Los mismos perros con distintos collares
Nuria Tesón
No sé si es políticamente correcto hablar de perros y de collares cuando de candidatos presidenciales se trata, pero lo cierto es que en los últimos tiempos les he oído ladrar tanto y tan fuerte en Egipto que no se me ocurre una metáfora que mejor les defina. Así es la política. O al menos así está siendo en este complicado proceso de transición que empezó con la caída de Hosni Mubarak el 11 de febrero de 2011.
El país de los faraones empezaba a elegir al primer presidente de su democracia los pasados 23 y 24 de mayo, un hecho que se suponía que iba a culminar el accidentado camino hacia la democracia de los hijos de la llamada Primavera Árabe.
Pero, sin dejar en el olvido que fallaron en la designación de una Asamblea Constituyente capaz de darles una nueva Ley Fundamental y han tenido que ser forzados a ponerse de acuerdo bajo amenaza de los militares de formarla ellos mismos, y que eligieron un Parlamento con mayoría islamista (tres cuartas partes del hemiciclo), que se ha pasado cuatro meses discutiendo si hay que interrumpir las sesiones a las horas del rezo musulmán, los egipcios se encuentran este fin de semana ante una segunda ronda electoral poco menos que en las mismas circunstancias que en enero de 2011.
El Parlamento ha pasado 4 meses discutiendo si hay que interrumpir las sesiones a las horas del rezo
O, por ponerlo aún peor, igual que los últimos 60 años: con un nuevo militar, Ahmed Shafik, pugnando por convertirse en el primer presidente de la nueva democracia egipcia (no pierdan de vista la ironía en lo de nuevo y nueva); mientras, al otro lado del ring, no un islamista a secas, sino un Hermano Musulmán, Mohamed Morsi, amenaza con arrebatarle el cetro de ganador al exprimer ministro de Mubarak.
Otra vez un hombre del régimen como único salvador posible ante la vuelta a las cavernas que supondría que un miembro de la hermandad musulmana, ilegal hasta hace escasamente un año, tomara las riendas del país. O eso es lo que se está intentando hacer ver a los egipcios de a pie ¿Sienten el déjà vu? No es para menos.
La misma sensación de eterno día de la marmota tienen los que salieron a la plaza de Tahrir a dar su sangre por la caída del régimen. Y por eso estos días han sentido la necesidad de volver a llenarla. Durante el último mes y medio los candidatos han exhibido ante ellos sus mejores cabriolas, sus trucos más exitosos, han ladrado sus mejores promesas.
Mientras tanto los egipcios veían a los medios de comunicación volcarse en encuestas que daban por ganadores a Amre Moussa, el exsecretario general de la Liga Árabe y a Abdel Moneim Abolfotoh, un pupilo díscolo de los Hermanos que fue expulsado de la cofradía hace una año por querer ser presidente.
Con galanterías y arrumacos más gatunos que perrunos, estos y otros once candidatos, trataron de convencer al electorado de que eran los salvadores del Egipto postMubarak y su revolución. Tormentas de arena que sólo ensuciaban sus ojos sin dejarles ver lo que realmente ocurría entre bambalinas.
Los revolucionarios fallaron al no ser capaces de aunar fuerzas tras un candidato común, cierto, pero lograron que un naserista, Hamdeen Sabahy, amenazara al menos, colocándose en tercer lugar, la hegemonía de las dos grandes fuerzas en liza que la arena ocultaba: el Ejército y la Hermandad Musulmana, que se enfrentan tras la máscara de los que han devenido en candidatos más fuertes, Shafik y Morsi.
Otra vez un hombre del régimen como único salvador ante la vuelta a las cavernas de la hermandad musulmana
Contra todo pronóstico, dos de los hombres en el banquillo, quién sabe si los utileros, han saltado al campo y se han colocado de delanteros en un abrir y cerrar de urnas: Ahmed Shafik, el último primer ministro de Mubarak, su amigo y compañero de las Fuerzas Aéreas, el preferido del Ejército antes de la caída del rais en detrimento de su hijo (un niño mimado que favorecía a su camarilla de amigos empresarios y no había tenido contacto con la milicia), se colaba en la vuelta final.
Así lo hacía también el suplente de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Morsy, que meses antes de la revolución apostaba porque un consejo de jeques supervisara las leyes emanadas del Parlamento para considerar si se ajustaban a la sharia (ley islámica).
La pobre sociedad egipcia se parte por la mitad entre su deseo de estabilidad y seguridad y su rechazo a los remanentes del régimen y/o a la islamización del país. Muchos revolucionarios apuestan por Morsi frente a un mubarakista. La victoria del amigo de Mubarak, el rais que mientras tanto ha sido condenado a cadena perpetua por la muerte de los manifestantes de la revolución y ha ingresado en prisión, sería para los jóvenes de Tahrir como si el alzamiento no hubiera existido.
La llegada de los Hermanos Musulmanes al poder representaría en opinión de otros una amenaza para las libertades de las mujeres y de las minorías religiosas, así como para la vuelta del turismo occidental. Los coptos son animados desde el púlpito a votar por Shafik, la opción laica. Los musulmanes, desde los minaretes, son llamados a confiar en el islam como la solución a sus problemas.
La decisión no es fácil, implica votar por el candidato de los últimos 60 años o por el de hace varios siglos. En esta tesitura muchos optarán por votar nulo o por boicotear las elecciones. Es lo que tiene la democracia. Elegir o decidir no elegir. Y eso sí lo han ganado los egipcios.