Entrevista

Hubert Haddad

«La identidad no es sino la marca de una herida»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 8 minutos
Hubert Haddad (Sevilla, 2013) | © J. M. Paisano
Hubert Haddad (Sevilla, 2013) | © J. M. Paisano

Hubert Haddad es uno de esos escritores que, sin dejar de ser fiel a sus íntimas obsesiones, sabe renovarse en cada título. El autor, nacido en Túnez en 1947, se dio a conocer en España con Palestina, una novela muy relacionada con sus raíces judías, que le valió el premio de los Cinco Continentes de la Francofonía en 2008 y el premio Renaudot al año siguiente. A ésta le siguieron los relatos de Viento de primavera, basados en cuatro historias reales ambientadas en distintas épocas. Ahora regresa con Oppium Poppy, publicada como las anteriores en el sello Demipage, y que presentó el pasado mes de enero en la Fundación Tres Culturas de Sevilla.

La nueva obra tiene como protagonista a Alam, un niño soldado afgano que escapa de la guerra para enfrentarse a otras de las muchas amenazas que el mundo tiene reservadas a los chicos campesinos de su edad. “Hay obsesiones que me animan muy fuertemente, y desde hace 20 o 30 años estaba deseando hablar de los niños de la guerra”, explica. “Tampoco pensaba en hablar específicamente de Afganistán, pero sabía que tenía que escribir sobre la manipulación de esos niños”.

“Vengo de un medio pobre, del Norte de África, donde a otro nivel los niños son utilizados sistemáticamente, se les hace trabajar”, prosigue el escritor. “En tres cuartas partes del mundo los niños son explotados, y es evidente que, cuando hay una guerra, esos niños están diponibles, son fieles, pueden incluso sacrificarse con una enorme credulidad. Por todas partes se utilizan niños que son mejores que cualquier fanatismo. Con las técnicas actuales, existen armas perfectas para ser usadas por niños de diez años. Y el niño se convierte, a su vez, en un instrumento perfecto”.

«El protagonista entiende que tiene que sobrevivir y que los asesinos son todos los adultos que le rodean»

Por otro lado, Haddad dio muchas vueltas antes de decidir dónde situaría a su niño soldado. “Pensé primero en Uganda, adonde hice un viaje un año antes, también en Ruanda y la República del Congo, donde se está haciendo un uso masivo de niños. Pero, como siempre, el hecho de haber visitado determinados lugares puede suponer un hándicap. Yo al menos necesito esa parte del imaginario. Al final me quedé con Afganistán porque ese conflicto, como a todos, me interpela. No sólo en París, en muchos lugares de Europa hay una gran cantidad de niños abandonados, refugiados afganos como los que aparecieron en el subsuelo de la estación de Roma, huidos de la guerra y la miseria”.

Según Haddad, “se calcula que hay 50.000 niños huérfanos, abandonados en Kabul, que buscan cómo sobrevivir por cualquier medio, generalmente ligado a las drogas o el tráfico sexual. Algunos consiguen llegar a nuestra bella región occidental, donde las cosas no siempre van mejor, y donde no se les acoge con los brazos abiertos. Existen leyes internacionales de protección, pero no se respetan”, denuncia el escritor.

“¿Quién se atreverá adoptar al pequeño talibán?”, se pregunta Hubert Haddad, que considera un grave problema “la frivolidad de Europa, nuestra tendencia a quedarnos en el nivel chic en cuestiones como la de la infancia. Queremos bellos niños adoptados y nos desentendemos de esos otros niños. Hay en nosotros cierto egoísmo que evoca figuras novelescas de la época colonial, cuando aquellas señoras acogían bajo su protección a niños desvalidos. Hoy la situación es muy distinta”.

No obstante, el autor de Opium Poppy subraya: “Mi novela no es sólo sobre niños soldado. Hablo de un pequeño campesino de Kandahar, una zona bajo control talibán y sus clanes. Con él quería analizar los procesos de destrucción posibles que las propias poblaciones de estos lugares sufren, los bombardeos, tensiones bélicas y chantajes a los que están sometidos. Y frente a todo eso, cultivan la flor de opio para poder sobrevivir”.

