Entrevista

Giorgio Agamben

«La Europa de hoy, de la moneda, es ilegítima»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 7 minutos
Giorgio Agamben  | © Alejandro Luque
Giorgio Agamben | © Alejandro Luque

Madrid | Abril 2014

Nadie dijo que fuera fácil. Pero nadie negará tampoco que leer a Giorgio Agamben (Roma, 1942) sea un placer, además de un reto para nuestra inteligencia. El italiano estuvo la semana pasada en España presentando su libro La muchacha indecible (Sexto Piso) junto a su compañera, Monica Ferrando. Un volumen de inusual belleza que conjuga de un modo equilibrado, en la estela de Warburg y de Benjamin, imágenes y pensamiento en torno a la figura clásica de Kore, que es “la vida misma, porque no se deja decir, porque no se deja definir ni por la edad, ni por la identidad sexual, ni por las máscaras familiares ni sociales”, afirma el autor.

Junto a Ferrando visitó el Museo del Prado, y se refirió a la idea de misterio, que acapara buena parte de su libro. “Creo que la pintura es la única forma adecuada al misterio. Tiziano, Velázquez o Goya no son misteriosos por su contenido doctrinal oculto, todo lo contrario. En ellos, forma y contenido se identifican. Son misterio porque son una aparición, no hay nada oculto ahí. Espero que las imágenes de este libro se muestren del mismo modo, en su maravillosa esencia”, aseguró.

«Los valores universales, como la democracia, han sido muy manipulados. Ya no sabemos qué quieren decir»

No obstante, una obra tan amplia como la de Agamben, que toca temas tan diversos –arte, historia, lingüística, política, espiritualidad– da para muchas preguntas. Fue profesor de Estética en la Universidad IUAV de Venecia y de Filosofía en la european Graduate School de Saas Fee (Suiza), pero renunció hace algunos años porque, asegura, “la universidad es un cadáver, no sólo en Italia, sino en todas partes”. El autor de títulos tan celebrados como Homo sacer, Signatura rerum, Profanaciones o Desnudez se prestó amablemente a responder a algunas al término de su presentación en Madrid.

Hoy día tenemos en Europa un encarnizado debate sobre si existen o no valores universales, por ejemplo, respecto a la igualdad entre mujer y hombre, ¿es éste un fundamento indiscutible para la humanidad? ¿O meramente una idea europea no válida para “otras culturas”?
Lo que pasa hoy es que estos valores universales han sido muy manipulados, como la democracia. Ya no sabemos qué quieren decir. Antes de plantearnos cuestiones al respecto, hay que aclarar antes, comprender nuevamente, lo que estos valores quieren decir. La manipulación de la que han sido objeto los ha modificado.

En todo caso, ¿podemos juzgar otras épocas con nuestros estándares actuales? ¿Tiene sentido, por ejemplo, llamar machista a Schopenhauer?
El machismo es universal, en eso tiene razón [risas]. Creo que no hay que leer el pasado desde el presente, sino regresar al pasado, arqueológicamente, para entender el presente. La única vía de acceso, la única forma de confrontar el presente es la arqueología.

En Homo sacer usted analiza la retirada de todo derecho al individuo; se ha relacionado esta idea con fenómenos como Guantánamo. ¿Hemos llegado a una fase en la que el Estado de derecho, bajo pretexto de proteger su esencia, anula sus propias normas?
Lo que el siglo XX nos ha mostrado es que eso es más que posible. Los hombres han sido privados de derecho y reducidos a vida desnuda.

Llegado a ese debate ¿cree que tenemos delante un regreso a los ideales del derecho o nos queda un túnel muy largo y muy oscuro por delante?
Yo prefiero no pensar nunca en el futuro. Cuando intento trabajar para comprender el presente o el pasado, pongo atención en que el futuro no proyecte su sombra en el presente.

La idea del derecho europeo se basa sobre filósofos griegos, sobre el orden jurídico latino, sobre su desarrollo en la Edad Media cristiana. Cuando, con la Edad Media, se divide la región en un norte cristiano y un sur musulmán, ¿cambia el concepto de derecho y justicia o se desarrolla en paralelo?
Sí, Europa ha existido cuando cristianos, musulmanes y judíos convivían. Cuando se produjo la partición, sencillamente dejó de ser ella, dejó de ser lo que era.

Usted ha señalado que no existe una Constitución de la Unión Europea porque nunca ha sido ratificada por los pueblos europeos. ¿Es usted un euroscéptico? ¿O puede superarse este déficit?
No, creo que Europa puede todavía significar algo. Pero no la que existe hoy, que es solo la Europa de la moneda, una Europa que es ilegítima, porque como usted sabe, cuando ha sido votada ha sido rechazada, en Francia en Holanda… Vivimos en una condición muy particular, en una Europa que se pretende de derecho, pero que es ilegítima.

“La religión cristiana murió con el concilio de Nicea”

A partir de su descripción de Kore, Agamben propone una reflexión en torno a la idea de misterio. “Creo que hay muchas malentendidos en torno a esta palabra: en su origen no es algo enigmático, ni una doctrina oculta que haya que desvelar. El misterio eleusino es una pantomima teatral, un drama místico acompañado de cantos que representan una historia. En el Medioevo sigue siendo algo teatral, como los misterios cristianos. Una experiencia que no era un mathos, sino un pathos. No un saber, sino un padecer”, explica. “Naturalmente, los misterios paganos y la liturgia cristiana no se parecen. Lo menos interesante de ésta es que, como sacramento que es, su eficacia está garantizada”.

Yendo aún más lejos, Agamben invita a “ver la analogía entre misterio y novela moderna. Ambos tienen un elemento esencial: la vida de un hombre se vuelve vehículo de vida divina, y casi se vuelve divina. Con el Lucio de El asno de oro, de Apuleyo, como con Madame Bovary, la novela nos pone frente a un misterio. No es una biografía, sino una iniciación a algo. Y no es una iniciación a una doctrina, sino a la vida misma a través de la vida, como en la iniciación a Eleusis”.

¿En qué momento cambió esta concepción? Agamben propone una respuesta: “Lo que pasó es que en la cultura occidental se fue produciendo un primado del saber, de la ciencia. Es entonces cuando van a establecer, bajo la forma de dogma, el contenido de la fe. La religión cristiana se muere en ese momento, en el concilio de Nicea, cuando todo tiene que comunicarse como un saber. Y creo que nada puede comunicarse así. Como en aquella idea de Kierkegaard: comunicar como saber lo que solo puede comunicarse como un poder…”.

“La fe”, concluye Agamben, “es lo contrario de creer en algo. Pablo, cuando en sus epístolas tiene que describir su fe, sabe que en griego no se puede decir ‘creo en’, sino ‘yo creo que’. Intenta esa reformulación, pero es absurdo, porque ‘creer en’ ya es otra cosa, es algo irracional. La fe se transforma en dos cosas homogéneas, los locos que creen de verdad que Cristo ha muerto, y los científicos que dicen otra cosa: lo irracional y lo racional”.