Arde Estambul
Ilya U. Topper
A un lado, la policía, ataviada con escudos de plástico y máscaras de gas. Al otro, miles de manifestantes, las caras protegidas con mascarillas. En medio, algunas barricadas, una montaña de basura incendiada y densas nubes de gas lacrimógeno.
Vuelan algunos adoquines en dirección al vehículo blindado de la policía, responde un chorro de agua a presión, corren los manifestantes unos cientos de metros, se reagrupan, alejan a patadas las granadas de humo, tosen, se pasan mutuamente botellines con una mezcla de agua y almax se embadurnan la cara con el líquido blanco, respiran aliviados. “Te gusta mi nuevo estilo de maquillaje?”, pregunta Ebru Akar, profesora en un colegio público de la ciudad.
Jóvenes y mayores, chicos y chicas, profesionales liberales, funcionarios, estudiantes, trabajadores del último escalón social… todos se unen frente a la policía. No sólo alrededor de la céntrica plaza de Taksim, donde arrancaron las protestas en la madrugada del viernes. La protesta se ha extendido por Estambul cual incendio. Desde las callejuelas del barrio de Tarlabasi, habitadas por recogedores de basura, gitanos y familias kurdas exiliadas de sus tierras hasta las aceras acristaladas de Nisantasi, donde reside la crema social, desde los restaurantes de Ortaköy hasta las avenidas de Besiktas y los tranquilos cafés de clase media de Cihangir se erigen barricadas, se respira gas pimienta, se gritan los esloganes de “Gobierno, dimisión”, “Codo con codo, contra el fascismo”, “Taksim está en todas partes, en todas partes resistimos”.
En vestido veraniego o falda, una mascarilla sobre los labios, las chicas le gritan a la policía
«Es una protesta espontánea en la que participa mucha gente de clase media, hay un enorme apoyo social, no es obra de un partido, sindicato u organización de izquierda determinada», asegura Ali, entre dos carreras ante la policía. Eso sí, el anunciado apoyo de grupos islamistas no se ha traducido a la realidad, parece. No hay ni una sola chica con pañuelo islamista. Y eso que ellas están en primera fila, junto a los chicos. En vestido veraniego, falda, vaqueros o minishorts, en blusa escotada o camiseta translúcida, un bolsito de discoteca en bandolera y una mascarilla sobre los labios, apenas adolescentes o entradas en años parten adoquines, toman fotos, gritan a la policía, corren y regresan, reparten rodajas de limón o agua mineral, maldicen la estirpe de Erdogan.
Se trata ya de los mayores enfrentamientos policiales desde que el primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, llegara al poder en 2003. Nadie había imagino que una pacífica acampada para salvar un céntrico parque de Estambul de las excavadoras se iba a convertir en un desafío que está poniendo en jaque al gobierno.
La comisión municipal no aprobó la reforma del parque, por lo que las obras son ilegales
Desde hace meses corrían rumores sobre la pretensión municipal de arrasar el parque de Gezi, adyacente a la céntrica plaza de Taksim y uno de los pocos puntos verdes de la zona, para reconstruir unos históricos barracones otomanos que se iban a convertir en centro comercial. No existían planes municipales concretos, y con motivo: la propia comisión municipal rechazó el proyecto y aprobó únicamente las obras para un túnel por debajo de la plaza, sin intervención en el parque, asegura la catedrática Betül Tanbay, miembro de la Plataforma Taksim.
Dejaron de ser rumores cuando el propio Erdogan confirmó que el proyecto iba a ir delante, con o sin aprobación. Hubo conciertos y sentadas en el parque Gezi y cuando las primeras excavadoras llegaron en la última semana de mayo hubo ya un campamento montado.
El primer desalojo policial en la madrugada del jueves no espantó a los manifestantes que se reagruparon pronto y recibieron el apoyo público de actores, periodistas, músicos conocidos. Se reagruparon pronto, volvieron las tiendas de campañas, las colchonetas, las banderas. Pero a las cinco de la mañana del viernes, la policía volvió, esta vez con camionetas, para llevarse todo el material, tras rociar la escena con abundante gas lacrimógeno. Acto seguido, una doble valla metálica y un cordón policial cercaron el parque.
Los expulsados se reunen en la cercana plaza de Taksim, símbolo de los movimientos obreros, pero de ahí, la batalla se traslada a la calle Istiklal, arteria comercial de Estambul. Crecen barricadas y vuelan adoquines, el agua barre el pavimento y pronto, el gas lacrimógeno impregna el barrio entero. No hay descanso. El juego de gato y ratón en las calles adyacentes sigue sin interrupción durante 36 horas. A medianoche, la llama ya ha prendido en todo Estambul.
En una rueda de prensa convocado con urgencia por la Plataforma Taksim, varios médicos denuncian la excesiva violencia policial. “Están apuntando a los manifestantes con los botes de humo. Nunca he visto algo así”, asegura un médico. “Están intentando marcar la mente, traumatizar, chocar mediante la violencia”, opina otro. De momento hay 13 heridos con traumatismo, una cifra que subirá a varias decenas después.
Un tribunal administrativo ordena paralizar las obras del parque el primer día de las protestas
¿Hay un muerto, incluso dos, como afirman insistentes rumores? Hay una chica de origen árabe que necesita cirugía craneoencefálica, otra con varias extremidades rotas… y según los médicos se confirma que Kerem Can Karakas, un hombre joven, murió de un ataque al corazón durante el asalto de madrugada al campamento. Pero el hospital no ha hecho público el registro, denuncian, para evitar que la noticia llegue a los medios. Otros hablan de dos fallecidos, incluso, rumor recogido también por Amnistía Internacional. El ministro de Interior, Muammer Güler, niega que haya muertos.
