Opinión

La bestia que ríe

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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Israel| Marzo 2012

Si tuviera que hacerle caso a lo que dice mi corazón, haría un llamamiento a nuestro gobierno para que envíe el Ejército israelí a Siria, expulse la banda de Asad de Damasco, entregue el país a la oposición siria o a Naciones Unidas y vuelva a casa.

Eso ni siquiera sería muy complicado.

Damasco está a pocas decenas de kilómetros de las posiciones del Ejército israelí en los Altos del Golán.

El pueblo sirio, incluido los insurgentes, nos odia probablemente más de lo que odia a Bashar

El Ejército sirio está ocupado luchando contra su propio pueblo. Si se dan la vuelta para combatir contra nosotros, los insurgentes llegarían en masa a Damasco y acabarían el trabajo ellos mismos.

En todo caso, el monstruo desaparecería.

¿No sería maravilloso?

Sí, sería maravilloso, pero lamentablemente es una idea completamente loca.

En primer lugar, porque todo el pueblo sirio, incluido los insurgentes, nos odia probablemente más de lo que odia a Bashar.

Si los soldados israelíes cruzaran la frontera, los sirios se pondrian en bloque tras su ejército y se acabaría la insurrección.

Para el mundo árabe entero, Israel es el discípulo del diablo. Incluso los países árabes que ayudan al Ejército Sirio Libre, como Arabia Saudí, tendrían que pensárselo dos veces. Si Israel apoya a cualquier grupo árabe, sea todo lo progresista y patriota que quiera, le destina a la muerte.

Por este motivo, incluso un apoyo verbal sería muy nocivo. A algunos les gustaría que el gobierno israelí pida al presidente Barack Obama y/o a Naciones Unidas que intervengan. Sería un error. Ayudaría a Bashar y su pandilla a estigmatizar a los rebeldes como agentes americanos y peones sionistas.

Así ¿qué puede hacer Israel para ayudar al pueblo vecino que sufre?

Nada. Absolutamente nada.

Ni una intervención militar, ni un esfuerzo diplomático, ni siquiera un gesto de solidaridad.

En lugar de esto deberíamos meditar sobre las razones que nos han colocado en tan lamentable situación.

Hubo un tiempo en el que a la gente en el mundo árabe no les gustaba Israel, pero creían lo que Israel decía. Si bien odiaban lo que anunciaba el Ejército israelí, se lo creían. Estos días han pasado hace mucho.

Si el Ejército israelí anunciara ahora que entra en Siria para liberar el país de su dictador y que se retirará inmediatamente después, la gente se echaría a reír. ¿Israel? ¿Retirarse? Israel entró en Líbano en 1982 para “liberar de terroristas palestinos un área de hasta 40 kilómetros desde la frontera”, y tardó 18 años en abandonarlo… y sólo tras perder una intensa guerra de guerrillas. Israel ocupó los Altos del Golán sirios en 1967 y no ha mostrado ninguna intención de volver a abandonarlos nunca.

Si Israel hiciera algo respecto a Siria, se diría: ¿qué pretenden los israelíes ahora?

Si Israel hiciera algo respecto a la situación en Siria —algo, cualquier cosa—, el mundo entero se preguntaría: ¿qué pretenden estos israelíes ahora? ¿Cuáles son sus tortuosos planes?

¿Quién podría ser tan ingenuo como para creer que un país que tiene un Avigdor Lieberman como ministro de Exteriores, y un Ehud Barak para Defensa, para no hablar de un Binyamin Netanyahu como primer ministro, pueda hacer algo de forma altruista?

Mejor que olvidemos la idea por completo.

Pero ¿cómo puedo estar sentado sin hacer nada, mientras que a menos de 300 kilómetros de mi casa —más cerca que Eilat— ocurren cosas terribles?

Esto no es una cuestión sólo para un israelí. Es una cuestión para cualquier ser humano en cualquier parte del mundo.

Seamos israelíes o noruegos, brasileños o pakistaníes, nosotros —ciudadanos del mundo— estamos sentados ante nuestras pantallas de televisión y miramos con horror las imágenes que llegan desde Homs, y nos preguntamos con creciente ansiedad: ¿somos completamente impotentes? ¿Es el mundo completamente impotente?

Estamos frente a un dictador masacrando a su pueblo y somos incapaces de detenerle

Hace 70 años nosotros acusamos al mundo de no mover un dedo mientras millones de judíos, roma y otros murieron a manos de los Einsatzgruppen y en las cámaras de gas. Pero eso era en medio de una terrible Guerra Mundial, cuando Occidente y la Unión Soviética se enfrentaban a la despiadadamente eficaz máquina militar nazi, encabezada por uno de los mayores tiranos de la Historia.

