Entrevista

Donna Leon

«No quiero ser famosa en Italia»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 7 minutos
Donna Leon (Sevilla, 2010) | © Javier Cuesta
Donna Leon (Sevilla, 2010) | © Javier Cuesta

¿Se puede enseñar a escribir novela negra? Donna Leon cree que sí. La escritora estadounidense ha impartido un curso especializado durante los dos últimos días en la Casa de la Provincia, organizado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en el que ha desvelado algunos de los secretos que le han dado éxito mundial a su saga protagonizada por el comisario Guido Brunetti y ambientada en Venecia, ciudad en la que reside.

Desde que publicó en 1992 Muerte en la Fenice, su primera obra, Leon (Nueva Jersey, Estados Unidos, 1942) ha ido publicando prácticamente una novela por año, siempre con ese policía aficionado a Heródoto y a Dante como personaje central. Vestido para la muerte, Acqua alta, Un mar de problemas, Piedras ensangrentadas o La chica de sus sueños son algunos de esos títulos que le han granjeado un lugar de honor en el siempre concurrido espectro de la literatura negrocriminal europea.

Con un diario español entre las manos, Leon comenta que “la mayor parte de las ideas de mis novelas proceden de la lectura de periódicos”. Y si se le pide una regla de oro para abordar el género, no duda un segundo: “Creo que lo fundamental es que tienes que tener una buena razón por la cual ha ocurrido el crimen.En general, la gente está más interesada en saber el por qué que el quién”.

Es curioso, pero hace poco Terry Gould, a propósito de su libro sobre periodistas asesinados, me decía exactamente lo mismo: que lo importante es llegar al por qué.
¡Claro! El qué o el quién no es tan importante. Cuando tu mujer llega a casa y te pide el divorcio [me agarra del brazo con fuerza] tú no le dices “¿qué?”, sino “¿¿por quéee??”. Aunque, por supuesto, a ti no te lo dirá nunca … [risas]

¿Recuerda cuáles fueron los motivos que la animaron a instalarse en Venecia, y a convertirla luego en el escenario de sus ficciones?
Antes estuve en Arabia Saudí. Fue el único año infeliz de mi vida. Así que después de aquello decidí irme al sitio donde siempre he sido feliz.Me mudé a Venecia sin tener trabajo, sin nada, pero la ciudad era preciosa, me gustaba la gente… Sí, creo que es la única ciudad donde realmente he vivido.

Venecia se ha convertido, en cierto modo, en un subgénero literario en sí misma. De Casanova a Brodsky, ¿cuál sería para usted la biblioteca veneciana ideal?
Me gusta mucho Henry James: Los papeles de Aspern. Algunas de sus cartas y documentos describen cosas maravillosas sobre Venecia. Hay también alguien que escribió un diario muy interesante, en el siglo XIII o XIV… Pero no consigo recordarlo, ¿cómo se llamaba? Bueno, en cualquier caso no creas que leo demasiadas cosas sobre Venecia. ¡Ya tengo la ciudad para eso! Me basta con mirar por la ventana.

Brunetti se ha consolidado tanto en estos años como personaje veneciano, que existe incluso una guía turística de La Serenísima basada en las andanzas del comisario. No obstante, las novelas de Donna Leon no se publican en Italia por su propia voluntad: es inútil buscarlas en las librerías del país vecino. “No quiero vivir como alguien famoso en Italia. Es malo serlo. No he conocido a nadie que se haya hecho mejor persona por ser famoso. Excepto yo, claro” [risas].

Sin embargo, no podrá evitar tener algunos lectores entre los italianos. ¿Qué le dicen?
Sí, tengo algunos lectores italianos que llegan a mis novelas por el español, el inglés o el alemán. Suelen sorprenderse mucho de que vea cosas, detalles que pasan desapercibidos para ellos. No se dan cuenta de que cualquier forastero puede ver mucho más de una ciudad que la gente que ha vivido siempre en ella.

Hay quien piensa que España e Italia son prácticamente iguales.
En vista de la buena acogida de mis novelas aquí en España, podría pensar que son dos países muy parecidos. Pero hay una enorme diferencia entre ambos. En este país, alguien como Rodríguez Zapatero puede ser elegido presidente. En Italia hoy sólo puede salir elegido Berlusconi.

¿Es el asunto tan serio como parece, o la situación real es sobredimensionada?
Puede ser probablemente peor incluso de lo que ustedes se imaginan. Dígame, ¿qué le va a ocurrir a la gente del juicio de Marbella? ¿Van a ir a la cárcel?

Probablemente sí, aunque no sabemos por cuánto tiempo, ni en qué paraísos fiscales podría estar lo robado.
Pero ahí reside la diferencia. El hecho de que el juicio haya comenzado ya, que haya unos acusados en el banquillo y un juez instruyendo el caso, es lo que no existe en Italia.

Hablemos de la novela negra actual, en concreto de la ola nórdica que invade el mercado… ¿Habría una novela meridional, mediterránea, que se pueda distinguir de los Mankell y los Larsson?
Sí. Los nórdicos parecen más fascinados por la violencia, y menos preocupados por la comida que nosotros.

En su última novela publicada en España, Cuestión de fe, conjuga crimen y creencias…
Pero no religión, ¿eh? Digamos que juego con el hecho de que los personajes crean lo que no es, y que al mismo tiempo los lectores también vayan creyéndose lo que no es, y llevarlos hasta un punto en que no tengan más remedio que golpearse la frente al entender cómo son las cosas en realidad.

¿Pero cree que ese binomio fe-crimen da ahora más juego que nunca, o siempre se han relacionado bien?
No sé, es posible que venga desde muy lejos. Ha habido un par de libros anteriores en los que he querido jugar con eso. Pero cuando tiro por ahí, lo hago de forma directa.

La escritora ya había visitado Sevilla hace un año largo, con motivo de la Feria del Libro, pero esta vez ha aprovechado para indagar un poco más. “Una ciudad cerrada los domingos siempre es interesante”, ironiza. “Dice algo del poder del turismo en Venecia, y del poder de la tradición en Sevilla. Pero es agradable caminar por las calles y que no estén demasiado llenas de gente. Por otro lado, en España siempre me mata cenar a las diez y media de la noche. Nosotros a las ocho y media ya estamos en los postres”, agrega.

Leon cuenta con humor su odisea en busca de café en la mañana del pasado lunes. “Salí al mostrador del hotel a las siete menos cuarto de la mañana, y los recepcionistas me miraron como si fuera un monstruo de dos cabezas por querer un café a esa hora. Caminé más de media hora hasta que encontré un bar abierto. Fue una experiencia maravillosa, sí, pero ¿cómo puede continuar la civilización si no hay café a las siete de la mañana?”, se pregunta la novelista, cuyas preferencias en materia cafetera no dejan lugar a dudas: negro, por supuesto.