Opinión

En su piel

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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Obama en Israel: Cada palabra, correcta. Cada gesto, auténtico. Cada detalle en su lugar. Perfecto.

Obama en Palestina: Cada palabra, errónea. Cada gesto, inapropiado. Cada uno de los detalles, fuera de lugar. Perfecto.

Todo empezó desde el primer momento. El presidente de Estados Unidos vino a Ramalá. Visitó la Mukataa, el “complejo” que sirve de oficina al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas.

Nadie puede entrar en la Mukataa sin fijarse en la tumba de Yasser Arafat, a tan solo unos pasos de la entrada.

Es casi imposible ignorar este lugar de referencia cuando se pasa por su lado. Sin embargo, Obama consiguió no verlo.

Arafat ha sido demonizado y vilipendiado en Israel como ningún otro ser humano desde Hitler

Fue como escupir en la cara de todo el pueblo palestino. Imagina un dignatario extranjero que va a Francia y no deja una corona de flores en la tumba del soldado desconocido. O que venga a Israel y no visite Yad Vashem. Es más que insultante, es estúpido.

Yasser Arafat es para los palestinos lo que George Washington para los estadounidenses, Mahatma Gandhi para los indios, David Ben-Gurion para los israelíes. El padre de la nación. Incluso sus oponentes nacionales de izquierda y de derecha veneran su memoria. Él es el símbolo supremo del movimiento nacional palestino moderno. Su foto cuelga en todas las oficinas y escuelas palestinas.

Entonces, ¿por qué no honrarlo? ¿Por qué no dejar una corona en su tumba, como otros líderes extranjeros ya hicieron?

Porque Arafat ha sido demonizado y vilipendiado en Israel como ningún otro ser humano desde Hitler. Y aún lo sigue siendo.

Obama simplemente tenía miedo de la reacción israelí. Después de su enorme éxito en Israel, temía que tal gesto invalidara su discurso al pueblo israelí.

Esta consideración es la que guió a Obama durante su corta visita a Cisjordania. Sus pies estaban en Palestina, su cabeza estaba en Israel.

Anduvo por Palestina. Habló a Palestina. Pero sus pensamientos trataban de los israelíes.

Incluso cuando decía buenas cosas, su tono era incorrecto. Simplemente no daba con la buena nota. De alguna manera, perdió su entrada.

¿Por qué? Por una absoluta falta de empatía.

Obama en Israel fue realmente fascinante: debe habernos estudiado a conciencia

La empatía es algo difícil de definir. A este respecto soy un consentido, porque he tenido la gran fortuna de vivir muchos años cerca de una persona que tenía empatía en abundancia. Rachel, mi mujer, tenía el tono correcto con todo el mundo, alto o bajo, local o extranjero, viejo o muy joven.

Eso es lo que hizo Obama en Israel. Fue realmente fascinante. Debe habernos estudiado a conciencia. Conocía nuestros puntos fuertes y débiles, nuestras paranoias e idiosincrasias, nuestra memoria histórica y nuestros sueños para el futuro.

Y no es de sorprender. Está rodeado de judíos sionistas. Son sus consejeros más cercanos, sus amigos y sus expertos en Oriente Medio. Incluso por el simple contacto con ellos, Obama obviamente se empapó de nuestra susceptibilidad.

Que yo sepa, en la Casa Blanca y sus alrededores no hay ningún árabe, por no mencionar palestinos.

Supongo que el presidente recibe informes esporádicos sobre asuntos árabes desde el departamento de Estado. Pero este tipo de memorándums secos no son la pasta de la que la empatía está hecha. Especialmente teniendo en cuenta que los diplomáticos listos deben haber aprendido a no escribir nada que pueda ofender a los israelíes.

Entonces, ¿cómo podría el pobre hombre haber asimilado la empatía por los palestinos?

El conflicto entre Israel y Palestina ha tenido unas causas objetivas muy sólidas. Pero también se ha descrito con razón como un “choque entre traumas”: el trauma del holocausto de los judíos y el trauma de la nakba de los palestinos (sin sugerir una equivalencia entre las dos calamidades).

Hace muchos años en Nueva York me encontré con un buen amigo mío. Era un ciudadano árabe de Israel, un joven poeta que dejó Israel y se unió a la OLP. Me invitó a conocer a algunos palestinos en su casa en un suburbio de Nueva York. Su apellido, por cierto, era el mismo que el segundo nombre de Obama.

Cuando entré en el apartamento, estaba a reventar con palestinos: palestinos de todos los tipos, de Israel, de Gaza, de Cisjordania, de campos de refugiados y de la diáspora. Tuvimos un debate muy emotivo, lleno de argumentos y contraargumentos acalorados. Cuando me fui le pregunté a Rachel qué era, para ella, la opinión común más destacada de toda esta gente. “¡El sentido de injusticia!” contestó sin dudarlo.

Fue el mundo musulmán el que recibió a los judíos que escaparon de la España católica

Era exactamente lo que yo sentía. “Si Israel pudiera pedir disculpas por lo que hemos hecho al pueblo palestino, se habría eliminado un obstáculo enorme del camino a la paz”, le contesté.

