Entrevista

Petros Markaris

«En Grecia vivíamos en una riqueza virtual»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 19 minutos
Petros Markaris (Sevilla, 2011) | © F. J. Jimenez /Atese
Petros Markaris (Sevilla, 2011) | © F. J. Jimenez /Atese

Conocido entre los cinéfilos como guionista de uno de los grandes cineastas griegos, Theo Angelopoulos, Petros Markaris (Estambul, 1937) ha logrado la popularidad entre los lectores gracias a una saga que ya cuenta en España con cinco títulos y varios miles de seguidores incondicionales.

En la más reciente de las traducidas al español, Con el agua al cuello (Tusquets), el escritor parte de una fantasía muy extendida en los últimos tiempos entre la ciudadanía, el asesinato de un banquero, para ofrecer la radiografía de una Grecia hundida en su peor depresión económica, expoliada y acosada por la deuda.

En sus páginas veremos cómo se desarrolla la vida cotidiana en estos tiempos difíciles. Sabremos que el comisario Jaritos ha cambiado su fiel Mirafiori por un Seat con GPS, pero también que hay cosas que no cambian: el gusto del comisario por la lectura de diccionarios, el arte de Adriani para hacer deliciosos platos o los roces generacionales de estos padres con su hija, Katerina.

Vargas Llosa se preguntaba al principio de una de sus novelas en qué momento se jodió Perú. ¿En qué momento se jodió Grecia?
Hay una diferencia entre el momento en que Grecia empezó a joderse, y cuando empezó a darse cuenta de que las cosas se estaban poniendo realmente feas. Hasta el momento, lo dividiamos en tres secciones: de 1974 a 1981, fase inmediatamente posterior a la dictadura, el momento de los sueños y las grandes ilusiones, el sueño de la democracia, de vivir en un mundo libre, la toma del poder por el pueblo; de 1981 en adelante, con la entrada de la Unión Europea, comienza el periodo de las falsas ilusiones. Grecia empieza a pensar que somos ricos, vivimos en la opulencia, el tiempo de tener tres coches y casa en la playa. Eran falsas ilusiones porque vivíamos en una riqueza virtual, es decir, una realidad virtual. Hasta 2007, que llega la desilusión real.

«La gente que ha prosperado haciendo trampa, defraudando al Estado, sólo me inspira furia»

¿Qué cambió entonces?
Lentamente nos hemos dado cuenta de lo que tenemos que pagar por esas falsas ilusiones. La gran diferencia es gestionar las finanzas basadas en unas ilusiones falsas. No es necesario que os explique las consecuencias: lo leéis todos los días en los periódicos. Para los escritores, al menos para mí, surgió la necesidad de hacer crónica, contar lo que sucede…

Hace poco, pudimos ver en la prensa española una imagen de Olga Onassis rebuscando en la basura, metáfora perfecta de que incluso los ricos padecen la situación.¿Es una imagen real, o algunos han logrado escapar, o incluso enriquecerse con la crisis?
Vivo en un barrio que hasta finales de los años 70 era de clase media. Ahora se ha convertido en barrio de inmigrantes, quedamos muy poquitos de los moradores originales. Delante de mi ventana, cada mañana, veo a gente hurgando en los contenedores de basura. A los ricos, en cambio, no les entiendo. No tengo nada contra la riqueza, es parte de nuestra vida normal. Pero esa clase de gente que ha prosperado jugando, haciendo trampa, defraudando al Estado, sólo me inspira furia. Desde el 2010 hasta ahora, esa gente ha sacado seis billones de euros que habían amasado con el deporte nacional griego: la evasión fiscal. La segunda parte de mi trilogía, que ya ha salido en Grecia, girará en torno a la evasión fiscal.

En todas las novelas de Jaritos, el policía parece echar de menos una Atenas que ya no existe. ¿Cuál es esa Atenas?
Es verdad. Extraña la Atenas de siempre, también a nivel ético y moral. Jaritos nació en un pueblo, su padre era un gendarme, procedía de un entorno muy pobre. Su única oportunidad fue la academia de policía, que le dio educación y manutención. Vino a Atenas a principios de los 60, una ciudad muy pobre pero con principios morales muy altos. Él vio lo que yo vi cuando llegué en el 65: el sueño menos estético que podría imaginar. Casas de una planta de cuyos tejados salían barras de hierro, donde ahora ves antenas de televisión. Era el sueño de construir una segunda planta para el hijo, para la familia. Se quitaban el dinero de la comida o la ropa para hacer esa segunda planta. Ese tipo de decencia moral es la que echa de menos Jaritos.

