Opinión

Diplomacia accidental

Iara Lee
Iara Lee
· 7 minutos

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Es una pena que la diplomacia se haya convertido ahora en un accidente de la política exterior de Estados Unidos. Después del lapsus de John Kerry en Londres, la semana pasada, quienes están a favor de la guerra tanto en Washington como en otras partes están resoplando ante la idea de que una solución pacífica pueda impedirles lanzar otra guerra más en un país de Oriente Medio.

La tristeza de los políticos de Washington ante la perspectiva de una resolución pacífica pone en evidencia un hecho: no les preocupan las armas químicas, no les preocupan los niños muertos, y no les preocupan los sirios. Punto. Si les preocupasen, ellos mismos podrían haber avanzado la propuesta, bastante poco original, de que Siria entregase su stock de armas químicas. Podrían haber renunciado a fortalecer la insurgencia islamista que ha secuestrado lo que alguna vez fue una lucha nacional a favor de reformas democráticas. Y podrían haber presionado a favor de un plan de paz antes de que se contabilizaran 100.000 muertos, con un tercio de la población convertido en refugiados o desplazados.

«Si usted no deja de gasear a sus ciudadanos, nosotros bombardearemos a sus ciudadanos»

Tampoco olvidemos que EE UU siempre ha mantenido una relación de amor odio con las armas químicas. Miraba hacia otro lado cuando su antiguo peón, Sadam Husein, gaseó a decenas de miles de personas durante la guerra de Iraq-Irán (incluyendo a 10.000 kurdos iraquíes inocentes en Halabya). Los altos cargos de la Casa Blanca ignoraban, de igual manera, el empleo de fósforo blanco, un arma química incendiaria, por parte de Israel en Gaza en 2008. A eso se añade el empleo de uranio empobrecido por parte de las propias fuerzas estadounidenses durante la invasión de Iraq.

Así que qué exactamente motiva esa política de «Si usted no deja de gasear a sus ciudadanos, nosotros bombardearemos a sus ciudadanos»? En las agencias de noticias siguen diciendo que si Estados Unidos no ataca Siria, puede ocurrir que Irán continúe trabajando en su programa de armas nucleares, al que se le da un bombo tan exagerado. Pero esta es una finta retórica, cuyo objetivo es ocultar una realidad mucho más desagradable: que Siria no es más que un aperitivo para una campaña mucho más destructiva contra Irán, que sería iniciada por Israel y que deberá ser llevada a cabo por sus incondicionales protectores estadounidenses.

 «Dejemos que ambos lados se desangren: una hemorragia hasta la muerte; esta es la idea estratégica»

Al fin y al cabo, la mayoría de las fuerzas yihadistas que luchan contra el gobierno sirio no son mejores que el odioso régimen de Bashar Asad, y lo saben tanto Estados Unidos como Israel. De manera que lo que quieren conseguir no es la caída de Asad sino una situación de caos permanente en Siria. Quizás por eso, Alon Pinkas, excónsul general de Israel en Nueva York, dijera al New York Times: «Dejemos que ambos lados se desangren: una hemorragia hasta la muerte; esta es la idea estratégica aquí. Mientras esto siga dando vueltas, Siria no supone una amenaza real».

Sí sí: un motivo muy humanitario. Pero ¿una amenaza contra quién? Antes de la rebelión, los Altos del Golán, ocupados por Israel, estaban en calma durante bastante rato. De manera que quizás sería mejor preguntar, ¿una amenaza a qué? Habrá quien argumente que lo que se ve «amenazado» por una Siria estable es el plan de atacar y desestabilizar a los que respaldan el régimen de Asad: los jefes chiíes en Irán, una nación que vive en el punto de mira de Estados Unidos e Israel y cuyos dirigentes utilizan la amenaza de un ataque extranjero como justificación para su propio fundamentalismo militarista.

Al igual que Obama, a Vladímir Putin tampoco le preocupa la pérdida de vidas en Siria. Lo que le interesa son los miles de millones que genera la venta de armas acordada por su gobierno con Asad. Las monarquías del Golfo – Arabia Saudí y Qatar -, junto a Israel y Estados Unidos, tienen interés en aislar Irán. Cada uno de estos jugadores empeora una situación ya de por sí terrible, al arroja más bombas y más fusiles a la mezcla, rociando el fuego con petróleo con una mano, mientras que la otra la agitan cual beatífico puño de advertencia.

Y así continúa el juego geopolítico del poder, con tipos manifiestamente malvados en todos los bandos, que rodean a los sirios de a pie, inocentes, que viven bajo una continua amenaza de muerte por parte de todas las facciones participantes. Yo rodé una película en 2012 para mostrar el sufrimiento de los refugiados sirios atrapados en medio de lo una niña con la que hablé describió como «un partido de fútbol» en el que Siria es la pelota. El título de ese filme, «The Suffering Grasses» (Las hierbas que sufren) se deriva de un proverbio: «Cuando los elefantes combaten, quien sufre es la hierba». Con una cifra de 100.000 muertos, y subiendo, y la entrada en el ruedo del mayor elefante de todos, la frase es más actual que nunca.

Dado que las consideraciones éticas son de escasa prioridad para Estados Unidos, nos quedamos con la esperanza de que a la hora de decidir sobre Siria, al menos juegue cierto papel un sano interés por el beneficio propio. Pero el primer beneficiado, en términos financieros, de un ataque estadounidense contra Siria (aparte de los yihadistas que combaten contra Asad y los vecinos israelíes, a los que tanto les gustan las hemorragias) sería Rusia. Porque los precios de petróleo subirán inevitablemente a consecuencia de un ataque estadounidense, y quien más se beneficia de este alza será Rusia, junto con Arabia Saudí el mayor exportador de petróleo del mundo.

 El primer beneficiado de un ataque estadounidense contra Siria sería Rusia, exportador de petróleo

Luego están, por supuesto, los costes directos de la guerra. Un sólo misil Tomahawk cuesta alrededor de 1,4 millones de dólares. Los expertos vaticinan que incluso un ataque «limitado» con misiles crucero, calculando el coste de munición, combustible y el mantenimiento de los buques de guerra en un radio de distancia adecuada para un ataque acabaría costando cientos de millones de dólares al contribuyente estadounidense. Visto que la recuperación de la crisis financiera de 2008 sigue siendo muy lenta, y que otra crisis ya se dibuja en el horizonte, pensaríamos que los dirigentes norteamericanos se lo piensen dos veces antes de gastar el dinero público para ayudar a una oposición entre cuyas filas se halla Al Qaeda.

El pueblo estadounidense, ya escaldado por las mentiras y cansado de las guerras que no le han aportado ningún beneficio, se ha manifestado de forma masiva contra un bombardeo «de castigo» de Obama contra Siria. Parece que la gente está empezando a comprender que no existen los bombardeos humanitarios y que estas condiciones de guerra sólo aportan más guerra. Están empezando a reconocer que, al igual que los civiles masacrados de Siria, ellos también son hierba que sufre bajo las pisadas de los elefantes.

Al final, la diplomacia por accidente es mejor que no tener diplomacia alguna. De manera que todos debemos continuar presionando a los cargos electos para que se muevan en esa dirección y usen las negociaciones sobre las armas químicas como oportunidad de llevar a todos los implicados – el régimen de Asad, la oposición, Estados Unidos, Rusia, Turquía, Arabia Saudí, Qatar e Irán – a una mesa diplomática más amplia que podría poner fin a la guerra civil en Siria.

Una intervención así no incluye más armas o bombardeos, sino que aportaría un marco para acabar con la violencia y avanzar hacia una democracia pacífica que el pueblo sirio merece de verdad.