Aburrir es pecado
Alejandro Luque
Desde sus orígenes, el heavy metal ha mantenido una posición refractaria a las religiones. Con la excepción de grupos declarada e interesadamente cristianos, Stryper a la cabeza, el imaginario metalero ha representado siempre a la divinidad como una fuerza despótica y caprichosa, cuya ira desata todo tipo de catástrofes, o bien como institución represiva, como enemigo declarado de las libertades. Pocas veces, en cambio, encontraremos a un grupo tan obsesionado con el hecho religioso como Orphaned Land.
Si decimos que son israelíes, tal vez lo entenderemos mejor. Si además aclaramos que proceden de Petaj Tikva, en el Distrito Central, zona de fuertes tensiones a medio camino entre Jerusalén, Haifa y Cisjordania, seguramente lo veremos aún más claro. Pero, aún así, seguirá siendo llamativa esa fijación, que vuelve a evidenciarse en su último título, All is one –Todo es uno–, con esa portada que representa una estrella de David, una cruz y una media luna repetidas y entrecruzadas.
Su primer trabajo, Sahara (1994) hacía prever que los rumbos de Orphaned Land se dirigirían más bien hacia el llamado oriental metal, esa fusión de rock duro y músicas mediterráneas que ha dado en los últimos años concentrados muy interesantes en varios países de esta orilla. No obstante, sus siguientes entregas, El Norra Alila (1996) y sobre todo Mabool– The story of the three sons of seven (2004), álbum conceptual lleno de reminiscencias del Antiguo Testamento, fueron cargando cada vez más de simbolismo sacro sus letras y su imagen. Al mismo tiempo, el grupo se revelaba como productiva fábrica de himnos metaleros llamados a perdurar, como el potente Norra el Norra.
Sin abandonar esta doble vertiente -sonidos poderosos con raíces, gusto desmedido por las alegorías y los mitos-, la banda siguió creciendo con el Ep Ararat (2005) y con la que probablemente sea su obra cumbre hasta la fecha, The never ending way of OrWarriOR (2010). El problema de tocar techo, de culminar una evolución paciente y trabajada, es tener algo que decir después. Algo mejor, o algo diferente. ¿Lo consiguen en este nuevo reto? Basta oír el primer corte de All is one, el que da título al disco, para intuir que la consigna la exuberancia: coros clamorosos, pretensiones sinfónicas, estamos ante un comienzo sin duda arrollador.
No hace falta llegar hasta el final para concluir que la tentación baladera domina el conjunto, y la audición se hace muy larga
The simple man, en cambio, baja mucho el nivel de intensidad, con un estribillo casi pop, impregnado de un orientalismo un tanto artificial. La balada Brother, una imaginaria carta de Isaac a Ismael, también sugiere una apuesta por la densidad instrumental –violines incluidos– en detrimento de una pegada más desnuda y directa. No es que estos temas no estén meticulosamente trabajados, no es carezcan de encanto. Solo que echamos de menos, por ejemplo, la versión más gutural de la voz de Kobi Farhi, y a un Chen Balbus más desatado en las seis cuerdas. En una palabra, menos misticismo y más rabia, ¡estamos hablando de rock and roll!
Algo de eso encontramos en cortes como Fail o el muy progresivo Freedom. Pero de nuevo caemos en esa grandilocuencia más bien tediosa en Shama’im, cantado en hebreo, o en Ya Benaye, interpretado en árabe levantino… No hace falta llegar hasta el final para concluir que la tentación baladera, que va de la mano de cierta cargante sensiblería y de un amaneramiento melódico excesivo, dominan el conjunto de tal modo que la audición se hace larga, muy larga.
En las clases de religión deberían enseñar que el aburrimiento es, al menos en el arte, pecado mortal. Y que las buenas intenciones, indudables en el caso de estos reconocidos pacifistas, también pueden servir para empedrar el infierno…