Opinión

El aguafiestas profesional

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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Binyamin Netanyahu me ha dado pena. Fui diputado de la Knéset durante diez años y sé muy bien cómo se siente uno cuando tiene que dar un discurso ante una sala vacía.

Los seguidores incondicionales de Netanyahu, un conglomerado patético de magnates de casinos y sionistas de derechas desgastados, se habían sentado en la galería de la Asamblea General de Naciones Unidas, mientras que en la sala central hacía bulto una delegación israelí exagerada, pero sólo contribuían a subrayar el vacío general del auditorio. Para deprimirse.

¡Qué diferente fue la acogida del presidente irani Hassan Rouhani! En aquel momento, la sala estaba llena a rebosar y al secretario general y otros dignatarios les faltó tiempo para correr a felicitarle al terminar su discurso. Los medios de comunicación internacionales se arremolinaban a su alrededor.

En gran parte, la desventura de Netanyahu era simplemente mala suerte. Era el final de la sesión y todo el mundo tenía ganas de irse a casa o de irse de compras. Nadie estaba de humor para escuchar otra vez una clase sobre la historia de los judíos. Basta ya ¿no?

Nadie estaba de humor para escuchar otra vez una clase sobre la historia de los judíos

Además, el discurso simplemente fue eclipsado por un suceso de envergadura mundial: el cierre del Gobierno federal de Estados Unidos. Presenciar el descalabro del sistema de gobierno estadounidense, algo así como un 11-S administrativo, no tiene precio. Netanyahu ¿Netan quién? simplemente no pudo competir con esto.

 Y quizás a los delegados internacionales tampoco les faltaron un poquitín de ganas de restregárselo al primero ministro israelí.

En su discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas el año pasado, Netanyahu había adoptado el rol del maestro de colegio del planeta: se ayudaba de primitivos materiales escolares en la tribua y trazó una línea con tinta roja, en una presentación de la bomba irani que parecía destinada a alumnos de ocho años.

Desde hace semanas, la propaganda israelí les dice a los dirigentes mundiales que son ingenuos como niños o simplemente tontos a secas. Tal vez a éstos no les gustara escucharlo. Tal vez les confirmó su impresión de que los israelíes (o, lo que sería peor, los judíos) son autoritarios, condescendientes y paternalistas. Tal vez simplemente bastaba con ese último discurso arrogante para hacer desbordarse el vaso.

Netanyahu, el shakespeariano, declama su «Ser o no ser», ante una sala vacía

Todo eso es muy triste. Triste para Netanyahu. ¡Invirtió tanto esfuerzo en este discurso! Hablar ante la Asamblea General de Naciones Unidas (o ante el Congreso de Estados Unidos) es para él lo que una gran batalla es para un prestigioso general: un evento histórico. Vive de discurso en discurso, sopesando cada frase de antemano, practicando una y otra vez el lenguaje corporal, las inflexiones, como actor consumado que es.

Y ahí estaba, el gran shakespeariano, declamando su «Ser o no ser», ante una sala vacía, interrumpido bruscamente por los ronquidos de un señor solitario en la segunda fila.

¿Habríamos podido marcarnos una línea de propaganda algo menos aburrida?

Por supuesto habríamos podido.

Antes de desembarcar en América, Netanyahu ya sabía que el mundo estaba suspirando con alivio ante las señales de la nueva actitud de Irán. Aunque pueda estar convencido de que lo los ayatolás están echando un farol (como de costumbre, diría él), ¿era una buena idea aparecer como un aguafiestas profesional?

Podría haber dicho: «Damos la bienvenida a las nuevas maneras de hablar que llegan desde Teherán. Hemos escuchado con mucha simpatía el discurso del señor Rouhani. Junto a todo el mundo, representado por esta augusta asamblea, albergamos la gran esperanza de que los dirigentes iraníes sean sinceros y que se se pueda alcanzar una solución justa y eficaz en unas negociaciones serias.»

«Sin embargo, no podemos ignorar la posiblidad de que esta ofensiva de simpatía no sea otra cosa que una cortina de humo, detrás de la cual los enemigos internos de Rouhani continúan construyendo la bomba nuclear que nos amenaza a todos. Por eso esperamos que todos observemos la máxima cautela a la hora de llevar a cabo las negociaciones…»

Lo que cambia una música es el tono.

En lugar de hablar así, nuestro primer ministro volvió a amenazar con que Israel atacaría a Irán, y lo hizo en términos más duros que nunca.

Empuñó un revólver del que todos saben que está descargado. Como he señalado más de una vez, la posibilidad de atacar Irán nunca existió en realidad. La geografía, la economía mundial y las circunstancias políticas hacen que tal cosa sea imposible.

Pero incluso si en algún momento hubiese sido una opción real, ahora está totalmente fuera de cuestión. El mundo está en contra. La opinión pública de Estados Unidos está decididamente en contra.

Netanyahu empuñó un revólver del que todos saben que está descargado

Un ataque de Israel en solitario, frente a una rotunda oposición estadounidense, es tan probable como la construcción de un asentamiento israelí en la Luna. Es decir, no demasiado verosímil.

