Reportaje

Las instituciones del Califato

Daniel Iriarte
Daniel Iriarte
· 12 minutos
La artillería del Estado Islámico castiga Kobani | © Daniel Iriarte / MSur
La artillería del Estado Islámico castiga Kobani | © Daniel Iriarte / MSur

Estambul | Noviembre 2014

“Ya no estáis combatiendo contra una insurgencia, somos un ejército islámico y un estado que ha sido aceptado por un gran número de musulmanes en todo el mundo”. Estas fueron las palabras pronunciadas en cámara por el ejecutor del periodista James Foley, un yihadista miembro del Estado Islámico, antes de seccionar el cuello de su víctima. Y lo más terrorífico es que tiene razón: el Califato decretado por el líder del grupo, Abu Bakr Al Bagdadi, lleva camino de convertirse en un estado viable con sus infraestructuras, su administración, su sistema de justicia, sus fuerzas armadas y sus propias fronteras.

Las últimas ofensivas del Estado Islámico, al menos desde este verano, muestran un patrón muy bien pensado: un intento de conquista de instalaciones energéticas o grandes infraestructuras que le otorguen peso a la nueva creación estatal. “La idea de un califato que descansa en un territorio bajo control es una parte fundamental de la visión política del ISIL. La gran estrategia del ISIL para llevarla a cabo implica primero establecer el control del terreno a través de la conquista militar, y después reforzar este control a través de la gobernanza”, afirman Charles C. Caris y Samuel Reynolds, analistas del Instituto para el Estudio de la Guerra, en un reciente informe sobre esta cuestión. “La evidencia disponible indica que el ISIS ha demostrado de hecho la capacidad de gobernar las áreas tanto rurales como urbanas de Siria que controla”, comentan estos expertos.

El ISIL es «capaz de gobernar las áreas tanto rurales como urbanas de Siria que controla», aseguran algunos analistas

Poco se sabe sobre la vida en las zonas bajo del control del Estado Islámico, aparte de la violencia de sus métodos. El grupo ha vuelto a poner de moda la costumbre de decapitar a sus enemigos: se cree que a finales julio, tras conquistar la base militar de la División 17 en la provincia de Raqqa, pasaron a cuchillo a medio centenar de soldados y después subieron a internet las fotos de sus cabezas clavadas en picas. Días después, cientos de miembros de la tribu Al Sheitaat, que se opone al Estado Islámico en la provincia de Deir Az Zor, corrieron la misma suerte.

El EI, además, ha generalizado la crucifixión como forma de castigo. Pero, al contrario de lo que ha venido diciendo la propaganda, no se aplica contra los cristianos, sino contra presuntos autores de delitos extremos, como el asesinato, y especialmente los miembros de milicias opuestas a los yihadistas. Justifican esta práctica en el versículo 33 del quinto libro del Corán: “La pena para aquellos que hagan la guerra contra Dios y sus mensajeros y lleven la corrupción a la tierra no es otra que la muerte o la crucifixión”, si bien el párrafo contempla otras posibles medidas punitivas como la amputación de pies y manos o el exilio.

Pero para aquellos que se enfrentan con las armas a las imposiciones del Estado Islámico, no cabe duda. Es lo que les ocurrió el pasado abril a dos insurgentes sirios a los que se acusó de arrojar una granada desde una motocicleta contra varios yihadistas: sus cuerpos fueron colgados y expuestos en la plaza pública de Raqqa, con un cartel en el que se les tachaba de traidores.

«Al principio no eran tan estrictos, pero se fueron volviendo cada vez más brutales», afirma un kurdo que escapó de Raqqa

Estas formas extremas de castigo son denominadas “hudud”, que “se reservan para las ofensas más destacadas bajo la ley islámica”, afirman los analistas del Instituto para el Estudio de la Guerra, que aseguran: “Un indicador de que el ISIL se siente cada vez más seguro es el gran número de castigos ‘hudud’ registrados desde principios de 2014”, la fecha en la que todavía llamado Estado Islámico de Irak y el Levante se hizo con el control total de Raqqa.

“Al principio no eran tan estrictos, pero poco a poco se fueron volviendo cada vez más brutales”, afirma Ahmed (nombre ficticio), un profesional sanitario kurdo que estuvo trabajando en un hospital de Raqqa hasta que decidió huir. Primero se dirigió a la aldea de su familia cerca de Kobani, pero cuando el Estado Islámico lanzó su devastadora ofensiva en aquella provincia se vio obligado a pasar a Turquía, donde ahora malvive en un campo de refugiados cerca de Suruç. “Primero empezaron a controlar las panaderías, pero el pan era barato, y hasta se lo daban gratis a los más pobres. Pero luego empezaron a ejecutar a gente y exhibir sus cadavéres en las plazas, y se volvieron cada vez más paranoicos con los supuestos enemigos. Como kurdo, yo estaba en peligro”, relata.

