Charles Simic
«La vileza y la estupidez tienen un brillante futuro»
Ilya U. Topper
Estambul/Sevilla | Julio 2015 · con Alejandro Luque
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“Soy miembro de esa minoría que se niega a ser parte de ninguna minoría declarada oficialmente”; “El nuevo sueño americano es llegar a ser muy rico y que te sigan considerando víctima”; “Toda nación tiene miedo de la verdad de lo que ha hecho a otras”; “El nacionalismo es amar el olor de nuestra mierda colectiva”…
Son algunos de los aforismos que el poeta Charles Simic (Belgrado, 1938), considerado uno de los grandes nombres de la lírica estadounidense actual a pesar de haberse criado en la antigua Yugoslavia, recoge en el volumen El monstruo ama su laberinto, publicado en España por Vaso Roto.
Cuestiones recurrentes como la identidad, el ejercicio de la fuerza por parte del poder o el sentido de la escritura en este tiempo convulso figuran entre los intereses del autor de títulos como El mundo no se acaba, Circo unipersonal o Mi séquito silencioso, un testigo agudo e implacable del siglo XX que plasma en estos cuadernos, como él mismo los llama, una mirada que resiste tanto al cinismo como a la estéril irritación. Su capacidad para moldear un idioma heredado, el inglés, solo tiene parangón con un aspecto de su personalidad: su carácter afable y su buena disposición para las entrevistas.
Los aforismos y micropoemas existen desde hace mucho, pero hoy día parecen estar en boga, con tanta comunicación por mensajes texto y tuits. ¿Regresa el valor de la brevedad en la poesía?
No en la poesía de Estados Unidos, desde luego. Más bien al contrario: los poemas de nuestros poetas se hacen cada vez más largos, dado que la autobiografía y la narrativa tienden a ser su preocupación principal.
Borges dijo de los escritores de aforismos que se arriesgaban a caer en la trampa del “pensamiento atomizado”. ¿Usted como lo evita?
Lo evito al no tener una clara intención. No me arremango y me digo: ahora voy a escribir algunos aforismos. No hago más que tomar apuntes en los pequeños cuadernos que siempre llevo conmigo a todas partes. La mayor parte de lo que escribo allí se puede olvidar, pero alguna vez hay algo que vale la pena conservar. Cómo lo escribí o en qué momento es un misterio total para mí, porque a menudo no miro el cuadernito hasta años después.
¿Y por qué un bestseller que se anuncia en todas las librerías hoy día siempre es una novela de más de 700 páginas? ¿Será que los lectores – o los editores – confunden cantidad con calidad?
Por supuesto que lo confunden. Pensamos que la mejor novela americana de la historia, cuando algún día se escriba, tendrá al menos dos mil páginas.
¿Usted siente que algunas lenguas son más aptas que otras para expresar ideas filosóficas o líricas en esta forma condensada que es el aforismo?
Hablo inglés, serbio y francés, y las tres son perfectamente aptas para esto; estoy seguro de que esto es válido para casi todos los idiomas.
El inglés no es su lengua materna. Imagino que usted lo empezó a aprender o a utilizar a los 16 años, cuando inmigró en Estados Unidos, en 1954. ¿Recuerda un momento determinado en el que usted sintió que a partir de ese momento era capaz de expresar en esta lengua todo lo que podía pensar?
Todavía no puede expresar “todo” en ninguna lengua que hable… pero bromas aparte, entiendo a lo que usted se refiere. Tras dos años en el Ejército, de 1961 a 1963, yo estaba pensando en inglés y no tenía problemas en expresarme.
«Mis mayores nunca soñaron con volver. Cuando era viejo, mi padre echaba de menos Europa, pero no Yugoslavia»
¿Qué pesa más cuando uno elige un idioma para la poesía o para escribir: el deseo de utilizar este idioma en concreto o el deseo de comunicarse con un determinado colectivo de lectores, por ejemplo los del país en el que uno vive?
Nunca tomé la decisión de utilizar el inglés. Yo era un joven que quería ser pintor y que conocía a otros aspirantes a pintores y poetas en Chicago, de los que algunos escribían poesía, de manera que yo también acabé escribiendo algunos poemas. Tenían que ser en inglés para que mis colegas y mis novietas las pudieran entender. Hoy no pienso para nada en estas cosas cuando escribo.
¿Existe un momento en el que uno siente que abandona su propia comunidad étnica o lingüística y se integra en el ambiente mayoritario? ¿Se vive como una traición a lo que uno era antes?
Yo nunca lo viví así. Era demasiado joven para tener unos vínculos tan fuertes, irreversibles con mi anterior comunidad étnica y lingüística.
Los exiliados, como era el caso de su familia ¿siempre sueñan con volver? ¿Recuerdan siempre lo verde que era su valle o se echan plenamente en brazos de un nuevo credo?
