Jordi Esteva
«Un bolígrafo es un arma más terrible que una cámara»
Alejandro Luque
Aunque vive apartado en la montaña, Jordi Esteva (Barcelona, 1951) consiente bajar a la populosa Barcelona para atender a M’Sur en el apartamento que conserva cerca de la Estació de França. El pretexto es la aparición de su último libro, el apasionante Socotra, la isla de los genios (Atalanta), pero también la reedición del que tal vez sea el más conocido de sus obras, Los árabes del mar.
Redactor jefe de Ajoblanco, documentalista –suyo es el excelente Retorno al país de las almas, sobre el animismo en Costa de Marfil–, Esteva es sobre todo un viajero al que la curiosidad ha abierto puertas asombrosas, y al que la buena prosa ha permitido transmitir el espíritu de tradiciones amenazadas y mundos a punto de desaparecer.
Él subraya que nunca le han interesado los análisis sociológicos o políticos, “sino la literatura oral, el misterio, la magia…”. Sin embargo, resulta muy difícil evitar que la conversación se deslice hacia cuestiones de actualidad, o en particularidades de países que el periodista y escritor ha conocido bien, como Yemen, Omán o Sudán.
A punto de regresar a una de sus tierras más queridas, Egipto, Esteva atiende todas las preguntas con una paciencia y una amabilidad que ayudan a comprender por qué ha sido tan bien tratado allí donde ha puesto los pies.
¿Recuerda su primera fascinación con el mundo árabe?
Más que fascinación, al principio fue una intriga. Cuando en el colegio se hablaba de al-Andalus y la Alhambra, y se decía que aquello había sido el máximo de la civilización en su época, yo empecé a preguntarme por qué se estudiaba tan mal y tan poco. Hablo de los años 50, no sé si habrá mejorado ahora… Luego me atrajo la presencia de lo árabe en nuestra cultura, incluso aquí, en Cataluña, que como en todo el norte de España suele decirse que no fue tan importante, y no es cierto… Está muy presente, desde el idioma a la comida. De pequeño me intrigaban mucho las torres vigías que se construyeron para vigilar las razzias de los piratas berberiscos. Y también cuando iba en el coche con mi padre y se colaban las emisoras árabes, no eran disonantes, me gustaban…
Entonces decide asomarse con sus propios ojos…
Así es. Me fui a Tánger con 17 años, e iba con algunas reticencias lógicas para el momento. En un cafetín vi que pasaban una película sobre las cruzadas, pero todos los tópicos eran al revés: los reyes árabes eran buenos, guapos, limpios y bien vestidos, y los cristianos tenían cara de malos, traidores, sucios. Aunque parezca una tontería, me enseñó que la Historia la escriben los vencedores y, sobre todo, está manipulada. Tuve una especie de clic en mi interior y se me fueron todos los miedos y prejuicios. Después hice un viaje recorriendo toda la costa mediterránea, salí de Almería a Melilla, di toda la vuelta y entré por Francia. Aprendí la hospitalidad y la apertura del mundo árabe de entonces, cuando aún estaba vigente el nasserismo y había corrientes más bien laicas y socializantes, y las sociedades parecían encaminarse a una mayor libertad.
En Socotra, confiesa en un momento dado que ha perdido esa pasión por lo árabe. ¿Hasta los romances más felices tienen su fin?
Lo digo, pero luego lo matizo y hasta lo niego. Igual me he vuelto viejo, no me gusta cómo ha evolucionado el mundo… Pero desde luego ha habido una regresión en las sociedades árabes que a mí me sabe mal. Cuando vemos en Egipto a toda esa gente que ha luchado, se ha jugado la vida y el fruto lo han recogido las corrientes más inmovilistas, son cosas que me hacen, no daño, pero sí tristeza. Pero el idilio sigue, lo que sucede es que pasa por altibajos. Ahora vuelvo a Egipto, y tengo muchas ganas, sobre todo por ver a los amigos…
Durante los cinco años que vivió allí, ¿qué evolución observó?