Jaritos también desprecia la Grecia de postal, pero sabe que atrae divisas. Es la maldición y el milagro, ¿no?
Todos sabéis que en verano la ciudad está en manos de los turistas. A ningún griego le gusta eso, pero sí les gusta el dinero que reporta. A Jaritos y a mí nos sucede lo mismo.

«A ningún griego le gusta que la ciudad esté en manos de turistas, pero sí el dinero que reporta»

¿Qué rasgos comunes tiene Markaris con los otros autores actuales de novela negra mediterránea?
No me siento cerca de ellos: soy parte de esa literatura. Creo que hay grandes diferencias entre la literatura de género negro que se está haciendo en el Norte y en el Sur de Europa. La primera, la brutalidad con la que se cometen los asesinatos en el Norte, versus los crímenes casi humanos [risas] del Sur. Y eso porque el Norte ha estado engañándonos, convenciéndonos de que eran más humanos y liberales que nosotros, mientras escondían la brutalidad real que existe allí. Los albores de la novela negra sueca fueron el asesinato de Olof Palme; mientras que el Sur ha atravesado una tormenta de acontecimientos políticos. Portugueses, griegos, italianos, españoles, todos hemos pasado por dictaduras, y ya estamos cansados de brutalidad. No necesitamos imaginarnos la brutalidad, la hemos vivido.

¿Y la segunda?
La segunda diferencia es muy humana: la cocina, ese problema social. Es imposible leerse un libro de Vázquez Montalbán sin desear la comida de Pepe Carvalho. Y lo mismo sucede con Camilleri y su Montalbano: un personaje que está convencido de que resolver casos es muy importante, pero primero hay que comer. Tomemos ahora los libros de Mankell, todo el día comiendo bocadillos. Así no se puede vivir. Puede que se deba a que las mujeres del Norte se emanciparon antes que las del Sur, dejaron las cocinas para acudir a sus puestos de trabajo. Ha sido muy bueno para las mujeres, pero malo para las cocinas. En el Sur, esa emancipación ha llegado más tarde. Para mi generación, la comida era la prueba de que el ama de casa era buena, no el hecho de que la casa estuviera limpia. De ahí que también sea importante para nuestros protagonistas.

En sus novelas, las relaciones del comisario Jaritos con la prensa no son las mejores…
Son tensas, sí, tensas.

«El redactor jefe ya no dice al periodista: “Tráeme una noticia” sino “Tráeme un escándalo”»

¿Qué poder tienen hoy los medios de comunicación en Grecia y cómo han actuado frente a la crisis?
El impacto de los medios en Grecia es grande en la televisión, pero no menos el de los periódicos. Porque la gran mayoría de la gente se ha hecho una idea de lo que pasaba a través de la televisión. Lo que ocurre en Grecia ha cambiado la muy clásica pregunta del redactor jefe al periodista: “Tráeme una noticia”. Ahora dice: “Tráeme un escándalo”. Así, lo que la gente ve es un acercamiento a las cosas a través de la búsqueda de un escándalo.

¿Y qué influencia tienen los intelectuales?
Hace un tiempo escribí un artículo para un periódico alemán y dije que en los tiempos duros, tras la guerra civil, los intelectuales jugaban un papel decisivo en los sucesos. Estaban en una posición de ayudar y de influir a la gente. Esto hoy no ocurre. Claro que hay una gran discusión sobre la crisis, pero pienso que la gente no sólo debe saber qué es la crisis sino cómo enfrentarse a ella; la manera de tratar con ella. Y esta parte está en manos de los intelectuales. Ellos, sin embargo, no hacen realmente un esfuerzo para ayudar e influir a la gente.

