Entrevista

Hamed Sinno

«No existe una 'juventud árabe'»

Laura J. Varo
Laura J. Varo
· 9 minutos
Hamed Sinno, líder de Mashrou' Leila | © H. Sinno (uso en Facebook)
Hamed Sinno, líder de Mashrou’ Leila | © H. Sinno (uso en Facebook)

Beirut | Julio 2014

En el bigote de Hamed Sinno, justo debajo de la nariz, asoma un mordisco de la maquinilla, un error de afeitado que rompe la frontera del vello y perturba mientras habla. “Su bigote era puntiagudo y más espeso”, dice de Freddy Mercury, “siempre me pregunto si solo me comparan porque no somos blancos y ambos somos gays, mucha gente cree que él era árabe, pero no, era medio indio, medio persa”.

Sinno también es “medio, medio”, tiene sangre libanesa y jordana, y también canta, a veces, en falsete. Ahí acaban las similitudes, reconoce el cantante de la banda indie beirutí Mashrou’ Leila, llamado a ser el “Freddy Mercury de Oriente Medio”, una suerte de pionero gay al que los apelativos “extremadamente halagadores” dejan extrañamente sin palabras.

Lo consideran el «Freddy Mercury de Oriente Medio» y pionero del movimiento gay

En seis años, el aún veinteañero ha echado brazos a base de horas de gimnasio y baños de multitudes no solo en Beirut o El Cairo, también en Londres, París, Toronto o Barcelona. Es el mismo tiempo que ha pasado desde la sorpresa del primer álbum homónimo del grupo (Mashrou’ Leila, “proyecto de una noche”, en árabe), nacido en 2008 del estrés de clases de arquitectura y diseño en la Universidad Americana de Beirut, hasta la tarde antes de embarcar rumbo a Florencia para apuntalar la promoción europea de su tercer y último trabajo, editado gracias a una campaña de crowdfunding que liquidó en una semana el presupuesto necesario para sacarlo al mercado.

Aquella iniciativa que les encumbró a lo más alto del moderneo regional bajo la etiqueta de #OccupyArabPop tuvo poco que ver con una supuesta alergia a las discográficas y mucho con las ganas de gritar “mierda” en una canción y recortar el número de veces por estrofa que decían “habibi”, el apelativo cariñoso en árabe prácticamente omnipresente en el cancionero regional. “Los sellos (musicales) en la región son terribles”, zanja.

«Nunca se ha visto un artista árabe acogido por el público europeo o norteamericano, salvo  Fairuz o Umm Kulthum»

A las pequeñas discográficas, reivindica, les enseñaron a hacer el trabajo con su propia promoción (“Nosotros ya hemos hecho antes lo que ofrecen ellas”, dice), y a las grandes las compara con entidades financieras con peores condiciones que las de una hipoteca, “imponiendo un montón de compromisos en términos de qué música tocar, qué cantar, censurar lo que decimos…”.

“Realmente no esperábamos nada de esto, para ser sinceros”, concede en referencia al éxito fuera de sus propias fronteras donde se han convertido en una especie de grupo fetiche; “nunca se ha visto ningún artista árabe acogido por el público europeo o norteamericano, salvo los grandes nombres, como Fairuz o Umm Kulthum, sujetos a un cierto exotismo”.

Algo han debido de hacer bien, porque aún volando solos y soltando improperios, han sido la primera banda árabe, y hasta ahora única, que ha protagonizado una portada de la edición en Oriente Medio de la revista Rolling Stone, que ya los ha etiquetado como “la vanguardia del rock alternativo” en la región, la avanzadilla de una generación compartida con grupos también libaneses como The Wanton Bishops o Who Killed Bruce Lee y que pertenecen a un tiempo y un lugar que ha decidido obviar toda una tradición de laúd y canciones empalagosas: “No actuamos con bailarinas de danza del vientre, no tocamos instrumentos orientales, así que es genial poder presentarnos a nosotros mismos como la otra cara de la historia que siempre es retratada”.

Mashrou’ Leila es atípica, con su cantante gay, un violinista armenio, una chica más preocupada por su carrera que por la ropa…

Esa otra parte de la historia habla con un nuevo lenguaje a medio camino entre la música y la sociología que combina folk, rock, jazz y electrónica con “un creciente interés en la región”. “Creo que es bastante interesante que estemos consiguiendo este tipo de exposición”, dice sobre su contribución a aclarar los malentendidos sobre Oriente Medio, sobre lo que “un artista árabe debería parecer”. Mashrou’ Leila no encaja, con su cantante gay, un violinista armenio (no árabe), una chica más preocupada por su carrera que por qué vestir sobre el escenario y otros cuatro componentes desperdigados por el mundo, de EE UU a Dubai.

Para Sinno es casi una cuestión matemática que suma a la situación política en la región el flujo de expatriados que van y vuelven de Europa y Norteamérica. El resultado es “un montón de artistas árabes que están siendo exportados fuera del circuito de la industria musical (tradicional) y que constituyen una particular puerta a la región”.