Asistí a una gran regresión. En los 80, en la época de Sadat, aún quedaban resabios de la era Nasser, aunque luego se ocuparon de ir desmantelando todo… La sociedad todavía era bastante libre, se bebía alcohol tranquilamente, el ramadán no era muy severo, pero fui viendo una mayor presencia del islamismo.Me parece bien que cada uno vote lo que quiera, pero me sorprende que los salafistas, segunda fuerza ahora, hayan corrido a señalar que su programa prohíbe el alcohol, y que las mujeres se bañen en bikini… Habría que ver en qué playa se bañan las mujeres en bikini fuera de los resorts, serían apedreadas en una playa pública. Y dicho esto, creo que hay cosas más importantes para un partido, como las diferencias sociales, la sanidad, el hambre, la educación…
La verdad es que lo de los Hermanos Musulmanes era previsible, pero ese giro hacia el salafismo, ¿quién podría imaginarlo?
Es muy complicado.Los movimientos laicos no tienen base social entre las masas desfavorecidas del campo y los barrios populares. No diré que sean elitistas, pero es un fenómeno más moderno, de gente convocada por twitter y facebook.Pero en Egipto hay masas y masas de gente desheredada, a la que les cala el mensaje de que lo moderno va contra el islam. Es una pena, pero es así. Y luego ha habido una atomización, una división tan fuerte entre los partidos laicos, que esa fuerza ha quedado muy desperdigada.
Volveremos sobre Egipto, pero vayamos ahora a Socotra. ¿Podemos hablar de isla árabe?
Es una isla árabe, pero es más que eso. Es un árabe arcaico, del Sur, muy cercano a todas esas civilizaciones que hubo antes del islam en el sur de Arabia. Se sigue hablando un idioma sub-arábigo, el socotri, emparentado con el antiguo sabeo, algunas lenguas que aún se hablan en Omán y en Yemen, y con el ge’ez, el idioma de la iglesia etíope. Pero claro, ellos tienen una identidad propia.
En Socotra, Yemen y Omán hay quienes hablan Árabe meridional. ¿Es tan distinto del árabe ‘normal’, teniendo en cuenta que las diferencias entre las varias lenguas árabes son enormes? ¿Cuál es su rasgo diferenciador frente a todo el resto del árabe?
No tienen nada que ver. Son semitas, evidentemente, pero no tienen nada que ver con el árabe mayoritario. Las diferencias son abismales con el marroquí o el iraquí, son lenguas distintas. Dejaron de ser mayoritarias hacia la época de Mahoma, o un poquito antes.
¿Por qué llamaban Arabia Felix a Yemen? ¿Es aún tan feliz? Dice mi amiga Eva Chaves que Yemen es el único país del mundo árabe donde uno puede ver niños desnutridos de verdad.
Dejó de ser “feliz” hace mucho, siglos. Es un país que ha tenido una corrupción brutal, y luego ha estado siempre muy aislado, las comunicaciones han sido siempre muy difíciles. Es un país donde las diferentes tribus han estado siempre enfrentadas entre ellas y contra el gobierno central, y han utilizado los secuestros como una manera de reivindicar al gobierno. El imán de Yemen tenía a hijos de otras tribus retenidos en la capital para mantenerlas a raya. Es un país que está muy bien para un suplemento dominical o para viajar diez días, pero la realidad es muy triste. La mujer allí es una sombra vestida de negro, ni siquiera va a comprar las legumbres al mercado… Y después, tienen ese problema de que la mitad de la población es drogadicta, toman el qat y le dedican un esfuerzo económico enorme, es bastante caro y todos lo consumen…
En su libro hay un desvanecimiento por masticar qat…
Sí, es muy corriente allí. Incluso han arrancado los mejores cafetales para plantar este cultivo, que no produce el menor beneficio.
¿Por qué hoy nadie recuerda el Imperio de Omán, que llegó hasta Zanzíbar?
Es una historia muy curiosa, es la historia de los árabes del mar. La gente de Omán se lanzó al océano con sus pequeños veleros, dominaban el secreto de los monzones y crearon una serie de grandes redes comerciales con toda una serie de sultanatos en el África Oriental, y ya en el siglo XIX se creó un imperio, pero un imperio comercial, en ningún momento agresivo o militar. Crearon un imperio que se extendía hasta algún puerto de Pakistán, en el este y luego desde Mogadiscio, en Somalia, a Mozambique. Y luego todo este rosario de islitas, Lamu, Zanzíbar, Mombasa…
Yemen, Omán, ¿son tan desiertos como parece? Hay quien dice que esconden junglas con jaguares y otros animales trópicos, regadas por los monzones.