Como una granada de humo cae la noticia: la Sexta Sala del Tribunal Administrativo de Estambul ha respondido a una de las veinte quejas plantadas por la Plataforma Taksim desde hace meses y ha decidido paralizar las obras del Parque Gezi. Queda por ver si hacen caso, duda Betül Tanbay: de todas formas, las obras son ilegales.
Pero ya no es sólo el parque, coinciden todos. “Están usando la violencia policial para imponer una decisión no aprobada por la municipalidad”, denuncia Tanbay. Ahora se trata del derecho a la participación política, el de obligar al gobierno que rinda cuentas a los ciudadanos, de democracia, en fin, subraya Ebru Akar. Por las paredes proliferan las pintadas: “Tayyip, fuera”.
Erdogan: «La oposición puede reunir a 100.000 personas, yo puedo reunir un millón»
En el barrio de Cihangir, miles de manifestantes ocupan la calle hasta la madrugada, bajo el son de las caceroladas y de vez en cuando traen noticias: un hombre habría sido arrollado por un blindado policial. Algunos manifestantes habrían perdido un ojo por el impacto de un bote de humo. Un grupo de fanáticos seguidores del gobierno, armados de cuchillos, se acercaría al barrio para acabar con la resistencia. Esta opción sí da escalofríos. Al final, no se produce.
La mañana sorprende a los manifestantes aún en las calles. Algunos siguen corriendo ante la policía. Las protestas no paran. Siraselviler, la calle que baja desde la plaza de Taksim al barrio de Cihangir, tranquila residencia de clases medias liberales, se ha convertido en uno de los focos de resistencia.
Al mediodía, Erdogan sale en televisión. No da su brazo a torcer. Insiste en que los barracones otomanos se van a construir en lugar del parque, aunque no necesariamente serán un centro comercial, también podrían ser un museo. Y acusa a sus adversarios de usar el parque como pretexto. «Nadie tiene derecho a incrementar la tensión con la excusa de que se van a talar árboles», remacha.
Para que quede claro: «Antes de las elecciones prometimos a nuestro pueblo realizar el proyecto de Taksim y lo haremos». Admite, eso sí, que “se han cometido errores en el uso del gas lacrimógeno por parte de las fuerzas de seguridad» que promete investigar, pero “la policía estuvo allí ayer, está allí hoy y allí estará mañana». Y no atenderá a clamores: “La oposición puede reunir a cien mil personas en el lugar, pero con mi partido puedo reunir un millón», trona Erdogan.
Kemal Kiliçdaroglu, líder del CHP, el mayor partido de la oposición, recoge el desafío. Anuncia la cancelación de su mítin en apoyo a los manifestantes, prevista para las cuatro de la tarde en el barrio asiático de Kadiköy, feudo de esta formación socialdemócrata. En lugar de eso, diputados y simpatizantes acudirán directamente a Taksim, anuncia. Y toma el barco del Bósforo ante las cámaras. Un movimiento previsor: el pasado 1 de Mayo, el gobierno consiguió asfixiar las protestas simplemente suspendiendo todos los transportes públicos, especialmente los barcos.
Pero antes de que llegan los del CHP a su destino, el presidente, Abdullah Gül, toma la palabra. Su discurso es muy moderado, habla de la necesidad del diálogo, del valor democrático de escuchar opiniones divergentes, pide calma. Es un salvavidas lanzado al gobierno, enrocado en una posición que se podría haber convertido en un polvorín. Momentos más tarde, la policía se retira de la plaza de Taksim, permite entrar a los manifestantes.
Los manifestantes toman el parque y hay madres con niños en los columpios, entre los activistas
Aún hay momentos de confusión, renovadas ataques con gas, adoquines. ¿Será una trampa? No lo es. Ceden las barricadas, miles de personas toman Taksim, luego el parque. Algunos activistas vuelcan un coche de policia, destruyen otro, incendian una caseta que consideran garita de la policía. A su lado pasan, corriente imparable, los ciudadanos, de toda condición y edad, para recuperar el parque. Pronto, en los columpios, abandonados desde hace dos días, vuelve a haber madres que columpian a sus hijos, al lado de activistas que se relajan en el balanceo.
¿Han ganado? Las dudas persisten. Erdogan ha puesto incluso en duda la decisión del Tribunal, que “suscita dudas y crea más conflicto”, denuncia. Llegan noticias desde Besiktas: allí, los hinchas del equipo local, famosos por su inconformismo, siguen arremolinados y cercados por la policía, tragando gas. Lo mismo pasa en Ankara, donde millares de jóvenes han tomado la céntrica plaza de Kizilay, vetada a las manifestaciones desde hace años. Caen botes de los helicópteros, afirman, pero mantienen la plaza.
El balance ofrecido ya por la noche por el Ministerio de Interior, es de 79 heridos en las protestas de toda Turquía y 939 detenidos. Y una enorme fisura entre pueblo y Gobierno. Es difícil prever qué ocurrirá en los próximos días, si todo se calmará una vez que Erdogan se retracte públicamente del proyecto del parque, o si ya se ha llegado a un punto de no retorno, algo que parece menos probable. Una cosa, sin embargo, es segura: es la primera batalla ganada en la calle contra un hombre que hasta ahora parecía invencible. Es la primera retirada de Erdogan.