Adam Zagajewski
«Italia es una prueba de que existe la belleza»
Alejandro Luque
Adam Zagajewski (Lvov, 1945) es un hombre delgado, de aspecto frágil, cabello y barba canos y cortados al uno, ojos pequeños y luminosos. Hace gala de buen humor durante una sesión de fotos, se presta dócilmente a todas las poses que le piden y, en la entrevista posterior, medita todas y cada una de las preguntas. Este polaco nacido en territorio ucraniano, mudado luego a Francia y a Estados Unidos antes de instalarse en Cracovia, donde reside hoy, es uno de los poetas más personales del panorama actual.
Libros como Tierra del fuego, Deseo o Mano invisible, todos ellos publicados en España por Acantilado, lo confirman además como una voz siempre viajera, que proyecta una mirada europea sobre horizontes muy distintos, donde no falta el Mediterráneo. También destaca su faceta de ensayista en títulos como Dos ciudades, Solidaridad y soledad –donde recordaría su militancia contra la dictadura comunista–, En defensa del fervor o esa joya de la escritura de la memoria que es En la belleza ajena. Una ya vasta obra que le ha valido el unánime reconocimiento internacional, y que le hace figurar un año tras otro en las quinielas del Nobel. Una posibilidad, esta última, que al ser mencionada le inspira como única respuesta una escéptica sonrisa…
Usted, que nació en Lvov, hoy día ciudad ucraniana, ¿siente lo que está ocurriendo allí como algo íntimo, o como un asunto de vecinos lejanos?
Claro que Ucrania es un tema muy cercano para mí, y creo que en eso no soy distinto a mis demás conciudadanos polacos. Todos están preocupados, en primer lugar por un sentimiento de solidaridad, y por un temor por el futuro, se preguntan qué pasará con este renovado imperialismo ruso… El hecho de haber nacido en Lvov contribuye a que me sea lógicamente más cercano.
Uno de sus poemas alude a las banderas y les dice: “Dejad ya de taparnos los ojos”. ¿Los poetas no siempre se llevan bien con las banderas?
No me acuerdo bien del poema, tal vez fueron versos de juventud… [Sonríe]. Cuando yo era joven tuve que luchar muy duramente para poder hablar no como polaco, sino como yo mismo. En la literatura polaca hay siempre cierto riesgo de colectivismo, el poeta tiende a hablar como representante de una nación, mientras que yo prefiero hablar en mi nombre. No reniego del sentimiento de solidaridad y de identificación con los otros, solo que prefiero ser una persona individual y libre.
«En la literatura polaca hay siempre riesgo de colectivismo, el poeta tiende a hablar como representante de una nación»
En muchos de sus libros aparece como desarraigado, pero a veces ese desarraigo es doloroso y otras gozoso, porque le abre al mundo. ¿Un sentimiento tira más que otro?
Creo que lo ha interpretado muy bien. Perdí mi ciudad natal muy temprano, y desde entonces siempre me ha acompañado en mi vida una especie de sorpresa, de preguntarme ¿dónde estoy? Y no tardé en aprender a apreciar lo positivo de esa situación y disfrutarlo. En los viajes uno también descubre que las personas de todas partes se parecen, que hay una cierta constante de la naturaleza humana.
Usted incluso llega a decir que lo extraño terminó siendo su propio pueblo natal, es más, “lo extraño acabé siendo yo”…
No es fácil desarrollar esta idea, pero lo intentaré. En cuanto a encontrar lo extraño en mí, quiero decir que no nos creamos a nosotros mismos, nos encontramos en el curso de la vida, y eso es una sorpresa. Hemos sido creados por alguien. ¿Por quién? No lo sabemos. Por otro lado, al viajar nos encontramos con personas que son extrañas, que hablan otros idiomas, pero que por alguna razón nos son próximas, y sin embargo muchos de nuestros conciudadanos pueden ser muy ajenos. Me pasa con muchos polacos.
¿Pueden llegar a ser una patria las terminales de tren, los embarcaderos, los aeropuertos?
Decididamente no, porque son espacios extraños por definición. Pero sí pueden llegar a ser lugares muy inspiradores. En realidad, diría que se trata de antipatrias. Un aeropuerto es un lugar terrorífico, donde no hay árboles, plantas, no hay aves que cantan. Sin embargo el alma humana es paradójica, y a menudo en estos entornos puede llegar a sentir una especie de éxtasis. Sí que creo que hubo una persona que se perdió en un aeropuerto y llegó a vivir allí varios meses, pero parece que se trataba de un caso excepcional…
Me interesa mucho su visión de Italia y en concreto de Sicilia. ¿La Magna Grecia tiene aún algo que decirnos, o solo nos llega de ella un eco remoto?
