Eduardo Mendoza
«Pude escribir de la vieja Barcelona porque no la conocía»
Alejandro Luque
Madrid | Marzo 2014
Pocos escritores de las letras españolas son más pacientes con la prensa que Eduardo Mendoza. Es muy raro verle perder la sonrisa, o mostrar signos de cansancio, después de una larga tanda de entrevistas. Además, tiene la rara virtud de repetirse muy poco. El autor de novelas como La verdad sobre el caso Savolta, La ciudad de los prodigios o El misterio de la cripta embrujada, nacido en Barcelona en 1943, ha logrado siempre llegar a los lectores masivos sin descuidar su irreprochable prosa. En su última visita a Sevilla habló para M’Sur de religión, de bancos, del catalán, de Reagan y, cómo no, de la Ciudad Condal.
Usted se formó con las monjas –Loreto y Mercedarias– y con los Hermanos Maristas. ¿Qué le quedó de esa temprana educación religiosa?
Bueno, lo de las monjas fue más pintoresco que otra cosa. Estuve con ellas como los niños que van a la guardería. Eso sí, aunque ya no nos hacían rezar el rosario, en lugar de jugar con la plastilina, como se hace ahora, nos enseñaban a leer y a escribir. Así fue como me hice lector a una edad muy precoz, no porque fuera un niño prodigio, sino porque no había otra cosa que hacer.
¿Y luego?
De los Maristas salí vacunado de creencias religiosas. Me costaba mucho aceptarlas y me convertí en un fanático de la razón, y un enemigo acérrimo de la fe, de las creencias en general, de todo lo que no pase por el debate y el análisis.
¿Y de su paso por el mundo de los papeleos, documentos y letras de cambio que le hicieron escribir una novela anarquista?
«De los Maristas salí vacunado de creencias religiosas. Me convertí en un fanático de la razón»
La verdad es que tuve suerte porque caí en sitios donde aprendí muchas. Estudié Derecho sin gran vocación, algo había que estudiar y era necesario ganarse la vida, pero celebro la formación que recibí: la metodología, enfocar los asuntos con cierta minuciosidad, la precisión de las palabras, la exactitud en las citas, todas estas cosas que creo que son muy útiles… El que no ha pasado por ahí, el que ha ido a directamente a una cosa más creativa, y menos de picapedrero, se lo pierde. No puedo decir que disfruté con ese aprendizaje, sí que me vino bien.
Y ahora, cuando oye a las masas arremeter contra los pobres banqueros, ¿le dan ganas de protegerlos?
¡En absoluto! [Risas] Como has dicho, me pasé al anarquismo y al cartucho de dinamita.
También fue traductor de la ONU. Cuando oye eso de que no sirve para nada, ¿sí sale en su defensa?
«La ONU es una burocracia amordazada y maniatada, tiene muchos defectos, pero es mejor que esté a que falte»
Ahí sí, porque claro, esperar milagros es de tontos: la ONU no va a impedir las guerras, no va a impedir que suceda aquello que los interesados no quieren que se impida. Pero también hay quien cree que los médicos no saben nada y no sirven para nada, y cuando te pones malo de verdad dime si no sirven… Es una burocracia, tiene muchos defectos, está muy amordazada, y maniatada, pero es mejor que esté a que falte. Y eso sí lo conozco bien por dentro. Hay mucha pérdida de tiempo, mucho hablar por hablar, pero por poco que se consiga, bien está.
Se ha hablado mucho de aquella legendaria reunión entre Reagan y Felipe González, en la que hizo usted de intérprete. Pero nunca ha aclarado si olió a azufre, como diría Chavez de Bush.
En absoluto, no, no, era un hombre muy simpática, encantador, un seductor profesional. Era un actor de Hollywood, con un encanto y una cordialidad tremenda. Y luego claro, unas ideas políticas que no son las mías. Además, los americanos tienen en el ADN de sus políticos un sentido del diálogo, del enfrentamiento, igual que los ingleses. Ni siquiera en el subconsciente tienen la tentación de llamar a la Guardia Civil. Otra cosa es mandársela al vecino [risas].
En un par de años hará 30 de La ciudad de los prodigios. ¿Cómo ha pasado el tiempo por el personaje de Onofre, y cómo por la propia ciudad?
Onofre ahí está, es un personaje de ficción… La ciudad no, no ha cambiado nada porque está cambiando continuamente. Las ciudades cambian a una velocidad tremenda, las grandes sobre todo, con salvedades. He vivido en muchas ciudades, y vuelvo y no las conozco. París, Londres, Tokio, pasas unos años sin ir, y cuando vuelves son otras. Barcelona no tiene nada que ver, pero es la misma porque su identidad es el continuo cambio. Si Onofre lo que quería era hacer negocios, ahora es otra cosa. Yo mismo me sorprendo…
¿Con quién se imaginaría a Onofre haciendo tratos hoy?
«Las ciudades cambian a una velocidad tremenda. Pasas unos años sin ir, y cuando vuelves son otras»
La verdad es que no lo sé. He perdido un poco el control, y me temo que como yo casi todo el mundo, y creo que no entenderemos lo que está pasando hasta dentro de unos años. Yo pude escribir de la Barcelona de principios del siglo XX porque no la conocía, y todo lo sacaba de los archivos. De lo que pasa ahora se podrá escribir dentro de 50 años.
Siempre se habla de Barcelona como de la ciudad española más europea. ¿A qué ha renunciado para serlo?
