Opinión

En una palabra: plaf

Uri Avnery
Uri Avnery
· 10 minutos

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Pobre John Kerry. Esta semana ha emitido un sonido más expresivo que páginas y páginas de balbuceo diplomático.

En su declaración ante el comité de Relaciones Exteriores del Senado, explicó como las acciones del gobierno israelí habían torpedeado el ‘‘proceso de paz’’. Israel incumplió su obligación de liberar a prisioneros palestinos, y al mismo tiempo anunció la ampliación de más asentamientos en Jerusalén Este. Los esfuerzos por la paz hicieron plaf.

‘‘Plaf’’ es el sonido que hace el aire cuando se escapa de un globo. Es una buena expresión, ya que desde el primer momento, el ‘‘proceso de paz’’ no ha sido más que un globo lleno de aire caliente. Un ejercicio de fantasía.

No se puede culpar a John Kerry. Se ha tomado muy en serio todo el asunto. Es un político serio, que ha trabajado muy, muy duro para que Israel y Palestina hagan las paces. Deberíamos estar agradecidos por sus esfuerzos.

El problema es que Kerry no tenía la más mínima idea de dónde se estaba metiendo.

Todo el ‘‘proceso de paz’’ gira en torno a una equivocación elemental… o una mentira elemental

Todo el ‘‘proceso de paz’’ gira en torno a una equivocación elemental. Algunos dirían: una mentira elemental.

Concretamente, gira en torno a que aquí hay dos bandos igualados en un conflicto. Un conflicto serio. Un conflicto antiguo. Pero un conflicto que puede solucionarse cuando dos personas razonables de ambos bandos se sienten juntas y discutan largo y tendido sobre el tema, guiadas por un árbitro benevolente e imparcial.

Ni un solo detalle de estos supuestos era real. El árbitro no era imparcial. Los líderes no eran sensatos. Y lo más importante: los bandos no estaban igualados.

El balance de poder entre los dos bandos no es de uno contra uno, ni siquiera de uno contra dos o uno contra diez. En todos los aspectos materiales – militares, diplomáticos, económicos – el balance es más como de uno contra mil.

No hay igualdad entre el invasor y el invadido, entre el opresor y el oprimido. El carcelero y el prisionero no pueden negociar en igualdad de condiciones. Cuando un bando tiene un dominio total sobre el otro, controla todos sus movimientos, coloniza su tierra, controla su flujo monetario, arresta a personas cuando quiere, bloquea su acceso a Naciones Unidas y a los tribunales internacionales, la igualdad es imposible.

Si los dos bandos que tienen que negociar están tan extremadamente desigualados, la situación solo la puede remediar un mediador que apoye al bando más débil. Lo que está pasando es todo lo contrario: el apoyo de Estados Unidos a Israel es enorme y abundante.

A lo largo de las ‘‘negociaciones’’, Estados Unidos no ha hecho nada por controlar la actividad en los asentamientos que creaba más hechos sobre el terreno israelíes: precisamente el terreno cuyo futuro era de lo que básicamente trataban las negociaciones.

Un requisito previo para el éxito de cualquier negociación es que todos los bandos tengan al menos un entendimiento básico no sólo de los intereses y exigencias de cada uno, sino un entendimiento más amplio aún del mundo mental y la disposición emocional de cada uno, de la imagen que cada bando tiene de sí mismo. Sin eso, todos los pasos son inexplicables y parecen irracionales.

Vistos desde Washington, los pueblos extranjeros parecen pequeños, primitivos e irrelevantes

Boutros Boutros-Ghali, una de las personas más inteligentes que he conocido en mi vida, me dijo una vez: ‘‘Tenéis en Israel a los expertos en mundo árabe más inteligentes. Han leído todos los libros, todos los artículos, cada una de las palabras que se han escrito sobre el tema. Lo saben todo, pero no entienden nada. Porque nunca han vivido un solo día en un país árabe’’.

Esto mismo es aplicable a los expertos estadounidenses, sólo que en mucha mayor medida. En Washington, D.C., uno siente ese aire enrarecido de una cima himalaya. Vistos desde los grandiosos palacios de la administración, donde se decide el destino del mundo, los pueblos extranjeros parecen pequeños, primitivos y en gran parte irrelevantes. Hay escondidos aquí y allá a algunos expertos de verdad, pero nadie los consulta en realidad.

El hombre de Estado medio de Estados Unidos no tiene la más mínima idea de la historia del mundo árabe, de su visión de la realidad, de las religiones, mitos o traumas que moldean las actitudes árabes, por no hablar de la lucha palestina. No tiene paciencia para este sinsentido primitivo.

Aparentemente, el conocimiento estadounidense de Israel es mucho más amplio. Pero en realidad no lo es.

Los políticos y diplomáticos medios estadounidenses saben mucho de los judíos. Muchos de ellos son judíos. El mismo Kerry parece tener parte de judío. Su equipo por la paz incluye a muchos judíos, incluso a sionistas, incluyendo al director actual de las negociaciones, Martin Indyk, que trabajó para el AIPAC en el pasado. Su propio nombre es yidis (y significa ‘‘pavo’’).