Ah, sí, sí, desde luego. En el sur de la península arábiga hay influencia del monzón. En Yemen, por ejemplo, hay cultivos terrazas y a veces crees estar en el sudeste asiático. Y en Oman, en Zufar, hay niebla e incluso cascadas, y en otoño te sientes como en Escocia. Parece mentira, pero es así. Es algo insospechado, como su fauna, con unos monos enormes, leopardos, etcétera.
¿Es Omán más árabe, más africana o más india?
Omán es un territorio que anuncia África y la India. Hay zonas, como las ciudades del sur, donde la música está muy influenciada por los ritmos africanos. Y luego hay que tener en cuenta que los marineros iban cada año a África, a Zanzíbar, y a veces se casaban con mujeres de allí, de modo que hay una gran mezcla de costumbres. Después de la revolución de Zanzíbar hubo una diáspora árabe que se instaló en Omán, porque allí les reconocieron la nacionalidad.
¿Estuvo en Harar, en Etiopía, la última ciudad mediterránea de África? El árabe que se habla allí es, al parecer, difícil de clasificar…
No, no estuve nunca. Sólo sé que es una ciudad misteriosa, musulmana, muy secreta. Y que tiene una influencia grande de Arabia del Sur, porque en un momento eran lo mismo, y también una influencia yemení, muy importante.
¿Por qué Yibuti es parte de la Liga Árabe?
Pues como Somalia, y como las Comores. Es más por conseguir una ayuda económica de los Emiratos y los países ricos que por una realidad, porque ellos tienen otra lengua… También es musulmán Pakistán, y no pertenecen a la Liga Árabe. El concepto árabe es muy amplio y ha sufrido cambios con el tiempo, strictu sensu serían los habitantes de la península arábiga, el más moderno es la gente que se expresa en árabe.
¿Sigue siendo lo árabe en estos lugares una especie de ‘cultura superior’ a la que se quieren adherir los países africanos, aun cuando no hablan árabe?
No lo sé, no necesariamente… A veces lo árabe ha ido ligado a la esclavitud, sobre todo en este imperio de Omán del siglo XIX. No, no creo que en el África negra lo árabe sea un plus.
¿Cómo y cuándo descubrió a Henry de Monfreid?
Me gusta, sabía quién era hace mucho tiempo por sus fotografías, esas imágenes del Mar Rojo tan espléndidas, pero no lo había leído. Tengo una hermana pintora, que vive en Almería, que siempre me decía que tenía que leer a Henry de Monfreid. Hasta que, después de Los árabes del mar, empecé a leerlo y quedé fascinado. Estas historias del hashish y las islas del Mar Rojo eran los sueños de mi infancia. Cuando fui a buscar ese mundo, ya casi no existía. Pero creo que escribió demasiado, tiene tantos libros que es difícil leerlo todo. Pero cuatro o cinco libros maravillosos sí que tiene. Me encantó su lenguaje, sus descripciones, esas amistades que tiene con sus ayudantes, y el desprecio que siente hacia los coloniales, con los que no se entiende para nada.
Hace 80 años, Joseph Kessel pudo contar, gracias a Monfreid, el tráfico de esclavos entre Etiopía, Sudán y Yemen, cuando ya estaba prohibido. ¿Lo sigue habiendo?
Creo que hay una esclavitud encubierta clarísima, que es el servicio doméstico en los países del golfo. Es una esclavitud moderna, claro, les retienen los pasaportes, como hacen con los obreros de Bangladesh, los tienen sin ningún tipo de derecho laboral, sin los sueldos que les prometieron… Una situación deplorable.
Hay quien cree que eso se da hasta en Marruecos, incluso…
Bueno, estoy hablando de la parte de África del Este. Parece que en Mauritania sigue la esclavitud, con los africanos de Senegal…
Volvamos a Omán, el único país con mayoría de musulmanes jareyíes. ¿Se nota la diferencia frente a suníes de países como Egipto o el Magreb?
Creo que se nota, los ibaditas son gente muy austera, muy sobria. No fanáticos, pero sí un poco rigoristas, y eso hace que no sean tan ostentosos y derrochadores como sus primos del Golfo. En Omán no hay rascacielos extravagantes, no hay este lujo hortera de los Emiratos. Todo es más comedido y secreto.
