Reportaje

El referéndum

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 14 minutos
Papeleta de las elecciones generales turcas de 2011  | © Ilya U. Topper
Papeleta de las elecciones generales turcas de 2011 | © Ilya U. Topper

Estambul | 12 Marzo 2014

«No sé a quién votar». Derya Çalik, estudiante de filosofía, lo tiene muy claro: «No me representa ninguno de los partidos que hay». Claro: en Turquía no hay tantos. Aunque una veintena aparecerá sobre la papeleta, sólo cuatro son los representados en el Parlamento. Efecto del altísimo umbral electoral de Turquía, fijado en el 10%.

Las elecciones no son generales sino apenas municipales, pero nadie lo diría. Los candidatos brillan por su ausencia. En los mítines se desgañitan, día tras día, desde hace semanas, en infatigables giras por el territorio nacional, los tres dirigentes: Recep Tayyip Erdogan, para el AKP, islamista y en el poder desde 2002, Kemal Kiliçdaroglu, dirigente del socialdemócrata y laico CHP, y Devlet Bahçeli, jefe del ultranacionalista MHP, que ocupa el espectro de la derecha conservadora.

A ellos se añaden los dirigentes de la izquierda kurda, menos monolítica y sobre todo, desdoblada desde otoño pasado: si en el sureste de Anatolia no dejan de ondear las banderas amarillas con el roble verde, insignia del BDP, firmemente asociado a la causa kurda, en Estambul han sido reemplazadas por las tricoloras – blanco, verde, violeta – del HDP, un partido que se nutre de los dirigentes kurdos, pero que se entiende sobre todo como izquierda.

Las elecciones son municipales, pero nadie lo diría: en los mítines se desgañitan sólo los dirigentes de los partidos

En las calles ondean más banderas: las palomas blancas del socialdemócrata DSP, las lunas rojas del Saadet, el partido islamista de línea dura… o el que era de línea dura durante la década pasada, cuando el AKP, escindido del tronco común, parecía defender un islamismo light, democrático, capaz de acoger a todos. Desde verano, las diferencias se han reducido considerablemente: Ahora es el propio Erdogan quien divide el mundo en «nosotros, los musulmanes», y «ellos».

Ellos son los laicos, la otra Turquía, los que durante casi un siglo, desde la fundación de la república, han dominado el país y han relegado la religión a la esfera privada, a donde no se le ve, fiel a los principios de Mustafa Kemal Atatürk. Hasta 2002, cuando llego el AKP al poder, con la promesa de arrancar el poder a la vieja elite «blanca» y entregárselo a los «turcos negros», los humildes y piadosos habitantes de la Anatolia profunda.

La división no se ha superado en las tres legislaturas de Erdogan, antes se ha ido agudizando. Sobre todo desde las protestas de Gezi en verano, en los que el primer ministro empezó a calificar a sus adversarios de «izquierdistas, ateos, terroristas». Y esto es sólo el principio: en agosto habrá elecciones presidenciales y en 2015, generales. Hasta entonces, es difícil que las dos Turquías se reencuentren.

Los comicios parecen un simple referéndum: ¿a favor de Erdogan o en contra?

El domingo, las papeletas ofrecerán veinticinco logotipos, pero las elecciones parecen un simple referéndum: ¿a favor de Erdogan o en contra? «Todo menos el AKP» es un eslogan que circula por las redes sociales y ofrece una exhaustiva lista de las ciudades turcas, marcando el candidato con las mejores cartas para arrancar la alcaldía al partido de la bombilla. En el oeste suele ser el CHP, en el centro de Anatolia y el Mar Negro, el MHP. En el sureste kurdo, curiosamente, la campaña ha dejado fuera al BDP y apuesta por el religioso Saadet, aunque el partido kurdo tiene ganadas de antemano una decena de provincias.