Nunca soñaron con volver. La guerra y el comunismo y la destrucción de la vida como ellos la conocían les impidieron albergar unos pensamientos de este tipo. Mi padre se fue en 1944 y hablaba con nostalgia de los viejos tiempos, pero mi madre no, para nada. A ambos les gustaba Estados Unidos y finalmente se llegaron a sentir como en casa. Cuando era viejo, mi padre echaba de menos Europa, pero no Yugoslavia.
Muchos inmigrantes vieron como meta de su vida hacerse tan ricos como pudiesen para ganarse el respeto de los demás. ¿Existe aún este sueño americano?
Pues no. Para la gran mayoría de los inmigrantes, este sueño se murió hace veinte o treinta años, y también se murió para la gran mayoría de los americanos nacidos en el país.
Se dice que los estadounidenses saben muy poco de otros países o incluso se sienten casi orgullosos de no saber gran cosa de ellos. ¿Esto le afectó a usted cuando llegaba, seguramente con el mapa político e histórico de Europa en la cabeza?
Después de la II Guerra Mundial y hasta el final de la Guerra Fría, los norteamericanos sabían mucho más sobre el resto del mundo de lo que saben ahora. En la universidad se enseñaban lenguas extranjeras e historia con más intensidad que ahora, y los americanos viajaban más al extranjero. Desde entonces ya no sabemos nada, y nuestros políticos tampoco, lo que no nos impide considerarnos como un país perfectamente apto de servir de ejemplo al resto de la humanidad.
«La mayoría de los estadounidenses están en contra de futuras aventuras militares, pero dado que ya no tenemos una democracia que funcione, esto no tiene efecto»
Pero al mismo tiempo, Estados Unidos es uno de los países que se ha involucrado en más guerras en todo el planeta durante el siglo XX. ¿Cómo puede una sociedad aprobar que el gobierno envíe tropas a Vietnam, Afganistán, Iraq o Somalia, si ni siquiera sabe ubicar estos países en un mapa?
Es amnesia histórica. Pereza mental. Corrupción de la prensa y de los intelectuales por alquilar que desconocen el pasado para engañar a la gente y servir a algún grupo con intereses concretos. Dicho todo esto, según los sondeos, la mayoría de los estadounidenses están en contra de futuras aventuras militares, pero dado que ya no tenemos una democracia que funcione de verdad, esto no tiene efecto sobre lo que hace el Gobierno.
¿Es el deber del poeta de estar siempre peleado con los poderes fácticos, independientemente de sus ideologías? ¿Qué pensaría usted de un poema que, en un momento dado, alaba a los que están en el poder?
En Estados Unidos nunca tuvimos algo así. Ningún poeta norteamericano, ni famoso ni desconocido, escribió una oda a Stalin: esto al menos es algo de que lo que podemos estar orgullosos.
«Tuvimos más suerte que los iraquíes y los sirios. El mundo que nos recibió era más compasivo y más generoso»
¿Quién es peor enemigo para un escritor y poeta, quién censura más: los poderes políticos, es decir el gobierno, o los poderes espirituales de la sociedad, es decir la Iglesia o instituciones similares?
Algunos de mis libros de poesía los quitaron de las librerías escolars en el Profundo Sur estadounidense, cuando algunos cristianos renacidos se hicieron con el poder local, pero a grandes rasgos tenemos libertad de escribir cualquiera cosa que queramos. Lo que sí hay, claro, es corrección política, de manera que alguna gente se quejará de lo que digas en un poema, o se negará a publicarlo, pero nunca he sentido que tenga que censurarme, si bien estoy seguro de que otros sí se lo plantean.
Usted se ha expresado a menudo contra el nacionalismo. Pero precisamente lo que alguna vez fue Yugoslavia parece ahora una olla burbujeante de nacionalismos. ¿Por qué?
Porque no tienen otra identidad aparte de ser un miembro de un grupo concreto étnico y religioso; es lo máximo que consiguen tener. Si Estados Unidos o España se resquebrajara, pasaría lo mismo.
Algunos países europeos, pero también Canadá, hablan del “multiculturalismo” como un valor de respeto, evitando asimilar a los inmigrantes. Pero si la gente escapa de sus países ¿por qué deberían establecer en el país de llegada una sociedad con los mismos valores nacionalistas o religiosos que los que dejaron atrás? ¿Es sano?
Por supuesto que no es sano. Cuando yo me bajé del barco en Nueva York en agosto de 1954, todo lo que quería era ver películas americanas, escuchar jazz y hablar inglés.
Su vida empezó rodeada por el horror de la II Guerra Mundial. ¿Cree que los refugiados que ahora vienen desde Siria, Iraq u otros países en guerra tendrán experiencias muy similares?
No creo. Nosotros tuvimos más suerte. El mundo que nos recibió era más compasivo y más generoso.
A veces pensábamos que la II Guerra Mundial sería la última guerra de Europa. Tras Yugoslavia y ahora Ucrania, ya no parece tan seguro. ¿Es usted optimista?
No. La vileza y la estupidez humana tienen de nuevo un brillante futuro en todas partes. Espero equivocarme.
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