Asad ya no es lo que era
Daniel Iriarte
De repente, Bashar Asad ya no parece tan malo. El presidente sirio, que en 2012 acumulaba epítetos como “tirano”, “carnicero” o “asesino de masas” en medios como Time o The New York Times, empieza a ser considerado estos días un mal menor cuyas atrocidades palidecen al lado de las perpetradas por un Estado Islámico que no deja de expandirse. Los yihadistas se encuentran a las puertas de Alepo, en Siria, y de Baquba, en Iraq, cuya caída abriría el camino hacia Bagdad.
“Son una amenaza inminente a todos los intereses que tenemos, tanto en Iraq como en cualquier otra parte”, aseguró hace dos semanas el secretario de Defensa estadounidense, Chuck Hagel. “Van más allá de un simple grupo terrorista. Unen la ideología con una sofisticada pericia militar. Están tremendamente bien financiados. Esto va más allá de nada que hayamos visto”, afirmó.
En Iraq, EE UU ya coopera de forma intensiva con las autoridades centrales iraquíes y kurdas, a través del envío de cientos de operativos de inteligencia y asesores de las fuerzas especiales, y mediante bombardeos aéreos contra las posiciones del Estado Islámico. Pero, ante una organización que ha eliminado las fronteras entre Iraq y Siria, a nadie se le escapa que es imposible acabar con ella sin atacarla en ambos territorios.
El Estado Islámico ha eliminado las fronteras entre Iraq y Siria. Es imposible acabar con él sin atacarle en ambos territorios
“¿Pueden ser derrotados sin hacer frente a la parte de su organización que reside en Siria? La respuesta es no. Y eso sucederá cuando tengamos una coalición en la región que se haga cargo con el tiempo de derrotar al Estado Islámico”, declaró la semana pasada el Jefe del Estado Mayor de EE UU, el general Martin Dempsey. La duda, sin embargo, es quién formará parte de dicha coalición.
De momento, el presidente Barack Obama ya ha autorizado los vuelos de vigilancia sobre Siria para recabar información de inteligencia. El problema, no obstante, es qué hacer con dicha información. Los grupos insurgentes contrarios al Estado Islámico, a pesar de la etiqueta de “moderados”, no son de fiar: la mayoría están agrupados en una alianza llamada el Frente Islámico, que incluye nada menos que al Frente Al Nusra, la filial siria de Al Qaeda, tal y como ha reiterado a menudo el líder de la organización, Ayman al Zawahiri. Y lo que es peor: muchos antiguos miembros de dicha insurgencia, incluyendo a individuos formados militarmente por los servicios de inteligencia occidentales, se están pasando a las filas del Estado Islámico. “Mucha gente del Ejército Sirio Libre entrenada por Occidente se está uniendo a nosotros”, aseguró la semana pasada un comandante del ISIL, Abu Yusaf, al “Washington Post”.
Quedan, pues, las tropas regulares sirias, que solo recientemente han comenzado a atacar al Estado Islámico en sus posiciones del norte, lo que ha llevado a la oposición siria a acusar al régimen de Assad de connivencia con el ISIL, no sin cierta razón. Durante más de dos años, la presencia de lo que entonces aún se llamaba Estado Islámico de Irak y el Levante (o ISIL, como se le conoce internacionalmente) ha permitido al régimen presentar a la insurgencia como meros “mercenarios de Al Qaeda pagados por Occidente”. Al abstenerse de atacar las zonas bajo su control, el ejército sirio ha podido concentrar sus fuerzas de forma efectiva en otros frentes, como la frontera con Líbano o Homs. Pero a medida que el ISIL se ha ido aproximando a Alepo, se ha hecho con el control de varias bases militares en las provincias de Raqqa y Deir Az Zor, o ha tratado de conquistar infraestructuras claves como el yacimiento de gas de Shaar, las prioridades del régimen han cambiado.
