Opinión

Vuelve el capitán Boycott

Uri Avnery
Uri Avnery
· 9 minutos

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Siempre he albergado la secreta ambición de tener una sentencia del Bagatz con mi nombre impreso en la portada.

Bagatz es el acrónimo hebreo para «Alto Tribunal de Justicia», el equivalente israelí para un Tribunal Constitucional. Juega un papel muy importante en la vida pública de Israel.

Que el Tribunal Supremo le ponga tu nombre a una sentencia que sienta jurisprudencia te da cierto tipo de inmortalidad. Cuando ya hace mucho que no estás, los abogados seguirán citando tu caso para referirse a esta decisión.

Por ejemplo, el caso Roe contra Wade. En cualquier ocasión en la que se debate el aborto en Estados Unidos, se menciona al caso «Roe v. Wade», aunque casi nadie recuerda quiénes eran, en su momento, Jane Roe y Henry Wade. Ahora tenemos «Uri Avnery y otros contra la Knesset y el Estado de Israel». El caso fue tratado esta semana ante el Tribunal Supremo de Israel y se refiere a la ley antiboicot aprobada por el Parlamento.

En lugar de los tres jueces habituales, se sentaban en la mesa nueve magistrados, casi el pleno

Pocas horas después de que la ley se aprobara, Gush Shalom y yo, personalmente, entregamos al Tribunal nuestra solicitud de anularla. Habíamos preparado los argumentos legales desde hace bastante antes. Por eso lleva mi nombre. Los solicitantes llamaron, con cierta falta de respeto, «y otros» a una docena de organizaciones de derechos humanos, tanto judías como árabes, que se nos unieron.

Tras ese titular de egoteca, vayamos al grano.

La sesión del tribunal era bastante llamativa. En lugar de los tres jueces que normalmente se ocupan de este tipo de recursos, esta vez se sentaban en la mesa nueve magistrados, casi el pleno de la Corte. Casi una docena de abogados argumentaban en un bando u otro. Entre ellos, nuestra jurista Gabi Lasky, que abrió el caso en nombre de los solicitantes.

Los jueces no estaban escuchando de forma pasiva, luchando contra el aburrimiento, como suele ser habitual. Todos ellos, los nueve, intervenían constantemente, hacían preguntas, intercalaban comentarios provocadores. Era obvio que tenían mucho interés.

La ley no prohíbe los boicots como tales. Al capitán Charles Boycott, el original, no le habría afectado.

Boycott era el agente de un terrateniente absentista en Irlanda, que desahuciaba a las familias de peones de la fina cuando no podían pagar el alquiler durante la hambruna irlandesa de 1880. En lugar de emplear la violencia contra él, los dirigentes irlandeses pedían a su pueblo que le hiciera un ostracismo. Se le «boicoteaba»: nadie le hablaba, nadie trabajaba para él, nadie le vendía nada o siquiera le entregaba el correo. Trajeron a voluntarios probritánicos para trabajar con él, protegidos por un millar de soldados británicos. Pero la idea de «boicotear» a alguien pronto se difundió y penetró en el idioma inglés.

Hoy día, por supuesto, un boicot significa mucho más que un ostracismo a una persona. Es un instrumento de protesta importante, cuyo fin es infligir a su objeto daños tanto morales como económicos, similar a una huelga en la industria.

En Israel hay boicots en marcha todo el rato y a nadie le parece mal… hasta que nos topamos con los asentamientos

En Israel hay boicots en marcha todo el rato. Los rabinos piden a los judíos devotos que boicoteen las tiendas que vendan comida que no sea kosher, o los hoteles que ofrezcan comida caliente el sagrado shabat. Los consumidores, enfadados por el precio de la comida, boicotearon el queso cottage y este acto se convirtió en las protestas sociales masivas del verano de 2011. A nadie le pareció mal.

Hasta que nos topamos con los asentamientos.

En 1997, Gush Shalom, el movimiento al que pertenezco, declaró el primer boicot de los asentamientos. Pedimos a los israelíes que se abstuvieran de comprar productos fabricados por los colonos en los territorios palestinos ocupados.

Esto no causó reacción alguna. Cuando convocamos una rueda de prensa no se presentó ni un solo periodista israelí… algo que no me ha pasado ni antes ni después.

Para facilitar el boicot, publicamos una lista de todas las empresas ubicadas en los asentamientos. Lo que sí nos sorprendió es que decenas de miles de consumidores nos fueron pidiendo la lista. Así es como empezó todo.

No pedimos un boicot a Israel. Todo lo contrario: nuestro objetivo principal era subrayar la diferencia entre Israel propiamente dicho y los asentamientos. Una de nuestras pegatinas decía: «Yo sólo compro productos de Israel…no los productos de los asentamientos».

Mientras que el Gobierno hizo todo lo que pudo para erradicar la Línea Verde, nosotros intentamos restaurarla en la mente del público israelí.

También queríamos dañar la economía de los asentamientos. El Gobierno trabajaba a tiempo completo para atraer a gente a las colonias, ofreciendo chalets privados a jóvenes parejas que no podían permitirse pagar un piso en Israel propiamente dicho. También hacía lo posible para seducir a inversores locales y extranjeros, mediante inmensas subvenciones y exenciones de impuestos. El boicot tenía la intención de contrarrestar estas ventajas.

