Entretenimiento de chavalillos
Alejandro Luque
Dirección: Matteo Garrone
Género: Largometraje
Produccción: Matteo Garrone, Jean Labadie, Jeremy Thomas
Intérpretes: Salma Hayek, Vincent Cassel, Toby Jones, John C. Reilly
Guión: Edoardo Albinati, Ugo Chiti, Matteo Garrone, Massimo Gaudioso sobre el ‘Pentamerone’ de Giambattista Basile
Duración: 125 minutos
Estreno: 2015
País: Italia
Idioma: inglés
Título original: Tale of Tales
Cualquiera entiende que el público de hoy no esté para cuentos: al fin y al cabo, el género ya está lo suficientemente cultivado por ciertos políticos. Sin embargo, el viaje que nos propone Matteo Garrone en este, su último filme, no remite a unos cuentos cualesquiera. La fuente de la que bebe el director no es otra que el famoso Pentamerón de Giambattista Basile, el soldado y escritor italiano del XVI que se inspiró en Bocaccio para desarrollar historias que a su vez alimentarían a Perrault o los hermanos Grimm. Se trata, en cierto modo, de una semilla de los cuentos clásicos, que el mismo autor consideraba “trattenemiento di peccerille”, es decir, entretenimiento de chavalillos.
Garrone logra entretener a los chavalillos durante dos horas, aunque éstos tengan más de 40 años
Es cierto que Garrone, que respondió a las expectativas levantadas por Gomorra con un filme un tanto desconcertante como Reality, parece abonarse a la sorpresa con este nuevo e imprevisible giro: cine de alto presupuesto, con rostros famosos de Hollywood (Salma Hayek, Vincent Cassel, John C. Reilly), ricos vestuarios, efectos especiales, vistas de algunos de los más espectaculares castillos italianos…
En pocas palabras, un tirar la casa por la ventana en tiempos en los que ya casi nadie hace concesiones a la grandilocuencia, ni siquiera para aspirar a algún que otro Oscar técnico.
¿Surte efecto tamaño despliegue? Según se mire. El espectador descreído, resabiado, tal vez bostezará ante las historias de reyes, princesas y monstruos encadenadas en el filme. Sin embargo, doy fe de que en la sala donde presencié la proyección fueron mayoritarios los murmullos de asombro en los golpes de efecto, las risas unánimes en los momentos cómicos, y hasta los aplausos espontáneos en los desenlaces gratos, es decir: Garrone logra entretener a los chavalillos durante dos horas, aunque éstos tengan más de 40 años.
El éxito de estas narraciones, más allá de unas aceptables interpretaciones y de un ritmo visual vivo y ágil, reside en que se fundan sobre pulsiones atemporales, universales: la ambición, la lujuria, el deseo de ser eternamente joven, los amores llevados a la obsesión, los excesos que se pagan caros, son tan resistentes al paso del tiempo que todavía hoy pueden seguir actuando como espejo.
Pero además el tratamiento de las historias es cruel, como corresponde al verdadero espíritu de los cuentos de siempre, antes de esa progresiva desnaturalización que reconocemos en las versiones Disney: esa tendencia a eliminar primero la muerte, luego la sangre, también la maldad, hasta dejar reducido el producto a poco menos que una gragea edulcorante.
Cuento de hadas en toda regla, el filme está impregnada del realismo y el compromiso
Aquí sí hay muertes atroces, sangre para regalar y almas oscuras, como lo había en esos cuentos que no solo eran entretenimiento, sino también una escuela de vida para sus jóvenes receptores. Y hay algo más, un curioso denominador común de casi todas las historias que da al conjunto cierta pátina –podríamos decir– social.
En el mundo de Basile, el destino de los hombres viene prefigurado por el estamento social en cuyo seno nacen. La nobleza es de cuna y hasta la muerte. Y la plebe, plebe se queda para los restos. Las fantasías del escritor, no obstante, juegan a abrir una posibilidad distinta, a crear un espacio en el que los roles puedan intercambiarse. Es el caso de los dos gemelos que se quieren a pesar de llevar vidas antagónicas, que se intercambian en un momento dado; o de la princesa condenada a casarse con un ogro (no olvidemos que Basile figura como el primero que usó esta palabra) y conocer la extrema pobreza de su cueva.
Lo mismo sucede con la humilde anciana que gracias a un conjuro se convierte en reina. La fantasía de ser otro, de vulnerar los límites de clase, parece tan fabulosa como la existencia de dragones marinos o de brujas del bosque.
Afirma Garrone que sus anteriores películas también tenían algo de cuento de hadas. Se diría que esta, cuento de hadas en toda regla, está a su vez impregnada del realismo y el compromiso que caracteriza a aquéllas. Y también de su tácita promesa de no aburrir bajo ningún concepto.
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