«Desde luego no al AKP», responde Ebru, profesora en un colegio público de Estambul, preguntada por su voto. No es efecto de los recientes escándalos de corrupción o la experiencia de la violencia policial en Gezi, donde la joven pasó muchas noches corriendo ante la policía, entre decenas de miles de otros descontentos. «Nunca me había planteado votar al AKP. Ellos son religiosos, yo no lo soy. No tenemos nada en común».

Va desgranando las opciones de las cuatro casillas que tendrá que marcar: «Como representante de barrio (muhtar), apoyo al que está; ahí el partido no importa. Como alcalde del distrito, me gusta la candidata del CHP, Aylin Kotil, es una mujer joven que me cae muy bien. Como diputados de la Asamblea municipal, también voy a dar el mandato al CHP. Y como alcalde metropolitano de Estambul… ahí tengo el corazón dividido. Si por mi fuera, votaría a Sirri Süreyya Önder, el candidato del HDP, lo admiro, es un gran tipo. Pero sé que en las últimas elecciones, la izquierda sacó más votos que el AKP, sólo que estaba dividida. Por eso creo que esta vez voy a votar también al candidato del CHP. Aunque no lo soporto: me cae fatal Mustafa Sarigül, pero él puede ganar la alcaldía, Sirri no».

Muy similar reflexión hace Derya Çalik. También ella cree que, sintiéndose de izquierda, marcará la casilla del CHP, pese a no estar de acuerdo con su tradición de anquilosado kemalismo, y mucho menos aún con Sarigül, un candidato que en muchos aspectos evoca más bien un populismo de centro-derecha y que, si con ello no bastara, arrastra un historial de sospechas de corrupción. «Votaré así», dice, tapándose los ojos.

El candidato del HDP «le hace el juego al AKP al presentarse en Estambul sabiendo que no puede ganar»

Pero tampoco tiene claro que pudiera votar a Önder, un intelectual respetado que no es kurdo, pero lleva años en las filas del BDP, ahora del HDP, y quien estuvo en primera fila en el parque Gezi. Por una parte critica que el partido kurdo nunca se haya pronunciado a favor de los alevíes, una minoría de al menos 15 millones de personas que siguen una religión sólo remotamente relacionada con el islam, marginada por las instancias oficiales. «En las regiones kurdas hay un gran sector firmemente suní, y no quieren espantarlo, no hacen caso a las reivindicaciones alevíes. Yo no soy religiosa, no me siento aleví, pero mi familia lo es y echo de menos que un partido como el HDP se pronuncie a favor de ellos».

Por otra parte, opina Derya, «Sirri le hace el juego al AKP al presentarse en Estambul, sabiendo que no puede ganar, pero que arañará muchos votos: votos que perderá el CHP». Cree que no es casual sino que se trata de un calculado apoyo del BDP a Erdogan, en la creencia de que sólo una victoria de éste puede mantener vivo el proceso de paz kurdo, muy parado desde hace casi un año.

Muchos kurdos creen que los escándalos de corrupción son una estratagema para sabotear la paz con el PKK

De hecho, el sureste kurdo ha dado relativamente pocos quebraderos de cabeza a Erdogan durante el verano caliente de Gezi. En esta vasta región, habituada a las manifestaciones con intervención de antidisturbios de forma prácticamente cotidiana, apenas hubo incidentes mientras ardían Estambul, Ankara, Izmir, Adana y Hatay. Por otra parte, las banderas del BDP ondeaban en el parque Gezi de forma prominente y el partido nunca dejó de apoyar públicamente el movimiento.

Tampoco ahora, con escándalos de supuestas pruebas de corrupción estallando cada día, los dirigentes de BDP y HDP han intentado montar la cresta de la ola. Entre los votantes kurdos de Estambul hay quien cree firmemente que todo no es más que un estratagema de los sectores nacionalistas para hacer descarrilar el proceso de paz kurdo.

Los discursos afilados, las acusaciones directas son el campo de Kemal Kiliçdaroglu y Devlet Bahçeli, convertidos ya en una doble némesis de Erdogan. Pero no está claro que el CHP pueda dejar atrás el perfil que en otoño dibujó Bekir Agirdir, director del respetado instituto de sondeos Konda, como «un partido anquilosado que no ha podido renovar su ideología ni su organización. Su percepción en la sociedad es negativa en general; es algo que no se puede corregir con una campaña o un eslogan».

