y desde luego no me refiero a Graves). Siempre están hablando de cómo somos los mallorquines: eso, además de mala educación, les distrae, supongo, del hecho de enfrentarse a cómo son ellos y a por qué tuvieron que largarse de su casa.

¿Y el más equivocado, quién fue?

Yo creo que Cela. Pero porque se fue.

De los escritores nativos, ¿a quien hay que leer para saber qué es Palma?

A Miguel de los Santos Oliver y a los hermanos Villalonga. Ahí está toda la esencia. Respecto a la Palma de ahora mismo, más descafeínada, creo que está por escribir y que el tiempo ha de hacer su labor.

“En la isla, quien se va es un muerto”. ¿Ni siquiera escribiendo un libro como el suyo le guardarán la silla, si se marcha?

Efectivamente: el período de vida fuera de la isla, sea cual sea ese período, es parecido a entrar en un estado cataléptico. Dejas de existir y cuando vuelves para quedarte es como si no te hubieras ido. Se retoma la conversación, digamos, allí donde se abandonó. En cuanto a mí, nunca he escrito para mantener ni una silla, ni un sitial.
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jorda

La pregunta…

…de Eduardo Jordá

José Carlos, ¿cuál es el álbum de Tintín que te gusta más? ¿Y por qué?
Gustándome mucho la mayoría de álbumes de Tintín (los primeros y los últimos me interesan menos) he ido variando con los años. Quizá elegiría los asiáticos. Por su aventura, zona y época, El loto azul; por su humor y el deber que encierra la verdadera amistad, Tintín en el Tíbet.