¡Bonita pregunta! Me atrae también mucho Paestum, que no está propiamente en Sicilia pero es también la Magna Grecia. Para mí Sicilia es un lugar misterioso, estuve dos veces y querría volver. Entre mis libros favoritos está Lampedusa, El Gatopardo, y entre los escritores polacos hay uno, [Jarosław] Iwaszkiewicz, desconocido en España, que escribió mucho sobre Sicilia. Curiosamente, Sicilia aparece en sus libros asociada a Ucrania, porque él se educó en los pequeños pueblos ucranianos, que son todos una estepa, y crea asociaciones muy hermosas en ese sentido. Mi infancia, por el contrario, no fue campestre, sino más bien urbana. Pero me he contagiado de esa visión literaria, de los ecos de los antiguos templos, de su enigma, de ese vacío que está por todas partes pero crea espacios para la imaginación.
¿Le sucede igual con otras ciudades que aparecen en sus poemas, como Roma, Venecia, Siena, Rávena, lugares que a veces nos hacen pensar en museos a cielo abierto?
Verá, he vivido toda mi infancia y juventud en un país comunista, y eso es importante para comprender la cuestión. Polonia es un país muy feo, y no me refiero solo a la fealdad moral del sistema, sino también a la puramente estética, incluida la arquitectónica. Por supuesto, Cracovia no se incluye en ese capítulo, fue de las pocas ciudades que no fueron destruidas durante la guerra y pudo conservar su belleza. Me recuerda también un poema de otro polaco, Zbigniew Herbert, Un bárbaro en un jardín, que es una especie de grito, de exultación de que existe Italia, y habla del descubrimiento de la belleza. Italia no es solo un museo, es una prueba de que existe la belleza. Entiendo perfectamente a Herbert, desde la perspectiva de España es difícil imaginar lo feo que era el comunismo. Como he dicho, no solo del monopartidismo y el totalitarismo, sino que todo el entorno era feo.
Sí, estuve una vez en Katowice…
¡Dios mío! [Risas]
«Mi amor por el sur no llega al matrimonio, porque siempre regreso al norte. Sé que nunca me mudaré»
Usted es el poeta polaco más mediterráneo. ¿A veces le interesa más el mar que la tierra firme?
Sí, yo soy de esa gente del Norte que descubrió el mar Mediterráneo, lo maravilloso que es. Podría recordar también a Nietzsche, que cuando viajó a Italia se dio cuenta de lo terrible que era su propio país. Me encanta el sur, nadar en el mar, de hecho intento pasar todas mis vacaciones en el Mediterráneo. He escrito hace poco un poema, que aún no está traducido, se titula Nuestras ciudades del Norte y ahí soy consciente de ser del Norte, un ciudadano de un país septentrional y sé lo feas que son nuestras ciudades, tan pesadas, aunque también las haya bonitas. Y me siento muy atraído por las higueras, los tamarindos, la vegetación del Sur… Pero es un amor que no llega al matrimonio, porque siempre regreso al norte. Sé que nunca me mudaré.
Una curiosidad: ¿Qué libros suele llevar a sus viajes?
Qué libro echar en la maleta es el principal problema cuando salgo de viaje. Desde que hay libros electrónicos es más fácil, pero no me gustan, prefiero el papel. A Madrid, por ejemplo, me he traído un libro italiano, la correspondencia entre Nicola Chiaromonte y una monja americana, bajo el título Fra me e te la verità, que me está costando un poquito leer en la lengua original. También traje los ensayos de Ernst Jünger sobre el mar Mediterráneo. Otro norteño enamorado del Sur.
¿Y escribe sobre la marcha, o a toro pasado?
Durante los viajes es muy raro que escriba, pero se me ocurren ideas, o me vienen a la cabeza las primeras líneas de un poema, y lo anoto todo en un cuaderno muy gastado que llevo siempre conmigo. Pero escribo a la vuelta, cuando ya estoy en casa.
De los judíos que conoció en su infancia, usted escribió: “Me esforzaba por no idealizarlos”. Quería tener una mirada limpia y realista sobre ellos. A propósito de esto, ¿qué opina del rebrote del antisemitismo en Francia, país que usted conoce muy bien?
