Parole, parole, parole
Alejandro Luque
Paolo Sorrentino
Todos tienen razón
Género: Novela.
Editorial: Anagrama.
Páginas: 368.
ISBN: 978-84-339-7571-3
Precio: 19,50 euros.
Año: 2011 (2010).
Idioma original: Italiano.
Título original: Hanno tutti raggione.
Traducción: Xavier González Rovira.
De Paolo Sorrentino, napolitano de 1970, ya conocíamos su capacidad para contar historias, pero hasta ahora sólo en la pantalla grande. Desde su brillante estreno en la dirección, L’uomo in più, hasta el éxito internacional de Il Divo, aquella visión de Andreotti pasada por un filtro grotesco, quedaba patente un dominio de los tiempos, un dibujo de los personajes y una fuerza visual al alcance de pocos cineastas jóvenes. Por eso, cuando se anunció su debut como escritor, muchos nos preguntamos si ese talento innegable resistiría la mudanza del celuloide al papel.
Después de leer Todos tienen razón, hay que responder que sí y no. Como protagonista de la novela, Sorrentino tiene el acierto de resucitar a Tony Pisapia, el cantante de L’uomo in più rebautizado ahora como Tony Pagoda, aquel ‘crooner’ que conoció la gloria y que acabó cantando en verbenas de pueblo. Son varios los rasgos que definen a Tony: cínico, pésimo esposo, adicto a la cocaína y aficionado al sexo de pago, narcisista… Pero sobre todo es un charlatán incontinente, de los de pilas Duracell. Y se dirige al lector en primera persona.
Tony es cínico, aficionado al sexo de pago y un charlatán incontinente, de los de pilas Duracell
Este planteamiento le permite a Sorrentino arrancar de un modo magnífico. Pagoda tiene chispa, tiene pegada, se parece a esos tipos ocurrentes que uno se encuentra a veces en una barra con dos copas de más, y que disparatan sobre todo lo divino y lo humano para deleite de la parroquia. El personaje, imbuido de ese existencialismo de taberna, se gana al lector en las primeras páginas con frases saltarinas y jocosas. El espíritu de Pisapia sigue vivo: “Los hombres se dividen en dos categorías. Los que se ponen cómodos. Y se pudren. Y los otros. Yo formo parte de los otros”. Y a renglón seguido: “La vida es una fabulosa putada. ¿Pero en qué deberíamos concentrarnos? ¿En la putada? ¿O en lo de fabulosa?”.
¿Qué sucede conforme la historia avanza? Pues que Sorrentino se ha olvidado de que la literatura también es un sistema de compresión. Para demostrar que un personaje es muy erudito, no hace falta que nos dé una conferencia, ni uno gracioso tiene por qué agotar su repertorio de chistes. En este caso, una verborrea de cien páginas nos informa de que el narrador es un charlatán, pero el arte consistiría en transmitir la misma información en dos o tres páginas, o mejor aún, en dos o tres líneas. Porque, de lo contrario, se corre el peligro de cansar al lector, como cansan esos sénecas del vermú con sifón antes mencionados. Están bien para un ratito, pero una novela es otra cosa.
Es un retrato esquemático del berlusconismo, con todo su fondo de codicia
El ápice de la charlatanería es el capítulo titulado “Lección número uno sobre la seducción”, un ejemplo paradigmático de morcilla, de texto injertado en medio de una narración sin otro objeto que engrosar el lomo del libro. Y la cosa sigue, sigue, exponiéndose temerariamente a aquello que Borges decía de algún ilustre narrador de largo aliento, creo que Víctor Hugo: “El lector hace rato que se ha marchado, y el tipo sigue hablando”.
Ahora bien: sería una pena que el lector se marchara, porque lo bueno de verdad empieza muy avanzada la novela. Tony Pagoda ha resurgido de sus cenizas, ha actuado ante su ídolo Sinatra sin que éste se haya quedado dormido, las cosas a su alrededor se han enrarecido y ha oído la llamada del horizonte: tras una pequeña gira por Brasil, decide no regresar a Italia y se afinca en Manaos y traba amistad con Alberto Ratto, devoto de Pagoda. Me limitaré a decir que las diez páginas del encuentro entre ambos son de lo más divertido que he leído en años, una especie de premio para quienes hayan llegado hasta ese punto.
Una oferta millonaria para que Tony vuelva a actuar en Italia, dieciocho años después, es el gancho con el que la historia va deslizándose suavemente hacia el desenlace. Por en medio, un retrato esquemático del berlusconismo, con todo su fondo de codicia, de pragmatismo y de miseria moral que ya constituyen casi un subgénero de la literatura italiana.
Benévolamente se ha intentado comparar la escritura de Sorrentino con la de Gadda; yo creo que está más próxima a la narrativa visual, dura y ágil a un tiempo, de Tarantino y los Coen. En todo caso, el napolitano demuestra tener facultades para acometer empresas de mayor ambición y calado. Por ejemplo, para ensayar la gran novela de la Italia intervenida.