Golpe de timón en Egipto
Nuria Tesón
21 de noviembre, Gaza. Miles de palestinos salen a las calles vitoreando el nombre de Mohamed Morsi, el presidente egipcio, por su papel como mediador entre Hamas e Israel para alcanzar un alto el fuego en los bombardeos que hace una semana castigan la Franja.
22 de noviembre, El Cairo. Menos de 24 horas después del cese de las hostilidades en Palestina, el nuevo ‘rais’ hace público un decreto constitucional en el que se coloca a él y a sus decisiones por encima de la ley encendiendo las iras de opositores laicos y liberales así como de los felul, remanentes del depuesto régimen de Hosni Mubarak.
Nourhan, empleada de un banco de 30 años, explica junto a la tienda de la plaza de Tahrir en la que duerme desde hace una semana que no se siente decepcionada porque nunca tuvo ninguna esperanza depositada en Morsi. “Boicoteé las elecciones porque sabía que los Hermanos Musulmanes sólo estaban sedientos de poder”, apunta. Como ella, numerosos egipcios han vuelto a la emblemática plaza donde se escucharon los gritos por la “caída del régimen” en los últimos días de Mubarak y ahora se oyen de nuevo.
Mahmud Elalayli, secretario general del partido de los Egipcios Libres, cree que la presencia en las calles no será suficiente, pero tampoco ve que Morsi les haya dejado alternativas políticas: “Empezamos usando la ley y tomando todas las medidas legales, pero por desgracia él [Morsi] ha roto todas las leyes, así que ahora no hay ley. Vamos a protestar pera la cuestión no es sólo protestar en las calles, porque no siempre es el modo más apropiado de conseguir algo”.
El presidente Mursi ha logrado unir en su contra a toda la oposición política
Por lo pronto, decenas de partidos políticos y grupos de activistas anunciaron el pasado sábado la creación de un Frente Nacional para oponerse a la pretensión de Morsi de imponer una nueva Constitución, que podría ser aprobada este mismo fin de semana. Este nuevo frente aglutina al Partido de la Constitución, la Corriente Popular Egipcia, el Partido Socialdemócrata y el Partido Socialista de la Alianza Popular, entre otros.
La alianza sienta en el mismo banco a figuras políticas como el ex candidato presidencial Hamdeen Sabbahi, que estuvo a punto de batir a Ahmed Shafik en la primera ronda de las elecciones presidenciales, al diplomático Mohamed El Baradei, que ahora está al frente del Partido de la Constitución, y al exjefe de la Liga Árabe, Amro Musa. Tal vez el único gran logro de Morsi para salvar la revolución con este decreto haya sido la de estrechar posiciones entre las filas de sus oponentes.
En su primera versión, el decreto emitido por Mursi impide que la Judicatura -o cualquier otro organismo- pueda impugnar las decisiones del presidente. Él explicará más tarde, con los jueces ya en huelga y enfrentamientos en las calles que dejan varias sedes de los Hermanos Musulmanes en llamas, que la norma se aplicará por un corto periodo de tiempo y sólo con ciertas decisiones que atañen a la soberanía, como la declaración de guerra. Una exposición que no convence a sus detractores.
La declaración de inmunidad absoluta se combinaba con la destitución del fiscal general, que había sido nombrado por Mubarak, y la orden de repetir el juicio a algunas de los oficiales del régimen implicados en la violencia contra los manifestantes y que habían sido absueltos en primera instancia. Esto sí fueron demandas de la revolución, que se materializan ahora gracias a este decreto.
Pero la declaración de Mursi también previene que el Consejo de la Shura (la cámara alta del Parlamento), y la Asamblea Constituyente, formada por una mayoría de islamistas, puedan ser disueltas por orden judicial. Y esta maniobra es especialmente controvertida dado que la Asamblea está pendiente de una decisión del Tribunal Constitucional que debe decidir sobre su disolución el próximo 2 de diciembre. Al ponerse a sí mismo y a sus decisiones, así como a estos órganos legislativos por encima de la ley, Morsi desestabiliza la separación de poderes y pone en duda sus buenas intenciones.
¿El motivo? La Asamblea Constituyente está formada por una mayoría islamista, entre Hermanos Musulmanes —el partido de Mursi— y salafistas más radicales, cercanos a la interpretación wahabí de Arabia Saudí, y en los últimos meses se ha ido desangrando y polarizando más aún. Casi un tercio de sus integrantes, pertenecientes a los sectores laicos y a la Iglesia copta, han abandonado el organismo, al considerar que sus voces no tenían el más mínimo peso.
La posibilidad de que el órgano fuera disuelto y sustituido por uno más equilibrado esperanzaba a las facciones no islamistas y laicas, algo que a la luz de los nuevos acontecimientos parece casi imposible. Una semana de protestas y violencia en las calles ha dejado dos muertos y varios centenares de heridos y desembocó en una manifestación masiva con decenas de miles de personas reunidas en Tahrir en una demostración de fuerza sin precedentes de los sectores no islamistas.