Conozco bien Francia, aunque hace doce años que no vivo allí. Leo por supuesto la prensa francesa, pero no sigo de cerca lo que ocurre en este aspecto, me resulta un poco difícil contestar. Pero en términos generales, puedo decir que en Polonia también existe el antisemitismo, pero un antisemitismo popular, de clases bajas, más visceral si quiere. Sin embargo, las clases más educadas son más bien proisraelíes y projudíos. En Francia es al revés, no existe el antisemitismo popular, pero sí está renaciendo una especie de antisemitismo intelectual, de las clases más educadas. Recuerdo que un poeta israelí visitó hace algún tiempo Cracovia, y en su intervención criticó mucho al gobierno de Israel, llegó incluso a compararlo con los nazis, y eso despertó las protestas del público, compuesto por gente culta.
Tengo la impresión de que usted ha defendido más una mística contemporánea que el fervor religioso. ¿Me equivoco?
Sí, en cierta manera es así. Sin embargo, no me resulta fácil responder a estas cuestiones, porque la religión es para mí es una búsqueda, no un hallazgo. Por eso en Polonia me resulta difícil ser religioso, la iglesia polaca no me permite identificarme con ella. Es nacionalista, archiconservadora. En Francia, país laico, anticlerical, yo me encontraba de alguna forma en oposición a la sociedad con mi religiosidad, me gustaba cultivarla. En Polonia, en cambio, esa religiosidad me produce rechazo por su carácter fanático. Busco mi lugar, pero es difícil definir dónde situarme.
Usted defiende el cultivo de la vida interior, pero una vida interior oculta. ¿Cree que hoy, con la extroversión que fomentan las redes sociales, eso está más difícil que nunca?
Creo que el cultivo de la vida interior siempre ha sido difícil, en todas las sociedades han predominado siempre los extravertidos, y los introvertidos son una especie de grupo minoritario, como en peligro. No creo que sea hoy más difícil que antes. Lo difícil es definir en qué consiste esa vida interior. Tampoco soy un filósofo capaz de definirlo, no lo pretendo. Simplemente me expreso a través de mi poesía y de mis ensayos.
«Existe el peligro de que el intelectual se quede sin la función que se le atribuye»
Siempre defendió el papel del intelectual frente a las tiranías, pero en democracia, ¿cuál es la función del poeta, del pensador? ¿No corre el riesgo de quedar como simple adorno?
Existe ese peligro, sí, de que de repente el intelectual se quede sin la función que se le atribuye. Pero he observado la situación en Polonia tras la caída del comunismo, y vi que muchos de mis amigos quedaron desorientados. Toda su vida criticaron al gobierno comunista, y de pronto tuvieron que dedicarse a otra cosa. Pero incluso en la situación actual, cuando no hay tiranía en los países democráticos, sí sigue habiendo cuestiones que responder, porque la gente sigue siendo mortal, y el mundo un misterio que tratamos de esclarecer. Hay muchas preguntas a las que la democracia tampoco sabe contestar.
A veces da la sensación de que hubiera preferido ser músico antes que poeta. ¿Escribe porque no pudo tocar un instrumento?
Probablemente se refiere a ese poema que titulé La lección de piano, donde recuerdo el momento en que mi profesora me dijo, en la primera o la segunda lección, que no perdiera el tiempo, porque no tenía oído. Que mejor me dedicara a aprender idiomas. Era verdad, no hubiese podido ser músico, mi familia era completamente amusical. No se escuchaba música en casa, con excepción de una tía que era pianista frustrada. Pero sí existió una musicalidad interior que siempre me acompañó, y cuando crecí la música llegó a ocupar un papel muy importante en mi vida. Para mí es una especie de poesía sin palabras.
En algún sitio dijo que envidia a los poetas muertos, “porque se llevan sus dudas”. ¿Pero qué haríamos si tuviéramos solo certezas?
Sabe que tal cosa es imposible, no existe ese peligro. Siempre tendremos dudas. Lo que hago en ese poema es aludir a esa envidia que me dan los poetas que mueren, que se llevan sus dudas y también sus sufrimientos, sus dolores, y nos dejan aquí sus momentos de iluminación. Mientras vivimos siempre habrá días malos y mejores, pero también en eso hay una gran belleza, en esta lucha por conocer, por saber, por esclarecer los aspectos oscuros de la existencia. Tendríamos que ser idiotas para creer que podemos llegar al conocimiento absoluto.