Opinión

La bomba de verdad

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

opinion

Hace algunos añós, yo revelé uno de los máximos secretos sobre Irán: Mahmud Ahmadineyad era un agente del Mossad.

De repente, todos los detalles extraños de su actitud tenían sentido. Sus fantasías públicas sobre la desaparición de Israel. Su negación del holocausto, que hasta entonces sólo era habitual entre una minoría de locos. Su fanfarronería respecto a la capacidad nuclear de Irán.

¿Cui bono? ¿A quién le benificiaban todas esas estupideces?

Sólo hay una respuesta razonable: a Israel.

La actitud de Ahmadineyad mostraba Irán como un Estado ridículo y siniestro a la vez. Justificaba la negativa de Israel de firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear o de ratificar la Convención contra las Armas Químicas. Desviaba la atención cuando Israel se negaba a discutir la ocupación de los territorios palestinos o abrir verdaderas negociaciones de paz.

Si yo aún tenía alguna duda sobre esta primicia internacional, ahora se ha evaporado por completo.

Nuestros dirigentes políticos y militares lamentan casi abiertamente la caída de Ahmadineyad.

Los dirigentes políticos y militares de Israel lamentan casi abiertamente la caída de Ahmadineyad

Es evidente que el Guía Supremo iraní, Alí Jamenei, decidió que yo tenía razón y se deshizo de forma poco llamativa de este payaso. Lo que es peor: reafirmó su enemistad a muerte con la Entidad Sionista impulsando al poder a alguien como Hassan Rouhani.

Rouhani es en todos los sentidos el antónimo de su predecesor. Si al Mossad se le hubiera pedido esbozar el peor dirigente iraní que Israel pudiera imaginar, habrían descrito a alguien como él.

¡Un iraní que reconoce y condena el Holocausto! ¡Un iraní que ofrece dulzura y luz! ¡Un iraní que desea paz y amistad a todas las naciones… insinuando incluso que Israel se podría incluir entre ellas, si sólo abandonara los territorios palestinos ocupados!

¿Se pueden ustedes imaginar algo peor que eso?

No estoy de broma. Esto es algo extremamente serio.

Incluso antes de que Rouhani tuviera tiempo de abrir la boca, después de ser elegido, Binyamin Netanyahu y lo había condenado del tirón.

¡Un lobo con piel de cordero! ¡Un antisemita de verdad! ¡Un estafador, presto a engañar a todo el mundo! ¡Un taimado político, cuyo objetivo diabólico es meter una cuña entre Israel y los ingenuos estadounidenses!

¡Ésta es la bomba iraní de verdad, mucho más amenazante que la nuclear, que se fabricará detrás de la cortina de humo de las palabras dulces de Rouhani!

La amenaza de una bomba nuclear se puede desactivar con otra bomba nuclear. Pero ¿cómo desactivar a un Rouhani?

Cada vez que hablaba Ahmadineyad, los delegados salían del salón. Al hablar Rouhani, afluyeron en torrentes

Nuestro fallido exministro de Finanzas, Yuval Steinitz, ahora responsable de «ideas estratégicas» (¡sí! ¡de verdad!), exclamó en su desesperación que el mundo entero desea dejarse engañar por Irán. Binyamin Netanyahu habló de una «trampa engañabobos». Rouhani es una amenaza existencial, según afirman los comentaristas de prensa, a los que tienen domesticados los «círculos oficiales» (es decir, la oficina del primer ministro).

Todo esto, antes de que Rouhani pronunciara una sola palabra.

Todos los vaticinios pesimistas se confirmaron cuando Rouhani por fin ofreció su Gran Discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas.

Cada vez que hablaba Ahmadineyad, los delegados salían corriendo del salón. Al hablar Rouhani, afluyeron en torrentes. Los diplomáticos de todo el mundo tenían curiosidad para ver a este hombre. Podrían haber leído su discurso pocos minutos más tarde, pero querían verlo y escucharlo en directo. Incluso Estados Unidos envió a sus delegados para que estuvieran presentes. Nadie se fue.

Nadie, excepto los israelíes.

Los diplomáticos israelíes recibieron instrucciones de Netanyahu de salir de la sala de forma ostentosa en cuanto el iraní empezara a hablar.

Esto era un gesto estúpido. Tan racional y tan eficaz como la rabieta de un niño chico cuando le quitan su juguete favorito.

Era estúpido, porque mostró Israel como un aguafiestas, en un momento en el que todo el mundo está presa de un ataque de optimismo, tras los recientes eventos en Damasco y Teherán. Y es estúpido, porque proclama el hecho de que Israel está hoy día totalmente aislado.

Por cierto ¿alguien se ha dado cuenta de que Rouhani no dejaba de enjugarse la frente durante su discurso, que duró media hora? Era obvio que estaba sufriendo. ¿Será que otro agente del Mossad se coló en la sala de mantenimiento de la ONU y apagó el aire acondicionado? ¿O es que simplemente era por el pesado traje?

Yo nunca me metí a cura, no sólo porque soy ateo sino también por esa obligación de llevar esos ropajes pesados

Yo nunca me metí a cura, no sólo porque soy ateo (un rasgo que comparto con muchos curas, me temo) , sino también por esa obligación de llevar esos ropajes pesados que en todas las religiones se les imponen a los sacerdotes. Al igual que a los diplomáticos, por cierto.

Al fin y al cabo, los curas y los diplomáticos también son seres humanos (al menos una gran parte de ellos).