“Siria está preparada para una cooperación y coordinación a nivel regional e internacional para luchar contra el terrorismo”, declaró recientemente el Ministro de Exteriores sirio, Walid Muallem. Y entre estos aliados podrían estar EE UU y el Reino Unido, confirmó el jefe de la diplomacia siria, con algunas condiciones. “Debemos sentir que la cooperación es seria y sin dobles raseros. Cualquier violación de la soberanía de Siria sería un acto de agresión”, afirmó.
La idea de colaborar con el régimen sirio no desagrada a todo el mundo, empezando por los británicos. El Estado Islámico “debe ser eliminado, y no debemos ser remilgados sobre cómo lo hacemos”, ha dicho Malcolm Rifkind, antiguo Secretario de Exteriores y de Defensa y líder del comité de inteligencia y seguridad del Parlamento del Reino Unido. “A veces uno tiene que desarrollar relaciones con personas extremadamente despreciables para deshacerse de otras que lo son aún más”, ha asegurado. En el mismo sentido se ha expresado Richard Dannat, el antiguo jefe del Estado Mayor británico. “Tanto si es abiertamente como confidencialmente, hay que tener una conversación con Assad”, ha dicho, indicando que cualquier operación aérea contra el Estado Islámico en Siria requiere ser aprobada por las autoridades sirias para evitar que las defensas antiaéreas derriben los cazas occidentales.
De momento, tanto Londres como Washington aseguran que no existen planes en dicho sentido. “Perfectamente podemos encontrarnos luchando, a veces, contra la misma gente que él, pero eso no nos hace aliados. No sería práctico, sensible ni útil seguir por ese camino”, ha declarado el actual Secretario de Exteriores británico, Philip Hammond. “No creo que iniciar un diálogo con el régimen de Assad haga avanzar la causa que todos nosotros promovemos”, ha indicado. “No es el caso que el enemigo de mi enemigo sea mi amigo. Unir fuerzas con Asad alienaría permanentemente a la población suní tanto en Siria como en Iraq, que son necesarias para aislar al Estado Islámico”, ha dicho por su parte Benjamin Rhodes, viceasesor estadounidense de seguridad nacional.
«Assad es preferible moralmente al Estado Islámico, a lo Stalin contra Hitler», escribe el comentarista Peter Beinart
Y sin embargo, en la prensa anglosajona aumentan las voces en ese sentido. “Bashar al Asad manda una fuerza de combate mucho más unificada y efectiva que los rebeldes sirios ‘moderados’. Es una amenaza menor para los EE UU que el Estado Islámico”. Y es incluso preferible moralmente, en cierto modo a lo Stalin contra Hitler”, escribe Peter Beinart en “The Atlantic”. “Assad está matando a su propio pueblo y radicalizando a los yihadistas suníes, pero a diferencia del Estado Islámico, no ha señalado a EE UU o Europa como un objetivo primario de su campaña militar. Y aunque puede ser un asesino a sangre fría, su mentalidad de status quo y su secularismo no nos alarman de la forma que lo hace el nihilismo fundamentalista del ISIL”, dice Aaron David Miller, experto del Centro Internacional Woodrow Wilson. “Nadie está haciendo un llamamiento a una alianza estadounidense con Assad, pero parece claro que Washington ha aceptado la realidad de que su régimen va a sobrevivir”, asegura.
Pero resulta difícil proponer la cooperación con un régimen responsable de decenas de miles de muertes de civiles, incluyendo, probablemente, las de al menos 11.000 presos en sus cárceles en menos de tres años, según el informe de la comisión internacional liderada por Desmond de Silva, ex fiscal jefe de la ONU en Sierra Leona, Y en el último año, han cobrado fuerza los llamamientos a crear un tribunal internacional que juzgue las atrocidades en Siria, de las que familiares y altos cargos del gobierno de Asad tienen mucho que responder. Sin embargo, las alternativas, –una intervención militar en toda regla, o dejar las cosas tal y como están- no parecen mucho mejores. De modo que no sería extraño que, en un futuro próximo, el demonizado Bashar al Asad acabe transformado de la noche a la mañana en un líder respetable con el que tratar.
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