Habría sido un buen comienzo en Ramalá para Obama si hubiera abordado este asunto. No fueron los palestinos los que mataron a seis millones de judíos. Fueron los países europeos y, sí, Estados Unidos los que cerraron cruelmente las puertas a los judíos, quienes estaban intentando desesperadamente escapar de todo lo que les esperaba. Y fue el mundo musulmán el que recibió a cientos de miles de judíos que escaparon de la España católica y la inquisición hace unos quinientos años.

Nuestro conflicto es trágico, más que la mayoría. Una de sus tragedias es que ninguna de las partes puede ser culpada por completo. No hay una sola versión, sino dos. Cada parte está convencida de la justicia absoluta de su causa. Cada parte alimenta su abrumador sentido de víctima. Aunque no puede haber simetría entre colonos y nativos, ocupadores y ocupados, en este respecto son iguales.

El problema con Obama es que ha aceptado completamente, enteramente, totalmente una única versión, mientras que ha olvidado casi por completo a la otra. Cada palabra que ha soltado en Israel es testimonio de sus convicciones sionistas profundamente arraigadas. No solamente las palabras que dijo, sino el tono, el lenguaje corporal; todo tenía la marca de la sinceridad. Evidentemente, había interiorizado la versión sionista de cada detalle del conflicto.

Obama dijo a los israelíes que “se pusieran en la piel de los palestinos” pero ¿lo hizo él mismo?

Nada de esto era visible en Ramalá. Algunas fórmulas secas, sí. Algunos esfuerzos sinceros para romper el hielo, por supuesto. Pero nada que tocara los corazones de los palestinos.

Le dijo a su público israelí que “se pusiera en la piel de los palestinos”. ¿Pero lo hizo él mismo? ¿Puede imaginarse lo que significa esperar cada noche que aporreen brutalmente la puerta? ¿Que te despierte el ruido de los buldóceres acercándose, preguntándote si vienen a destruir tu casa? ¿Ver un asentamiento crecer en tu tierra y esperar que los colonos vengan y lleven a cabo un pogromo en tu pueblo? ¿No ser capaz de circular por tus carreteras? ¿Ver a tu padre ser humillado en el bloqueo de carreteras? ¿Lanzar piedras a soldados armados y desafiar el gas lacrimógeno, las balas de acero recubiertas de goma y a veces munición real?

¿Se puede imaginar tener un hermano, un primo, un ser querido en la cárcel durante muchos años por sus acciones o creencias patrióticas, después de enfrentarse a la arbitrariedad de un “tribunal” militar, o incluso sin un “juicio”?

Esta semana, un prisionero llamado Maisara Abu-Hamdiyeh murió en la cárcel, y Cisjordania estalló de ira. Los periodistas israelíes ridiculizaron la protesta, afirmando que el hombre murió de una enfermedad mortal, por lo que no se podía culpar a Israel.

¿Alguno de ellos se imaginó por un momento lo que significa para un ser humano sufrir un cáncer, con la enfermedad extendiéndose lentamente por todo su cuerpo, privado de tratamiento adecuado, separado de familiares y amigos, viendo acercarse a la muerte? ¿Qué pasaría si hubiera sido el padre de alguno de ellos?

La ocupación no es un asunto abstracto. Es una realidad diaria para dos millones y medio de palestinos en Cisjordania y al este de Jerusalén, por no mencionar las restricciones en Gaza.

No afecta solo a los individuos a los que prácticamente se ha negado sus derechos humanos. Afecta principalmente a los palestinos como nación.

No hay progreso hacia la paz si no hay un respeto igualitario por la historia de ambos pueblos

Nosotros los israelíes, quizás más que ningún otro, deberíamos saber que pertenecer a su propia nación, en su propio estado, bajo su propia bandera, es un derecho básico de cada ser humano. En la era presente es un elemento esencial de la dignidad humana. Ningún pueblo se conformará con menos.

El gobierno israelí insiste en que los palestinos deben reconocer Israel como la “nación-estado del pueblo judío”. Rechaza rotundamente reconocer a Palestina como la “nación-estado del pueblo palestino”. ¿Cuál es la postura de Obama al respecto?

Tras la visita, el secretario de Estado, John Kerry, se ha puesto a trabajar duro para “preparar el terreno” para una “reanudación” de las “conversaciones de paz”” entre Israel y la OLP. Demasiadas comillas para algo tan inconsistente.

Los diplomáticos pueden hilar frases superficiales que evoquen la ilusión del progreso. Ese es uno de sus principales talentos. Pero después de un conflicto histórico que ya dura unos 130 años, ningún progreso hacia la paz entre ambos pueblos puede ser si no hay un respeto igualitario por su historia nacional, sus derechos, sus sentimientos y sus aspiraciones.

Mientras el liderazgo de Estados Unidos no pueda llegar por sí mismo a ese punto, la posibilidad de contribuir a la paz en este atormentado país es prácticamente cero.