Crítica

A la vuelta de la esquina

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 4 minutos

Mauro Corona
El fin del mundo equivocado

 

La irrupción en el mercado español, hace un par de años, del escritor Mauro Corona, supuso una de esas buenas noticias que no se prodigan demasiado. Su libro Fantasmas de piedra daba a conocer a uno de esos escasos autores que conjugan una prosa más que brillante, rica, enjundiosa, con una personalidad magnética: escalador, escultor, escritor descubierto, como contamos en su día, nada menos que por Claudio Magris. Un hombre como de otra época, de ese tiempo en que vivíamos en comunión con la Madre Naturaleza, poseedor de secretos ancestrales vedados al urbanita del siglo XXI.

El segundo libro de Corona publicado en nuestro país es muy distinto de aquel fascinante rescate del pasado. Ahora, el escritor de los Dolomitas mira hacia el futuro. Y lo que ve, claro, resulta francamente desasosegante. El libro plantea una sencilla hipótesis, nada descabellada: el mundo, exprimido hasta el límite por la ambición humana, se queda sin carburantes: petróleo, carbón y energía eléctrico. ¿Qué se puede hacer? El invierno de “la muerte blanca y negra” acecha y toda la opulencia acumulada con avaricia por el llamado mundo desarrollado se revela perfectamente inútil. Será necesario recuperar el trabajo manual, casi olvidado, y los modos de vida sencillos y naturales para que la raza sobreviva.

El mensaje, de evidente aliento ecológico aunque no ahorra algún mandoble para animalistas extremos, es muy fácil de compartir. La mayor parte de los lectores de esta reseña es consciente de que nos hemos vuelto masa improductiva, peor aún: consumidores compulsivos incapaces de arrancarle un tubérculo a la tierra, pescar una lisa mojonera o desplumar un pollo. Hasta los críticos literarios se llevan su merecido en esta visión distópica: “Hasta pocos días atrás, no perdonaban ni una, y si algún autor les caía mal por cualquier motivo, ¡adiós muy buenas!, el crítico declaraba que el libro de Fulanito de Tal era una porquería…”. Sí, para los ricos y los pobres, Corona tiene estopa para todos.

Sin embargo, su relato futurista, fascinante por momentos, muestra algunas fallas. La principal, la facilidad con la que da por abolida la economía a las primeras de cambio. No sólo hablamos del dinero, del valor del oro, que a lo largo de la Historia ha fluctuado de un modo notable según épocas y culturas. No es eso. Algo nos invita a pensar que las estructuras económicas, aunque convulsionadas por la coyuntura extrema que se nos plantea, mutarían sin sucumbir por completo al apocalipsis.

Hay otra cuestión discutible, y es la fe de Corona en el efecto redentor de la debacle energética. La cultura judeocristiana, tan arraigada incluso en quienes no profesamos su credo, confía ciegamente en que el hambre, el frío, las privaciones, sacan a la luz lo mejor del ser humano. Pero la experiencia histórica y la intuición sugieren que no siempre es así, que con harta frecuencia la desesperación y el miedo despiertan en nosotros a un animal capaz de las peores bajezas. Es mejor no apostar al mundo feliz en un trance como el que nos propone este libro: carecemos de garantías.

No obstante, vale la pena asomarse a estas páginas y hacerse preguntas. Aunque el autor se vuelva un tanto reiterativo, aunque el estilo no tenga la grandeza de Fantasmas de piedra, se hace necesario mirar hacia el horizonte sin cinismo ni ingenuidad. La fantasía de El fin del mundo equivocado no especula con visitas extraterrestres ni delirios cibernéticos de un futuro remoto: habla de cosas que están a la vuelta de la esquina, y ante las cuales usted y yo, probablemente, nos desenvolveríamos como perfectos inútiles. Sólo por eso vale la pena leerlo. Dicho lo cual, si me lo permiten, les dejo y vuelvo a dedicarme a mis tomates, por si acaso.