Los últimos sondeos de Konda, a finales de marzo, le otorgan al AKP un 46 por ciento a nivel nacional, al CHP un 27, al MHP un 15, al BDP un 7 y a los demás partidos juntos un 5 por ciento. Un cambio casi imperceptible frente a los resultados de las generales de 2011. Pero circulan también otros sondeos, uno atribuido al propio AKP, pero no confirmado, que dibuja una resultado mucho menos favorable a Erdogan. Eleva el porcentaje de votos del MHP hasta el 20%, en detrimento del AKP, que apenas llegaría a la marca de 2009: un 39%. Ese nivel, han dejado entrever altos cargos del partido, ya sería satisfactorio; todo por encima se valoraría como mejora.

Aparte de los totales, la batalla ruge por dos ciudades: Estambul y Ankara. En ambas, el AKP saca apenas 5 o 6 puntos al CHP: el 46 frente al 40 por ciento. En ambas, el CHP ha apostado por ir a pescar votos en el caladero de la derecha: no sólo Sarigül tiene poco de izquierdista y mucho de empresario populista, también el candidato del CHP para Ankara, Mansur Yavas, fue en 2009 la cabeza de cartel del MHP.

«Quien se siente decepcionado con Erdogan, no tiene a dónde ir: el AKP no tiene rival»

Por otra parte, de haber un trasvase de votos desde el AKP, estos irían a parar al MHP, porque al menos este partido nacionalista incluye el islam tradicional entre sus valores básicos, opinaba en otoño Murat Aksit, vicesecretario de la plataforma Medialog, la rama de comunicación de la Cemaat, la red de seguidores del predicador islamista Fethullah Gülen.

No es una fórmula fácil. «Quien se siente decepcionado con Erdogan, no tiene a dónde ir», en palabras de Bekir Agirdir, director de Konda. «El AKP no tiene rival». Compara la situación con un conductor atrapado en medio de un atasco en una autopista. «Puedes estar muy enfadado y tocar el claxon, pero sabes que tienes que seguir conduciendo en la misma dirección porque no hay salida».

Ruptura con la Cemaat

El papel de la Cemaat mantiene cierto misterio porque por una parte no está claro cuál es el peso de sus influyentes seguidores en cifras de votos y, por otra parte, no ha lanzado una consigna de votar por un partido concreto, aunque sí ha dejado claro que retira el respaldo a su hasta ahora íntimo aliado, el AKP.

Durante años, Fethullah Gülen lanzaba desde su exilio autoimpuesto en Pensilvania a sus fieles mensajes públicos de paz y tolerancia, y menos públicos de hacerse fuertes en el sistema de la enseñanza privada y, según convicción general, en la policía y la Judicatura. Desde allí aseguraron la hegemonía del ideario islamista, en perfecta consonancia con el AKP. Hasta las primeras fisuras durante Gezi y el estallido de la guerra abierta cuando Erdogan anunció en otoño su intención de cerrar las academias de preparación de exámenes, la espina dorsal del imperio económico de la Cemaat.

En diciembre, la Fiscalía empezó a investigar acusaciones de corrupción en las altas esferas del gobierno, encarceló de forma preventiva a los hijos de los titulares de Interior y Economía, lo que forzó la dimisión de sus padres y de otros dos ministros, Urbanismo y Asuntos Europeos. La guerra se convirtió en nuclear. El Ejecutivo trasladaba fiscales y policías para romper las estructuras de simpatizantes que calificaba de «Estado paralelo». Pero seguían saliendo a la luz grabaciones de supuestas conversaciones telefónicas que el jefe de gobierno mantenía con su círculo de confianza. Las que evidenciaban que su hijo guardaba en casa inmensas cantidades de dinero en efectivo, las tachó Erdogan de «montaje y doblaje»; las que recogían sus llamadas a gerentes de los medios de comunicación para exigir cambios en el telediario, las admitió como auténticas.