Porque el EI vela por el cumplimiento de sus directrices. “Somos soldados del islam y hemos asumido la responsabilidad de devolver la gloria al Califato Islámico”, declaró el grupo en un comunicado el pasado junio, en el que anunciaba una serie de normas de obligado acatamiento para la población bajo su mandato. “Pedimos a todos los musulmanes que estén a tiempo para los rezos en las mezquitas”, dice la regla número 4. Y según han relatado algunos habitantes de Raqqa, aquel que sea sorprendido en las calles durante la oración se juega la vida.

Otras normas son aún más rigurosas: “No se permiten las drogas, el alcohol y los cigarrillos”, dice el punto 6 del comunicado. “No se permiten las reuniones, enarbolar banderas que no sean la del Estado Islámico, ni llevar armas. Dios nos ha ordenado estar unidos”, dice otro epígrafe. No faltan las indicaciones para las mujeres: “Vestid de forma decente y llevad ropas anchas. Salid solo si es necesario”. Las nuevas autoridades han establecido también Tribunales Islámicos que lidian con el cumplimiento de la ‘sharia’, e impuesto penas acordes, como la amputación de extremidades para los casos de robo.

En junio, el grupo anunció una serie de estrictas normas de obligado acatamiento para la población bajo su mandato

En esta declaración de principios, el Estado Islámico también lanza un aviso a aquellos que estén pensando en oponerse al gobierno del Califa Ibrahim: “Advertimos a los líderes y jeques que no colaboren con el gobierno y se conviertan en traidores”, y propone una política de palo y zanahoria para “la policía, los soldados y otras instituciones infieles”: “Podéis arrepentiros. Hemos abierto lugares especiales donde podréis hacerlo”.

Para asegurarse de que los buenos musulmanes cumplen las leyes, el EI ha creado patrullas de la moral denominadas “Hisbah”, que circulan por las calles advirtiendo a los potenciales infractores y arrestando a quienes violan las prohibiciones. En junio, el periodista estadounidense Scott Lucas entrevistó por internet a un activista de Raqqa que se oponía a lo que entonces todavía era el Estado Islámico de Irak y el Levante, o ISIL, como se le conocía internacionalmente, y que explica cómo funcionan estas patrullas.

«Queremos una calle islámica»

“Hay siempre una barrera entre los miembros del ISIL y los civiles. Hoy un tipo del ISIL vestido con ropas civiles ha ido a una tienda y ha dicho: ‘¿Puedo comprar cigarrillos? Pero no quiero que lo sepan los del ISIL’. El propietario de la tienda la cierra y le da un paquete. Entonces, el tipo sale y llama a una camioneta del ISIL, registran la tienda y queman los cigarrillos”, explica el activista, identificado solamente como @modwnatalraqqa, uno de los escasos testimonios existentes desde el interior de la ciudad.

A principios de verano, un reportero palestino llamado Medyan Dairieh logró acceso a combatientes y funcionarios del Estado Islámico en Raqqa, donde filmó un documental que fue publicado por Vice News este mes. En él se puede ver al líder de las patrullas Hisbah, Abu Obida, dando instrucciones a un hombre sobre cómo debe vestirse su mujer, o exigiendo a unos jóvenes que quiten un cartel donde aparecen fotografías de varios hombres occidentales, al considerar que muestra demasiado aprecio por los “kufar” (“infieles”).

Aparentemente la preocupación del Estado Islámico por el bienestar de sus súbditos, al menos los musulmanes suníes, es genuina

“Queremos una calle islámica. Somos musulmanes”, les dice Abu Obida a estos jóvenes. “Mi intención es establecer el Califato. Para que eso ocurra tal y como dijo el Profeta, tenemos que enseñar a los demás qué se debe y no se debe hacer”, comenta en otro momento. “Una vez que empezaron con la policía religiosa, aquello se volvió insoportable”, confirma Ahmed, el profesional médico kurdo.