Un sólo miembro del gabinete israelí se atrevió a criticar públicamente la consigna de salir de la sala. Era Ya’ir Lapid. ¿Qué bicho le ha picado? Bueno, resulta que los sondeos muestran que su estrella ascendiente ha dejado de subir. Como ministro de Finanzas se ha visto obligado a tomar medidas muy poco populares. Dado que no habla de cosas como la ocupación y la paz, se le ve como alguien que tiene poco que decir. Casi le están dejando de lado ya en todas partes. Criticar de manera tan contundente a Netanyahu puede volver a colocarle en el centro del escenario.

En todo caso, ha puesto el dedo en un hecho central: el que Netanyahu y su equipo se comportan exactamente como los diplomáticos árabes solían comportarse hace una generación. Eso quiere decir que se han quedado anclados en el pasado. No viven en el presente.

Para vivir en el presente hay que hacer algo que los políticos son reacios a hacer: pensar de nuevo.

Las cosas están cambiando. Despacio, muy despacio, pero de forma perceptible.

Es demasiado pronto para hablar demasiado del declive del Imperio Norteamericano, pero no hace faltan tener un sismógrafo en casa para percibir algunos movimientos en esa dirección.

El asunto de Siria era un buen ejemplo. A Vladimir Putin le gusta que le fotografíen en pose de judo. En el judo, uno se aprovecha del impulso de su adversario para derribarlo. Y es exactamente eso lo que hizo Putin.

A Obama lo liberaron del anzuelo y Putin estaba de vuelta en el ruedo

El presidente Obama se acorraló a sí mismo. Proclamó grandes amenazas bélicas y no pudo retirarse, aunque el público de Estados Unidos no está de humor para nuevas guerras. Putin le rescató de su dilema. Y le puso un precio.

No sé si Putin es un jugador tan ágil como para abalanzarse sobre un comentario marginal de John Kerry, referido a la oportunidad de Bashar Asad de entregar su arsenal de armas químicas. Más bien sospecho que todo lo habían arreglado de antemano. En todo caso, a Obama lo liberaron del anzuelo y Putin estaba de vuelta en el ruedo.

Tengo sentimientos muy encontrados respecto a Putin. Ha tratado a los ciudadanos chechenos de su país de una manera muy similar en la que Asad trata ahora a los ciudadanos sirios suníes. Su actitud hacia los disidentes, como el grupo de música Pussy Riot, es abominable.

Pero en el escenario internacional, Putin es ahora el que hace las paces. Ha desactivado el peligro de la crisis de armas químicas y es muy posible que lance una iniciativa para ofrecer un acuerdo político que ponga fin a la terrible guerra civil.

El próximo paso bien podría ser que juegue un papel similar en la crisis de Irán. Si Jamenéi ha llegado a la conclusión de que su programa nuclear no vale la pena frente a la miseria económica causada por las sanciones, bien podría venderlo a Estados Unidos. En este caso, Putin puede jugar un papel vital, al mediar entre dos mercaderes duros de pelar, que tienen mucho negocio que hacer.

En Israel debemos empezar a pensar, por mucho que nos encantaría evitarlo

(Excepto, claro, si Obama se comporta como aquel norteamericano que compró una alfombra en un bazar persa. El vendedor pedía mil dólares y el estadounidense pagó sin regatear. Cuando le dijeron luego que la alfombra no valía más de cien dólares, respondió: «Lo sé, pero yo quería castigar al vendedor. Ahora no podrá dormir y se estará maldiciendo por no haberme pedido cinco mil dólares»).

¿Cómo encaja Israel en el cambio que se vive en el escenario?

En primer lugar debemos empezar a pensar, por mucho que nos encantaría evitarlo. Pero las nuevas circunstancias exigen nuevas ideas.

En su propio discurso en Estados Unidos, Obama trazó una conexión clara entre la bomba iraní y la ocupación israelí. Esta conexión ya no se puede desconectar. Esto nos lo debemos meter en la cabeza.

Estados Unidos es hoy un poquitín menos importante que ayer. Rusia es un poquitín más importante de lo que era antes. Como demuestra su ataque futil al Capitolio durante la crisis de Siria, AIPAC, el lobby proisraelí, también ha perdido poder.

Salirse de la sala no es una política. Meterse en una sala de reuniones, sí

Vayamos a pensar de nuevo en Irán. Es demasiado pronto para determinar cuánto avanza Teherán sus fichas, si es que las mueve. Pero hay que intentarlo. Salirse de la sala no es una política. Meterse en una sala de reuniones, sí.

Si pudiéramos restaurar un poco nuestra antigual relación con Teherán, o simplemente desactivar los riesgos de la que tenemos ahora, Israel ganaría una enorme ventaja. Combinar este avance con una iniciativa de paz de verdad respecto a los palestinos sería todavía mucho mejor.

Nuestro rumbo actual nos está llevando hacia el desastre. Los cambios actuales en el escenario internacional y en el regional nos pueden facilitar un cambio de rumbo.

Deberíamos ayudar al presidente Obama a cambiar la política de Estados Unidos, en lugar de utilizar el AIPAC para aterrar al Congreso y forzarlo a apoyar ciegamente una política desfasada respecto a Irán y Palestina. Deberíamos extender unos sensores cautelosos hacia Rusia. Deberíamos cambiar nuestra actitud pública, tal y como hacen, con mucho éxito, los dirigentes de Israel.

¿O es que ellos son más inteligentes que nosotros?