La suposición es que los israelíes no son muy diferentes de los judíos estadounidenses. Pero esto es completamente falso. Puede que Israel reivindique ser el ‘‘Estado-nación del pueblo judío’’, pero eso es sólo un instrumento para explotar la diáspora judía y crear obstáculos para el ‘‘proceso de paz’’. En realidad, los israelíes y los judíos de la diáspora se parecen bastante poco, no mucho más que un alemán y un japonés.

Puede que Martin Indyk sienta afinidad con Tzipi Livni, la hija de un combatiente del Irgun (o ‘‘terrorista’’, en la terminología británica), pero eso es una ilusión. Los mitos y los traumas que moldearon a Tzipi son muy diferentes de los que moldearon a Martin, que se educó en Australia.

Si Barack Obama y Kerry supieran más, se hubieran dado cuenta desde el principio que la organización actual de la política en Israel hace que sea bastante imposible cualquier evacuación de los asentamientos, retirada de Cisjordania o acuerdo sobre Jerusalén por parte de los israelíes.

Todo esto también es aplicable al bando palestino.

Los palestinos están convencidos de que entienden a Israel. Después de todo, llevan decadas bajo la ocupación israelí. Muchos de ellos han pasado años en prisiones israelíes y hablan un hebreo perfecto. Pero han cometido muchos errores en su tratamiento con los israelíes.

Todos los medios israelíes hablan de liberar a ‘‘asesinos palestinos’’, no a combatientes palestinos

El último fue creer que Israel liberaría la cuarta tanda de presos. Esto era casi imposible. Todos los medios israelíes, incluyendo a los moderados, hablan de liberar a ‘‘asesinos palestinos’’, no a combatientes o activistas palestinos. Los partidos de derechas compiten los unos con los otros, y con ‘‘víctimas del terrorismo’’ derechistas, por denunciar esta atrocidad.

Los israelíes no entienden las profundas emociones que despierta el no liberar a los prisioneros, los héroes nacionales del pueblo palestino, aunque el propio Israel intercambió en el pasado mil prisioneros árabes a cambio de un solo israelí, siguiendo el mandamiento de la religión judía de la ‘‘redención de los prisioneros’’.

Se ha dicho que los israelíes siempre venden una ‘‘concesión’’ tres veces: primero cuando la prometen, después cuando firman un acuerdo oficial sobre ella y en tercer lugar cuando tienen que cumplir lo acordado. Esto pasó cuando llegó el momento de poner en marcha la tercera retirada de Cisjordania según los Acuerdos de Oslo, cosa que nunca llegó a suceder.

Los palestinos no saben nada de la historia de los judíos tal y como se enseña en las escuelas israelíes, saben muy poco del holocausto, y todavía menos de los orígenes del sionismo.

Las negociaciones recientes
empezaron como ‘‘conversaciones por la paz’’, siguieron como un ‘‘esbozo’’ para futuras negociaciones, y ahora las conversaciones han degenerado en conversaciones sobre las conversaciones sobre las conversaciones.

La cúpula palestina también teme una tercera intifada, que puede llevar a un levantamiento sangriento

Nadie quiere poner fin a la farsa, porque los tres bandos temen la alternativa.

El bando estadounidense teme una arremetida general de Adelson, la excavadora sionista-evangelista-republicana, contra la administración Obama en las próximas elecciones. El Departamento de Estado ya está intentando retractarse frenéticamente del ‘‘plaf’’ de Kerry. No quiso decir que sólo se puede culpar a Israel, afirman, la culpa la tienen los dos bandos. El carcelero y el prisionero tienen la misma culpa.

Como de costumbre, el gobierno israelí tiene muchos miedos. Teme el estallido de una tercera intifada, acompañada por una campaña mundial de deslegitimación y de boicot a Israel, especialmente en Europa. También teme que Naciones Unidas, que actualmente sólo reconoce a Palestina como un Estado no miembro, siga yendo más allá y ascienda más y más el estatus de Palestina.

La cúpula palestina, también, teme una tercera intifada, que puede llevar a un levantamiento sangriento. Aunque todos los palestinos hablan de una ‘‘intifada no violenta’’, pocos creen realmente en ella. Recuerdan que la última intifada también empezó no violentamente, pero el ejército israelí respondió desplegando francotiradores para matar a los líderes de las manifestaciones, y las inmolaciones se volvieron inevitables.

El presidente Mahmoud Abbas (Abu Mazen) ha respondido a la negativa de liberar a los prisioneros, que significó una humillación personal, mediante la firma de los documentos necesarios para que el Estado palestino se una a 15 convenciones internacionales. El gobierno israelí explotó encolerizado. ¿Cómo se atreven?

En la práctica, esta acción significa poco. Una firma significa que Palestina se una a las Convenciones de Ginebra. Otra atañe a la protección de los niños. ¿No deberíamos dar la bienvenida a esto? Pero el gobierno israelí teme que esto signifique un paso más hacia la aceptación de Palestina como miembro del Tribunal Penal Internacional, y quizás la imputación de Israel por crímenes de guerra.

Abbas también está planeando dar pasos hacia una reconciliación con Hamás y la celebración de elecciones palestinas, para reforzar su retaguardia.

Si fueras el pobre John Kerry, ¿qué dirías ante todo esto?

‘‘¡Plaf!’’ parece lo mínimo que se puede decir.