Sin embargo, aquí estamos hoy, frente a un dictador de pacotilla en un país pequeño, que está masacrando a su propio pueblo y somos incapaces de detenerle.

Esto llega mucho más lejos que los terribles sucesos en Siria.

La incapacidad de la comunidad mundial, llamada con un eufemismo “la familia de naciones”, de hacer cualquier cosa en una situación así está clamando al cielo.

La sencilla verdad es que al principio del tercer milenio, en una época de globalización económica y una red de comunicación instantánea de alcance global, el sistema político internacional aún tiene un retraso de siglos.

Tras la terrible Primera Guerra Mundial se creó la Liga de Naciones. Pero la arrogancia de los vencedores y sus ganas de venganza contra los

Tras la aún más terrible Segunda Guerra Mundial, los vencedores intentaron ser mucho más realistas. Pero la estructura que crearon —la Organización de Naciones Unidas— tiene otros defectos. La crisis siria los ilumina con toda claridad.

El peor rasgo de Naciones Unidas es el veto. Condena a la organización regularmente a la total impotencia.

Es inútil acusar a Rusia y China de desvergonzado cinismo. No son diferentes a las otras grandes potencias. Estados Unidos ha utilizado el veto muchas más veces, especialmente para proteger Israel. Rusia y China atienden a lo que perciben como sus intereses a corto plazo, y a la mierda las víctimas. Feo, asqueroso, pero habitual. La Historia está llena de ejemplos. Lo primero que uno recuerda son el Acuerdo de Munich y el pacto entre Hitler y Stalin.

Pero atiende el feo veto ruso contra una resolución descafeinada en el Consejo de Seguridad realmente a un verdadero interés de Rusia? Yo diría que Moscú debería ser más inteligente. Sus ventas de armas a Siria son una consideración menor. También la base naval rusa en Tarsis. Me parece más bien un reflejo condicionado: si Estados Unidos apoya algo, tiene que ser malo. Al fin y al cabo, Ivan Petrovich Pavlov era ruso.

Tal vez sea más importante el miedo de Rusia y China a que se establezca otro precedente más para una intervención extranjera en asuntos internos, como masacres, tiranía y minigenocidios.

Es inútil acusar a Rusia y China de cinismo. EEUU ha utilizado el veto muchas más veces

Pero a la larga, no puede ser del interés de Rusia atrincherarse tras un muro de cinismo. Un “decente respeto por el ser humano”, como lo formuló Thomas Jefferson, parece mucho más moderno que la frase de Stalin: “¿Cuántas tropas tiene el Papa?”

Por cierto, sería bueno para Israel si también se tomara a pecho la regla de Jefferson.

Bashar Asad nos enseña que lo que se necesita es una total revisión de la Carta de Naciones Unidas. Tiene que empezar con el veto.

La división de poderes que representa es ridícula por desfasada. ¿Por qué China y por qué no India? ¿Por qué Francia y no Alemania?

Pero eso es un punto menor. El punto mayor es que es intolerable que una potencia, o incluso varias, bloqueen la voluntad de la humanidad. Hoy día, Naciones Unidas es un verdadero Vetostán.

Si el veto no se puede eliminar del todo, como se debería, hay que hallar un mecanismo para limitarlo severamente. Por ejemplo: Una mayoría del 75% en la Asamblea General, o un voto unánime de todos los miembros del Consejo de Seguridad que no tengan poder de veto, deberían servir para anular un veto.

En tal caso, Naciones Unidas, bajo un nuevo tipo de secretario general, debería ser capaz de llamar a los ejércitos de los Estados miembros para que pongan fin a los crímenes contra la humanidad en cualquier parte, lo que haría superflua la intervención de organizaciones como la OTAN.

Naciones Unidas debería ser capaz de llamar a sus miembros para poner fin a los crímenes

En Siria no se necesitan muchas tropas. Los ejércitos egipcio y turco, en coordinación con el Ejército Sirio Libre, deberían bastar.

Hafez Asad, el veterano dictador sirio, ungió a su hijo Bashar como heredero, después de que su hijo mayor muriera en un accidente.

El oftalmólogo de aspecto tranquilo fue recibido con alivio. Parecía el modernizador ideal, con ideas progresistas, tal vez incluso democráticas. Ahora demuestra que en todos los dictadores duerme un monstruo escondido.

‘Asad’ quiere decir ‘león’. Pero Bashar no es un león. Se parece más a una hiena – un animal que en yídish se llama ‘la bestia que ríe’. Pero aquí no hay nada de qué reírse.

Su tiempo se ha acabado.