Yemen de nuevo: Hace unas décadas, en la Yemen del sur comunista, extremamente pobre, las mujeres podían bañarse en la playa en bikini. Hoy, 20 años tras la reunificación, van tapadas como saudíes. ¿Qué dictadura es peor?
Yo creo que Yemen nunca ha sido abierto, para nada. Dicen que el antiguo imán, a principios del siglo XX, iba con unas ropas cubiertas de fósforo para brillar e impresionar a su gente. Fue siempre un país muy cerrado sobre sí mismo.
También es un país donde todo el mundo va armado…
Sí.
¿Cómo ha conseguido hacer una revolución pacífica sin caer en una guerra civil?
Van muy armados con kalashnikovs, y revólveres, y con la yambía, que es la daga típica. Lo que pasa es que son signos de hombría, no sé si estaban cargadas. No se han lanzado a matarse, ellos obedecen a sus clanes tribales, y siguen las indicaciones de los distintos jeques.
¿Quiénes son y de dónde salen los ‘ansar’ (o llamados ‘Al Qaeda’) de Yemen, que ahora están intentando hacerse con alguna ciudad?
Salen sobre todo del sur, la familia de Bin Laden es sobre todo oriunda del Hadramaut, que es una zona muy rigorista, de gente muy dura, muy difícil. Es una zona de emigración hacia el este, hacia Indonesia. El fenómeno de los indianos españoles se reproduce allí, hubo hadramautíes que marcharon y luego regresaron con mucho dinero. Es zona de mercaderes muy ricos, pero muy cerrados.
¿Qué queda de los judíos yemeníes, una de las culturas judías más originales del mundo árabe?
Queda poquísimo. Yo pude ver una enorme emigración hacia Israel, donde tienen un peso demográfico muy fuerte. En una ciudad llamada Sa’ada, en el norte del Yemen, ahora no se puede ir porque ha habido una guerra muy fuerte, son chiíes, y esa guerra larvada que dicen que está sostenida por Irán… Bueno, allí vi judíos con los típicos tirabuzones, pero cada vez quedan menos.
¿Qué ignoramos todavía del wahabismo saudí?
Es una versión tan cerrada y rigorista, y tan extrema y torticera del islam, que la pena es que se haya exportado después del fracaso del nasserismo y el panarabismo. La entrada en escena de Arabia Saudí con sus millones de petrodólares ha inundado todo el mundo musulmán de escuelas con esa visión retrógrada…
… Y de antenas de televisión…
También, sí, sí.
Pasemos a Sudán. ¿Hasta qué punto ha funcionado la implantación de la charia en el país? ¿Ya era un país muy conservador antes, o nunca ha llegado a penetrar realmente?
Yo conozco el Sudán de antes de la época de Numeiri, antes de la aplicación de la charia. No sé cómo está ahora, pero lo que recuerdo es un país muy alegre, de gente vestida de colores, se bebía bastante, había una gran tolerancia. En Jartum había unos jardines donde se cantaba y se bebía por la noche, era maravilloso.
¿No es raro que los musulmanes crean en los yins, que parecen más bien supersticiones que figuras religiosas?
No, como siguen tan al pie de la letra el Libro —parece ser que antes había la iytihad, una interpretación de los textos—, y en el Corán aparecen los yins: Dios hizo a los hombres con arcilla, a los ángeles con viento, y a los yins con fuego. Y salen ahí, en la sura de la Hormiga, con Salomón que comandaba un ejército de yins… Están presentes en el islam, existen. Ahora bien, tú hablas de esto con un médico culto de El Cairo y se ríe, te dice que son cosas de la gente de pueblo… Aquí también se cree en el ángel de la guarda, o en los santos.
¿Cómo evolucionará la relación de los musulmanes con los coptos en Egipto y en Sudán en los próximos años?