Buen conocedor de la situación real del país asiático después de estudiarlo a fondo, Haddad explica que un kilo de la savia de esta planta alcanza en Afganistán una cotización de unos 30 euros. “Con eso viven cinco o seis meses, y luego se buscan la vida, dentro de lo que le permiten los poderes institucionales, las magias y los talibanes”, comenta. Eso es lo que irá aprendiendo poco a poco el pequeño Alam, quien en todo caso entiende “que tiene que sobrevivir, y que los asesinos son todos los adultos que le rodean. Allí donde vaya en su exilio, estará siempre atento a que le puedan hacer daño. Cuando llega a París, la guerra para él aún no ha terminado, y es en el fondo la misma que cuando estaba en Kandahar”.

Judío y árabe a la vez, con una profunda raíz bereber, y escritor francófono por añadidura, Haddad ha vivido siempre sus identidades múltiples con la mayor naturalidad. Por eso opina que “lo que llamamos identidad no es más que la marca de una herida, de una especie de castración que uno no acaba de asumir”, y abomina de “esa insistencia en la negación del otro” que parece tan lamentablemente frecuente en nuestros días, y no sólo en el mundo subdesarrollado. “Negar al otro, decir que es un intruso, termina por negar lo que uno mismo puede representar estando vivo. La identidad no se puede pensar si no es en la acogida de la alteridad. Todo lo que somos es resultado de ella. Cuando la identidad significa rechazo, estamos perdidos”, apostilla el escritor.

¿Cómo ha condicionado su identidad múltiple los temas de los libros de Hubert Haddad? “Ha sido decisivo. Yo mismo me he visto confrontado en ello, en esa minoría que representaba mi familia, no solamente en Túnez, sino también en el exilio. Hemos sufrido en París esa negación de la identidad, de nuestra identidad fundamentalmente judeoárabe. Tanto del lado de mi padre como del lado materno, que era de la Argelia de Constantina, estamos hechos de cultura bereber y árabe, la lengua, la música, la gastronomía, todo tiene ese reflejo. Y a pesar de todo, el hecho religioso bastaba para excluirnos”, explica.

Haddad no sólo habla de su experiencia directa, sino también de la memoria heredada: “No sé si lo saben, pero en Túnez los alemanes nazis empezaron a construir un campo de concentración para los judíos africanos, mi propio padre estuvo recluido allí durante unos meses, hasta que por suerte aparecieron los americanos. Había colisiones entre nacionalistas árabes con los alemanes, como los había con los nacionalistas bretones, o los irlandeses… Todo eso provocó mucha confusión, pánico e inquietudes. Pero eso no impide que se retome el diálogo una vez que acaba la guerra, en un mundo pacificado», dice.

«Los yihadistas son bandidos que se han encontrado con todas las armas que Occidente ha ido soltando por Libia»

«En Palestina, por ejemplo, existían tribus judías y tribus árabes que vivían en buena vecindad bajo el dominio otomano», prosigue el escritor. «Y lo mismo en África del Norte. Es el colonialismo el que sistemáticamente ha establecido separaciones administrativas y de identidad que provocan arbitrariedades de todo tipo. El poder colonial se sirve incluso de minorías para decretar superioridades raciales, como vimos claramente en Ruanda antes del genocidio”, denuncia.

En el momento de la entrevista, Tombuctú acapara las noticias: la histórica ciudad está sufriendo la estricta aplicación de la ley coránica por parte de los radicales. “Los yihadistas son bandidos que se han encontrado toda esa cantidad de armas que Occidente soltó en Libia y otros lugares. Sin ignorar que probablemente haya ahí reivindicaciones legítimas, esta locura asociada al abandono de cualquier cultura, aparecen bandas que reivindican una ideología absurda, que se construyó en el marco del odio colonialista, y cuyo resultado son las destrucciones que hemos visto. En África y otros lugares, la cultura musulmana tiene un fundamento humanista, que hemos conocido también aquí, en Andalucía», subraya.

«En Senegal, un país muy protegido, en las propias familias puede haber cristianos y musulmanes sin ningún problema, y luego están también los animistas… No se plantea ningún problema, no viven en la exclusión de ninguna creencia. El uso que se está haciendo del islam es una apropiación, la guerra a los infieles, la yihad, no tiene nada que ver con la fe. Lo que ocurrió allí es que el colonialismo se ha apoderado de países que tenían una civilización fuerte, orgullosa, que reivindicaban sus creencias. Pero se vieron humillados por ese colonialismo, y recibieron en herencia todos esos dictadores que conocemos. Ahora el poder pasa de manos, del dictador al mulá», concluye Haddad.