“Ahora los islamistas nos dicen: Ok, es un dictador, pero solo por un corto periodo de tiempo. Pues lo siento, las cosas no funcionan así”, dice Nourhan
En respuesta, el ‘rais’ egipcio ha acelerado el proceso constituyente y el pasado miércoles se anunciaba que esta Asamblea había concluido un borrador definitivo de la Constitución y que sería sometida a votación el jueves. Este borrador contiene 200 artículos, de los cuales 50 se han debatido en los últimos cinco días, entre ellos algunos de los más controvertidos, relativos a la Judicatura y al Ejército.
Hay grandes decepciones: El borrador mantiene la opción de someter a los civiles a juicios militares, algo por cuya abolición se ha batallado durante la revolución y los casi dos años de transición. Continúa dejando fuera de supervisión el presupuesto del Ejército, cuando los militares controlan más del 30% de la economía egipcia. Esta falta de transparencia mantendrá en la sombra sus finanzas, que forman buena parte del entramado empresarial nacional.
El texto otorga poderes legislativos a la Cámara Alta, el Consejo de la Shura (también dominada por los islamistas) hasta la elección de un nuevo Parlamento, en vista de que la Cámara Baja elegida en enero pasado fue disuelta por el Constitucional. Esta maniobra supone que Morsi y la Cámara Alta, es decir, los Hermanos Musulmanes, a los que el presidente perteneció hasta jurar su cargo, tendrán en sus manos la potestad de hacer y deshacer leyes a su antojo. Únicamente tendrán que compartir este poder con sus aliados salafistas, de corte todavía más radical. Lo cual representa una seria amenaza para el proceso democrático, en opinión de muchos analistas egipcios, y no ha hecho sino avivar los temores entre las facciones moderadas.
De nada sirvió la oposición de la Iglesia copta, de los sectores laicos y liberales y de las protestas a lo largo y ancho del país. Tampoco el que el propio Mursi hubiera dado, el pasado 22 de noviembre, dos meses más de plazo al comité constitucional para llegar a un consenso con dichos sectores. La Asamblea, controlada por Hermanos y salafistas, ha puesto sobre la mesa una Constitución que sólo contenta a los islamistas, Una vez aprobado el borrador, éste será entregado al presidente para que lo ratifique (probablemente durante el fin de semana). Después deberá pasar un referéndum en apenas dos semanas. La transición egipcia se pone otra vez a galopar.
Quienes no son islamistas quedan en una difícil posición para negociar el decreto promulgado por Mursi. Se les presenta la disyuntiva de aceptar la proclamación de una Carta Magna que no es santo de su devoción, o transigir con un decreto que consideran dictatorial. Así de claro lo plantea el presidente egipcio en una entrevista publicada estos días por la revista Time: “Si tenemos una Constitución, entonces todo lo que he dicho o hecho la semana pasada se detendrá”.
Así las cosas, la oposición laica ha recogido el guante convocando nuevas protestas pacíficas para el viernes y subrayando en un comunicado que el borrador constitucional es “nulo”. “Esta es una Constitución esbozada por una asamblea ilegítima que representa a una única corriente política y no es representativa de la sociedad egipcia”, asegura dicho comunicado conjunto emitido por una alianza de grupos opositores laicos entre los que se encuentra el Movimiento 6 de Abril y el Frente Nacional para la Justicia y Democracia, entre otros.
Las protestas tendrán su réplica el sábado con los islamistas sacando pecho en una convocatoria para defender a Morsi. Aunque al principio anunciaron que marcharían a Tahrir, donde campan cientos de jóvenes detractores del rais, al final dieron la consigna de buscar otro espacio, para evitar enfrentamientos violentos. Pero el terreno parece abonado para días de alta tensión.
El desarrollo de este tira y afloja político de la última semana ha puesto sobre el tapete algunos de los problemas más acuciantes en la sociedad y en la transición egipcias. Falta de unidad y consenso en la oposición laica, fractura social entre islamistas y no islamistas… Morsi ha dado una vuelta de tuerca para poner en su sitio a los opositores cercanos a Mubarak. La purga de la judicatura sigue a la emprendida el pasado agosto contra la cúpula militar. El ‘rais’ trata de erigirse como defensor del ideario revolucionario, pero al mismo tiempo desplaza a quienes eran afines de Mubarak para colocar a sus propios simpatizantes. Y en la calle, los jóvenes que apoyaron el alzamiento del 25 de enero de 2011, vuelven a las marchas y las pancartas.
“Ahora los islamistas nos dicen: Ok, es un dictador, pero solo por un corto periodo de tiempo”, ironiza Nourhan. “Pues lo siento, las cosas no funcionan así”, subraya. “No queremos a los islamistas gobernando, no queremos a los militares gobernando, no queremos a los corruptos gobernando. No tengo ni idea de cómo van a arreglar esto, pero nosotros estaremos en las calles”, concluye.