Mira, creo que, no de una forma deliberada, sino por pura chamba, Barcelona se ha encontrado en un punto de equilibrio que es la clave del éxito desmesurado, e incomprensible sobre todo para los barceloneses, que tiene. Es una ciudad del Sur, claramente, por el clima, por la forma de vivir en la calle, por estos horarios intempestivos, por una manera informal de tratarse las personas, donde todo se arregla, mal pero se arregla… Esta cosa tan meridional, pero sin perder el mínimo orden y seriedad europea. Este equilibrio entre la pesadez de la Europa ordenada y ordenancista, y el caos del tercer mundo, ahí está Barcelona ofreciendo cosas para todos los gustos. Puedes estar por la mañana en un museo o haciendo negocios sin miedo a que los taxistas te engañen, e irte de juerga sin miedo a que la fiesta acabe a navajazos. Eso atrae al turista.
El tópico de la fijación catalana por el dinero, que da para tanto chiste, ¿transmite también seguridad no solo a los visitantes, sino también a las inversiones?
«Barcelona tiene el equilibrio entre la pesadez de la Europa ordenada y el caos del tercer mundo»
No lo he pensado. Es verdad que el catalán cuenta el dinero. No es avaro en el sentido de que le guste atesorar el dinero. Lo que no le gusta es gastar, porque sabe lo que cuesta ganar cada euro, y antes cada peseta. Es una zona pobre, sin recursos naturales, que todo lo ha tenido que hacer a base de inventarse una supuesta industrialización, y ahora un turismo basado en no sé qué. Esa idea de que no le han regalado nada, de que todo lo ha tenido que pelear; el abuelo contando que se levantaba antes del amanecer para ir a trabajar, esa conciencia la ha tenido siempre el catalán. Ahora se han encontrado otros medios de ganar dinero rápido, y se está perdiendo un poco todo eso. La cultura catalana es anterior al pelotazo y la herencia, las dos formas de riqueza que hay en España.
No quiero acabar sin que hablemos de La isla inaudita, su novela ambientada en Venecia. ¿De dónde le vino la filiación veneciana?
Ese es un libro un poco extraño, de estos que empiezan a desarrollarse como una planta que no has plantado. Originariamente es un cuento, de una colección de cuentos de viajes que transcurrían cada uno en una ciudad distinta, y se me disparó. Se me convirtió en una novela que yo mismo no entiendo, pero ahí está. A veces hay que escribir cosas que uno no sabe para qué las escribe, porque si no, no te las quitas de encima.
¿Pero recuerda qué le atrajo en concreto de la ciudad de los canales?
Sí, la escribí por salir un poco de Barcelona, porque La ciudad de los prodigios me estaba aplastando. Coincidió con la elección de Barcelona como sede olímpica, el desarrollo y todo eso, fue una pesadilla. Y Venecia es una ciudad muy tentadora.
Otra ciudad meridional, pero del Norte…
Sí, es un microcosmos, un sitio misterioso, que nadie conoce. Un laberinto…
Se le ha comparado con Beckett en lo de escribir teatro en catalán y novelas en castellano, lo que imagino le resultará elogioso…
¡Claro! [Risas] Aunque soy bilingüe –no traduzco, no tengo que hacer un esfuerzo–, mi lengua de escritura es el castellano. Eso se debe a que escribir una novela, que tiene muchos registros literarios, me costaría mucho en catalán. El teatro es más fácil, en el sentido de que todo es diálogo. Siempre lo he escrito con ilusión y con ganas, pero por encargo, porque así como un libro sé que lo escribo y lo publico, el teatro no depende de uno mismo. Si no hay un encargo, es difícil ponerse a escribirlo.
Cuando estrenó Restauració, su primera obra, ¿sintió que cumplía de algún modo con esa lengua?
«Es un hecho indiscutible que hay dos lenguas literarias funcionando al mismo tiempo en Cataluña»
En absoluto, este es un tema que pertenece a un imaginario. No hay conflicto alguno, entre otras cosas porque la cantidad de escritores catalanes en castellano es tan grande, que es un hecho indiscutible que hay dos lenguas literarias funcionando al mismo tiempo en Cataluña. Hay muchos que hacen doblete. Sánchez Piñol, un hombre de ideas muy contundentes, decide escribir una novela en castellano, porque para él es tan natural como escribirla en catalán.
A los que defendemos el disfrute del catalán fuera de Cataluña, ¿nos recomendaría algún título?
Creo que muchos se han quedado en Pla y Rodoreda, pero hay más cosas. Sánchez Piñol es un magnífico novelista en castellano y en catalán. Pero no me gusta decir uno o dos. Aunque comparado con el castellano o el inglés el catalán es de segunda división, fuera de los grandes bloques puede medirse con cualquier otra lengua, como la holandesa o la danesa.
Una vez dijo “cuando menos conozco el idoma, más me gusta leerlo”.
Sí, me gusta leer en idiomas que no he aprendido, que no son mis idiomas nativos. Así saboreo más las palabras. Al final es como cuando uno descubre la cocina china y se aficiona mucho. Leo en alemán, inglés, francés e italiano, y me gusta hacerlo en original, porque yo, que he hecho muchas traducciones, sé que a lo más que se llega es a hacer un retrato al carboncillo del original.
La pregunta de…
Llàtzer Moix
Tus continuos viajes a Londres, ¿van a propiciar una próxima novela ambientada en el Reino Unido?
Creo que Londres va a influir. Ahora, que lo ambiente allí, es diferente. Cuanto más conoce uno una ciudad que no es la suya, más se da cuenta de que es mejor que se quede en casa, literariamente hablando…