A pesar de ello, todo apunta a que la preocupación de las autoridades del Estado Islámico por el bienestar de sus súbditos –al menos el de los musulmanes suníes- es genuina. Tras la toma de Mosul, la agencia de noticias turca Anadolu, uno de los pocos medios a los que se le permitió permanecer en la ciudad, informó de que el Estado Islámico había comenzado a pagar los salarios atrasados a los funcionarios (aunque, tras hacerse con un botín de 400 millones de dólares en los bancos de la ciudad, bien podían permitírselo). Y cuando conquistaron la presa vecina, a pesar de las alarmistas previsiones sobre una voladura potencial de las compuertas, los yihadistas hicieron exactamente lo contrario: se dedicaron a reparar los daños en la infraestructura, con la intención de proveer de electricidad gratuita a los habitantes de Mosul.

“Lo que veo en Raqqa demuestra que el Estado Islámico tiene una visión clara de establecer un estado en el verdadero sentido de la palabra. No es una broma”, declaraba, a finales de junio, un profesor retirado en aquella ciudad a un reportero del New York Times introducido de incógnito en la capital yihadista. “Siento que estoy tratando con un estado y no con una banda de matones”, se expresaba asimismo un joyero en el mismo reportaje.

Pero un punto más polémico es el trato a las minorías religiosas. En el documental de Dairieh aparece un juez llamado Abu Abdula, encargado de lidiar con los escasos cristianos que permanecen en Raqqa, que habla de un “pacto” con los miembros de esta religión. “Un representante de Al Bagdadi les ofreció la posibilidad de convertirse al islam. Si no aceptan, deben pagar un impuesto para no musulmanes, como dice el Corán. Pero si tampoco aceptan eso, no queda otro remedio que la lucha y la muerte”, afirma Abu Abdula.

A los cristianos se les dejan tres opciones: la conversión, pagar un diezmo, o «morir por la espada»

Sus palabras reproducen casi exactamente la declaración en la que Al Bagdadi impuso a los cristianos, el pasado febrero, una de estas tres opciones: la conversión, pagar la “jizya” (un diezmo exigido a los no musulmanes), o “morir por la espada”. El líder yihadista también prohibió “mostrar crucifijos en público”, “forzar a los musulmanes a escuchar la recitación de sus escrituras o el sonido de sus campanas”, practicar el proselitismo o “implicarse en actos de hostilidad” contra el Estado Islámico o la población musulmana en general.

Atracción de voluntarios

Pero según el activista de Raqqa, la situación es aún peor que eso. “Lo de la ‘jizya’ no ha ocurrido. Era solo un tema de relaciones públicas, para decir ‘Mirad qué estado más islámico somos’”. De acuerdo con esta persona, además, prácticamente no quedan cristianos en Raqqa. El EI, en cualquier caso, se ha dedicado a la destrucción sistemática de todos los lugares sagrados fuera del islam suní, como la tumba del Profeta Yunus en Mosul (un centro de peregrinación chií), o varios templos yazidíes, por citar dos ejemplos recientes. “Nuestra postura sobre templos y tumbas es clara. Simplemente, todos serán destruidos”, indicó el Estado Islámico en su proclamación de junio, y se ha esforzado por cumplirlo.

«Necesitamos ingenieros, doctores, profesionales», dice un converso en un video de reclutamiento

Sea como sea, los métodos extremos de los yihadistas resultan atractivos para miles de musulmanes radicalizados, y la rápida expansión del Califato está generando un “efecto llamada” para muchos de ellos. Algo que los administradores del aparato estatal del Estado Islámico se están ocupando de fomentar, necesitados como están de técnicos y especialistas. Por ejemplo, a principios de julio, la productora Al Hayat Media difundió un video en el que un canadiense identificado como Abu Muslim pedía a otros musulmanes que se uniesen a él, pero no como combatientes, sino como ciudadanos: “Esto significa mucho más que solo luchar. Necesitamos a los ingenieros, necesitamos doctores, necesitamos profesionales, necesitamos voluntarios, necesitamos recaudar fondos. Necesitamos de todo. Hay un puesto para cada uno. Vuestras familias vivirán seguras aquí, igual que allá en vuestro hogar. Tenemos amplias áreas de territorio aquí en Siria, y podemos encontraros alojamiento fácilmente a vosotros y vuestras familias”.

Y aparentemente, el número de nuevos reclutas no deja de aumentar: al menos 6.300 durante el mes de julio, de acuerdo con el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, un millar de ellos venidos de fuera de Oriente Medio, que alimentan una fuerza de combate estimada hasta ese momento en apenas 15.000 hombres. Varios miles más han llegado desde entonces, a pesar de los esfuerzos de las autoridades turcas y europeas por frenar el flujo de yihadistas, además de que con cada nueva población “liberada” en territorio suní, aumenta el número de voluntarios. Todo apunta a que la guerra contra el Estado Islámico será larga.

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