Usted es de madre griega nacida en Turquía, y vista la desconfianza que hay aún entre esos dos pueblos.
Yo tengo una manera, un curso de vida bastante diferente. Porque el niño griego normal en Estambul va al colegio de Primaria griego, luego a un instituto griego y luego a la Universidad. Yo sí fui a un colegio de Primaria griego, pero luego a un instituto austríaco. Así estaba durante 8 años junto a niños y jóvenes turcos. Así no tengo ninguna desconfianza hacia los turcos, y estoy muy feliz por eso. Mi vida fue muy distinta. No tengo nada contra los turcos, tengo muchos amigos entre ellos y los quiero mucho.

¿A qué se debe la desconfianza de los demás, que no han vivido esta experiencia?
Creo que parte de la desconfianza se debe al Estado nacionalista turco, sobre todo durante los años cuarenta, cincuenta y sesenta. Ahora no es tan malo. Y por otra parte, había una confrontación, por parte griega, con gobiernos que también eran nacionalistas. Así que hubo un choque, no de civilizaciones pero sí de nacionalismos. Creo que ninguno de los dos países consiguió arreglárselas bien con el nacimiento de un estado nacionalista. En ambas partes. Ésta era la razón principal. Ahora las cosas están mejor. Pero aún hay muchos problemas pendientes.

«Entre Grecia y Turquía hubo un choque, no de civilizaciones pero sí de nacionalismos»

Leyendo la novela Muerte en Estambul, uno llega a la conclusión de que Turquía y Grecia son tan similares que se trata del mismo pueblo…
Eso es algo que siempre les cuento a los turcos.

¿Era esta la intención, mostrar la similitud?
Sí. Es algo que siempre digo a mis amigos turcos: Tenemos problemas porque nuestros lados negativos son iguales. Tenemos las mismas características negativas. Por eso cuesta tanto juntarse.

Sus libros han sido traducidos al turco, pero ¿hasta qué punto el público turco conoce la literatura griega y viceversa?
Hay muchas obras literarias turcas, novelas, relatos, que han sido traducidas al griego y a la inversa. Muchos escritores griegos han sido traducidos al turco, no soy el único. Y hay otra cosa: hasta hace doce años, pocos turcos venían a Grecia y pocos griegos iban a Turquía. Pero ahora es algo muy común. Voy a darte un ejemplo: tenemos como cuatro o cinco vuelos diarios de Atenas a Estambul y viceversa. Hay tres o cuatro autobuses turísticos que van de Grecia a Turquía y al revés. El contacto entre los dos países es muy densos. Los griegos conocen Turquía, conocen sobre todo Estambul e Izmir, y saben que tenemos muchas cosas en común. Y lo mismo es cierto para los turcos.

«Cuando yo era joven, Estambul era una ciudad de minorías; los turcos eran minoría»

Estambul estaba habitada por numerosos griegos, además de judíos y armenios, hasta 1923 y aún hasta los años 50. ¿Recuerda el Estambul griego de su infancia? ¿Como estaría hoy la ciudad si el intercambio de población no hubiera tenido lugar?
Lo que puedo contarte de mis días de joven es que en esa época, Estambul era una ciudad de minorías. En el sentido de que también los turcos de Estambul eran una minoría, respecto a los turcos de otras regiones del país. Esta ciudad de minorías abierta, cosmopolita, ha cambiado. Sólo quedan unos 2.000 griegos. La comunidad judía es menor, porque una parte de ellos han emigrado a Israel.La unica que queda de forma sustancial es la comunidad armenia. Aún hay muchos armenios viviendo en Turquía. Hay mucho menos griegos, y hay más judíos que griegos, pero aún son pocos. Por otra parte, la otra cara de la moneda es que ha habido un gran flujo de migración interna hacia Estambul. Y parte de esta migración tuvo que reasentarse obligatoriamente, sobre todo los kurdos.

¿Cómo ha influido esto?
Hoy, Estambul es la mayor ciudad kurda del mundo: alberga a cinco millones de kurdos. La población es de 16 millones, de éstos 16, cinco son kurdos. Y esto constituye un problema: yo lo he visto también en Grecia: es muy malo cuando una ciudad crece con odio. Porque a estos kurdos les encantaría volver a sus pueblos, a su ambiente, pero están forzados a vivir en Estambul y lo odian. Éste es el problema.