Ha habido una pérdida en la riqueza de todas estas sociedades, y es la de los judíos, como lo fue para España. Es la pérdida de un elemento de la sociedad muy activo, muy valioso. Y lo mismo en Marruecos, Túnez, Egipto… El fundador del partido comunista egipcio, por ejemplo, era judío. Y también está siendo una pérdida la lenta diáspora de los coptos, que se están largando todos, tanto los cristianos de Siria o Líbano como los de Egipto. Está habiendo un goteo hacia Canadá o Australia buscando un futuro o una libertad que esos países les están negando. A veces creemos que los coptos son una clase elevada, pero no siempre es así: hay pueblos misérrimos en el alto Egipto de campesinos que son coptos. Esta intolerancia creciente tal vez tenga que ver con el auge de los nacionalismos, pero se puede hacer un paralelismo también con el imperio otomano, que contenía a griegos, armenios… Sólo cuando una de esas múltiples nacionalidades quiso imponerse sobre la otra, empezaron los problemas.
Dicen que el copto es una lengua extinta, excepto para usos litúrgicos. ¿Es seguro o cabría pensar, como aseguran algunos, que aún podría haber ancianos que la hablen?
¡No, no! El idioma copto no existe, se habla en algún momento de la liturgia, pero cuando el copto invoca a dios dice Alá, como losmusulmanes. El idioma copto es el antiguo egipcio, pero se habla en ceremonias, no en el salón de casa.
Ser plumilla y fotero a la vez, ¿le ha planteado distintas miradas cuando viaja?
Yo escribo más que fotografío, hace tiempo que he dejado de fotografiar, entre otras cosas porque hay una borrachera, un bombardeo de imágenes, una banalización de la imagen también, y después, aunque parezca una especie de viejo resentido, no me interesa nada la fotografía digital. No tiene la magia, ni la alquimia de la fotografía analógica. Me gustaba cuando todo era muy difícil, y las fotos a veces no salían, los carretes se velaban. Ahora hay cámaras que permiten fotografiar sin luz. No me interesa tanta facilidad. En cambio, la escritura es un reto. Puedes pasar por un zoco y estás fisgoneando, eres señalado, puedes tener problemas. En cambio, te paseas mirando, y nadie sabe lo que estás viendo. Eso convierte al bolígrafo en un arma más terrible que una cámara.
En Socotra, le ahorra al lector las mil incomodidades del viaje, algo que va contra esa moda de viajero exhibicionista, que se recrea en lo mal que come y duerme…
Si lo que pretendes es tener las mismas comodidades que tenemos en Occidente, más vale que te quedes en casa. A veces las cosas son difíciles, duermes en sitios donde puede haber chinches, yo qué sé… Pero son cosas que a mí no me interesa escribir. Yo me utilizo como hilo conductor, no quiero explicar aventuritas del día a día. Me gusta buscar a los ancianos, ellos sí tienen cosas que contar.
Es la idea de mundo a punto de perderse, que está en todos sus libros. ¿Se ha acelerado esa amenaza con la tecnificación y la globalización?
Se ha acelerado porque los hijos y los nietos ya no está por la labor. Cuando te sientas con cualquiera de estos ancianos, se ponen contentísimos porque por fin tienen a quién contarle su caudal de memoria y de historias.
En España, con la modernidad aparecieron también investigadores que fueron por los pueblos tratando de conservar la memoria oral. No ha ocurrido así en estos países…
Ha ocurrido muy poco. Omán ha tenido un cambio muy brusco, de ser un país que perdió un imperio y se empobreció, pasó a ser riquísimo cuando se descubrió el petróleo. Para las nuevas generaciones, todas estas historias del mar y estos mercaderes no les gusta recordarlas porque son sinónimo de pobreza. Cuando las nuevas generaciones quieran interesarse, tal vez será demasiado tarde…
Usted trabajaba en una revista que era lo más ‘in’. ¿Era un bicho raro por interesarse en esos mundos?
Cuando me echaron de Egipto, porque me acusaron de espía y trotskista, y por intentar derrocar el gobierno por fuerza armada, estuve muy desconcertado. Había escogido vivir allí, había hecho un trabajo que me interesaba mucho, el de los oasis de Egipto, y cuando regresé, un día hablando con Pepe Ribas, me propuso relanzar Ajoblanco. Estuve seis o siete años de la segunda etapa, y para mí fue fascinante. No me interesaba hablar de política, sino presentar a creadores de otras culturas como lo que eran, escritores como Chukri, Kureishi, Sami Nair, hablar de música india, árabe, difundir estas culturas cuando nadie hablaba de ello…