Crítica

El héroe en dos tiempos

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 6 minutos

La historia ya la conocen: Roberto Saviano, un joven y despabilado estudiante de filosofía napolitano, escribió una obra sobre la camorra de su pueblo cuyo parecido con la realidad era algo más que pura coincidencia. La primera vez que vino a España a presentarla -¡otra maldita novela sobre mafiosos!- apenas le hicieron caso en los medios; en la segunda, no dio abasto para tantas peticiones, compareció con escolta y hasta la jefa de prensa de Mondadori tuvo que llevar chaleco antibalas.

Lo que sucedió entre un momento y otro, fue que los abogados de los camorristas –pues se sabe que estos solo leen por persona interpuesta– habían echado un vistazo al libro, y no les había gustado demasiado ver su mundo tan fielmente reflejado. Una cosa era que el Gobierno conociera algunos de sus métodos e hiciera la vista gorda, e incluso se asociara puntualmente con ellos, y otra que cualquier ciudadano tuviera acceso a tan comprometidas claves. Aficionados como son a la crítica literaria extrema, decidieron decretar la condena a muerte del autor. Para que luego digan que en M’Sur nos pasamos de rigurosos.

El Saviano que escribió Gomorra era un muchacho libre, inteligente y audaz que se tomó media vida para concebir su obra. Lo que vimos un grupo de periodistas en 2008, cuando visitó Sevilla para la presentación del filme homónimo en el Festival de Cine Europeo, fue un hombre acosado cuya principal ocupación era salvar la vida. No había miedo en sus facciones, pero sí un nerviosismo irreprimible. Se sobaba el rostro constantemente y luchaba por fijar la mirada en un solo punto. Saviano ya estaba condenado a cambiar de residencia continuamente, y a convivir con siete funcionarios de los carabinieri. No es el escenario ideal para un escritor, ni siquiera para un escritor que se declarara fetichista de los uniformes.

Esta vida trashumante y con la muerte en los talones se traducirá forzosamente, en primer lugar, en una notable reducción de las ambiciones del autor, que en adelante pasaría a escribir casi únicamente textos breves, renunciando a proyectos que requieren otra calma y otros tiempos, como era el caso de la meditada y minuciosa Gomorra. Las invitaciones que le llovieron de periódicos de todo el mundo –en España, de El País– colaboraron en esa decantación por los formatos reducidos. Por otro lado, Saviano se había convertido, seguramente a su pesar, en un símbolo de la libertad de expresión amenazada, en una inesperada voz de la conciencia colectiva. Si alguna vez pensó en dedicarse a la fantaciencia o la novela romántica, ya podía empezar a descartarlo.

Belleza
Roberto Saviano
La belleza y el infierno

La primera obra post-Gomorra que Saviano entregó a la imprenta fue Lo contrario de la muerte (2009), un ramillete de mini-ensayos de compromiso cívico y espíritu de denuncia, que vino a recordar que el autor seguía al pie del cañón. Lo que veríamos a continuación son dos Savianos sensiblemente diferentes. El primero, el de La belleza y el infierno, recopilación de artículos publicados entre 2004 y 2009, es un hombre que se siente solo, forzado a vivir lejos de su familia y sus amigos, incapacitado para llevar una vida afectiva normal. A la hora de reflexionar sobre su condición, opta por trazar, mediante la fórmula de la galería de personajes, una genealogía a la que adscribirse, una familia en la que sentirse confortado: la de los condenados por defender la verdad (Miriam Makeba, Politkovskaya, Peppino Impastato, Donnie Brasco, Rushdie) y la de quienes son capaces de superar dificultades invencibles, ya se trate del pianista Petrucciani o del joven Messi.

Saviano confiesa deber a estos textos, escritos en diez casas distintas, “la posibilidad de existir”. Sobre todo, en los tiempos en los que, al calor del éxito, comenzaron a brotar por todas partes las flores de la calumnia y la insidia, o por decirlo de un modo menos poético, el ventilador de la mierda se puso a girar para infamar al autor y dejar sin crédito a su obra. Todavía resuenan unas nauseabundas declaraciones del futbolista Cannavaro, que arremetió contra el napolitano por dar mala imagen de su tierra.

Decía el ciclotímico Carlos Castilla del Pino en su reciente libro de aforismos que algo va mal en una sociedad que necesita tener héroes. La Italia que dio a Roberto Saviano, lo vemos muy bien en su desesperada búsqueda de complicidades, en la sensación de acoso que trasuda este libro de título camusiano, es un elocuente síntoma de la enfermedad moral que pudría al país desde Milán a Agrigento y desde Trieste a Lecce.

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Roberto Saviano
Vente conmigo

Tiempo después de ver a aquel Saviano angustiado en Sevilla, volví a encontrármelo en Italia, esta vez en el escaparate de una librería. Nada que ver con lo que yo recordaba: la imagen lo mostraba tranquilo, seguro de sí mismo, pisando con firmeza un escenario y mirando de frente al público. Era una promoción de Vieni via con me, la serie de programas televisivos en los que el autor desarrollaba temas de denuncia, posteriormente recogidos en papel. Vente conmigo, como se tradujo en castellano, conecta con La belleza y el infierno en cuanto a los guiños a héroes como Giacomo Panizza, Piergiorgio Welby o Piero Calamandrei, pero también hay piezas de periodismo de altos vuelos dedicadas a analizar, por ejemplo, la gestión de los residuos tóxicos en manos del crimen organizado, o las causas de la destrucción de la región de L’Aquila tras el terremoto de 2009, más allá de la fuerza sísmica.

Aquel Saviano hostigado y aislado encontró en la televisión, de la mano del presentador Fabio Fazio, un modo de romper la soledad y de sentir que había gente, mucha gente al otro lado. Descubrió el antídoto contra la timidez, y dio un nuevo sentido a su lucha. Los índices de audiencia del programa superaron a los del fútbol y a los ‘reality’, pero sobre todo desmintieron la idea de que la masa no quiere saber, no quiere ver la realidad tal y como es. Tal vez sea un buen camino para empezar a prescindir de los héroes, o al menos para permitirles que se relajen de vez en cuando y puedan, no sé, darse el lujo escribir fantaciencia o novela romántica.