Odian la ciudad…
La odian, porque no quieren… Sabe, lo mismo pasó en Grecia tras la guerra civil. Porque el país estaba devastado y la única manera de encontrar un trabajo era irse a Atenas. Así que todo el mundo migraba a Atenas. Yo conozco a gente que tiene ahora cuarenta o cincuenta años: ya nacieron en Atenas. Pero en Navidades, o mejor dicho en las Pascuas, dicen: Durante las fiestas me vuelvo a casa. Aún piensan que su aldea, la aldea de sus padres, es su tierra. Todavía no han aceptado Atenas como su hogar.

Dijo hace poco que el poderío de Turquía de ahora es cuestión de tiempo. ¿Por qué este pesimismo?
¿La Turquía de hoy? La observo y sé que han vuelto a cometer los mismos errores. Es un gran problema que se puede observar sólo en época de crisis. Turquía y Grecia son países que no tienen la cultura de la riqueza. La riqueza, ser adinerados, conlleva una cultura. Turquía y Grecia no conocen la cultura de la riqueza. Lo único que saben hacer es gastar, consumir. Eso llevó al desastre en Grecia. Y es algo que veo venir en Turquía también. Porque lo único en lo que piensan es cómo consumir, cómo gastar. Es un resultado de la carencia de una cultura de riqueza. Estos países no tienen una noción de lo que significa la cultura de la riqueza, y no la tienen por dos motivos: Nunca tuvieron una burguesía fuerte y desarrollada, ni Turquía ni Grecia, a causa del Imperio Otomano. Y nunca pasaron por el periodo de la Ilustración. Estos dos elementos negativos no les ayudan a desarrollar una cultura de la riqueza.

«En 1789 decíamos: nosotros somos el pueblo. Ahora decimos: somos los mercados. Y eso es un desastre»

¿Cuánto remontará Grecia el vuelo? ¿Cuando los demás vean que no se le puede exprimir más?
Ojalá lo supiera. Pero ¿sabe? no sólo los pueblos de Grecia o España sino todo el mundo parece haber olvidado el argumento principal de 1789: nosotros somos el pueblo. Ahora decimos: somos los mercados. Y eso es un desastre. De manera que no sé. No sólo depende de Grecia. Depende de cómo se desarrolle la situación a nivel mundial, cuál será la evolución mundial. El destino de Grecia depende de esto. No sólo es que vayamos a atravesar tiempos muy duros: eso ya lo sé. Pero cuánto va a durar y cuáles serán los próximos paso, eso no lo sé.

Algo más agradable: ¿recuerda el momento en el que eligió el griego entre sus tres idiomas y rechazó los otros dos?
Lo recuerdo muy bien. Fue en Viena. Y Viena jugó un papel absolutamente crucial en esta decisión. La Viena de los años sesenta era una ciudad con gente muy cortés, gente con unos modales extraordinarios. Pero esta cortesía, estos modales extraordinarios terminaban en el umbral de sus casas. Nunca te habrían dejado entrar. Todo se paraba en la puerta. Así uno se sentía… porque entonces no había tantos estudiantes extranjeros, éramos muy pocos. Así nos sentíamos muy solos. Y si eres un chaval joven de Estambul y te sientes solo, te lanzas a la matriz de tu madre. Y la lengua es la matriz. Así que escogí la lengua de mi madre. Tal vez, si no hubiera vivido en Viena, si me hubiera quedado en Estambul habría sido al revés y habría escogido el alemán. Porque hablaba igual de bien el alemán y el griego, para mí era lo mismo.