No sé si sería posible en térninos militares. ¿Podría llevarse a cabo? ¿Podría atacar nuestra Fuerza Aérea sin tener ayuda y respaldo estadounidense? Incluso si la respuesta fuera positiva, las circunstancias políticas lo imposibilitan. De hecho, nuestros jefes militares aparecen no tener absolutamente ningún interés en una aventura de este tipo.

El clímax del discurso de Netanyahu era su grandiosa declaración: «Si tenemos que resistir a solas, ¡resistiremos a solas!»

¿Qué me recuerda? A finales de los años 40 aparecieron en Palestina – y en todo el Imperio Británico, supongo – unos extraordinarios carteles de propaganda. Francia estaba derrotada, Hitler todavía no había invadido la Unión Soviética, Estados Unidos estaba aún lejos de intervenir en la guerra. El cartel mostraba a Winston Churchill, inmutable, y un lema: «Vale pues: a solas».

Netanyahu no se puedo acordar de esto, aunque parece tener una memoria prenatal. Yo lo llamaría un Alzheimer inverso: recuerda de forma vívida cosas que nunca ocurrieron. Una vez relató con detalle cómo, de niño, mantuvo una discusión con un soldado británico en las calles de Jerusalén… aunque el último soldado británico abandonó el país más de un año antes de que Netanyahu naciera.

Netanyahu tiene un Alzheimer inverso: recuerda vívidamente cosas que nunca ocurrieron

La frase que buscó Netanyahu es de 1896, el año en el que Theodor Herzl publicó el libro que marcó época: «Der Judenstaat» (El Estado judío). Un político británico acuñó el término «Aislamientos espléndido», para caracterizar la política británica bajo Benjamin Disraeli y su sucesor.

En realidad, la frase se originó en Canadá, cuando un político habló sobre el aislamiento de Gran Bretaña durante las guerras napoleónicas: «Nunca antes, la Isla Imperial había aparecido con tan magna grandeza: resistió a solas, y había un esplendor peculiar en la soledad de su gloria».

¿Será que Netanyahu se cree una reencarnación de Winston Churchill, resistiendo orgulloso e inmutable contra un continente inundado por una marea nazi?

En este escenario ¿quién es Barack Obama?

Sabemos quién es. Netanyahu y sus seguidores no paran de recordárnoslo. Obama es el nuevo Neville Chamberlain.

Chamberlain el Apaciguador. El hombre que agitaba un trozo de papel en otoño de 1938 y proclamó la «paz de nuestro tiempo». El hombre de estado que casi causó la destrucción de su país.

En esta versión de la Historia, estamos ahora presenciando un Múnich 2. Una repetición del tristemente famoso acuerdo entre Adolf Hitler, Benito Mussolini, Edouard Daladier y Neville Chamberlain, en el que se le entregó a la Alemania nazi la región de las Sudetes, una provincia que pertenecía a Checoslovaquia, aunque estaba habitada por alemanes. El acuerdo dejó a la pequeña y democrática Checoslovaquia sin defensas. Medio año más tarde, Hitler invadió y ocupó este país. Otros pocos meses más tarde, las tropas alemanas entraron en Polonia y estalló la II Guerra Mundial.

Las analogías históricas son siempre peligrosas, y especialmente en las manos de políticos y tertulianos que sólo tienen un conocimiento superficial de la Historia.

Veamos lo de Múnich. En esta analogía, el lugar de Hitler lo ocupa ahora Alí Jamenéi, o quizá Hassan Rouhani. ¿De verdad? ¿Dispone Irán de la maquinaria de guerra más potente del mundo, al igual que Hitler la tuvo en su momento?

En la analogía de Múnich, el lugar de Hitler lo ocupa ahora el presidente iraní Hassan Rouhani

Y Netanyahu ¿se parece a Eduard Benes, el presidente checo que temblaba ante Hitler? Y el presidente Obama ¿recuerda a Chamberlain, el dirigente de una Inglaterra debilitada y casi indefensa, que necesitaba desesperadamente tiempo para rearmarse? ¿Se ha rendido Obama ante un dictador fanático?

¿O resulta quizá que es Irán quien está abandonando sus ambiciones nucleares, o hace como que las abandona, puesta de rodillas por las duras sanciones internacionales dictadas por Estados Unidos?

Por cierto, la analogía de Múnich era todavía más absurda cuando se aplicó en Israel al reciente acuerdo ruso-americano respecto a Siria. En ese contexto, Bashar Asad asumió el papel de un Hitler victorioso y Obama quedó reducido a un ingenuo señor inglés con paraguas. Cuando en realidad fue Asad quien abandonó su preciado arsenal químico, mientras que Obama no ofreció nada a cambio, excepto el aplazamiento de una acción militar. ¿Qué tipo de «Múnich» es eso?

Volvamos a la realidad: no hay nada espléndido en el aislamiento de Israel hoy día.

Nuestro aislamiento significa debilidad, pérdida de poder, reducción de seguridad.

El trabajo de un hombre de estado es encontrar aliados, construir frentes comunes, reforzar la posición internacional de su país.

Netanyahu se ha aficionado últimamente a citar a nuestros antiguos sabios con la frase: «Si yo no me defiendo ¿quién me defenderá?»

Se olvida la segunda parte de la misma frase: «Y si me defiendo sólo a mí mismo ¿qué soy?»