La última «bomba» estalló el jueves, a sólo tres días de los comicios: dos vídeos difundidos en Youtube, de 7 y 8 minutos de duración, recogen una conversación entre el ministro de Exteriores, Ahmet Davutoglu, su subsecretario, Feridun Sinirliogli, el jefe de los servicios secretos, Hakan Fidan, y el segundo de a bordo del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas turcas, Yasar Güler… aparentemente en torno a la posibilidad de lanzar un ataque de falsa bandera desde Siria para proporcionar a Ankara una razón de invadir Siria.

«Miren, si hay que buscar una justificación, se justifica: yo mando a cuatro hombres al otro lado y que lancen unos ocho misiles a terrenos baldíos; esto no es ningún problema, la causa se fabrica», dice Hakan Fidan en la grabación. También se evalúa la opción de escenificar un ataque al minúscula enclave turco de la tumba de Solimán Sah en el norte de Siria, a 35 kilómetros de la frontera, y atribuirlo al grupo islamista radical ISIS. «Esto daría un fundamento de derecho, porque al atribuirlo a Al Qaeda, nadie pondrá problemas», opina en la grabación Sinirlioglu, si bien Güler apostilla que ISIS ahora trabaja para el régimen de Asad.

«Yo mando cuatro hombres a Siria y que lancen unos ocho misiles a terrenos baldíos»

El Ministerio de Exteriores turco ha confirmado en una nota que la grabación recoge efectivamente una conversación entre las citadas personas que tuvo lugar en el Ministerio de Exteriores y giraba en torno a la seguridad nacional y la protección del enclave de Solimán Sah, pero advierte que «ciertas partes están manipuladas». No detalla cuáles.

Bloqueo de redes sociales

La reacción del Gobierno fue expeditiva: cerró el acceso a Youtube, que ahora corre la misma suerte que la red Twitter, bloqueada desde hace una semana. El Consejo Audiovisual prohibió difundir el contenido de la conversación, ya visible en portada de varios periódicos de la oposición. La fiscalía empezó a investigar el caso como «espionaje». Y Erdogan condenó su «vileza, bajeza, amoralidad». Pero el daño ya está hecho: «¿Cuánto de lo que nos han contado sobre lo que ocurre en la frontera, sobre el atentado de Reyhanli que dejó 52 muertos en mayo del año pasado, será verdad?», se pregunta Ebru.

¿Daño? No es tan evidente. Un sector del AKP, encabezado por el propio Erdogan, apuesta precisamente por la polarización, sacude el puño contra el adversario y aplica más y más mano dura en un aparente intento de arrinconar al adversario en la otra esquina, en la de los jóvenes que montan barricadas en las calles y lanzan adoquines.

Cuanto más dividida sea la sociedad, más inevitable se hará votar de nuevo a Erdogan

La radicalización de un discurso capaz de describir como «terrorista» a un chico de catorce años que fue a comprar pan y acabó en coma tras un disparo policial, sólo tiene una lectura: cuanto más dividida la sociedad, más inevitable se hará para muchos seguir en la misma autopista, votar de nuevo a Erdogan, héroe de una nueva «guerra de independencia»: así ha calificado el primer ministro la lucha contra sus rivales políticos.

El spot electoral del AKP lo resume con pasión: muestra a una multitud de personas de toda condición y edad que se lanzan cual río hacia un poste para elevar una pirámide humana e izar finalmente la bandera de Turquía. Las autoridades electorales vetaron el anuncio: está prohibido utilizar símbolos nacionales. Al día siguiente, el mismo anunció volvió con una ligera modificación: ahora se despliega una bandera roja con el eslogan «Turquía no se rinde».

«No te rindas» fue el eslogan de los jóvenes de Gezi, quienes ahora están con ánimo de votar a todo menos el AKP. Pese a los sondeos, la moneda está en el aire.