«Es gracias a Brecht que, como escritor, yo haya conseguido ser un buen observador »

Usted estuvo durante cinco años traduciendo el Fausto de Goethe ¿qué influencia hay en su obra de poetas alemanes como Goethe o Brecht o Thomas Bernhard?
El único que realmente me influyó era Bertolt Brecht. Su influencia era decisiva. No tanto sus obras de teatro, sus dramas, sino mucho más su poesía. Pienso que es un gran poeta. De verdad. Empecé con sus obras de teatro y finalmente llegué a apreciar muchísimo su poesía. Y luego sus técnicas de escritor: cómo mantener la distancia, cómo convertirse en un buen observador. Eso son cosas que aprendí de él. Es gracias a Brecht que, como escritor, yo haya conseguido ser un buen observador. Cuando estoy escribiendo, a menudo tengo la sensación de que estoy subido a una colina, la Colina de Licabeto en Atenas, y observo la ciudad abajo, las calles, la gente. Las observo, no me mezclo con ellas, estoy a distancia. Eso me ha ayudado mucho. Y esto era el problema de mi novela sobre Estambul: me faltaba distancia. A causa de mis emociones. A causa de mis sentimientos ¿sabe? Eso era un gran obstáculo para mí; era difícil escribir la novela. Nada fácil.

En España hay pocos escritores griegos traducidos: Papadiamandis, Ritsos… ¿qué nos estamos perdiendo?
Creo que lo que más os estáis perdiendo, y que no se puede remediar fácilmente, es la poesía. La poesía era, especialmente tras la Primera Guerra Mundial, tras lo que llamamos la Tragedia de Asia Menor, la derrota, la poesía era el mayor soporte para el pueblo. Tenemos grandes poetas. Poetas realmente grandes. No creo que a os griegos les falte nada en el terreno de la poesía [dudoso]. También hay algunos excelentes novelistas, como Kazantzakis, pero no es el único, es el único al que conocen fuera. Pero hay otros como Karagatsis, como Tsirkas, que es un gran novelista. Tsirkas es un gran novelista. Y ustedes se lo están perdiendo.

Tal vez usted pueda servir para que no sea así…
¿Sabe una cosa? Los griegos siempre intentan decirme que se trata de un pequeño país con una pequeña literatura, por la que nadie se interesa, o que la gente está menos interesada en países pequeños con una literatura pequeña. Pero yo no pienso que sea cuestión de una literatura pequeña. Creo que es un asunto de traducción. Las literaturas pequeñas tienen pocos traductores. Es fácil traducir un texto griego al alemán, al inglés, al francés, al italiano, tal vez hoy también al español, pero después de esto hay una terra incógnita: es imposible traducir un texto griego al polaco, porque no hay traductores. Incluso con el holandés es complicado.

«Angelopoulos y yo nos peleamos muchísimo; yo aprendí contar la historia que él tenía en la cabeza»

Eso nos ha pasado mucho en España. En los últimos años hay más traductores y hemos ido descubriendo obras de forma directa, no a través del inglés.
Éste es el problema. Si quieres traducir mis novelas al húngaro, por ejemplo, tienes que traducirlo o bien del alemán o bien del inglés. Porque no hay traductores capaces de traducir una novela del griego al húngaro.

¿Cómo recuerda el trabajo con su amigo, Theo Angelopoulos?
La mayor diferencia entre Angelopoulos como director y yo como escritor, es que yo hablo de la realidad, y él de la Historia. Eso nos hacía muy complementarios, siendo muy diferentes. Teníamos la misma visión de las cosas, y aunque nos peleamos muchísimo, yo aprendí que debía intentar contar la historia que él tenía en la cabeza, no la mía. En Venecia, dijo que le gustaba trabajar conmigo porque yo siempre decía la verdad. La gran fuente de conflicto era cuando me decía: “Llevamos 40 años trabajando juntos y no has aprendido nada de cine”. Yo le decía que tenía razón, la causa era que me había pegado todo ese tiempo peleándome con él, corrigiendo esos guiones tan mediocres que me enviaba.

Angelopoulos se buscó para sus guiones a un novelista, usted, y a un poeta, Tonino Guerra. ¿Quién dirimía en caso de controversia?
Mire, él siempre tenía la última palabra, porque él hacía la película. Yo lo que hacía era decirle: tú puedes hacer lo que de dé la gana, yo estoy en desacuerdo. Porque es un excelente colaborador. La razón principal, las dos razones principales por las que yo decidí no escribir no escribir más guiones excepto los de Angelopoulos, no era porque él fuera un gran director, sino que es un excelente colaborador y un muy buen amigo. Un excelente amigo. Y como me gusta la manera en la que trabajamos juntos, nunca dejé de trabajar con él.