Pero nada de eso explica por qué en su último concierto en Beirut, a beneficio de una ONG local que trabaja para aliviar la crisis humanitaria en Líbano provocada por la presencia en el país de más de un millón y medio de refugiados de la guerra en Siria, hubiera tantos espectadores foráneos, fascinados aunque incapaces de seguir la lírica de Sinno, letrista de la banda.

Es su seña de identidad: hablan en árabe, discuten en árabe y, por supuesto, cantan en árabe. “Lo de entendernos o no… creo que eso solo pasa con las letras”, asume. “Hay parte de la música que es en gran medida un producto del tiempo y el lugar en que vivimos, pero creo que la banda es mucho más que las letras, las melodías tienen lo suyo, nuestra presencia en el escenario es también particular”.

Más allá del idioma, su secreto es una intolerancia feroz a los estereotipos orientalistas salpicada del mismo hastío vital que ha convulsionado toda la región y de la frustración de su fracaso. Queda cristalino en Raqqasuk (Te hacen bailar), la canción que da nombre al nuevo disco: “Te programaron y te enseñaron / a bailar como ellos / Tuviste opción y bailaste / éramos libres y bailaste”.

“La primavera árabe empezó en Líbano en 2005, con la Revolución de los Cedros, y luego no hemos tenido ni un año de paz»

“La primavera árabe en cierto modo empezó en Líbano en 2005, con la Revolución de los Cedros, y cuando eso se vino abajo, todo el mundo estaba exhausto, derrotado, no hemos tenido ni un solo año de paz”, comenta. Luego vino el suicidio social: “La mayoría de la gente simplemente se va, porque es más fácil vivir en el extranjero, es más fácil vivir siendo constantemente insultado como inmigrante que ser un local en tu propio país”.

Sinno habla desde el rencor del traicionado y lo hace sonrojándose y suspirando cuando, tras pedir que bajen la música en una cafetería del barrio beirutí de Hamra, donde vive, se escucha a sí mismo cantando Fasateen (Vestidos) a todo volumen. Líbano es así de anárquico, por eso, piensa, hay que hablar claro y directo a un país que a la mínima devuelve el golpe: “Sin millones / Sin vestidos / Me cogiste de la mano y me prometiste una revolución”.

Así canta, sin complejos. Y así habla: “El Gobierno es extremadamente corrupto, hay un buen porcentaje de los ingresos del país que literalmente desaparece cada año, y eso es porque entra en los bolsillos de los políticos”.

«Decir árabe implica una categoría étnica, pero somos muy diferentes, buscamos libertad individual y social»

Y va más allá en Min at-tabur (En la cola): “Estamos hartos de religión, cansados de humillación / ansiosos por el hambre, saciados de comer mierda”. “Es fácil decir que hay violencia y que hay bombas (en Líbano), y en teoría ese es un problema que se puede resolver con un plan de seguridad”, critica, “pero esa no es la realidad, hay enormes conflictos que están ocurriendo fuera del país y por toda la región”.

Quizá por eso alguien le apodó “la voz de la juventud árabe”. “No hay nada de eso de juventud árabe”, se revuelve, “cuando se dice árabe se supone que implica una categoría étnica, pero ni siquiera es así, somos gente muy diferente en términos de raza, (Oriente Medio) es una región muy grande y muy diversa y es muy difícil decir que todos queremos las mismas cosas, es imposible. (…) Al final lo que hay es una serie de cosas que la gente quiere para vivir, una libertad individual y social que no es exclusiva del mundo árabe, sino de todo el planeta”.

«La homosexualidad se convierte en algo problemático con las redadas policiales»

¿Y el qué quiere? “Quiero poder confiar en un sistema democrático, quiero poder votar para sentir que estoy formando parte de cómo se configura mi país, pero eso no va a pasar; quiero una economía más estable, más acceso a empleos, un mejor control del capital,…” Que levante la mano quien no pide lo mismo, aquí y en Pekín.

Al fin y al cabo, si hay algo de lo que entiende es de calificativos, como los que le empezaron a llover en el instituto a insulto pelado en vísperas de afrontar su homosexualidad. No fue tan duro, reconoce: “Este tema (la homosexualidad) se convierte en algo problemático cuando las redadas policiales se dirigen contra las clases menos favorecidas que frecuentan clubs como los que han sido cerrados en los últimos cuatro años”. Ahora le quita hierro a un asunto del que sus padres se enteraron cuando la prensa empezó a encumbrarle por cantar lo que otros se esfuerzan en esconder. “Deja de comprobar si la puerta está cerrada / No te puedes esconder de lo que le ocurre a tu cuerpo”, canta con una franqueza inusitada.

Aquel tiempo pasó para dejar lugar a un referente en pantalones pitillo y una camiseta que deja ver más torso que tela. Y de repente regresa la sombra de Mercury, el “ídolo”, las etiquetas, los estereotipos, y la risa nerviosa. “En realidad no tenía el mismo bigote”, insiste, “no sé, creo que prefiero considerarme yo mismo”.