También nos atraía la propia naturaleza de un boicot: es democrático y no es violento. Cualquiera puede activarlo sin aspavientos en su vida privada, sin necsidad de identificarse públicamente.

El Gobierno decidió que la mejor manera de minimizar el daño era no hacernos caso. Pero cuando nuestra iniciativa empezó a tener seguidores en el extranjero empezó a alarmarse. Especialmente cuando la Unión Europea decidió implementar las cláusulas de sus acuerdos de comercio con Israel. Estos tratados ofrecen grandes ventajas a las exportaciones de Israel, pero excluyen los asentamientos, dado que éstos son manifiestamente ilegales según la ley internacional.

La Knesset reaccionó con furia y dedicó un día entero a este asunto. (Si se me permite otra entrada en la egoteca: Yo decidí atender la sesión. Como exmiembro del Parlamento, pude sentarme con Rachel en la galería de los invitados de honor. Cuando un diputado de derechas se dio cuenta de que estábamos allí, se giró hacia nosotros y, en una flagrante ruptura del protocolo, nos señaló con el dedo y gritó: «¡Ahí está la pareja real de la izquierda!»)

A los iniciadores de un boicot se les puede condenar a pagar millones de shekel

También en el extranjero, el boicot se dirigía al principio contra los asentamientos. Pero al inspirarse en la experiencia de la lucha antiapartheid, pronto se convirtió en un boicot general de Israel. Yo esto no lo apoyo. A mi juicio es contraproducente, porque lanza a la población general en brazos de los colonos, bajo la vieja y desgastada consigna: «Todo el mundo está en contra de nosotros».

Las dimensiones crecientes de los diversos boicots ya no podían ignorarse más. La derecha israelí decidió actual… y lo hizo de forma muy astuta.

Explotó los llamamientos a boicotear Israel para prohibir los llamamientos para boicotear los asentamientos, que es la parte que realmente le preocupa. Ésta es la esencia de la ley aprobada hace dos años.

La ley no castiga a quien individualmente lleve a cabo un boicot. Castiga a todo aquel que públicamente pida un boicot.

¡Y qué castigo! No una sentencia de cárcel, que nos convertiría en mártires de la causa. La ley dice que cualquier persona que siente que haya sido perjudicada por el llamamiento al boicot puede demandar ante los tribunales a quienes hicieran el llamamiento para pedir compensaciones, sin límite, sin tener que demostrar siquiera que realmente haya sufrido perjuicio alguno. Cientos de otros pueden hacer lo mismo. De esta manera, a los iniciadores de un boicot se les puede condenar a pagar millones de shekel.

Y no se trata de cualquier boicot. A la carne de cerdo o al queso cottage no les afecta. Sólo a boicots dirigidos contra instituciones o personas conectadas con el Estado de Israel o – y aquí vienen las tres fatídicas palabras hebreas – con «un territorio bajo gobierno de Israel».

¿Estamos en contra de la libertad de expresión de los rabinos, que prohíben alquilar apartamentos a árabes?

Es obvio que todo el edificio legal se ha construido para esas tres palabras. La ley no protege Israel. Protege los asentamientos. Es su único propósito.

Las docenas de preguntas con las que bombardearon a nuestros abogados se referían en su mayoría a ese punto.

¿Estaríamos contentos si se tachasen esas tres palabras? (Buena pregunta. Claro que estaríamos contentos. Pero no podíamos decirlo, porque nuestro argumento principal era que la ley restringe la libertad de expresión. Y esto se refiere a la ley en su conjunto).

¿Nos habríamos opuesto a una ley dirigida contra el boicot árabe que se instauró contra Israel en sus primeros años de existencia? (Las circunstancias eran completamente distintas).

¿Estamos en contra de la libertad de expresión de los rabinos, que prohíben alquilar apartamentos a los ciudadanes israelíes árabes? (Esto no es un boicot, es una discriminación pura y dura).

Tras horas debate, el Tribunal aplazó la sesión. La sentencia se pronunciará en alguna fecha futura indeterminada. Probablemente haya una mayoría y varias opiniones particulares.

¿Se atreverá el Tribunal a anular la ley aprobada por la Knesset? Para eso haría falta tener realmente valor. No me sorprendería que la mayoría decidiera dejar la ley tal cual, pero tachar las palabras que hacen referencia a los asentamientos.

Si no se tachan estaremos ante otro paso del proceso que convierte Israel en el Estado de los colonos, por los colonos y para los colonos.

Ejemplos no faltan en la Historia. El eminente historiador británico Arnold Toynbee, uno de mis favoritos, compuso una vez una lista de países en los que los habitantes de sus regiones periféricas tomaron el poder: por lo común eran más duros y más fanáticos que los acomodados habitantes de las zonas céntricas. Por ejemplo, los prusianos, entonces pobladores de una zona fronteriza remota, se hicieron primero con la mitad de Alemania y luego con el resto. Savoy, una región de la frontera, creyó la Italia moderna.

Salga lo que salga, la decisión del caso «Uri Avnery y otros contra el Estado de Israel» se citará durante muchos años en los juicios.

Al menos eso ya me hace feliz.